Paulo Pereira
era un consolidado y afamado retratista que destacaba en el panorama
fotográfico mundial. Leticia, también fotógrafa, había recibido una invitación
personal de su puño y letra para asistir a una exposición de sus obras que se
celebraba en Madrid.
Extrañada por este hecho
acudió a la Exposición y su sorpresa no tuvo límites cuando, al entrar
en la Sala, Paulo Pereira se dirigió directamente a ella nada más verla.
Con una leve
reverencia tomó gentilmente su mano y la besó.
- Bienvenida,
señorita Leticia, es un honor que haya aceptado mi invitación.
Aquellas
palabras habían sido pronunciadas en castellano
con un marcado acento portugués, o tal vez brasileño, dedujo ella. Paulo le sonreía afablemente observando el
asombro que asomaba en el rostro de Leticia. Sin duda, corroboró ella, era un
hombre muy atractivo.
Alto, su piel bronceada casaba a la perfección en
unas facciones de mirada profunda y acogedora. Sus ojos negros no cesaban de
mirarla, extasiados y conmovidos.
Leticia
estaba confundida, no sabía qué pensar. Paulo Pereira parecía disfrutar al
verla en ese estado y sonreía
condescendiente.
- ¿Nos
conocemos? -preguntó un poco azorada ante
la presencia de aquel hombre de cautivadora mirada.
- Ya lo creo
que sí, desde que yo era pequeño, señorita Leticia.
- Me confunde
usted, señor Pereira, no le conozco más que de ver sus fotografías y saber de sus éxitos fotográficos, pues, como fotógrafa que soy, me gusta estar
al día.
- Pronto lo
comprenderá todo, señorita Leticia. ¿Quiere ser tan amable de seguirme?
Con un
caballeresco gesto la invitó a visitar una Sala aparte. La presidía una pequeña
fotografía enmarcada en un cuadro de marco dorado profusamente labrado.
De
colores desvaídos, mostraba débilmente la imagen de una mujer y un niño.
De repente el
pasado se agolpó en el ánimo de Leticia al contemplarla y su mente retrocedió
vertiginosamente en el tiempo.
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Siendo muy
joven, Leticia viajó a Brasil para realizar un reportaje fotográfico de la
cuenca del Amazonas y las gentes que la
poblaban. Ya por aquel entonces era reconocido su arte y las revistas de
Naturaleza y Viajes le solicitaban sus trabajos.
Ello le permitía
recorrer el ancho mundo y conocer gentes y culturas y plasmarlas bajo su prisma personal a través de la cámara.
La base de
operaciones la establecieron a orillas del gran río, al lado de un poblado de
acogedores indígenas. Sus moradores les recibieron con curiosidad y
hospitalidad y desde el primer momento
Leticia acaparó la atención de todos ellos, en especial de las mujeres. Leticia
era una esbelta jovencita rubia de
sedosos y rizados cabellos. Su pelo, dorado como el oro ejercía un poderoso efecto
de atracción sobre quien lo contemplase. En particular llamó poderosamente el
interés de un niño. Hasta tal punto que mientras duró su estancia en ese lugar, apenas se
separó de ella.
Benko, así le
llamaban en la tribu, era un niño de
pelo rizado negro como el azabache y carita graciosa. Se le quedaba mirando embobado como si nada
más que aquella larga cabellera
brillante como el sol existiese para él. Leticia le daba galletas y caramelos y
el niño no cabía en sí de gozo por aquellos regalos que nunca había conocido.
Lo que más le
gustaba era tener en sus manitas morenas los rizos de Leticia, los acariciaba desenredándolos con verdadera devoción.
A su madre no
le importaba, pues ella, al igual que
las demás mujeres de la tribu, también revoloteaba a su alrededor encantada de
admirar a la mujer de piel blanca y pelo dorado.
El niño la
seguía en sus reportajes indicándole por señas adonde dirigirse para no
perderse, nunca la dejaba sola. Leticia también se percató de la fascinación que su cámara ejercía en
él. No perdía detalle de sus poses al buscar el mejor ángulo y perspectiva y
guardaba un sepulcral silencio hasta oír el disparo del obturador.
Fue una
estancia fructífera artísticamente e inolvidable por tantos momentos emocionantes
vividos con la tribu y por la complicidad que estableció con el niño, por eso
el momento de la partida fue muy difícil para ambos, especialmente para ella
pues le había cogido cariño.
El día de la
despedida Benko estaba tan compungido y
lloroso que le pidió a un compañero que les hiciese una foto juntos con la
Polaroid porque tuviera un recuerdo de ella. Y no fue solo eso. Se cortó un
generoso mechón de su pelo y se lo dio.
Sus ojos le
brillaron de un modo tan singular a Benko que, entre llantos, de la emoción le
dio un beso.
- Era un niño
precioso...dijo Leticia volviendo de súbito al presente con la mirada perdida y
cargada de nostalgia.
- Y ese niño
fue apadrinado por Roberto Pereira, consejero de la ONU y al acabar la Universidad, emprendió
la búsqueda de quien recibió sus primeras lecciones de fotografía.
Entonces, en
un movimiento de prestidigitador,
apareció en una mano de Paulo Pereira,
un pequeño estuche de plata. Al abrirlo, Leticia contempló aquellos tirabuzones
suyos que se cortó para dáselos un lejano día.
La emoción
turbaba a Leticia. El niño de entonces , ahora el hombre que la contemplaba mirándola
fijamente a través de sus ojos negros,
había desatado un tropel de emociones que ella creía perdidas para siempre.
Lentamente,
Leticia abrió su bolso y sus gráciles dedos mostraron una fotografía idéntica a
la que exponía el cuadro.
- La llevo
siempre conmigo - dijo ella con la voz quebrada.
