domingo, 18 de octubre de 2015

Chanel nº 5


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El inspector Casimiro Canales no sabia a qué conclusión llegar por más vueltas que le daba a los dos casos pendientes. El primero de ellos contemplaba la cuarta víctima en cuestión de tres meses; el mismo tipo de muerte e idénticas  circunstancias. Varones, de 40 a 50 años y de buena posición social eran las  coincidencias comunes. 
Éste que examinaba  ahora tenía la misma expresión de arrobamiento en su rostro que vio en los otros anteriores. La muerte debió de sorprenderle realizando algún acto sumamente gratificante por lo que se podía deducir.
Estaba desnudo, apenas media sábana cubriéndole. La habitación, en orden. Seguro que los de científica no encontrarían otras huellas que las del muerto y las de las mujeres de la limpieza por mucho que se esmerasen en la labor. 
Era tarde y en vez de irse a dormir, volvió a  comisaría. Con un gesto de cansancio saludó a Adela. Era su ayudante y tenía guardia esa noche. Intuyendo sus pensamientos, depositó sobre la mesa del Inspector los expedientes del  "Caso del hotel" y "La mujer del descampado." Luego le trajo un café doble;  le haría falta.
El inspector tenía claro, en el primer sumario, que los varones  habían pasado la noche con una mujer y  no despertaron jamás. Los hoteles eran de cinco estrellas, los más lujosos de la ciudad. En  las grabaciones de las cámaras de seguridad se veían acompañados de una mujer muy alta, con toda seguridad sobrepasaría el metro ochenta. Tan pronto era rubia como morena; o pelirroja. Vestida de traje chaqueta con pantalón la primera vez y con falda corta en  la segunda ocasión;  con  atuendo informal la última. Se intuían prendas caras, de boutiques exclusivas. Con toda certeza era la misma dama pero alternando diferentes atuendos para despistar aunque su altura de ningún modo  podía disfrazarla para pasar desapercibida. Encima calzaba zapatos de tacón alto.
Cubría los ojos con gafas de sol, para mayor inri;  era de esperar. Contemplándola en conjunto se trataba de una mujer joven y muy atractiva, tenía toda la apariencia de una modelo de pasarela de lujo.
Aunque indudablemente  había mujeres tan atractivas como la que veía en las imágenes, -pensó el inspector- algo en su instinto le indicaba que no era una vulgar dama de compañía ocasional. La experiencia de tantos años de pesquisas le hizo ver sutiles detalles en su forma de andar y desenvolverse que la elevaban por encima de la categoría de cortesana.
Luego estaba ese elemento  que, aunque nimio, quizá fuera una prueba a tener en cuenta;  se trataba del perfume presente  la habitación.
Nuria, la cabo de científica, fue la que detectó esa esencia tenuemente impresa  en la almohada y en las sábanas. Se trataba del conocido Chanel nº 5, de Dior. Ella misma le confesó privadamente al inspector que lo guardaba  en su tocador junto con otras  fragancias.
En sí no era  ninguna prueba de nada, ese aroma  era usado mundialmente por millones de mujeres. El Inspector se sorprendió recordando las declaraciones que en su día hizo la célebre Marylin Monroe afirmando que al acostarse sólo se ponía unas gotas de Chanel nº 5. Se sacudió de la mente el cuerpo de la diva vestida con tan original pijama y se centró de nuevo en los casos.
Debería visitar los lugares de alterne más de moda,  bares y terrazas donde ese tipo de mujeres solían tender sus redes para captar clientes. A no dudar que recurriría a su preferido y asiduo confidente, Manolo Puentes, alias "el Narices", metido en los entresijos de la noche y sus aledaños. Nada sucedía que él, de un modo u otro,  no llegase a saber.
No eran  las típicas muertes causadas por un crimen pasional; normalmente había un cuchillo clavado en el pecho, un tiro a bocajarro, la cabeza rota a martillazos,  al amante o al  infiel, a veces ambos.
Los primeros análisis de laboratorio no detectaron ninguna sustancia sospechosa como causante de las muertes. Se observó el típico alcohol en sangre de unos cubatas, un whisky, lo normal. Sin rastro de drogas y estupefacientes. Ni el menor signo de violencia. Un ataque fulminante al corazón era el detonante de las tres muertes anteriores y ésta última probablemente sería igual. Una intrigante e inusual coincidencia, reconoció el inspector.  En todos los casos había sido  una muerte limpia, por decirlo así.
Los tres finados anteriores eran casados y con hijos;  éste de ahora, a juzgar por las fotos de la cartera, aparentaba serlo igualmente. Posiblemente  buenos padres de familia y  esposos sin tacha, que se supiera.
¿Qué motivo o motivos pudieran existir para que alguien deseara estas muertes? ¿Se conocían entre ellos, compartían algún otro y desconocido  lazo de unión que no fuera  la mujer alta y hermosa.?
Ella era las clave de todo este embrollo. ¿Pero cómo localizarla?
Adela contemplaba al inspector revisar los expedientes una y otra vez, pausadamente, sin ningún signo de precipitación, los folios bien alineados y sin dobleces; tenía fama de escrupuloso en su trabajo, de no perder de vista el menor detalle que pudiera ser crucial a la hora de resolver un caso.
Le gustaba recordar que se conocieron en la academia de policía;  fueron de la misma promoción. Hasta sus destinos coincidieron y trabaron una fuerte y cómplice amistad. Luego ella contrajo matrimonio y se produjo  el ascenso de Casimiro a inspector, no por ello dejando de ser los amigos que siempre fueron.
Ciertamente, le conocía muy bien. Algo indefinible les unió siempre, propició que se apoyaran el uno en el otro en el desempeño de su labor policial más allá de lo estrictamente profesional.
Pocos sabían con tanto detalle como ella que Casimiro, con apenas dieciocho años, se enroló en la marina mercante y  recorrió todos los mares y océanos habidos y por haber. Conoció la más variada y variopinta colección de lugares e individuos de toda clase y condición. Ello le procuró una "mundología" muy útil en la vida -como él decía-, que resultó muy provechosa también en el transcurso de su quehacer policial.
Era comedido en sus actos y sólo se mostraba enérgico y contundente en alguna ocasión que lo requería, aunque todo dentro de cauces normales que no trascendían más allá de su compañero habitual, como era el caso de Adela. Una vez un individuo se le puso chulo y amenazador, el "Gallo" le apodaban;  y en un visto y no visto le puso una navaja en la yugular ante el aterrado estupor  del otro. Ella le reconvino por su insólita acción.
- No iba a sacar la pistola, ¿eh? La "manchega" -su navaja albaceteña de toda la vida- viene bien para estos casos;  además, todo el mundo sabe  que la uso para abrir el pan del bocadillo. - restó importancia.
Otro día, que perseguían a pie  a un ladrón, les salieron sus dos cómplices desde la oscuridad de un callejón. Casimiro  apartó a Adela un lado y sin arredrarse lo más mínimo, les propinó unos certeros golpes dejándolos en el suelo  justo antes de que llegaran refuerzos.
- Trucos de taberna de puerto -le dijo guiñándole el ojo.

