La noche era cerrada. Hacía frío. Salía un vaho por la nariz
al respirar y por la boca también. Por eso el hombre dijo las palabras justas
al comprar el billete de tren. No quería que le entrara demasiado frío por la
boca al hablar. Odiaba los resfriados.
El taquillero le advirtió que subiera al vagón de en medio,
los otros estaban fuera de uso. Esa Navidad no viajaba casi nadie y menos en una noche tan fría como
aquella.
Antes de subir al vagón se entretuvo mirando el humo que
despedía la negra locomotora; era un modelo muy antiguo, de carbón, le extrañó
que todavía existieran en uso. Pero, dado que aquella línea era tan poco
utilizada, quizá no fuera rentable sustituirla por un modelo más moderno y más caro.
Los compartimentos estaban fríos como témpanos. Y oscuros.
Todos menos uno, al que se dirigió castañeteándole los dientes.
Pensó que sería el único viajero en aquel trayecto, dado el
panorama de soledad que presentaba el
tren.
Pero se equivocó. Alguien más le haría compañía; había una señora o señorita sentada en un
asiento.
- Buenas noches –dijo tiritando.
- Buenas noches tenga usted –le respondió una voz joven.
El hombre dejó su pequeña maleta de cuero gris en la rejilla arriba del
asiento y acomodándose en el duro asiento de gastado símil de piel se dispuso a
observar a su acompañante.
- Me han asegurado que pondrán la calefacción cuando arranque
el tren.
Le sorprendió la espontaneidad de la mujer.
- Pues menos mal, hace un frío terrible, no lo soportaríamos.
Gracias por su información.
Era una chica. Joven.
Un pañuelo de colores cubría
su cabeza, y llevaba gafas oscuras. Vestía un abrigo largo
de paño verde y pantalones complementada con una bufanda de lana marrón. Desde luego iba
preparada para el frío.
La mujer notó la discreta mirada de su compañero de viaje. Y
con el mismo recato al observarle,
reparó en que el hombre llevaba gafas y en su pelo castaño claro apenas
si destacaban unas discretas canas.
Tenía una edad indefinida. Si era más mayor de lo que ella
hubiera supuesto, de ningún modo lo aparentaba. Tenía un aire de seriedad que
se diluía al mirar sus ojos, vivos y de mirada amable.
También su abrigo era de paño verde y esta casualidad le chocó
bastante. Calzaba unas elegantes botas de piel
y un reloj dorado había asomado
en su muñeca al subir la maleta.
Su colonia era penetrante, perfumaba toda la estancia.
El tren arrancó súbitamente e inició la marcha con lentitud.
Poco a poco fue ganando velocidad adentrándose en aquel paisaje montañoso y
oscuro.
Un calorcillo agradable iba saturando el compartimiento del
vagón.
Tanto el hombre como la mujer se observaban disimuladamente,
como esperando que uno de los dos rompiera aquel silencio que ya se hacía
incómodo por momentos.
- Será un viaje muy largo, señorita……..
- Victoria, me llamo Victoria, y sí, será un trayecto de
interminables horas y horas….
- Luis, mi nombre es Luis, tanto gusto, señorita Victoria. Ha
dicho usted interminable como si no fuera a tener fin el viaje. Llegaremos el día
uno del
año que viene, hoy es Nochevieja.
- Pues ahí me dará usted la razón, tardaremos todo un año en
llegar al destino. Del 2010 al 2011, nada menos –y rió comedidamente por sus
palabras.
- Sí, eso es cierto, pero no en el sentido literal como lo
dice usted. A propósito, no me hables de usted, quieres? Llámame Luis, el viaje
será largo y para qué guardar protocolos.
- Como, quiera……digo, como quieras. Es cierto, será de muchas
horas el trayecto hasta Liriolandia.
- ¿Liriolandia, has dicho Liriolandia? Ahí es precisamente a
donde voy.
Qué casualidad. Pensé, no se por qué, que bajarías antes
de llegar allí.
No veo que lleves mucho equipaje, Victoria.
- Ah, eres un buen observador. No llevo apenas equipaje, es
cierto. En realidad no debía estar en este tren. Y menos una Nochevieja. Lo
mismo que tú, en vez de estar en casa con tu familia. Y perdón por mi
suposición.
