jueves, 7 de mayo de 2015

La muñeca




Cuando compré aquella casa en  Cantacaños,  adquirí  también, sin saberlo,  la maldición que  pesaba sobre ella. Nada más llegar al pueblo los habitantes  me obsequiaron con un hosco e incomprensible silencio. No entendí   el motivo de esa conducta recelosa, sus miradas de desconfianza.
La casa parecía  muy antigua y se componía de dos  plantas,  sótano  y  un pequeño jardín. Ni los más ancianos del lugar la vieron construir.  Su estructura era de piedra, y  pese a los años transcurridos desde entonces,  se mantenía sólida y desafiante, como si los años no contasen  para ella.
Antes de aposentarme en mi reciente adquisición  me hospedé en el único hostal del pueblo. Mi  propósito era saber algo de sus últimos moradores, visitar los alrededores y conocer algo de las gentes que habitaban en este perdido pueblo de las montañas.
Por suerte, nadie como la dueña del hostal para informarme de todo. Aunque,  en contrapartida, debería  someterme a un completo interrogatorio sobre mi persona. De mí, poco pude decir;  era soltero y funcionario de la Administración. De costumbres y apetencias sencillas, no tenía vicios inconfesables siendo mi única afición leer novelas policíacas y sobre todo la fotografía. Motivo por el cual me interesé por aquella casa debido a los incomparables paisajes que rodeaban al  pueblo  y que retrataría a placer amén de gozar de paz y tranquilidad lejos del mundanal ruido. 
Según me informó Manuela, la dueña del establecimiento, había sido ocupada en muchas ocasiones pero nadie pudo pasar más de dos noches seguidas entre sus paredes. Decían que oían ruidos extraños, voces ininteligibles  y un llanto lastimero. Tanto era así que  abandonaban el lugar a toda prisa, como si alguien los persiguiese.
Manuela era bajita y regordeta, de manos pequeñas pero fuertes; tenía unos ojos inquisitivos que parecían descubrir hasta el más oculto de tus pensamientos. Llevaba un mandil limpio como los chorros del oro, al igual que todas las dependencias del establecimiento mostraban un lustre sin igual.
- ¿Está seguro de habitar esa casa? -me dijo tras relatarme el episodio de los demás inquilinos. -Mire que se arrepentirá, no durará más de dos noches,  se lo advierto.
Me cayó bien Manuela. Me recordaba a mi abuela materna, Isabel, siempre  trajinando en la cocina de carbón,  el puchero de barro hirviendo  en el fuego, guisando  arroz con  conejo,  bacalao con patatas, o habichuelas con morcilla, todo bien espesito y sabroso como sabía hacer.
- Tranquila, Manuela, -le sonreí afablemente- Serían gentes de la ciudad, señoritingos de esos que no están hechos a la vida rural porque viven entre algodones. No podrían dormir y por eso imaginaban cosas raras.
- No, mire, salían despavoridos, como si hubieran visto fantasmas.
Solté una risotada que me pareció exagerada.
- No creo en fantasmas ni en espíritus, por la sencilla razón de que no existen, son fruto de una  imaginación exacerbada. Precisamente mis películas favoritas son  las de vampiros, hombres lobo, monstruos  a cual más horrible. Además,  me ha costado muy barata esa casa, era una ocasión de oro que debía aprovechar.
- Claro, tenían prisa por quitársela de encima, necesitaban un incauto como usted, perdone que se lo diga.
- No diga eso, Manuela, está bien situada y en perfecto estado por lo que se ve, me vendrá de perlas como base de operaciones para mis reportajes fotográficos, a mis amigos les encantará también.
- ¿Se va a traer a sus amigos a esa casa con todo lo que le he dicho?
No pude contener otra risotada.
- Se lo que está pensando, Manuela, que esto va a ser algo parecido a La Matanza de Texas, o algo así, ¿verdad?
- Me voy a la cocina, ya me dará la razón.
- De todos modos sepa que mis comidas las haré en su comedor.
Pero ya se había perdido de vista y me dispuse a vaciar el maletero del coche.