Tras la separación matrimonial de Adela,  Casimiro, soltero contumaz, le brindó todo su apoyo para que superara el trance. Gracias a él salió delante de la crisis que la  tuvo en suspenso durante un tiempo.
- ¿Cómo va todo, Casimiro, ves algún hilo de donde tirar? -le llevó otra taza de café bien cargado que él agradeció con una sonrisa.
- Nada, Ade;  me voy a dormir; a ver si soñando se me aparece la solución.
Apuró el café y camino de su casa pensó en Adela, su fiel compañera de siempre. Sin sus observaciones muchos casos no los hubiera resuelto tan favorablemente. Era su mano derecha. Si él era paciente y perseverante, ella aportaba esa chispa que en momentos de ofuscación investigadora saltaba para dejar ver ese detalle, la prueba, el camino que mostraba la luz en el caso a resolver.
Habían  tenido de todo en estos años; momentos de servicio tranquilo y rutinario  y muchos otros donde la adrenalina saltaba sin freno. Lo último  el tiroteo al asalto a un Banco donde Adela resultó herida de bala. Aunque no revistió  la gravedad que se pensaba en un principio, se le vino el mundo abajo al verla en la camilla sangrando abundantemente.
En un inesperado acto reflejo depositó un beso en la mejilla  de su compañera a la que, pese a su estado semiinconsciente, no le pasó desapercibido; una desdibujada sonrisa se reflejó levemente en su rostro.
Fue a todo cuanto se atrevió durante el tiempo que se conocían. Nunca supo por qué no le declaró su amor. Se limitó a quererla en silencio, suspirando cada vez que estaba cerca, dándose ánimos a sí mismo a lanzarse de una vez por todas y dar rienda suelta a lo que sentía por ella. Pero ese momento nunca llegó. 
Luego sus destinos se separaron y un día se enteró  que se había casado. 
En su fuero interno se arrepintió una vez más de no haberle dicho que era la mujer de su vida.
Aunque lo intentó en un  par de ocasiones, nunca cuajó una relación duradera y satisfactoria con ninguna mujer. El recuerdo y la añoranza de Adela se lo impedían.
Ahora, una tenue lucecita iluminaba su corazón. De vez en cuando se veían para tomar algo, como si tal cosa. Incluso la llevó a cenar en dos ocasiones.
Todo muy informal aunque a él no se le escapaba que Adela sabía la predilección que sentía por ella.

Ante la premura de sus superiores y la opinión pública porque se resolviera el "Caso del hotel", el inspector apremió insistentemente a sus informadores y buscó nuevas vías para descubrir indicios que le orientaran en alguna dirección. Todo fue en vano; nadie pudo darle la menor pista de esa mujer que aparecía en los videos de los hoteles.
Un día, hasta se acercó a una perfumería para pedir una muestra de Chanel nº 5. ¿Esperaba que ese perfume  presente en la escena del suceso le mostrara la identidad de la dama en cuestión?
Era el caso más difícil al que se enfrentaba en toda su carrera como detective. Una intensa frustración atenazaba su ánimo.
En sus intentos por solucionar el caso pensó en encargarle a Samuel, el detective de la comisaría, que visitara discretamente los lugares más selectos y sofisticados  fijándose  expresamente en cuantas mujeres altas y atractivas pudiera encontrar  y coincidieran  con las señas físicas de la misteriosa acompañante del hotel.
 Luego abandonó la idea porque sería improbable descubrir en una mujer de estas características cualquier signo, por nimio que fuera, que delatase la autoría de las muertes.
No obstante, desde entonces, ponía especial atención en las  señoras que se  cruzaban  en su camino y que sobrepasaran el metro setenta y cinco, llegando a visitar, compulsivamente, diversos y elegantes  ambientes de reunión que fueran propicios para encontrar a la escultural dama.
Debía de existir, elucubraba en su paranoia, un censo de mujeres altas e impresionantes al que consultar y señalar con el  dedo la que buscaba
Y, maquinaba mentalmente el Inspector, si llegaba el caso  de que su sagacidad la descubría, ¿cómo demostraba  que había sido ella y no otra?
Porque era una verdad incontestable que no existía el arma del crimen. Y sin el  arma homicida con huellas impresas sería difícil probar la autoría de quien fuese. En el supuesto, claro está, de que se tratase de un crimen. No había derramamiento de sangre, ni golpes,  ni cualquier tipo violencia o de actos  causantes de las muertes.  Habían fallecido  de un ataque al corazón. Ni las  autopsias ni los laboratorios hallaron prueba ni  causa alguna que no fuera un paro cardíaco; simple y llanamente.
Quizá las víctimas habían muerto de la fuerte impresión causada tras pasar una noche de lujuria en compañía de semejante monumento  de mujer. ¿Por qué no? Era  una suposición tal vez absurda pero desde luego el corazón de cualquiera se desbocaría hasta estallar sin duda en una situación así.
Vaya pensamientos se le ocurrían, cavilaba. Hasta llegó a imaginarse a él mismo delante de una delicia de criatura así, con su metro sesenta y siete, aupándose cuanto pudiera para llegar a besar  sus carnosos labios.
Sin duda una hembra así no era para él, un hombre con poca iniciativa y  experiencia en el campo amoroso. Le llegaría a la altura del hombro si acaso y se sentiría apocado del todo. No sabría desenvolverse con soltura con un hermosura  de esas características. Nunca se había visto en una situación semejante.
Algo tenía que hacer, desde luego. ¿Pero el qué? No había huellas, sólo un rostro difuso tras unas gafas oscuras y las  imágenes de una dama  camaleónica en  cada ocasión. Solamente su impresionante apostura era el dato a tener en cuenta.
En las  ocasiones que se había topado con  mujeres  de considerable altura, las había seguido discretamente allá donde sus pasos las llevaron. Infructuosamente; nada en especial fue digno de mención ni de sospecha en el seguimiento a que las sometió.


Por si no tenía bastante con "El caso del hotel",  también  estaba inmerso en otra  investigación que tenía visos de ser bastante complicada. Se trataba de una mujer que fue encontrada  desnuda y sin vida  por unos senderistas en un apartado paraje campestre. 
El laboratorio determinó que la causa de la muerte fue la ingesta de gran cantidad de alcohol y drogas. Sin documentación alguna que pudiese determinar  su identidad. En vida debió ser muy hermosa por cuanto se pudo deducir de sus preciosos  rasgos. Y un detalle inquietante: sobrepasaba el metro setenta y cinco de estatura, lo cual perturbó sobremanera al Inspector por cuanto de coincidencia tenía con la misteriosa acompañante femenina en el otro caso.  Mujeres altas eran la constante en ambos sucesos.
Muchos interrogantes acechaban la mente del Inspector. ¿Quién  o quiénes abandonaron a la mujer de ese modo y en tal estado en un  lugar tan poco concurrido? Seguramente serían los causantes de todo ello,  los inductores del cuadro  etílico y tóxico  que propiciaron su muerte.
Aunque antes  que nada sería necesario saber quién era para tener  un hilo conductor que llevase al esclarecimiento del caso.
Tras analizar las piezas dentales se supo que cuatro implantes estaban hechos recientemente. Adela sugirió que se visitara a los odontólogos, estomatólogos  y maxilofaciales de la ciudad para ver si una mujer alta y bella  había acudido a la consulta de uno de ellos. Total, no llegaba a la treintena el número de especialistas en este campo médico.  Y sin duda una mujer de estas características tan peculiares sería recordada. Tendría, por ende, ficha conteniendo sus datos. Detalles que llevarían a saber si vivía sola o en pareja;  hijos, familiares  que pudieran echarla de menos.
Aunque bien era verdad que no había en  comisaría  ninguna denuncia de desaparición de nadie desde que fue encontrada, y de esto hacía tiempo.
Era una línea de investigación que podría llevarle a algo o no, pero sin duda un punto donde apoyarse para esclarecer el caso.


