Era un luminoso
día de mediados de Mayo. La radiante primavera llevaba en el aire los mejores
aromas de los huertos y de los campos floridos colmados de azahar, jazmines y mil esencias silvestres. La vida bullía por todas
partes, radiante y lujuriosa, invitando a gozarla generosamente.
La bahía
estaba llena de lanchas y barcos, pequeños y grandes, surcando las aguas
tranquilas y azules. Las olas llegaban suavemente a la orilla de la playa que
empezaba a llenarse de bañistas y sombrillas multicolores, como hongos
tempranos que poco a poco lo invadirían todo.
Marina y sus amigas, Natalia, María, Pili y Eva estaban en
el pantalán del Club Náutico “Elcano”,
poniéndose los trajes de neopreno y los escarpines, a punto de subir al pequeño
catamarán cuando el abuelo de Marina apareció en el muelle con una gran bolsa.
- Eh,
muchachitas, olvidabais las hamburguesas y las coca colas.
El abuelo
siempre tan atento, pensó la nieta, no se le escapaba un detalle. Les dio un
beso a todas y les soltó las últimas recomendaciones; que no se fiaran del mar
aunque estuviera tranquilo y que no se alejaran demasiado.
Todas le
prometieron que se portarían bien y una vez se alejaron de la costa una sensación de gozosa libertad
las inundó con aquella brisa marina fresca y vivificante.
Marinita
gobernaba con presteza el catamarán, su madre y su abuelo eran patrones de
barco, y la habían instruido sabiamente. Por eso llevaba el timón, la pequeña
nave estaba en buenas manos. En todas las salidas que hacían se lo pasaban muy
bien. En medio del mar nadaban y buceaban incansables, el mar era su pasión, especialmente de
Marinita, por estar su familia tan ligada al mar.
Después
subían al barco y tras dar buena cuenta
de la apetitosa merienda, terminaban tumbadas en la red para la siesta.
Así estaban
ahora, dormitando haciendo la digestión cuando
Natalia fue la primera en darse cuenta de que el barco se movía solo. No
soplaba ya el viento de poniente que las había llevado hasta esa latitud. El
balanceo de las olas se había convertido en una navegación suave al principio,
pero que luego fue incrementándose hasta tomar la velocidad de un fueraborda de
potente motor. Las cinco se incorporaron sobresaltadas. Y muy asustadas.
Se quedaron
mirando a Marinita para que, como experta navegante, encontrase una explicación
a lo que estaba pasando. Pero ésta, aunque era la más pequeña, pues tenia 13
años y sus amigas 14 y no se arredraba fácilmente, estaba tan desconcertada
como las demás.
La situación
pintaba cada vez peor, el catamarán volaba sobre las olas como un veloz
proyectil. Las chicas se sujetaron como pudieron al pequeño mástil, a la red, a
lo que tenían más a mano. Lo más curioso era que la superficie del mar estaba
increíblemente tranquila, como un espejo en el que se reflejaba pacíficamente
el sol de aquel esplendoroso día de Mayo.
Gritaron
aterrorizadas cuando vislumbraron un remolino que giraba sobre sí mismo a una
velocidad aterradora. Iban derechas hacia él, irremediablemente. No tenían
escapatoria. Era una situación absurda, pensaron. Iban a morir. ¿Por qué les
tenían que pasar estas cosas? Solo era un simple paseo en el barco de Marinita,
como tantas veces. Aquello no podía estar pasando.
El catamarán
de Marinita con sus amigas cayó en picado sobre el centro del gigantesco
remolino. Sólo alcanzaron a ver el resplandor del cielo azul antes de que se
las tragase aquella furiosa trituradora marina.
Se agruparon
dificultosamente bajo el agua y cuando trataban de subir a la superficie vieron
con estupor cómo una gigantesca almeja, o una ostra, -no lo supieron-, se les
acercaba a ellas a la velocidad del rayo.