Esta vez fue Paulo Pereira quien se mostró visiblemente
impresionado al contemplar la imagen y sus oscuros ojos se empañaron unos instantes.
Quedaron en
suspenso los dos, contemplándose como si fuera la primera vez, hacía tantos
años, a orillas del Amazonas. Ella, una audaz jovencita que triunfaba en su
profesión y se adentraba en la selva amazónica llena de ilusiones y proyectos.
Él, un muchachito risueño lleno de encanto que acaparó toda su atención desde
el primer momento por su gracia y desparpajo.
- Debo
felicitarle por su magnífica obra; por
sus famosos Ángeles Rubios, los retratos más sutiles e increíbles que nunca he
visto.
Paulo sonrió
con dulzura a Leticia.
- Desde
pequeño sigo impresionado por su cabello rubio, de esos rizos prodigiosos que
yo rememoro desde entonces; y de su rostro, para mí el prototipo de la Belleza más pura.
Leticia
estaba a punto de echarse a llorar por sus palabras. Nadie, jamás, le había dicho una frase como aquella. ¿Por
qué se puso a temblar repentinamente?
- Por eso
retrato siempre modelos de piel blanca como la nieve y cabello dorado, en un vano intento de que se
asemejen a usted.
Leticia se
tambaleó levemente y Paulo Pereira la sujetó con suavidad.
- Nada, no ha
sido nada, gracias -musitó con un hilo de voz por tanta emoción.
Sentados
frente a unos cafés dejaron pasar el
tiempo, indolentemente, entre
confesiones y risas, compartiendo retazos de sus vidas.
- Nunca pensé
que volvería a ver a Benko, aquel niño
de la aldea del Amazonas y menos
convertido en todo un hombre. Y, para mi sorpresa, siendo uno de los mejores
retratistas del momento. Me ha dado usted una sorpresa mayúscula.
- El hallazgo
fue para mí conocerla, señorita Leticia.
- Señora
-corrigió ella con una elegante sonrisa- Tengo un esposo y unos hijos adorables,
que me dan toda la felicidad que una mujer puede desear.
Paulo Pereira
asintió y se inclinó hacia adelante en un gesto como para dar mayor
confidencialidad a sus palabras.
- A los pocos
años de irse usted y su equipo vinieron
unos misioneros y unos delegados de la ONU que visitaban la cuenca del
Amazonas. Desgraciadamente había perdido a mis padres y mi vida no hubiera
seguido otro rumbo diferente de los demás
de la tribu si no hubiera sido por un afortunado azar llamado Roberto
Pereira. Me adoptó otorgándome su
apellido y me trató como uno más de sus hijos dándome su afecto y la
posibilidad de ser alguien en la vida.
Su voz se había quebrado al recordar el infortunio de
sus padres y evocar a su familia adoptiva.
- No hacía
más que recordarla haciendo fotografías
-siguió rememorando Paulo Pereira- y puse todo mi empeño en ser fotógrafo como
usted.
- Por favor,
Paulo, no me llames de usted -dijo ella cordialmente.
- Gracias,
Leticia, por tu amabilidad.
- Y
ciertamente has sido un alumno muy aplicado, tus retratos son famosos en el
mundo entero. Además de tus reportajes de Flora y Fauna que sigo con mucho
interés desde siempre. Quién me iba a decir que mi fotógrafo preferido era el
inseparable Benko en aquella selva amazónica que nunca olvidaré.
A Paulo
Pereira le reconfortaba el modo afectuoso con que Leticia le hablaba y miraba.
- Te parecerá
una tontería pero el mechón de tus cabellos siempre fue una especie de talismán
para mí. Todavía guardan las yemas de mis dedos la sensación que sentía cuando
acariciaba tus cabellos. Es así, por
increíble que parezca.
Leticia
sonrió ampliamente y tomó una de sus manos.
- Guardé esa
foto de los dos como oro en paño, no sé ni como se ha conservado tan bien.
- Ahora,
Leticia, este famoso fotógrafo, como dices tú, pero humilde fotógrafo, quiere pedirle a su maestra un deseo.
La expresión
de Leticia mostró una gran sorpresa. ¿Cuál sería ese deseo?
- ¿Qué podría
hacer yo por ti, una simple reportera?
- Una simple
reportera a la que se rifan en las
Agencias.
- Ya será
algo menos, ya - rió divertida Leticia. ¿Y cuál es el deseo del afamado
retratista del momento?
- Un deseo
que está cumpliéndose en parte porque quería verte de nuevo. Y algo más en lo
que sueño desde siempre.
Fueron unas palabras
trascendentes, rotundas aunque cálida e inocentemente pronunciadas por Paulo
Pereira que despertaron una poderosa curiosidad e intriga en ella.
- Quiero que
poses para mi.
Aquello fue
como una inesperada e intensa lluvia de verano que sorprendió totalmente a
Leticia. Intentó asimilar la petición de aquel hombre que la miraba como cuando
un niño pide algo imposible.
- Por
supuesto que sí -se sorprendió ella misma al pronunciar estas palabras casi
automáticamente.
Paulo Pereira
no esperaba tan repentina espontaneidad y su rostro se dulcificó complacido.
- Gracias,
Leticia, no sabes cuánto he soñado este momento.
- Pero con
una condición.
- ¿Chantaje...?
- y soltó una jovial risotada.
- Que luego
poses para mi, Benko. Sin Polaroid.
- Concedido.
Sin Polaroid.
- Siempre
serás Benko para mí. -sentenció Leticia.
- Me alegraré
de que así sea.
- ¿Nikon
contra Nikon?
- Nikon
contra Nikon.
Brindaron
como los viejos amigos que eran y quien quiera que los contemplase sin duda se
hubiera contagiado de su alegría.
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