La cerradura respondió a la primera y el interior  aparentaba estar más o menos limpio. Funcionaba la corriente eléctrica, menos mal. Ocuparía la habitación pequeña, la de una cama. Había otra con dos en la primera planta, y un  sofá que se extendía, sería más que suficiente para cuando vinieran Ramón y Antonio con Mercedes y Susana.
Eché a la lavadora la ropa de las camas, y me dediqué a quitar el polvo con el  mayor de los  entusiasmos, nada como una casa limpia y confortable.
A media semana me dispuse a pasar mi primera noche en la casa embutido en mi confortable saco de dormir de montaña.
No recuerdo si me despertó aquel sonido o estaba ya desvelado. El caso es que sonaba como a un leve siseo, una especie de  llanto infantil o eso me pareció.
No le di importancia en un principio si bien la persistencia del mismo me hizo aguzar el oído. No eran imaginaciones mías, se podía oír un gemido; tenue, pero real. Me levanté de un salto y encendí la luz.
Provenía de la planta baja. Reparé entonces que no había revisado el sótano.
 Estaba a oscuras, la bombilla debía estar fundida.  Tomé la linterna y alumbré  lo que parecía  ser la leñera o algo parecido.  
Pensé en cuanto me había dicho Manuela sobre que nadie pudo resistir más de dos  noches en aquella casa.  Máxime cuando descubrí aquella enorme tapa de hierro rectangular a ras de suelo ocultando sin duda el acceso a un  espacio subterráneo.  El intrigante sollozo provenía de allí.  Quien fuera o lo que fuera estaba bajo mis pies.
 Más intrigado que temeroso, me atreví a tratar de levantar aquella   plancha  metálica sin conseguirlo;  su peso debía ser considerable.
Pasé el resto de la noche con aquel sonsonete metido en la cabeza sin encontrar explicación alguna a la naturaleza del mismo  y pensando que tal vez había sido en exceso temerario al  bajar al sótano con tan solo la ayuda de la linterna.
A la mañana siguiente busqué quien me ayudase a levantar aquel pesado hierro  del sótano sin conseguirlo. Nadie quería saber nada de esa casa.
 Recurrí a Manuela por si conocía de alguien que pudiera ayudarme.
- Esa casa tiene mal fario, se lo dije,  y usted erre que erre. Váyase a su ciudad ahora que está a tiempo, hágame caso. Algo malo guarda esa casa que asusta a quien entra allí. - me exhortó categórica mirándome muy seria.
Zalamero, la tomé de los hombros.
- Pues míreme, he pasado una noche y no me ha pasado nada, ¿lo ve?
- Tienta a la suerte, Dios quiera que no tenga que arrepentirse. Están de paso unos leñadores que no saben nada de esa casa, veré qué puedo hacer, cabezota del demonio.
- Gracias, Manuela, dígales que les pagaré bien.- respondí aliviado.
Así fue cómo, tras ímprobos esfuerzos y ayudados por largas palancas entre cinco hombres y yo pudimos abrirlo. Un olor fétido y telarañoso casi nos tumba de espaldas.
- Esto lleva muchos años sin abrir, yo de usted lo volvería a cerrar;  a saber la de bichos que hay ahí abajo -me advirtió uno de los ellos antes de irse apresuradamente junto con los demás.
Aunque puse bombilla nueva en el sótano  me hice con  una fuente extra de luz pues  quería verlo todo con detalle.
Siempre tuve curiosidad por los enigmas, encontrar explicación a lo que pudiera ser un misterio desafiando  riesgos y venciendo temores.
De nuevo  volví a oír aquel murmullo lastimero. Bien pertrechado del  potente foco luminoso, fui descendiendo por unos mugrientos y resbaladizos escalones.  Lo que me fue dado contemplar  me llenó de estupor.
Tenía aspecto de ser  una lóbrega mazmorra, húmeda y maloliente. Lo increíble eran las imágenes que descubrí. En cada uno de los ángulos de la estancia había una figura a tamaño natural de Santiago Apóstol, tan fielmente talladas que  parecían mirarme como si fueran a hablarme de un momento a otro, semejaban ser de carne y hueso por su gran realismo.