Ningún espejo del mundo sería capaz de evidenciar con toda fidelidad el esplendor y la belleza de la mujer que se reflejaba desnuda en él. Alta. De medidas que se ajustaban a los cánones más puristas del cuerpo femenino más perfecto y deseable que pudiera existir. Parecía ser la encarnación hecha mujer del sueño de un dios en su eterna búsqueda de crear la criatura más excelsa;  una diosa de belleza infinita que fuera digna de él y que ante su incontestable magnificencia y sublimidad todos se rindieran a su fascinación y embrujo.
Sin duda ella sabía que cada centímetro de su piel de caramelo y cada sinuosidad y detalle de su anatomía eran irresistibles sin remisión alguna para quien la contemplase.
Su boca carnosa y sensual lucía un leve carmín, al igual que una discreta sombra de ojos resaltaba todavía más su mirada de ojos grandes y almendrados.
Una nariz de dibujo perfecto y unos graciosos pómulos sonrosados iban  acorde con una rizada y luminosa melena rubia.
Ésta vez el  iris de sus ojos serían de un negro intenso. Peluca de pelo castaño. Sus gafas de sol de Armani de siempre. Iba a ser la última vez que realizaría aquello. Aquel hombre nunca la reconocería, tan solo la vio cuando era pequeña, imposible que llegara a descubrir quién era y por qué.
Al pensar en su madre un rictus de amargura cruzó su bello rostro unos instantes. Desde que perdió a su padre, siendo una niña, la vida sentimental  de su madre estuvo unida a la de  un personaje muy rico e  influyente en el  ámbito social. Una relación de muchos años, de siempre.  Ella se enamoró  de él nada más conocerlo. Las conveniencias sociales no hicieron posible que vivieran juntos.
Su madre era feliz con ese hombre, lo amaba, se lo decía siempre. Era el amor de su vida. Y ella adoraba a su madre por encima de todo aún cuando pocas veces estuvieron juntas. Desde pequeña estuvo internada en los mejores colegios en el extranjero y sufragó sus estudios  en una prestigiosa facultad estadounidense.
 Un aciago día su madre apareció muerta en un paraje perdido. Después de  un tiempo supo la verdad de su absurda muerte. Tras una noche de alcohol, de excesos y extravíos, el que creía era su amor y varios amigos más, embrutecidos y fuera de sí,  la usaron para  abyectos  y perversos  juegos acabando con su vida.
Juró vengarse de tan cruel e incomprensible muerte. Lo pagarían muy caro. Sólo faltaba uno. El que fue el amor de su madre, el que nunca debió permitir lo sucedido.
Se ajustó unas braguitas rojas de encaje y unas medias negras que sujetó en el liguero. Siguió con la falda del traje, por encima de la rodilla. Unos zapatos negros de tacón alto.   
Observó sus pechos, de delirante y proporcionada  turgencia,  en ángulo de noventa grados, de perfección absoluta. Los pezones oscuros, enhiestos, desafiantes y tentadores.
Entonces impregnó las yemas de los  dedos índice y corazón de su  mano derecha en aquel líquido incoloro, inodoro e insípido. Fue frotando lenta y persistentemente las oscuras aréolas de cada mama hasta que la piel se impregnó del  invisible fluido.
Satisfecha, cubrió sus pechos con el sujetador rojo que hacía juego con sus braguitas y se puso la chaqueta que conjuntaba  con la falda.
Un toque de Chanel nº 5 en los sitios estratégicos que tan bien conocía, completó su atuendo.
Si su espejo hubiera sido el de la bruja de Blancanieves y le hubiera preguntado si había  una mujer más hermosa, sin duda le habría dicho que no existía una mujer más irresistible, escultural y deseable que ella.
Estaba brillante, majestuosa;  una auténtica diosa bajada de las estrellas para enloquecer a los mortales.
Esa noche sus pechos recibirían los chupeteos  libidinosos  del hombre. Y poco después su corazón se pararía para siempre. El círculo quedaría cerrado.
Luego ella volaría a Lausana, a sus clases de siempre, en la Universidad. Era Doctora Cum Laude en Ciencias Químicas.
Y la fórmula de aquel líquido incoloro, inodoro e insípido, seguiría siendo su mayor secreto.



El inspector Casimiro Canales no dejaba de pensar en el fracaso en la resolución del "Caso del Hotel" y en el de "La mujer del descampado." Eran dos  espinas que tenía clavadas en lo más hondo de su estima profesional tan grandes que no podía olvidarlas, estaban  presentes en todo momento.
Hasta tal punto que, cuando emprendiera  un nuevo caso, tenía la incómoda sensación de que no a sabría  resolverlo favorablemente, le vendría  el recuerdo de los  que no supo aclarar.
Tras apurar el tercer café en la terraza del parque, sus derrotistas pensamientos se vieron interrumpidos por el estruendo lejano de un avión en lo alto del cielo. Si hubiera volado más bajo el Inspector hubiera leído en el costado del avión el nombre de la compañía aérea: Swissair.
Sentada en un asiento de clase VIP  la mujer  contemplaba la ciudad que, conforme la aeronave alcanzaba altura, se hacía más y más diminuta a sus ojos.
Quizá, por unos instantes, la mirada de aquel policía sentado en el banco de un parque hubiera podido cruzarse con la de ella. Quizá….


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sábado, 1 de agosto de 2015

Soledad 3 (epílogo)





