Las nuevas
tecnologías avanzaban a pasos agigantados. En el Banco estos cambios se hacían
patentes cada vez más. Para cuadrar la caja de ventanilla Vicente debía de
sumar el debe y el haber. O, lo que es lo mismo, los cobros y los pagos. En una máquina enorme, ciclópea, con teclas que apretabas con
toda la fuerza de tus dedos y palancas que chirriaban espantosamente. Y si no cuadraba las comprobaciones eran poco
menos que tediosas.
El ordenador
no era tal, consistía en un híbrido
contable extraño, lleno de teclas y botoncitos, con su rollo de papel donde se
imprimían las operaciones. Todo había
cambiado, empezando primeramente por las mismas oficinas.
Ahora eran
espaciosas, diáfanas, luminosas, con muebles bien diseñados y cómodos, eran
alegres e invitaban a entrar en las dependencias.
Vicente era
un sobreviviente de los viejos tiempos bancarios; entró de ordenanza, cuando se llevaba el
uniforme; uno azul en invierno y otro gris en verano. Todavía recordaba y era motivo de comentario siempre
que surgía la ocasión –él la buscaba siempre- los almuerzos en el pequeño bar
de la quinta planta, donde se reunían los ordenanzas después de entregar antes
de las nueve y media, los documentos de la cámara de compensación.
Reunión de
subalternos que terminaba
precipitadamente cuando aparecía el conserje y los dispersaba después de
amonestar a los que no llevaban el uniforme.
Era de los más
antiguos, aunque todavía le quedaban unos años para jubilarse. No tenía la
menor prisa en que llegara ese momento.
Cualquier
cambio que se producía Vicente lo asimilaba con tesón y eficiencia, haciendo
valer su vetaranía de cajero por encima
de todo.
Los clientes
de la Entidad estaban encantados con los nuevos derroteros de la tecnología
bancaria pues no en vano se agilizaban los procesos de sus operaciones.
Un día
aparecieron los primeros ordenadores, con una pantalla como la de un televisor,
y hubo que aprender su manejo, la palabra Informática apareció por primera vez
en el horizonte de conocimientos de Vicente y la acogió con el mayor
entusiasmo; había que ponerse las pilas, le dijeron, y él se las puso, muy
pronto dominó las diferentes pantallas que se desplegaban como por arte de
magia ante sus ojos.
El invento le
pareció maravilloso, todo quedaba dentro de los chips que llenaban la CPU,
cabían millones y millones de datos, parecía no tener límite de almacenamiento
y los podías consultar cuando quisieras.
Un día, de
repente, le insinuaron algo que lo llenó de inquietud.
- Vicente, te
van a poner un aparato que lo va a hacer todo por ti.
- Ya no
tendrás que hacer nada.
- Ni tocarás
el dinero, la máquina se encargará de cobrar y pagar.
Estos, y
otros comentarios, corrían de boca en boca entre los compañeros, y por las
noches, las frases “No tendrás que cobrar”, “No tendrás que pagar” sonaban en los sueños de Vicente como una
pesadilla llenándole de inquietud.
Pero el
tiempo pasaba y ningún cambio se producía. Llegó a pensar que todo era un
proyecto que no iba a llevarse a cabo.
Hasta que una
mañana el recinto de Caja se llenó de técnicos metro en mano y comenzaron a
medir y trazar planos sin descanso.
¡Ayyy¡ la
cosa empezaba a revelarse. “No te preocupes, Vicente, te quedará sitio de
sobra, ya verás.” “El Reciclador será de gran ayuda”.
“Reciclador”,
ése era el nombre de su adversario, el que quería quitarle el espacio a
Vicente. Ya se veía en un rincón, relegado de su puesto por el dichoso aparato.
Susana, la
compañera que dirigía el departamento de implantación del nuevo dispositivo, le
explicó en qué consistía el proyecto.
Se trataba de
un aparato que facilitaría el trabajo de ventanilla reduciendo al mínimo las
faltas en Caja. Ese era el tema, Vicente, le dijo Susana. Agilizar tu trabajo y
darte la seguridad de que el efectivo se entrega y se cobra correctamente. Tú
estarás ahí, diciéndole en todo momento a la máquina lo que tiene que hacer.
Vicente
quería convencerse; a ratos lo conseguía, pero lo inevitable–pensaba- ya estaba
en marcha.
Llegó el día
tan esperado y temido al mismo tiempo. Tras desembalar el aparato con sumo
cuidado lo instalaron. La primera impresión que tuvo Vicente fue que se parecía
a R2-D2, el pequeño robot de la saga de “La Guerra de las Galaxias”, podía
decirse que era idéntico.