Se abrió del
todo y se las fue engullendo una a una, en un abrir y cerrar de ojos. Su
interior era un espacio estanco según comprobaron las cinco.
- Esta
oscuro, Marinita,
- Sí, Pili,
sí. Y calentito, se me ha secado el pelo de repente.
- Es
increíble –dijo Natalia-, Y viajamos rápido dentro de esta almeja o lo que sea.
- Chicas,
esto no me gusta nada. –dijo Eva asustada.
Aquel
improvisado submarino en el que viajaban se detuvo finalmente. Y al
abrirse por completo quedaron boquiabiertas. Estaban dentro de una
especie de palacio bajo el mar. Millones y millones de increíbles peces
luminosos relucían para mostrar un salón de extraordinarias dimensiones, más
bien era una pradera marina a cuyos lados se alineaban cuidadosamente
dispuestos incontables pecios de barcos de todas las épocas, estilos y tamaños.
A modo de
techo flotaba sobre sus cabezas un mosaico de fantásticas medusas de mil formas
y colores que poseían luz propia, como
lámparas que se mecían suavemente las unas
a las otras.
Una raya
descomunal se posó delante de ellas para que subieran. Como nadaba a gran
velocidad en un santiamén las llevó al otro extremo del lugar. Entonces
repararon en que todos los orificios de su cuerpo estaban herméticamente cerrados. No podían abrir la boca, ni tampoco les entraba agua
por la nariz. Y respiraban. No tenía
explicación pero así era.
Se vieron
delante de un ser tan majestuoso como increíble, mitad pez y mitad hombre. Era
muy alto y dos sirenas también muy altas le acompañaban en un trono de conchas marinas.
Las cinco se
miraron abrumadas por la escena de la que formaban parte.
Pasó algo que
no se esperaban. Aquel personaje
insólito habló. Aunque lo de hablar fue un decir. Vieron que movía la boca y
unas burbujitas salieron de ella. Estas burbujitas se metieron en los oídos
de Eva, Natalia, Marinita, Pili y María
y se convirtieron en palabras. Les hacían cosquillas pero las entendieron.
- Soy Poseidón, dios del Mar, hijo de Cronos y hermano de Zeus. Me habéis
puesto tantos nombres como culturas y
pueblos poblaron la Tierra. Llamadme Neptuno si queréis, os resultará más
familiar. Os he traído hasta mis dominios para que seáis testigos de lo que esta
pasando. Sois muy jóvenes, alevines de mujer, y os gusta mucho el Mar, navegáis en el pequeño catamarán de Marinita
muy a menudo. Ahora mirad en derredor, os presento a mis súbditos, los
habitantes del Mar.
Neptuno hizo
un gesto con el brazo que sujetaba el tridente de oro.
Las cinco
descubrieron entonces la infinita variedad de peces y seres marinos que nadie
pudo antes contemplar. Desde el diminuto plancton hasta la majestuosa e
impresionante ballena azul. Apenas sí unos pocos peces les resultaban familiares,
de tantos que había. Era increíble.
- Son una
representación de cada especie de peces; ellos y mis dos hijas aquí presentes,
Nori y Chuli –las sirenas hicieron un movimiento de cabeza- formamos el Consejo
del Mar y tomamos las decisiones pertinentes. Estamos muy preocupados, nuestra
propia existencia y también la vuestra están en peligro. Es tan grave el asunto que no le
vemos la solución. Mayormente porque no depende de nosotros específicamente,
los habitantes marinos.
Neptuno hizo
un gesto de cansancio y dejó el tridente en manos de su hija Nori. Estuvo
pensativo por unos momentos antes de que unas burbujas con más palabras
salieran de su boca.