Había un pequeño arcón de madera en medio de la habitación que actuaba como caja de resonancia de aquellos quejumbrosos sonidos, pues de ahí provenían. ¿Descubriría  por fin el origen de aquel misterio?
La tapa tenía grabada una inscripción. Parecía latín. Recordé mis buenas notas en esa lengua antigua cuando hice el bachillerato. Hacía muchísimos años de eso, desde luego, pero me puse a la labor.
Conforme trataba de descifrar aquellas frases, una extraña inquietud se iba apoderando de mí. No quería reconocerlo pero estaba nervioso. Justamente así es como me sentía. ¿Qué me estaba pasando, tenía algo que ver con este extraño y misterioso sótano? Empecé a pensar que sí.
Era un latín arcaico y mis conocimientos no llegaban a desentrañar del todo lo que estaba escrito. Vislumbré la palabra demonio. Infierno, diablo, espíritu maligno. Que Santiago Apóstol era el guardián del lugar. Quien escribió aquello, exhortaba a que el contenido del cofre no saliera de aquellas cuatro paredes y viera la luz del día. Era una advertencia.
Justo en el momento que levantaba la tapa me quedé a oscuras. En esa  negrura total dos puntos como brasas  se encendieron al unísono.
Un débil resplandor  iluminó una pequeña figura. Era una muñeca. Sus ojos brillaban. Y mi corazón se desbocó cuando una risa oscura y lejana salió de aquel esperpento de trapo  que me miraba fieramente, clavando sus ojos rojos como dardos en los míos.
Creí desfallecer del miedo que sentía y por más que quise cerrar la tapa no pude, una fuerza imperiosa  me lo impedía.
Sus pequeñas facciones gesticulaban al mover el trazo borroso de lo que parecía una  boca.
- ¿Quién eres, quién te envía?
Estas palabras no salieron de cuerda vocal alguna. Las oí dentro de mi cráneo como si me llegaran desde una dimensión lejana y desconocida.
- ¿ Quien me habla? -dije temblando.
- Soy yo,  bastardo, ¿no me ves?
 La muñeca, de algún modo que desconocía,  se comunicaba conmigo.  ¿Soñaba o realmente estaba sucediendo todo aquello?  Era lo más aberrante que podía imaginar, imposible de creer. Despertaría de un momento a otro y la pesadilla  se desvanecería.
El generador volvió a iluminar el sótano y descubrí con inusitada claridad la muñeca. Me estremecí de lo horripilante que era. La cabeza tenía cierta consistencia, el resto del cuerpo era de  tela grasienta y  descolorida que acababa en unas desgarbadas y bamboleantes  piernas.
- ¿Quién eres tú?
Estaba asustado y temblaba;  no me salió sonido alguno.
- ¿No sabes quién soy, esbirro ? -volvió a martillearme la cabeza esa voz cavernosa.
Estaba a punto de desmayarme, todo me daba vueltas por culpa de  aquella incomprensible criatura que hablaba y tenía forma de pepona y  seguía dirigiéndose a mi.
- Soy Fatama. ¿ No has oído hablar de mí?
Negué con la cabeza como pude.
Una burlona y estruendosa risotada resonó entre aquellas  cuatro paredes encogiéndome el ánimo más de lo que lo tenía.
- El  encantamiento del cofre ha cesado al abrirlo.
- ¿Encantamiento? -me sorprendí a mi  mismo con aquel hilo de voz que salió de mi garganta.
- No sé quién eres ni que  haces vestido de esa extraña manera pero soy Fatama y he vuelto a la vida de nuevo aunque sea en el cuerpo de esta deleznable  y ridícula  figura.
Sentí un nudo en el estómago al oír esas palabras. Mi pulso estaba descontrolado, se nublaba mi vista. Aquello no era una película de miedo; estaba despierto y era real lo que me estaba pasando.
- Has de sacarme de aquí.  Coge las imágenes de Santiago Apóstol y quémalas para que pueda salir. Obedece, esbirro estúpido. ¡Ya! ¡Rápido!
De súbito, noté que una fuerza reparadora se iba abriendo paso en mi interior cuando me aclamé al Santo que esa voz siniestra me ordenaba destruir.