 El Mercedes descapotable aparcó frente a la cafetería “Blanco Pirineo”. Era un coche espectacular, el último modelo de la prestigiosa marca de coches alemana. Aunque nunca llegaría a ser tan sensacional ni despampanante como la chica que descendió de él. Seguiría siendo muy alta aunque hubiera pisado la acera sin la ayuda de unos finos zapatos de diseño italiano con  tacones de vértigo.  Llevaba un elegante traje chaqueta color pastel de un famoso modisto parisino con la falda por encima de sus bonitas rodillas.
Sobre sus hombros una cascada de rizos que con el sol a contraluz convertía en oro precioso cada uno de sus cabellos.
Caminó como si desfilara por una pasarela hasta la mesa de la esquina poniendo de manifiesto su grácil figura y dejando una estela de sutil perfume.
A su cimbreante paso el paisaje hasta entonces tranquilo del establecimiento  sufrió una repentina conmoción. A un vejete se le cayó la dentadura sobre el café con leche al verla y una mujer le dio un  pescozón al marido por mojar la magdalena en el cubata del vecino de mesa al quedar  hipnotizado en su contemplación.
Hasta Mario quedó absorto con aquella chica tan deslumbrante. Y se dio cuenta de  que iba hacia su mesa.  ¿Era cierto lo que veían sus ojos? No podía ser…Era una increíble alucinación.
- Hola, Mario, buenos días –dijo Soledad tomando asiento a su lado.
No supo qué pensar. Aquella beldad de mujer era Soledad, su querida Soledad. Y por más que la miraba tardó un tiempo en hacerse a la idea.
- Jajajajaj, No me mires como si fuera un fantasma, por favor. -reía ella mostrando sus perfectos y bien alineados dientes de perla.
- Pues me has dejado con la boca abierta, la verdad. Creí que eras una artista de cine de las que pisan la alfombra roja en  el festival de Cannes o en el de Berlín. Me cuesta creer que seas tú, Soledad.  Salvo en el pelo no te pareces en nada a la chica que ayer tarde  tomó conmigo un chocolate con churros en el bar de Paco.
- Pues soy yo, la misma que te quitó la mancha de la camisa y te llamó patoso. –y de nuevo aquella risa luminosa que deslumbraba a Mario.
Como por ensalmo  cuanto les rodeaba fue desapareciendo poco a poco. Sólo estaban ellos dos; el resto de los presentes en la cafetería, el tráfico, los edificios de la calle, todo se fue diluyendo hasta hacerse invisible.
- Mario, quiero que sepas quién soy realmente. Presentarte a Soledad Carvajal Gómez, hija de Andrés Carvajal y de Correa y Esperanza Gómez López. Mi padre es el gran industrial y financiero que sale en los medios de comunicación,  conocido  nacional e internacionalmente, lo habrás visto en la televisión.
- Mmmm, no caigo ahora mismo.
- No importa, Mario. Es una historia larga y un poco gris. Era una chica que vivía a trompicones, hoy aquí, mañana allá, alguna vez con una persona y otro día tropezaba con  otra. Malvivía del sueldo de una editorial, y de vender productos de belleza. Cuando llegaba a la habitación alquilada miraba mis manos y las tenía vacías, como vacío de sentimientos tenía el corazón.
Una noche conocí a un chico que me salvó de un buen atolladero. Día a día  me hizo sentir una ilusión desconocida hasta entonces. Me hizo creer que también tenía derecho a mirar al futuro, que podía ser feliz.
Soledad tomó la mano de Mario y la acarició con ternura.
- Al poco conocí a Andrés. Dijo que era mi padre y que hasta hacía poco no sabía de mi existencia. Ese día gané un padre y perdí a mi madre, pues me notificó su  muerte. No sabes el dolor que sentí, la abandoné  cuando era una adolescente. Entonces me di cuenta de cuán equivocada estuve alejándome de ella, privándola de mi cariño de hija, dejada a su suerte.  
Mario la miraba comprensivo y con afecto.
- Mi padre se hizo cargo de mí y me preparó para sustituirle un día al frente  de sus negocios. Durante ese tiempo mi ánimo estaba dividido, Mario. Por un lado la felicidad del hogar que nunca tuve y el cariño de un padre siempre añorado y el temor a perderte en una  ausencia más prolongada de lo que supuse.  
- Llegué a pensar que no querías veme más. Por eso se me abrió el cielo cuando coincidimos aquella tarde. Como sabes, era una especie de ave sin nido, sin musa para mi guitarra. Conocerte fue el mayor acontecimiento de mi vida. Llegué a pensar que eras un sueño, una nube fantástica que se deshilacharía sin llegar a  gozar de su belleza.
- Lo sé, siempre temías que me fuera, que no apareciera al día siguiente. Y yo no cesaba de decirte que estaba a tu lado, que ahí me tendrías.
- Es que eres….
- ¿Qué soy? Anda, dímelo –aproximó su bello rostro al de Mario.- Sé muy bien lo que soy para ti, me lo has dicho en mil canciones, en tus poesías, en la voz de tu guitarra cada vez que la acariciabas deseando oír tu música  en mi piel blanca. Los hombres ignoráis que intuimos lo que no os atrevéis a confesar y guardamos golosas ese secreto hasta que lo soltáis cuando no podéis resistir más. Sois como niños muchas veces.
Y le envolvió de nuevo en su nívea sonrisa. La emoción embargaba a Mario. Había estado meditando toda la noche. Largamente.
- Soledad…yo….
Ella advertía el nudo que atenazaba a Mario, casi adivinaba las palabras que se atropellaban en su mente para salir como pajarillos en busca de libertad.
- Venía dispuesto a pedirle a la chica de ayer, la del chocolate con churros y el gorrito en la cabeza, algo que sólo ella puede concederme.  Aunque ahora…. – un velo desconocido asomó en su expresión.
- ¿Qué pasa ahora, Mario? Dímelo, ¿quieres?
- De repente eres una mujer totalmente opuesta a la que conozco. Llevas una ropa increíble y yo, mírame bien, una cazadora y vaqueros, con  mis chirucas  de siempre. Hueles a todo el perfume de París junto, y hasta tu voz suena de otro modo. Y no te digo nada del Mercedes que te gastas, parece hecho a medida para ti. Creo que todo ha cambiado, que estoy fuera de lugar.
- Mario, suéltalo de una vez… ¿quieres? Siempre has sido sincero conmigo. ¿Deseas que me quite toda esta ropa, que vuelva vestida  como ayer, con mis pantalones azules y mi blusa blanca? Si quieres vengo en el autobús numero veinte y rebobinamos la escena. No me importaría hacerlo si con ello te quedas más tranquilo, te lo aseguro. –casi suplicó.
- No digas eso, por favor –la voz de Mario quería ser  tranquilizadora-. Pero reconoce que es para estar confundido. La Soledad que conozco no es la hija de un magnate ni parece una modelo de Vogue. Es una chica normal; alegre, divertida, nada estereotipada. La que veo ahora no me sorprendería  que tuviera una legión de pretendientes deseando cortejar a una rica heredera.
- Qué imaginación tienes, desde luego, nada menos que una legión –y empezó a reír divertida-. Pues… ¿sabes lo que le diría a esa legión de pretendientes? ¿Quieres saberlo?
- Qué les dirías, a ver… –se interesó Mario.
- Te has puesto celoso, se te nota, jajajajaj. Qué bobo eres, de verdad.
Les diría, para que te enteres, que han llegado tarde,  que ya  tengo un pretendiente contra el que nadie tiene nada  que hacer.
Y, acercando su naricilla a la de Mario le susurró quedamente:
- Bueno, por ahora sólo pretendiente, si es que se atreve a llegar al fondo de la cuestión, jajajaja.
Una nube extraña inundó la mirada de Mario. Soledad,  por más que quiso descifrarla no pudo hacerlo. Algo pugnaba por salir de la garganta de él y ella parecía oír el esfuerzo que hacía para conseguirlo.
- Debes de ser sincero, Mario, como siempre lo has sido. Dime lo que piensas y sientes, no te dejes nada para ti. Nadie mejor que yo sabrá comprenderlo. Después…será lo que tenga que ser.
El muchacho tomó las manos de Soledad con suavidad y su voz empezó a temblar un tanto nerviosa aunque decidida.
- Tenía pensado declararme a la chica de mis sueños. Toda mi vida la estuve buscando hasta encontrarla. Y ahora, a la vuelta de la esquina, aparece otra Soledad distinta de la chica que inspira mis canciones. Sus mismos ojos pero sobre un pedestal que se antoja inalcanzable para Mario, el chico de la guitarra, el de la sonrisa más bonita del mundo,   como ella me dice. ¿Crees que tengo sitio en tu nueva vida, en medio de tanta gente importante, de alta alcurnia, que seguiré siendo Mario,  el poeta, tu admirador número uno? ¿Crees que seré diferente a todos esos hombres que has conocido,  que serás feliz conmigo?
Soledad le dedicó una cálida mirada.
- ¿A eso temes, que te considere uno más de cuantos conocí, que te arrincone en una esquina de mi vida, como un adorno o un capricho cualquiera?
La muchacha puso un dedo sobre los labios de Mario.
- ¿Sabes? La belleza que quiero no está en la cara bonita de un  galán de cine, ni en un cuerpo de atleta. Sueño con un corazón único, un alma en la que descansar la mía y ser feliz como nunca lo he sido. Que pueda dormir como una niña en su regazo y soñar que el mundo nos pertenece, que ha sido hecho sólo para nosotros dos. Que al despertar me bese y me haga sentir la reina y dueña de su universo. Que compartamos defectos y virtudes y traigamos hijos al mundo para guardar la memoria de nuestro amor sin fin y…
Mario la tomó delicadamente por los hombros y la besó. Fue un beso dulce y suave como la primavera que los envolvía. Un roce de almas, de promesas, de anhelos, de amaneceres por vivir, de ocasos para soñar.
- Te amo, Soledad, como jamás amé a nadie. Te ofrezco mi corazón, mi vida entera y…
Ahora fue Soledad la que tomó sus labios entre los suyos. Fue una respuesta larga y sentida, soñada y esperada desde siempre, impetuosa como el sentimiento que la desbordaba.
De repente despertaron de su ensoñación al oír los aplausos. Todos los de la cafetería estaban de pie aplaudiéndoles visiblemente emocionados.
Había lágrimas resbalando por las mejillas. Ancianos que de repente recordaron sus años mozos.  Novios que se besaron. Hasta una música  que todos oyeron en lo más profundo de sí mismos y que algunos llaman amor.
- Mario, no querré que dejes nunca los pantalones vaqueros;  ni que dejes de  mancharte de chocolate en el bar de Paco.
- Ni yo quiero que dejes de subir al autobús número veinte. Ni que…
Surgió otro beso, Y muchos más. Solo existían ellos dos. Y sus besos se unieron al arrullo de las palomas y de los pájaros que cantaban alborozados en aquella desbordante y encendida primavera…