- Sería muy
larga la explicación, muchachitas. Y os aburriría. Los viejos como yo tendemos
a hablar más de la cuenta. Os voy a proponer un pequeño viaje por el Mar. No
por la superficie si no por dentro, más allá de donde ningún ser humano haya podido llegar. Os
daréis cuenta de que nos extinguimos lenta,
pero inexorablemente. Y también vosotros como no rectifiquéis. Mis
súbditos mueren poco a poco, es una carrera que no puedo detener aunque sea un
dios. La superficie terrestre, la Tierra,
mi hermana, también agoniza como yo. No contentos con destruir selvas y
bosques tiráis al Mar toda vuestra basura, los ríos desembocan llenos de veneno
y ahora llenáis el fondo marino de bidones radiactivos para perderlos de vista
cuanto antes con la vana esperanza de
que mis aguas puedan disolverlos y
desaparezcan para siempre.
Cada día
mueren más y más peces, especies enteras dejan de existir. Una cosa es que os alimente con ellos, hasta permito
que saquéis petróleo de las plataformas horadando mi lecho marino.
Pero otra es
que ni les deis tiempo a que se reproduzcan por no respetar sus ciclos vitales.
A este ritmo de capturas no quiero deciros cuánto tiempo os queda de pesca para
no asustaros. Lo descubriréis muy pronto vosotros mismos.
Neptuno tenía
cara de enfadado, las cinco se dieron cuenta. Las burbujas llenas de palabras y
sonidos eran cada vez más gordas y chirriaban en los tiernos oídos de las niñas
que no sabían cómo terminaría aquello.
- Nuestro
padre –dijo Chuli, la hija de Neptuno- de vez en cuando monta en cólera y
pierde los estribos y os manda
tempestades, maremotos y galernas, hunde barcos y quiere ahogaros a todos. Casi lo consigue en
el terrible tsunami que os envió no hace mucho. Nunca le vimos tan furioso, no
sabemos todavía qué le hizo detener su tridente destructor.
- Sea,
cúmplanse mis órdenes – exclamó Neptuno imperiosamente.
Sucedió una
cosa inexplicable. Marinita, Noelia, Pili, Eva y María se convirtieron en
merluzas. Así, de repente. Nori y Chuli, las hijas del dios del Mar les acompañarían.
Las cinco
amigas se miraron las unas a las otras completamente desconcertadas. Y asustadas.
Habían perdido su esbelta figura de adolescentes para ser unas lindas y
brillantes merlucitas.
Fue un viaje
tan sorprendente como maravilloso. Primeramente descendieron a los más
profundos espacios abisales, donde ni siquiera el batiscafo más potente podría llegar al primer nivel. Las escamas de las
Princesas se iluminaron y así podían ver por dónde iban. Descendían y descendían
sin detenerse y sin notar el menor frío
en esas profundidades porque las sirenas también les proporcionaban calor.
Al llegar al
fondo del todo el espectáculo les conmovió. Como un pueblo inmenso se abrió ante
sus ojos. Millones de lucecitas brillaban como si fueran casitas en medio de un
paisaje de montaña. Vistos más de cerca eran peces de extrañas y aterradoras
formas, como de otro mundo. Marinita y sus amigas estaban boquiabiertas. Nadie
podría sospechar el infinito número de peces que vivían en tan inhóspitas
regiones.
Después
ascendieron lentamente, siempre detrás de las Princesas. Condujeron a las
merlucitas por inabarcables bosques marinos; como era primavera la posidonia
estaba cuajada de frutos, pequeños, parecidos a una aceituna. El pasto marino
se extendía fértil, generoso en su alimento para los peces y habitantes del
mar, cobijo y reposo para muchas especies.
La gigantesca
alga kelp se enseñoreaba también de un
amplio paisaje, al igual que otras muchas variedades de ellas; constituían un
alimento muy apreciado y abundante para muchos pueblos que las recolectaban.
Siguiendo la
estela de Nori y Chuli recorrían largas distancias, de un Océano a otro, de un Mar al siguiente. Conocieron
el Mar de los Sargazos y en el Estrecho
de Mesina la Princesa Chuli les explicó
que en la antigüedad decían las leyendas que habitaban monstruos que devoraban a los marineros y se tragaban
barcos enteros.