- No entiendo nada de lo que me está pasando. Voy a cerrar los ojos y contaré hasta diez; cuando los abra estaré en mi saco de dormir,  tú habrás desaparecido y serás una horrenda pesadilla que nunca recordaré.
Eso hice. Conté hasta veinte, para estar más seguro. Abrí los ojos y la pesadilla seguía allí, mirándome burlona y con una insufrible sonrisa.
- Vaya, eres un espíritu cultivado,  sabes contar, ¿eh?
- Soy licenciado en Empresariales -me sentí raro cuando lo dije.
- ¡No me hagas perder la paciencia, mamarracho estúpido! -gritó con su voz en falsete.
Sin duda Santiago Apóstol me ayudaba en este trance, por momentos me iba sintiendo  más seguro de mi mismo y envalentonado.
- Mientras Santiago Apóstol presida este lugar  no puedes hacerme  nada, así que deja de amenazarme y llamarme estúpido.  Empieza por contarme tu historia,  el motivo de que estés aquí.
Se revolvió y gimoteó cuanto quiso mirándome ladinamente de soslayo para ver mi reacción pero me mantuve inflexible y no hice caso de su taimado llanto.
- Mi padre era buhonero, borracho y pendenciero; mi madre una mala mujer, decían que era  bruja. Nací con el rostro extrañamente  deformado y  la calle fue mi hogar, buscándome un mendrugo de pan como podía,  recibiendo nada más que la crueldad de todos en forma de golpes y burlas.  Nunca supe  lo que era  una  muestra de cariño  por parte de nadie.
Creí ver un atisbo compungido  en sus vidriosos ojos.
- Me tiraban piedras como si fuera un perro sarnoso, nadie se me acercaba, ningún chico me cogió de la mano nunca.  Mi  horripilante cara les causaba miedo y repugnancia. Quizá porque fue tan grande el odio y la rabia  que sentí por todos los que me golpeaban y me despreciaban  sucedió lo que sucedió.
Estaba cada vez más atrapado en su relato y noté que la ira se hacía más intensa en sus ojillos ardientes.
- Casi muerta de hambre cogí un trozo de berza que comía un cerdo y el porquero me molió la espalda a palos. Estaba tan furiosa que le pedí a Lucifer le prodigara el peor de los males. Y empezó a soltar espumarajos por la boca y contorsionarse grotescamente hasta que cayó muerto al mismo tiempo que los cerdos morían gruñendo enloquecidos.  
Salió la arpía de su mujer alertando a los vecinos y gritando que la hija de la bruja había matado a su marido con un maleficio.
Este suceso y otros, fueron los que finalmente propiciaron que interviniera la Inquisición.
Se me pusieron los pelos de punta al oír nombrar aquella temida Institución que mandó a la hoguera a un sin fin de brujas, entre otros ajusticiados y torturados.
- Me aclamé a Satanás y a todos cuantos me despreciaron por mi aspecto, se les cubrió el rostro de terribles y dolorosas bubas;  desbordé ríos que anegaron las cosechas de quienes no me dieron ni un repizco de pan y quemé  casas y cobertizos de los que me negaron cobijo.
Se me pusieron los pelos de punta al pensar en lo que podría hacerme si no tuviera la protección de Santiago Apóstol.
- Me apresaron junto con mi madre y otras mujeres acusadas de  brujería.
Nos iban a torturar y quemar en la hoguera. Por eso la noche antes mi madre y las demás brujas realizaron un conjuro y me convirtieron en una muñeca para salvarme del tormento. Los verdugos  se llevaron la mayor sorpresa de su vida  al ver  una muñeca de trapo en mi lugar, dijeron que era magia diabólica.
Por lo que sé,  las dejaron medio muertas antes de quemarlas en la hoguera y el cruel inquisidor que las atormentó arrojó  también la muñeca  al fuego, para no dejar rastro de nada. Era tan implacable en su lucha contra la brujería que rebuscó entre las cenizas para asegurarse de que se habían abrasado.  Y  encontró la muñeca. Por todos los medios trató de destruirla sin conseguirlo, todo el resto de su vida lo  dedicó a este empeño. Murió gritando que era obra del Maligno, de Satanás,  que se apoderaba de las almas de los hombres.