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jueves, 30 de julio de 2015

Soledad 2






Cuando aquella mañana Soledad entró al despacho de su padre éste le dijo a su secretaria que no estaba para nadie. Se olvidó del fax, del móvil, del ordenador, de todo. Su hija era todo su universo.
Antes de sentarse frente a él la contempló una vez más, recreándose como hacía siempre, maravillado por el cambio tan profundo que se había operado en ella. Ya no era la muchacha alta y desgarbada, como un ave caída del nido, presa del desamparo y el abandono.
Ahora contemplaba a una mujer vestida de Dior y perfumada de Chanel, con un pañuelo  de seda japonesa y un largo collar de esmeraldas y topacio azul.  Pese a esta imagen que pudiera parecer sofisticada ella conservaba su primitiva sencillez, la ropa que vestía la llevaba con el mismo aire despreocupado que su antiguo y vulgar atuendo,  cuando la encontró en la discoteca aquel lejano día.
Siempre se sentía cautivado por aquella abundante melena rizada de pelo rubio como el oro. Eran unos bucles en forma de graciosas espirales, guardaba para sí el deseo incumplido de haberla tenido de pequeña y deshacerlos uno a uno mientras dormía.
Era el vivo retrato de su madre, aquella mujer guapa y elegante que le conquistó nada más verla, quedando enredado en su prodigiosa cabellera rizada  para siempre, como le decía cariñosamente.  
- A ver, hija, cuéntame eso tan importante que quieres que sepa.
Soledad se posó en la mirada afectuosa de su padre. Pensó en los años que había estado sola, sin una brújula que seguir, sin su madre y sin  aquel padre maravilloso que se le apareció un día  de repente, cambiando su vida por completo.