Nadar sobre
los bancos de coral fue un regalo para los ojos y los sentidos. Cuando el sol se filtraba a través de las aguas era
una sinfonía de color inigualable.
Nadaron
incansables por aquel espacio infinito que era el Mar, el reino de Neptuno, el
padre de las Princesas. Vieron de todo; la belleza deslumbrante que esconde el
Mar pero también su agonía, la feroz
degradación a que el hombre la somete día a día. Escombros y restos que lo
cubrían todo tornando las aguas putrefactas y destruyendo cualquier asomo de
vida a su alrededor. Y con el miedo pintado en su rostro vieron los bidones
radiactivos alineados hasta perderse de vista, como un inocente elemento más en
aquel precioso paisaje submarino aunque llevando en su interior la simiente más
mortífera y letal, una auténtica bomba de relojería sin marcha atrás.
- Mi hermana
Chuli y yo nos retiramos ahora –dijo de repente Nori-. Nadaréis solas por donde
os plazca. Dependeréis de vosotras mismas. Sed inteligentes y prudentes, no os
fiéis de nada ni de nadie. Podréis convertiros en el pez u organismo marino que
más os guste siempre teniendo en cuenta que si una cambia de forma las demás
también lo harán. Y siempre y en todo lugar y momento los ojos de mi padre y
los nuestros os vigilarán y seguirán vuestros pasos. Hasta luego, merlucitas……
- y sonrió graciosamente con la elegancia de una Princesa que era.
Las cinco no
sabían qué hacer aunque la libertad recién obtenida les hizo ilusión.
- Siempre
quise ser una tortuga gigante –dijo Marinita.
Y al instante
todas fueron tortugas. Nadaban una detrás de la otra, pausadamente, gozando de
su nueva situación y sintiéndose protegidas con su poderoso caparazón, eran
como blindados marinos, ningún pez las mordería. Los demás habitantes del Mar
las contemplaban sorprendidos, nunca vieron una formación de tortugas tan bien
alineada.
Así
disfrutaron un buen trecho hasta que de
repente Natalia quedó inmovilizada, como
también les sucedió a las demás.
No se dieron cuenta de ello hasta que no había remedio para ninguna.
- Es una red
a la deriva –advirtió Marinita.- Mirad a nuestro alrededor.
La sangre se
les petrificó en las venas. Había multitud de peces de todos los tamaños
enredados, las bocas abiertas en un grotesco gesto de dolor antes de morir de
agotamiento y desesperación. Fue espeluznante verlos, ninguno pudo escapar y
ese era el triste final que les aguardaba. ¿Qué otra cosa podían esperar si no
debatirse inútilmente hasta desfallecer?
- Miradme,
chicas –dijo Eva- Convertíos como yo, rápido.
Al momento se
transformaron en poderosos peces-sierra, especie de escualos de gran tamaño. Y
con gran presteza cortaron la red para quedar libres. Pero no contentas con
ello la serraron por completo para que
dejara de ser un peligro en lo sucesivo.
- Ufff, de
buena nos hemos librado, ¿eh? –exclamó María al verse libre.
- Unámonos a
esa inmensa formación de peces, allí dentro pasaremos desapercibidas y haremos
amistades. –propuso Pili.
El cardumen,
también llamado banco de peces, contaba con innumerables sardinas, caballas y
arenques. Tuvieron que tener cuidado para no despistarse entre tantos, era como
estar en un concierto atestado de gente. Pero se sentían seguras y saludaban a
las otras sardinas.
Una vez más
sucedió algo extraño. Se vinieron unas contra las otras, apretujándose y
comenzaron a ser izadas a la
superficie. Marinita lo comprendió en
seguida. Habían caído en la red de un barco de pesca. Pronto saldrían del agua
y ya en la cubierta no tendrían la menor oportunidad.
De nuevo fueron
peces-sierra y abrieron de par en par la red liberando a todos sus compañeros.
En su fuero interno imaginaron la cara
de sorpresa que pondrían los pescadores al ver la red con semejante agujero y ni un solo pez dentro.