El hombre cambió su postura en el asiento y mirándola con un súbito interés le dijo:
- Tranquila, no pasa nada. Sería curioso saber cómo estamos
en una noche tan especial como esta en un solitario tren y en un solitario vagón. Seguro que ambos
tenemos poderosos motivos para estar aquí, cuando apenas falta una hora para
que suenen las doce campanadas.
- Seguro que hay una historia detrás de esta circunstancia,
pequeña o gran historia, según se mire. O una locura, como puede ser mi caso.
- ¿Locura? – se inclinó el hombre hacia delante, curioso por aquella revelación- ¿Vas a hacer una locura el
mismo día de Nochevieja? No puede ser cierto, Victoria, no. –y soltó una breve carcajada.
- Luis, no, no es exactamente una locura, quizá me expresé
mal. Te lo contaré, si. En realidad no me importa que lo sepas. Este traqueteo
del tren, el paisaje impenetrable a través de la oscura ventanilla, la soledad
que nos envuelve….parece que invite a la confidencia, a compartir un trocito de
nuestra vida con un desconocido.
- Es verdad, también siento esa necesidad, que sepas el motivo de mi viaje.
- Llevo una vida intachable en todos los aspectos. Un buen
empleo, una familia que me quiere….sin ningún sobresalto o suceso en ningún
sentido que altere mi pacífica existencia. Todo me sonríe, por decirlo así.
- Pero…me permites decirlo? Falta emoción, quizá……¿un amor…?
- Ah, jajá jajá- rió con ganas la mujer. -¿Qué te hace suponer
eso?
- Perdón, quizá supuse demasiado. Pero nadie se mete en un
tren una noche como ésta si no es por un motivo muy particular, no crees?
- Cierto, y por la misma regla de tres estás en el mismo
caso.
- Touché – hizo el hombre un gesto de asentimiento- También
tengo un motivo muy importante para ir a Liriolandia. –dejó pasar un breve
instante y dijo en tono confidencial- No me importa decirte que es un
motivo….sentimental?
Victoria mostró interés aproximándose un poco más a Luis.
- Vaya, esto se pone interesante por momentos. Cuéntalo si te
apetece, tenemos tiempo antes de las doce.
- En Google busqué referencias de un libro que luego leí, “El
cuento número trece”, de Diane Setterfield.¿Lo has leído, te gusta leer?
- Sí, me gusta mucho leer, pero ése libro en concreto no lo
conozco.
- El caso, Victoria, es que leí varias opiniones sobre el
libro. Y entre ellas una me llamó especialmente la atención. Tildaba la novela
de dispersa en varios de sus capítulos y como no estaba de acuerdo con su
parecer le escribí mostrando mi total
disconformidad. Era una lectora y me contestó reiterándose en su juicio. Por
supuesto le volví a escribir. Bueno, para no hacerlo largo, te diré que hubo un cruce de opiniones a cuál
más firme y categórica. Y, poco a poco, entre carta y carta fuimos compartiendo
gustos y opiniones sobre un sinfín de temas, sobre todo culturales. Y luego de
aspectos de la vida. Un día, sin saber por qué, surgió el conocernos. En
Liriolandia nos conoceremos; llevaré el libro de la discordia bajo el brazo.
- ¿Ah, sí? –la expresión de Victoria denotaba un súbito
interés.- Parece una historia romántica. Me recuerda a otro libro “Contra el
viento del norte”; dos seres desconocidos que por azar del destino reciben por
equivocación unos correos y llegan a entablar amistad. ¿No serás por casualidad uno de los personajes del
libro? – y volvió a reír ampliamente.
- No, Victoria, no lo soy. –el hombre la miró fijamente
cuando le dijo…..- A ver si tú, por el contrario, eres la protagonista femenina
de la historia – le sonrió cordialmente.
- Mi historia es algo similar a la tuya y a la del libro,
fíjate qué casualidad. Nunca se sabe si los escritores escriben sobre la
ficción o sobre algo que se basa en la realidad.
Victoria se recostó en el asiento quitándose el pañuelo.