Su pasado era un recuerdo perdido que no quería evocar. Su hoy era un presente  lleno de ilusiones y proyectos por cumplir.
Cuando llegó a la inmensa y señorial mansión familiar creyó entrar en un palacio. La intimidaron los sirvientes, las grandes escalinatas, las arañas rutilantes en los techos de los salones, iba de asombro en asombro. Parecía Cenicienta en el  palacio del Príncipe. Cuando entró en la que sería su alcoba no podía creérselo, era pura fantasía y una luz increíble  se desparramaba a través de dos diáfanos ventanales que daban a un espléndido jardín.
Aunque le costó un poco al principio acostumbrarse a su nueva vida,  la naturalidad de que todos hacían gala y las atenciones de su padre acabaron por ubicarla en el nuevo papel que iba a desempeñar en lo sucesivo.
Era la hija de uno de los empresarios más importantes del país y debía de representar y ocupar el puesto que le estaba destinado. Primeramente fue presentada en sociedad. Todo el círculo de amistades de Andrés se llevaron una gran sorpresa inicialmente, nadie podía haber supuesto que aparecería aquella hija, alta e imponente como su padre;  hubo comentarios de todo tipo, pero la actitud tranquila y serena de aquella muchacha atractiva y gentil fue acallando y convenciendo a los más reticentes en admitirla.
Después trabajó intensamente antes de ocupar el cargo que su padre le destinaría. Comenzó desde abajo, con el mono azul de una operaria más, sin distinción alguna. Sus buenas maneras y simpatía le granjearon el compañerismo de todos y se hizo hasta popular. Luego tuvo que asumir retos más importantes para adquirir conocimientos más específicos; aprendió inglés, economía, informática, y  todas aquellas disciplinas que necesitaría en su nuevo trabajo.
Y lo consiguió. Porque una de las cualidades heredadas de su padre, entre otras, era la tenacidad, el no darse nunca por vencida.
Cuando se miraba en el espejo a veces le costaba reconocerse.   Al conocer a su padre le pareció un galán de cine de lo apuesto que lo encontró. Ahora ella misma podría pasar perfectamente por una modelo sofisticada y  glamurosa como las que salían en las revistas de moda.
- Soledad, hija,  ¿en qué piensas? ¿No Ibas a decirme algo? –le convino su padre sonriéndole.
- Ah, si, papá, tengo algo que decirte. Quiero que conozcas a una persona muy importante para mí. Sí,  a Mario… se llama Mario.   Pero antes debo hablarte de él.
- ¿Mario? -esbozó una cómplice sonrisa- ¿No será otra de tus muchas conquistas?
- No,  papá. Mario es………
- A ver, a ver, cuéntamelo todo, desde la a hasta  la zeta, sin dejarte nada.
- Cuando estaba sola llevé una vida desordenada, ya lo sabes.  No me identificaba con nadie, ningún chico  llegaba a emocionarme lo suficiente como para unir mi vida a la de él. Una larga noche de copas me topé con un indeseable lascivo. Parecía no tener escapatoria. Y apareció aquel hombre, como de la nada. Llevaba una guitarra y la estrelló contra la cabeza del energúmeno. Fue como de película, tenías que haberlo visto, papá. En un bar pidió una tila para mi y otra para él. ¿Sabes? Temblaba más que yo. -Soledad soltó una carcajada- En la vida se había visto en una como esa, me confesó. El caso es que le di las gracias y nos despedimos como si tal cosa. A los pocos meses coincidimos en unos grandes almacenes. Se llevó una gran alegría al verme. Y yo también, no olvidaba el favor que me hizo esa noche.
- Vaya, vaya, esto promete –dijo su padre arrellanándose todavía más en el amplio sillón de cuero de su despacho.
- Desde ese día nos vemos de vez en cuando, nos llamamos y todo eso.  Sin darnos cuenta nos hemos hecho grandes amigos. Aunque a veces creo que podríamos ser otra cosa, ya sabes,  ser algo más que amigos solamente. Estoy un poco confundida en muchas cosas, por eso quería que las supieras. No sé lo que es estar enamorada, desconozco  qué hay que sentir en tales casos, si notas algo diferente, como una voz que te dice en tu interior: “Soledad, ya estás enamorada, hala.”
Andrés soltó una media carcajada y miró a su hija con afecto.
- Perdona, hija, pero me sorprende que un primor de mujer hecha y derecha como tú no haya estado nunca enamorada de ninguno, perdida la cabeza por un hombre. Me cuesta creerlo.
- No es eso que piensas, papá. No tiene nada que ver con la atracción física, el tener una aventura de sábanas más o menos tiempo con un tipo. Creo que será algo más, debe serlo, de lo contrario no me pasaría lo que me esta pasando.
Andrés se levantó y se sentó en una punta de la mesa de caoba, muy cerca de su hija. Su voz adquirió un tono de cariñosa dulzura.
- Anda, dime qué tienes en esa cabecita tan bonita.
- Bueno, como eres mi único confidente y deseo que sigas siéndolo siempre, te revelaré que, aunque te sorprenda, no hemos hecho el amor todavía.
Con otros hombres llegar a hacerlo,  era la consecuencia lógica después de convivir con ellos. Como un hecho mecánico e inevitable que luego conducía a la ruptura de esa relación. Ya ves. Pero con Mario es todo muy diferente. Estamos juntos y me llena tanto su presencia que no pienso en que luego vendrá otro acto que conducirá a otro, y luego otro, y así sucesivamente hasta que finalmente tengamos que hacer el amor necesariamente y terminar para siempre. Te diré una cosa –y sonrió pícaramente- es en lo que menos pienso, de veras. Ni me preocupa el hacerlo o no.
- Hija, creo que si no lo estás, te falta muy poco para estar enamorada de ese tal Mario, te lo aseguro. Tienes los primeros y clarísimos síntomas. Te haré unas preguntas como si fuera un médico y tú mi paciente. A ver….¿qué sientes cuando estás a su lado?  ¿Qué notas cuando no estáis juntos? ¿Estás impaciente esperando que llegue el día siguiente para verlo? ¿Corres ansiosa cuando suena el teléfono por la noche y esa llamada te ayuda a resistir hasta verlo de nuevo?
- Pero, papá, ¿cómo sabes tanto? Serías un  buen médico, te lo aseguro. Pues….cuando estoy con Mario se me pasa el tiempo volando. No me iría.
¿Sabes? Ni te imaginas cómo es. No es el arquetipo del hombre que le va a una chica como yo. Ni siquiera sabe que soy la hija de un gran y riquísimo industrial.
- ¿No? ¿No sabe quién es tu padre? –Andrés mostró una sincera extrañeza.
- No lo sabe, él imagina que soy la chica de la discoteca, la eterna universitaria que nunca termina la carrera. Cuando nos vimos después de tanto tiempo me había puesto ropa cómoda y sencilla, nada de cómo me visto ahora que tengo mi propio despacho. Si me viera en este momento no me reconocería. Casi imagino la escena y me parto de risa.
- Soledad, cada vez me está gustando más esta historia. Sigue, sigue, por favor.
- No es lo que se dice un hombre guapo;  es normalito. Y le paso unos centímetros de estatura sin tacón, pero eso no importa. También te digo que es un poco mayor que yo, no mucho,  pero si. Aunque eso lo hace más interesante para mí. Mario es…., no sabría definírtelo exactamente. Es divertido, desconcertante, inesperado,  tierno, atento, a veces atrevido y otras tímido. Te mira siempre a los ojos y…no me importa decírtelo, cuando te besa no besa para su placer, sus besos son para ti, para inundarte de su esencia, para tu goce.
¿Sabes? Siempre va con la guitarra. Me canta canciones que compone sólo para mí, pone música a las poesías  que me escribe. Cuando tiene la guitarra entre las manos se queda atontado del todo, se le cae la baba mirándome. El no se da cuenta que le intuyo, que adivino sus pensamientos, que cuando sujeta la guitarra tan delicadamente, está pensando en mí, en que me abraza y me acaricia de ese modo tan especial que sabe.  Le llamo bobo y él se ríe como un niño inocente. Tiene la sonrisa más bonita del mundo. Mario es…….
- Susana, hija, si esto no es amor, que baje un santo y que lo diga. Veo el brillo que se te ha puesto en los ojos, a un padre estas cosas no se le pasan por alto. Recapitulando, que  voy a entregar a mi alta y  guapísima hija  a un yerno enano y feo, más viejo que Matusalén y encima toca la guitarra como un trovador.
Soledad comenzó a reír y su padre se contagió de su espontáneo júbilo.
Rieron durante un buen rato, era una estampa entrañable y divertida.
- ¿Y en qué se gana la vida el muchacho, si puede saberse? No sólo vivirá de tocar la guitarra, ¿eh?
- Sus padres tienen un secadero de jamones y Mario los vende y los reparte.
No les va mal el negocio, hice un estudio económico al respecto.
- Ajá, ésta es mi hija, la heredera de mi imperio – y Andrés rió de nuevo.
Soledad estaba muy a gusto con su padre. Les unía una complicidad muy especial, no tenía ningún secreto para él; era el cofre de sus confidencias, todo lo compartían. También su padre la hacía participe de su rutina diaria, de la tristeza que sentía su corazón al haber perdido al amor de su vida,  su madre. Sólo la  compañía de Soledad mitigaba esa tristeza y ese pesar y le daba la  fuerza necesaria para seguir en su estresante  trabajo. Le quedaba otra cuestión, la que más le inquietaba, y tenia la esperanza de que su padre disipara todos sus resquemores.
- Papá, me preocupan algunos aspectos que pudieran ensombrecer mi relación futura con Mario. No sé, igual le doy más importancia de la que en realidad tiene.
- A ver, a ver qué te preocupa, espero ayudarte en lo posible.
- No sé cómo encajara Mario el que sea hija de un magnate como tú. Es un espíritu sencillo, se conforma con nada; teniéndome delante con la guitarra en la mano es el hombre mas feliz de mundo, créeme. Además……no sabe que he tenido relaciones con otros hombres, la vida tan acelerada que llevé durante un tiempo, por decirlo así. ¿Comprendes lo que quiero decir, papá? Creo que Mario es el hombre de mi vida, el que siempre desee, pero tengo miedo que un día descubra que antes de su llegada era una chica totalmente opuesta a la que él conoce, abocada a un abismo imprevisible si no me hubieras rescatado a tiempo.
El rostro de Andrés se dulcificó. Sus palabras se vieron envueltas en una mirada comprensiva y tranquilizadora.
- Claro que te comprendo, hija mía. Y ardua tarea aconsejarte en este caso.
Verás...si él te quiere realmente seguirá queriendo a la chica de sus canciones, a la musa de sus poesías e inspiraciones. Siendo un espíritu puro como dices, el dinero le traerá sin cuidado, no le prestará atención. Además, te conoció pobre, no medió interés en su galanteo.
La otra cuestión es cosa de mirarle a los ojos y sincerarte abriendo tu alma.
Cuéntale tu historia, la de tu madre, la del padre que no sabías que tenías y apareció cuando menos lo esperabas. Dile que estabas perdida, que nada  te satisfacía  en la vida, que buscabas afanosamente un corazón en quien depositar el tuyo. Que en ese vagar incesante todo fueron desengaños y fracasos. Y que cuando el fondo del pozo tenías tan cerca, cuando pensaste que todo iba a ser negrura y silencio, apareció él, Mario, el corazón que soñaste e ibas buscando para unir tu alma a la suya……….
Soledad descubrió unas lágrimas de emoción en los ojos de su padre. También ella estaba emocionada. Se levantó y besó a su padre dulcemente.
- ¿Sabes, papá? Este año creo que ya sabemos qué regalaremos a nuestro personal por Navidad.
- Ya lo creo, hija mía, ya lo creo. Los mejores jamones del mundo….
Y  se abrazaron riendo como dos niños, rebosantes de alegría y felicidad.