Suspiraron de
alivio al verse fuera de peligro y Natalia dijo:
- Siempre
quise tener tantas manos como un pulpo para hacer todos los deberes de una.
Os propongo que seamos pulpo, será divertido.
Y así fue.
Cinco pulpos juntos era un espectáculo digno de ver. Se abrazaron las unas a las otras, se
retorcieron, se persiguieron y jugaron como nunca lo habían hecho. Hasta que
apareció, súbitamente, un trío de
morenas, contemplada también la escena por congrios, ambas especies enemigos
naturales de los pulpos.
Las cinco se
asustaron mucho al ver aquellos dientes tan afilados que poseían las morenas y
esa cara de expresión torcida como la de una hiena que tenían. Por puro
instinto juntaron sus cabezas globosas formando una poderosa barrera con los
cuarenta tentáculos armados de ventosas que sumaban entre las cinco.
Las morenas
se detuvieron en seco al ver semejante y desconocido monstruo que movía un sin
fin de brazos al mismo tiempo. Era terrible y amenazaba con atraparlas a las tres si se acercaban a él.
Así que a
toda la velocidad de la que fueron capaces se camuflaron en una oscura oquedad. Los congrios viendo lo que
sucedía se esfumaron discretamente.
- No ganamos
para sustos.
- Desde
luego, Marinita, desde luego –aseguró también Eva.
- Por si
vienen de nuevo escondámonos dentro de aquellas vasijas.
Así lo
hicieron. Y como estaban agotadas
después de tantas aventuras y sobresaltos, se durmieron
plácidamente en el interior de aquel
improvisado y acogedor refugio.
Menos mal que
Marinita tenía el sueño ligero y eso fue lo que las salvó otra vez. Así que
asumió la situación cuando la vasija empezó a emerger, gritó lo más fuerte que
pudo:
- ¡¡¡
Natalia, Eva, Pili, María, deprisa, deprisa, salid de aquí lo mas pronto que
podáis, no perdáis ni un segundo!!!
A su orden
salieron apresuradamente y vieron cómo las vasijas, atadas unas a la otras
junto con otro buen número de ellas, eran izadas a la superficie.
- Son una
trampa mortal para los pulpos; tienen querencia por esconderse en espacios que
creen seguros y eso les pierde; es un arte de pesca que utilizan los pescadores
que lo saben.
De nuevo el
corazón les iba acelerado después de este último percance.
- Pues
seremos atunes, son unos peces impresionantes de más de doscientos kilos de
peso – dijo Marinita.
Convertidas
en atunes adultos se sintieron fuertes y seguras como cuando fueron tortugas. Descubrieron
a lo lejos una gran formación de individuos y allá que fueron a unirse con los demás de su
especie.
El atún era
un pez hermoso, fuerte, de cuerpo esbelto y nadaba muy rápido.
Estaban
orgullosas y contentas de ser atunes, se miraban y se daban cuenta de lo bien que les sentaba su nuevo aspecto.
Y de nuevo
pasó algo parecido a lo que sucedió cuando eran sardinas. Otra red, invisible
hasta ese justo momento, las izaba rápidamente. Cundió el pánico sin que nadie
pudiera evitarlo. Chocaban los unos contra los otros, desesperados en su inútil
huida. Dentro del agua la red formaba
como un coso acuático, una piscina dentro del mar. Los ojos ansiosos y prestos
de los marineros las devolvieron a la dura y cruel realidad. Aquello era la
famosa “levantá”, el momento crucial en que los atunes son izados a la
superficie para ser pescados con el arpón. Marinita y sus amigas no sabían cómo
zafarse y huir de allí. Todos corrían enloquecidos para no ser blanco de los
marineros. Pero eran muy diestros y manejaban el arpón con maestría; no en vano
era una costumbre que ya se utilizaba desde los fenicios y demás pueblos que
poblaron el Mediterráneo.