Lucía una larga melena de pelo castaño claro. Luis comprobó que era atractiva y
su belleza era serena y armoniosa. Pero aquellas gafas oscuras desentonaban en
el óvalo de su rostro. Pensó pedirle que se las quitara. Y cuando fue a decir
algo su reloj le indicó que faltaban cinco minutos para las doce.
- Las doce, Victoria, la Nochevieja está ahí. Llevo una radio
pequeña, oiremos las campanadas por aquí.
- Y yo tengo dos vasos de plástico y una Fanta sin empezar.
- Harán juego con los cacahuetes pelados en lugar de las
uvas.
Rieron como dos niños
que disfrutan del mismo juego.
- Habrá que pedir un deseo fervientemente y desear que se
cumpla.
- Sí, Luis, ya lo tengo pensado. ¿Y tú?
- Yo también. Pero antes me gustaría ver los ojos de la persona
con la que voy a compartir la noche más especial del año.
Sus palabras fueron acompañadas por una mirada vehemente y
cálida, amistosa; y Victoria, con
premeditada lentitud y sin perder detalle del efecto que causaba en Luis lo
miró a través de aquellos singulares y exóticos ojos caquis sorprendentemente
luminosos y preciosos.
Algo indefinible asomó en la expresión de su compañero de
viaje. Ella movió la cabeza divertida y coqueta. Luis estaba absorto mirándola,
como un niño que contempla lo nunca visto.
- ¿Te gustan mis ojos, Luis? –recalcó a propósito tendiéndole
un vaso lleno de Fanta.
Ensimismado como estaba desparramó por el asiento unos
cacahuetes.
- Vaya, nos quedaremos sin uvas, Luis.
- Han sido tus ojos, me han deslumbrado.
- ¿Sí? Hace tiempo que nadie me dice un piropo, y menos ése. ¿Sabes?
Vienen de herencia familiar; de parte de mi madre.
- Pues….nunca los vi tan bonitos, parecen piedras preciosas.
- Eres un zalamero, Luis. Si la cita que tienes es la que me
figuro, sin duda sabrás decirle palabras hermosas. A las mujeres nos gustan.
El hombre intensificó la mirada dándole un matiz más
personal.
- Y si es un hombre quien espera la llegada de este tren
cuando vea tus ojos los querrá ver todos los días de su vida.
Victoria lo miró sin
pestañear durante unos instantes que se hicieron eternos antes de que un
radiofónico y lejano reloj sonara empezando las campanadas.
Uno, dos, tres….entre risas atragantadas de divertida
simpatía tomaron cada uno las doce uvas de rigor, en este caso doce cacahuetes.
Luego levantaron los vasos de Fanta y mirándose a los ojos
brindaron.
“Es un tunante, un auténtico y delicioso tunante; desde un
principio ha sabido quién soy, la Victoria con la que ha quedado en
Liriolandia. Con la que ha pasado tantos y deliciosos momentos debatiendo los
temas más inverosímiles, riendo divertidos, esperando el día siguiente para continuar con la misma ilusionada
complicidad. ¿Qué se dirían cuando se vieran en el lugar donde habían quedado? Estaba ansiosa por saber cómo se presentaría,
si le daría un abrazo de bienvenida,
quizá un beso apresurado y nervioso.”
“Es más atractiva de cuanto supuse. No sé cómo nos
presentaremos después de vernos aquí. Iremos cada uno por su lado al bajar; sí,
eso haremos, por lo menos yo. Seguiremos la broma, como si tal cosa. Y, luego,
celebraremos la casualidad de este encuentro inesperado, que será inolvidable
para siempre. Ay, que manera de mirar, cómo mueve sus pestañitas cada vez, ese
rubor de manzanita….Es……un encanto, Dios mío……”
Pareció que el tiempo se había detenido; cada uno seguía en
la ensoñación de la última campanada que daba paso al nuevo año 2011.
Una tierna dulzura iluminaba sus rostros, unidos por un
suspiro, por un anhelo compartido.
Al chocar los vasos de plástico en el brindis quedó en el
aire un beso apenas entrevisto, como dibujado en papel de calco. Pero indeleble
en sus corazones; quizá preludio de otros muchos que brillarían con luz propia.
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