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martes, 28 de julio de 2015

Soledad 1




El hombre avanzó a través de la oscuridad de la discoteca. La música o lo que fuera aquel ruido era estridente y le molestaba, los oídos le retumbaban,  no era ése el tipo de música que él prefería. Pero la juventud se movía dando saltos a su alrededor, poseídos por el influjo de los acordes que salían de los grandes altavoces. La iluminación también acompañaba, imperaba una luz tenue y neblinosa, sorprendida de vez en cuando por  rayos  multicolores que parecían ir al compás del estruendo musical.
Buscaba a alguien, no cabía duda. Fue a la barra del bar y echó un vistazo, esperó en los lavabos largo rato hasta asegurarse que todos cuantos entraron habían salido. Después se dispuso a mirar por todos los rincones de las pistas de la discoteca, el  aforo era muy grande.
La verdad es que desentonaba en aquel ambiente. Era alto y se le adivinaba en excelente forma física; aunque pasaba con creces los cincuenta, se movía con agilidad a cada paso que daba.  Vestía traje chaqueta y corbata, zapatos ingleses, de la mejor  factura todo, y un halo de sutil colonia varonil le envolvía.
Su búsqueda tuvo éxito finalmente. Allí estaba. Soledad. Ese era su nombre. Y viéndola sentada, sola y dejada caer como una muñeca abandonada el hombre pensó que su nombre  hacía justicia a la imagen que ofrecía. Sostenía una bebida y la mirada perdida en un punto desconocido.
Llevaba minifalda y una blusa estampada. Estuvo pensando cómo presentarse a ella, qué le diría y cómo reaccionaría. Estaba confuso.
- Hola –dijo el hombre cortésmente.
La chica seguía  indiferente, ni pestañeó siquiera.  
- Hola – volvió a saludar.
Ella pareció despertar de repente y le miró sin verle.
- ¿Puedo hablar contigo?  Será sólo un momento, por favor.
Al levantar el vaso para un nuevo trago descubrió  al hombre a través del   cristal. Lo miró sin comprender.
- ¿Qué quieres? –su voz era ronca.
- Hablar contigo, Soledad. Pero en otro sitio más tranquilo.
- No quiero hablar con nadie, no te conozco, ¿de qué podemos hablar? Todos queréis lo mismo.
- Soledad, no quiero nada, sólo darte una noticia, pero aquí es imposible. Vengo de muy lejos, por favor, te lo ruego, déjame decirte por lo que he venido. Será un momento.
La chica lo miró largamente. Su voz era decidida, bien modulada, era educado y tenía una planta impecable. No se parecía en nada a los demás que se le acercaban. Y sabía su nombre. ¿Qué podía perder por hablar?
Al levantarse el hombre comprobó que era casi tan alta como el. La tomó levemente del brazo y la condujo a una cafetería de lujo.
Allí pudo observarla con más detenimiento. Era bonita, con  rasgos muy bien dibujados, suaves, unos ojos verdes muy expresivos y una melena rubia recogida en una simple goma. No estaba pintada, el ligero rubor de las mejillas era natural. Sus manos eran blancas y tenía las uñas rotas.
Toda ella daba sensación de abandono, de belleza en  horas bajas. 
También la chica observó al hombre que la había llevado hasta allí. Aunque mayor, conservaba un atractivo masculino que, años atrás, debió de causar estragos entre las mujeres. Era más alto que ella y vestía ropa cara. Sus manos grandes denotaban el pulcro cuidado de una manicura. La corbata debía ser de seda italiana y el reloj era un Omega de precio escandaloso.
Su colonia era penetrante, embriagaba. Pese a su imponente aspecto no mostraba prepotencia alguna, su tono de voz era acogedor y suave, invitaba a la confidencia. Y había algo en él que le causaba una especie de desasosiego, no sabría definir qué era pero  una extraña premonición empezó a apoderarse de su ánimo.
- Me llamo Andrés; cómo sé tu nombre y por qué he venido hasta aquí es una larga historia que debes conocer. En realidad hace muchísimo tiempo  que debí venir. Pero la vida a veces no deja que cojamos el tren cuando queremos, por decirlo así.
Se detuvo un momento y Soledad advirtió en el fondo de sus ojos una inquietud que inundó su franca mirada.
- Soledad, debes saber que tu madre, Esperanza, ha fallecido.
La muchacha acusó el golpe poco a poco. Sus ojos se nublaron por un instante, conteniendo unas lágrimas que se diluyeron finalmente sin prisas, como un fino rocío.
Andrés se sintió incómodo de repente. Aquella situación le sobrepasaba.
 - Estuve en su lecho de muerte y me dijo que te buscara por encima de todo y te avisara cuando llegase el día. Por eso estoy aquí, Soledad.
La chica miró en derredor. Se estaba bien allí. La temperatura era agradable, todo bien iluminado, las gentes se veían acomodadas y felices, charlaban despreocupadas. Se sintió fuera de lugar, con aquellas ropas tan manidas, el pelo desaliñado, sin una ducha reciente. Ni un toque de colonia encima. Pero por primera vez en mucho tiempo se sentía a gusto, cómoda y relajada en aquella butaca tan confortable y charlando con aquel hombre que parecía un artista de cine.  
- Tu madre me habló mucho de ti, la estuve visitando en el hospital.   
Te quería más que a nadie, jamás dejó pasar  un día sin que estuvieras en su pensamiento. Sé que nunca tuvisteis una relación de cariño mutuo, de madre e hija que se quieren, como habría sido de desear. Pero te llevó en su corazón toda la vida, sufrió lo indecible por no tenerte a su lado.
 - No diga eso, Andrés, no quiso saber de mí. –su voz adquirió viveza de repente-. ¿Quiere que le cuente mi vida a grandes rasgos, que le diga quién era  mi madre y qué hizo por mí, de verdad quiere saberlo?
Se lió con un hombre casado y me metió interna en un colegio de pago de  monjas. Así estaba más a disposición de ese hombre, sólo vivía para él, siempre pendiente de estar a punto apenas sonase el teléfono. Me escapé un día de las monjas y aprendí a vivir a mi modo, hoy aquí, mañana allá. Con éste ahora y después con el otro, nunca me faltaron acompañantes. Un día mi madre dio conmigo y me pidió que fuera a vivir con ella. Estaba sola, el hombre al que había estado atada durante tantos años la había abandonado. Ahora quería mi compañía, a la que renunció cuando me encerró en aquel horrible colegio de monjas.
Le dije que no, que de una forma u otra ya tenía mi vida hecha, que me las apañaba como podía, que no me iba mal del todo.  Me echó en cara que me entregara a los hombres con tanta facilidad y le contesté que era la persona menos indicada para darme ese tipo de consejos, que en eso de los hombres era una maestra.
Fueron unos momentos muy tensos y terribles, quizá luego me arrepintiera pero solté toda la rabia que llevaba dentro por tantos años de soledad sin ella. Nos separamos y no volví a verla. No recuerdo quién me dijo que se marchó a otra provincia.  
El hombre notó que el nudo que le atenazaba la garganta iba apretando con más fuerza. Era el momento oportuno.
- Soledad, creo que debes saber toda la verdad sobre tu madre. Y también saber quién es éste hombre que se ha presentado de repente, que sabe tu nombre y una parte de tu historia.
La miraba fijamente conectando a través de sus pupilas grises las palabras que iba a pronunciar seguidamente. Soledad le sostuvo la mirada, con creciente ansiedad, curiosa e impaciente.
- Soledad, soy tu padre, del que nunca has sabido  y quizá siempre has
querido conocer. Si te fijas un poco verás que tienes mis ojos, mi andar, la estatura, ese gesto tan peculiar que haces con las manos cuando las apoyas sobre la mesa.
Soledad quedó perpleja, la noticia la dejó sin habla. Recordó la sensación que tuvo al principio de conocerle. Así que era él, por fin había aparecido, pensó.
- Todos los días  me preguntaba quién sería, cómo era mi padre, si le conocería alguna vez. Y ahora……
La voz le salía quebrada a la muchacha y los ojos se le pusieron vidriosos de la emoción. Andrés le alargó un pañuelo de seda.
-Yo también quería conocerte, Soledad,  siempre lo desee y parecía
que nunca iba a conseguirlo. Siento mucho que la muerte de tu madre haya propiciado el encuentro, hubiera querido que fuera en otras circunstancias. Te contaré la parte de historia que no conoces, la mía.
La muchacha no creía lo que le estaba pasando. Toda la vida preguntándose quién era su padre, deseando encontrarle para echarle en cara tantas y tantas cosas por haberle robado el cariño de su madre y se encontraba inerme, incapaz de descargar toda la rabia contenida durante todo ese tiempo.
Andrés se percató de la lucha interior que sostenía Soledad y tomó una mano de la muchacha con suavidad.
- Soledad, quise a tu madre más que a nadie en este mundo. Nos conocimos por azar, ella trabajaba en la relojería de unos grandes almacenes. Me impactó tanto que la esperé a la salida. Después nos vimos otras veces, poco a poco fue naciendo un cariño mutuo. Hasta que nos dimos cuenta de que nos habíamos enamorado. Entonces, Soledad, le confesé que estaba casado, no quise ocultárselo.
- Imagino cómo debió sentirse, engañada hasta el último momento. Nunca debiste ocultárselo, ni siquiera dar lugar a que se enamorase de ti. Además…..no querías a tu mujer, ¿pensaste en el daño que le hacías a otra persona?
- Ninguno imaginamos que esto podría suceder. Para mí fue muy doloroso, pensé que podía perderla si lo sabía; pero no quise que nuestro amor se basara en una mentira, ella nunca se lo hubiera merecido. Y….. -su voz adquirió un tinte de pesadumbre-. Lo que me unía a la otra persona era diferente, tu madre me hizo sentir lo que nunca hasta entonces había sentido. Fue un amor arrollador, llenó mi vida por completo.
- Vaya, toda una historia romántica por lo que veo, como las novelas rosa. ¿Y qué pasó a estos dos personajes del cuento? Quisiera saberlo.
- No fue un cuento, era una realidad. Un día…..sin saber por qué desapareció sin dejar rastro. No encontraba explicación al hecho de su huida, por más que lo pensé. Nunca tuvimos un mal entendimiento, ni una sola palabra más alta que otra, nos queríamos de verdad.
Removí cielos y tierra sin el menor éxito, parecía que se la había tragado la tierra. Hasta que un día recibí una llamada inesperada del hospital. Era ella. Quería verme cuanto antes.
Soledad notó que la emoción quebraba la voz de Andrés. No supo qué pensar. En un momento se habían acumulado en su vida demasiados acontecimientos; el fallecimiento de su madre y, lo que nunca pensó iba a suceder, acababa de conocer a su padre. Y algo colgado en el aire le indicaba que su existencia iba a tomar tal vez un rumbo diferente.
- Le quedaba poco tiempo de vida, Soledad. ¿Sabes.? Estaba igual de guapa que cuando se marchó de mi lado. Su melena de pelo negro, su tez clara y sobre todo sus ojos, brillando de emoción al verme. Me sentí preso de dos emociones contrapuestas. Por un lado verla de nuevo, después de tanto tiempo…. y el dolor de que estuviera  en ese estado…. Se me partió el alma, apenas pude contener las lágrimas….
Entonces me confesó la razón por la que se apartó de mi vida. Me ocultó que estaba embarazada. Sabía que mi mujer no podía darme hijos y cuánto ansiaba ser padre, tener descendencia, era mi mayor deseo. Tu madre pensó que si me confesaba su estado de buena esperanza abandonaría a mi esposa por ella porque  iba a darme el goce que más ansiaba, una hija, mi sueño más esperado. No quiso ser la responsable de la desdicha de  otra mujer y desapareció de mi vida.
Fue un paso muy duro para ella, le causó un dolor indecible.
   