Marinita
estaba angustiada, no veía a sus amigas; Pili y Eva, que hacía unos segundos permanecían con ella;
ya no estaban. Fue en ese momento cuando sintió la punzada del arpón y
vislumbró la cara del marinero que se lo clavaba. Fue el dolor más terrible que
había sentido jamás. Comenzó a salir sangre a borbotones, como un grifo que se
deja abierto. El agua a su alrededor era roja, todos los demás
atunes se convulsionaban heridos de muerte con los arpones clavados en sus
bellos cuerpos. Aquello iba a ser el fin, pensó; en su tragedia inminente creyó
vislumbrar a sus amigas, también debatiéndose sin remedio, desangrándose en
aquella carnicería.
Una pequeña
luz la alumbró por un instante, el suficiente para gritar sin oírse a sí misma
siquiera….
- Amigas,
oídme, por Dios, que seamos plancton, por favor, Dios mío....
Y el ensalmo
funcionó de nuevo. Sin poder explicárselo
estaba fuera de la red, convertida en un
insignificante corpúsculo, un diminuto
organismo, el más simple, que flotaba y
era arrastrado por la corriente para ser alimento de los peces más grandes.
Un gigantesco
cuerpo de escamas se interpuso en su camino. ¿A qué nuevo peligro iba a
enfrentarse esta vez? Ya no tenía fuerzas para luchar más. Que fuese lo que
Dios quisiera.
Pero su
corazón se llenó de júbilo al ver a sus amigas pegaditas en una escama de
aquella sirena que no era otra si no la
Princesa Nori.
Las cinco se
abrazaron contentas por haberse salvado y la Princesa las devolvió de nuevo a
su estado de merlucitas.
- Ahora nos
reuniremos de nuevo con nuestro padre el dios Neptuno para dar cuenta de
vuestras correrías. Ya no debéis temer nada a nuestro lado.
Marinita
estaba fascinada viendo a las sirenas-Princesas. Eran guapísimas, lucían una
larga melena; Nori era de pelo negro azabache y Chuli rubia como una lluvia de
oro. Su medio cuerpo humano era la perfección femenina absoluta. Ni el gran
Miguel Ángel soñaría esculpir unas formas como aquellas. La cola era poderosa
y grácil al mismo tiempo; iba en consonancia con la bella suavidad de su talle femenino, toda ella era un
conjunto armonioso y seductor para quien las contemplase.
Marinita no
pudo resistir la tentación. Sus amigas leyeron su pensamiento y asintieron.
- ¿Podemos
pediros un favor antes de llegar a palacio?
- Pídelo y si
es razonable y está en nuestras manos quizá os lo concedamos.
- Queremos
ser sirenas como vosotras, aunque sea por unos instantes, nos hace mucha
ilusión.
- Vale, pero
no se os ocurra decírselo a nuestro padre, ¿eh?
No tenía
explicación pero quedaron convertidas en sirenas. Eso sí, un poco de menor
tamaño que las Princesas.
Fue
fantástico. Y era facilísimo nadar siendo sirena. Las cinco se miraron
extasiadas, nunca se sintieron tan a gusto como en esos momentos. Hicieron cabriolas,
jugaron al corro de la patata, compitieron en carreras,
se divirtieron al escondite; hasta bailaron al son de unos peces flautas
que se congregaron sorprendidos de ver a siete sirenas juntas. Cuando dejaron
de bailar una multitud de peces aplaudió con sus aletas y sus colas admirados
por tan sublime espectáculo.
Se hizo de
noche y llegaron a unos acantilados. Era un lugar inhóspito, azotado por mil
vientos y donde se levantaban unas olas
gigantescas que barrían el lugar ferozmente. En lo alto brillaba una luna llena
que sacó destellos de plata en las escamas de las sirenas cuando se apostaron
en un saliente. No supieron cómo pero una melodía dulce y sensual empezó a
salir de sus gargantas. Como un profundo susurro, largo, intenso. Las cinco
miraban absortas el astro lunar, diríase que les inspiraba aquel canto tan
misterioso y sutil.