Estaba estupefacto con las palabras de la muñeca. Era demencial. Traté de imaginarme aquella turbulenta y oscura época en que la Inquisición imponía su ley empuñando la Cruz.
- No sé quién me encerró en este cofre ni me trajo a este lugar,  aunque supongo que sería algún servidor de la Iglesia para impedir que causara más daño. ¿Sabes dónde estoy, si la Inquisición me persigue?
- Hace cientos de años que la Inquisición desapareció, estamos en otra época.
- ¿Ha desaparecido la Inquisición, ya no queman a las brujas?
- Ya no hay brujas ahora ni queman ni torturan a nadie.
Quedó en silencio aquel extraño monigote parlante y no supe qué pensar de todo cuanto me estaba  sucediendo. Dudaba de que aquella historia fuera verdad. Dudaba de mi propio raciocinio, pensé que estaba volviéndome loco.
- Yo no quería hacer daño a nadie, de verdad, sólo ansiaba llevar una vida normal. Vivir con mi padre y mi madre, como cualquier chica  de mi edad.
Tener amigas,  bañarme en el río y que un chico me cogiera de la mano y me llevara al bosque, como hacían con las demás. 
Pero mi padre era un borracho y me pegaba sin motivo alguno y mi madre se despreocupó de la casa y de nosotros, vivía  en otro mundo. Salía por las noches y venía de madrugada, con una extraña y  siniestra mirada que  daba miedo verla. Nadie me besó, ni me  abrazó, ni me dijo algo cariñoso, ni  me llamaban por mi nombre. Mi horrible rostro los espantaba. ¿Crees que podía vivir así?
Sentí una repentina lástima por ella, imaginé a una adolescente en aquel mundo despiadado y cruel, despreciada por todos y luchando por sobrevivir. Sin el calor  humano de unos padres que le prodigaran  amor y protección. Me dio pena.
Soy un sentimental, no puedo evitarlo. El dolor y la desgracia ajenas me causan infelicidad. Comencé a considerar todo aquello bajo otro punto de vista. Hablaba realmente con un ser vivo. Era un alma la que me hacía sentir toda su congoja  y sufrimiento. ¿Iba yo a juzgarla, a ser tan insensible como para ignorar lo que el destino me estaba mostrando  en ese momento?
La muñeca lloraba desconsoladamente. Unas lágrimas resbalaban por su cara agrietada y ennegrecida. Cada llanto se me clavaba en el  corazón como una espina, sentí que un nudo atenazaba mi espíritu y me sentí extrañamente culpable sin saber por qué.
Obedeciendo a un impulso que  brotaba de mis entrañas, con sumo cuidado tomé aquella muñeca y la acuné en mis brazos. Su cuerpecito se estremeció a mi contacto y  noté su tenue calorcillo. Ordené una greña rebelde en su frente y acaricié su carita atribulada. Sus ojillos como aceitunas negras me miraron agradecidos. Enjugué con la mano sus mejillas húmedas del  llanto. Le sonreí  y me dedicó una pequeña sonrisa.
Me sentía bien con ella en mi regazo, mirándonos con calma,  como  si toda la vida hubiéramos estado así.
Entonces la besé. Acerqué mis labios a sus mejillas descoloridas y apretujándola contra mi le di unos tiernos  besos.
Podría jurar que oí un insólito y suave suspiro. Y cómo sus desmañados bracitos de trapo rodeaban  mi cuello y su boquita me besaba también.
Me sentí de un modo tan especial tras lo sucedido que, ensimismado todavía por ese contacto increíble, tardé en percatarme de lo que estaba ocurriendo. La muñeca fue creciendo y creciendo mudando incomprensiblemente  su aspecto. Fue asombroso.
De repente tenía ante mí a una chica que me miraba a través de unos expresivos y enigmáticos ojos verdes. Su cutis era terso y sonrosado. Me sonrió ampliamente.
- Hola, soy Fatama.
De repente tenía un gran problema; una jovencita que había aparecido en mi vida sin saber cómo ni por qué y debía encontrar una salida lo antes posible pues no podía camuflarla debajo de un armario como si tal cosa.