En la mente de Soledad iban procesándose todas y cada una de las palabras de aquel hombre que tan inesperadamente se había presentado en su vida. Que aseguraba  ser su padre. Era una historia conmovedora, una mujer que se sacrifica por otra  mujer, un hombre en medio, como una barca entre dos orillas, al vaivén de ambas; intentó comprender el quid del comportamiento de su  madre, le vino a la mente el día en que le dijo que no quería ir con ella. Una niebla acuosa nubló sus ojos por unos instantes.
- Soledad... -comenzó a decir el hombre- siempre estuviste en el corazón de tu madre; quiso que te buscase para verte por última vez. Quería contarte muchas cosas, que la perdonaras, que llegases a quererla como la madre tuya que era.
- Muchas veces pensé en ella, Andrés, me arrepentí de mí proceder. Ahora…. ya es tarde para tantas cosas….realmente hubiera sido feliz viéndome a su lado. Me siento mal, toda mi vida he estado dando tumbos, sin raíces, sin el calor de un hogar….
  - Ahora estoy aquí, Soledad, quiero decirte que no estás sola; enviudé hace tiempo y sin tu madre también mi vida ha sido un ir y venir a ninguna parte, siempre ocupado en hacer crecer mis negocios, privado del cariño de los seres que más quería.
 
   Andrés tomó las manos de su hija y la miró de un modo tan intenso que Soledad se estremeció. La voz del hombre sonó con un ruego prendido en cada palabra.
  - Soledad, me encuentro solo, muy solo;  no sé si tengo derecho a pedirte que vengas conmigo, que estemos juntos ahora que nuestros destinos se han cruzado. Quisiera darte todo el cariño de un padre que recibe el regalo de una hija de la que no sabía su existencia. Nunca podríamos recuperar el tiempo perdido aunque quisiéramos, pero sólo nos tenemos a nosotros mismos, Soledad, démonos la oportunidad de conocernos, de ser la familia que nunca fuimos. Ven a la casa donde vivo que será la tuya si tu quieres;  toma las riendas de los bienes que poseo y te pertenecen.

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Andrés miró el reloj. Pasaban quince minutos de las diez. Tenía el    corazón en un puño.  La elección era de Soledad. Si no acudía a la cita,  más tarde o más temprano lo comprendería;  no tenía ningún derecho a pedirle que  dejara su actual vida para irse con su padre, un padre salido repentinamente de la nada. Esa era la verdad. Ciertamente los acontecimientos se habían precipitado inesperadamente; el desenlace de los mismos no dependía de ellos.
Giró la llave y sonó poderoso el rugido del Masserati. Al doblar la esquina la vio. Corría apresurada con una maleta en la mano. Cuando Andrés le abrió la portezuela los ojos de Soledad lo decían todo.
Y cuando  besó su mejilla la muchacha gozó de un beso largamente esperado.    

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