El Reciclador,
ése era su nombre, era de pequeño tamaño, de formas redondeadas y armoniosas;
al enchufarlo se le encendieron dos
lucecitas azules a modo de ojos y en su pantallita pudo leerse una especie de
bienvenida con su nombre y denominación técnica.
Vicente iba a
ser el primer empleado del Banco en usar el Reciclador, por lo que sus
opiniones respecto al manejo del mismo serían muy importantes, le dijeron. Comunicaría los posibles defectos
o imprecisiones en su uso antes de lanzarlo a toda la Red de Oficinas.
Por un
momento Vicente se sintió investido de una gran responsabilidad; desde luego
aprendería todo cuanto había que saber del Reciclador; exprimiría todas y cada
una de sus posibilidades para que su funcionamiento fuera óptimo en sus
funciones.
Susana fue su
monitora y con su amabilidad y simpatía fue muy fácil aprender a manejarlo.
También cabría decir que Vicente tuvo el honor de ser el primer y único alumno en las enseñanzas de Susana. Y aventajado, por
cierto.
A Vicente la
palabra Reciclador le resultaba fría e impersonal, así se lo dijo a su
responsable y compañera Susana.
- Se llamará
Ruperta; así lo llamaré a partir de ahora.
- ¿Y por qué
ese nombre?
- Pues…no lo
sé. Alguno tenía que ponerle y me parece un nombre apropiado, me vino de
repente.
Y con el
nombre de Ruperta se quedó. Fue una novedad para los Clientes, no daban crédito
a la velocidad con que el dispositivo guardaba los billetes y también la
exactitud y precisión que demostraba al pagar el efectivo.
Vicente
estaba encantado con su Ruperta;
llegaron a formar un tándem perfecto. Era segura y eficiente, rápida,
obediente a cualquier indicación que se le daba.
Aquel
veterano cajero admiraba su precioso color granate y el sonido de sus
engranajes le sonaba como el trino de un pájaro. El cuadre de Caja con aquel
formidable colaborador ya no era una inquietud.
Ciertamente
la Ruperta presentó pocos inconvenientes de uso y las recomendaciones de
Vicente fueron esclarecedoras antes de ser presentada en el resto de la Red.
A los
compañeros de Vicente les gustaba ver cómo la limpiaba. Aprovechaba cualquier momento para pasarle un
paño con abrillantador; meticulosamente le prodigaba sus mejores cuidados. El
no se daba cuenta de que lo observaban,
no llegaban a entender la especie de
arrobamiento que sentía por la
Ruperta.
- No sé qué
haría sin ella –confesaba a Susana cuando le preguntaba por su funcionamiento.
- ¿Ves? Tanto
miedo que tenías a la Ruperta y mira qué contento estás.
La verdad es
que a veces se pasaba alabando sus muchas cualidades de uso; y los compañeros,
de broma, le decían que se había enamorado de la Ruperta. Y él no les hacía ni
caso, su compañera mecánica era genial.
Un día, como
cualquier otro mecanismo, dejó de funcionar y la jornada laboral ya no fue la
misma para Vicente. Se sentía solo, como inseguro; sin la valiosa compañía de su Ruperta no se
sentía bien.
Cuando el
técnico la puso de nuevo en marcha la alegría y seguridad volvió de nuevo a su ánimo.
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La Ruperta, o Reciclador como era su nombre exacto, llegó
poco a poco a las demás Oficinas de la Red y su éxito fue rotundo.
La unión de Vicente y
Ruperta fue feliz desde el primer día. Y cabía pensar que ésta felicidad
duraría siempre. Pero no fue así.
Un día, a espaldas de la fiel e incansable Ruperta, le
informaron a del nuevo dispositivo, el R45-ST. Un aparato de mayores
prestaciones y que debía de probar Vicente
al igual que hizo en su momento con la
Ruperta.
Aquel día, por extraño que les pareciera a sus compañeros,
Vicente no lustró hasta lo indecible los plásticos y metales de Ruperta.
En su cabeza bailaba la imagen del nuevo Reciclador;
bueno, mejor llamarlo Adolfina. Ése
sería el nombre de su nueva compañera.
Era más alta, de un precioso azul celeste, con elegantes
franjas naranja fosforescentes. Y no tenía dos lucecitas como Ruperta; tenía
cuatro, de un verde esmeralda que deslumbraba.
Y Vicente, desde ese día, ya soñaba y se imaginaba al lado de
Adolfina, cobrando, pagando, atendiendo a los Clientes más rápido y mejor que
nunca.
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