Lo primero fue vestirla; se puso una camisa vieja y unos vaqueros desgastados que iba a retirar;   con esto saldría del paso.
- ¡Qué palacio tan extraño! Nunca había visto nada igual.-exclamó asombrada al recorrer la casa.- ¿Dónde estoy, como te llamas?
- Me llamo Roberto y ésta es mi casa. ¿Puedes decirme quién eres tú realmente?
- Te lo he dicho; me llamo Fatama  y soy la hija de la bruja que quemaron en la hoguera, acabo de contarte mi historia.
- Si, una historia increíble, fruto de una alucinación sin duda, es lo más extraño que me ha pasado nunca.
Me quedé mirándola haciendo balance de  la situación. Tenía delante una chica de unos veintitantos años, algo delgada y bonita de cara. Si era cierto, la hija de una bruja, venida de otra época al siglo veintiuno. ¿Cómo justificaba su presencia, qué hacía con ella?  La cabeza me iba a mil por hora buscando una solución. ¿Por qué tenía que sucederme a mí todo esto, a un simple funcionario de vida tranquila que nunca se metió en ningún lío?
Aquella chica que decía llamarse Fatama tomó mis manos y su mirada cándida y juvenil me envolvió.
- Por un extraño sortilegio al besarme me has devuelto a la vida en el cuerpo de una muchacha de aspecto normal, como siempre envidié de las demás. Ahora, mi destino, mi vida, está ligada a la tuya para siempre, Roberto.
Sentí un calor sofocante que me abrasaba al oír aquello.
- Salgamos al jardín, necesito tomar aire puro. -le dije apremiante.
Salimos al exterior y aunque imperceptible al principio, fui testigo de los cambios que, inexorables,  empezaron a producirse a continuación.
El sol se oscureció de repente y el cielo se pobló  de nubes negras que adoptaron formas inverosímiles y tortuosas, cual  seres fantasmagóricos que  danzaban  macabramente  mostrando un aspecto amenazador que infundía miedo. ¿Qué estaba pasando?
Al volver el rostro hacia Fatama me llevé el mayor susto de mi vida. La chica atractiva de ojos verdes había desaparecido. En su lugar había una figura sucia y zarrapastrosa con el rostro más horrendo que mente humana pueda imaginar. Su boca era un agujero negro en el que apenas asomaban dientes. Sus ojos ardían al mirarme y sentí pavor al contemplar aquella figura salida del Averno.
Entonces  lo comprendí. Y la verdad me aterrorizó. Al salir al exterior, fuera del cofre y del escudo protector de Santiago Apóstol, el señuelo de muchacha inocente se  había convertido en lo que realmente era:  una bruja. Que se situó frente a mí y puso en mi frente su mano fría y huesuda.

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El  pastor que estaba con sus ovejas en la colina desde la que se divisaba el pueblo de Cantacaños, fue testigo del hecho más insólito y extraordinario que contemplaría nunca. Formando un espeso  perímetro alrededor de las casas del pueblo surgieron de la tierra, súbitamente, árboles y más árboles, arbustos, malezas, zarzales y todo tipo de matorrales espinosos volviéndolo invisible para quien pasara por allí. El pastor quedó estupefacto. No se lo podía creer. ¡El pueblo había desaparecido.!
Por el empedrado de una calle se movía una oscura e inquietante figura. Le seguía un gran gato negro que maullaba incesantemente, apremiando a que su ama le prestara atención. Era un maullido penoso, lastimero, estremecedor por  su intensidad, rompía el alma de quien lo escuchaba.
Pero su dueña, cruel y salvajemente le propinaba,  de vez en cuando, furiosas patadas. Luego,  una risa salida de ultratumba salía de su garganta y hasta el demonio más terrible  se hubiera escondido para no escucharla.

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2 comentarios:

  1. Enhorabuena por tu cuento,Hasta el final se lee con interes y expectación.Una historia de misterio muy amena y con un final sorprendente.

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  2. Desde Andalucia, mi enhorabuena para este cuento. Me ha resultad de inquietante y de interés.

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