Unas formas
que se movían aparecieron en el horizonte. Eran apenas tenues trazos que, poco
a poco, se fueron agrandando conforme se
acercaban a la costa. Y el melodioso canto de las sirenitas se hizo más fuerte
y vibrante conforme los barcos estaban más próximos.
Las naves
iban directas a los peligrosos salientes rocosos. Marinita y sus amigas
cantaban y cantaban, cada vez más imperiosamente. Llamaban a los marineros,
pronunciaban sus nombres, los invitaban a reunirse con ellas.
Marinita
estaba desconcertada. Por un lado no podían dejar de cantar y por otro aquellas
naves se estrellarían sin remisión contra las rocas.
- ¿Os dais
cuenta de la situación, lo que está pasando, sirenitas? –dijo Chuli.
- Pues
sucede -siguió ahora la Princesa
Nori- que las sirenas atraemos a los
marineros, los tentamos con nuestra melodiosa voz para que se unan a nosotras y
nos liberen de nuestra soledad y nos conviertan en mujeres de verdad.
Asomaron unas
lágrimas en sus ojos, fruto de una nostalgia desconocida.
- Aunque….-la
Princesa se sobrepuso- debemos irnos de inmediato antes de causar un accidente.
Esto que os he contado era una costumbre antigua. Ahora solamente quedamos dos
sirenas, mi hermana Chuli y yo. Y os confesaré un secreto. De la unión de una
sirena con un hombre únicamente nacían hembras, Y todas, sin excepción, eran
pelirrojas. Cuando veáis una chica con el pelo de ese color pensad que es
descendiente de una sirena. Por eso abunda tan poco el pelo rojizo.
Marinita y
sus amigas estaban sorprendidas por aquella revelación. Era una historia
increíble pero indudablemente cierta.
Nada menos que una sirena de verdad, hija del Neptuno, dios del Mar, se lo
había contado.
Neptuno las
recibió afablemente. Se le veía contento. Lo primero que hizo fue devolverles
su estado humano.
- Todo se ha
desarrollado según lo previsto y habéis
actuado con sentido común y de buena fe gracias a vuestro gran corazón. Habéis
visto las maravillas del Mar y los peligros que amenazan al Mar. y siendo peces
comprendisteis que gozan y sufren como seres vivientes que son.
Volved a la superficie y cuidad de nosotros, decidle a todo el mundo que si el
Mar muere la Vida se extinguirá del
planeta para siempre. Marchad en paz.
Se
despidieron de Neptuno, de las Princesas Nori y Chuli, de todos los presentes.
Lloraron como nunca habían llorado y sus lágrimas, convertidas en burbujas de
color rosa, fueron recogidas por una
ostra gigante que las transformó al
instante en una perla de gran tamaño.
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El sol de la
tarde dibujaba la sombra alargada del catamarán de Marinita en la tranquila
superficie del mar mientras corría un vientecillo muy agradable. Poco a poco
fueron despertando; la primera fue Marinita que, como siempre, tenía el sueño
más ligero.
- Chicas, he
tenido un sueño tan fantástico e increíble que si os lo cuento me diríais que
estoy loca.
- Pues el mío
flipa de verdad –aseguró Natalia-.
- He soñado
que era una sirena –terció Eva.
- Pues yo
conocí a Neptuno – sentenció María.
- También yo fui
una sirena, y hasta una tortuga gigante en mi sueño –concluyó Pili.
Una corriente
mágica y extraña se apoderó de las cinco amiguitas. Se miraban las unas a las
otras trasmitiéndose el sueño a través de un hilo invisible que era tan real
como ellas mismas.
- ¡¡¡Mirad esto!!! – gritó sobresaltada Marinita.
Y todas clavaron la mirada sobre el extremo de popa de
la red.
Una perla de
gran tamaño, rosada como delicado pétalo de flor, brillaba reflejando los últimos
rayos de sol de aquella maravillosa tarde de mediados de Mayo.
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unnkelule@hotmail.com
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