sábado, 14 de marzo de 2015

Ángel de la guarda (continuación y final de "Ángel azul")





Aquella mujer no cesaba de mirarme. Estaba nervioso ante la insistencia conque me observaba. Y más me puse cuando se levantó y fue en dirección a donde yo estaba sentado.  Era impresionante, mediría más un metro ochenta por lo menos y lucía una larga melena de pelo negro. De tez morena,  su rostro era bellísimo. Como si tal cosa tomó asiento a mi  lado.
- Hola, Alberto, ¿cómo estás? –me soltó de sopetón.
- ¿Me conoce? –silabeé  débilmente.
- Claro que te conozco. Y tutéame, por favor, soy Elvinatel, tu ángel de la guarda. 
 Sentí  un repentino vahído.
- Hace algún tiempo te pedí que me pintaras en aquella casa, ¿recuerdas?. Y desde entonces te has hecho todavía más famoso; los coleccionistas, las Galerías de Arte, la gente rica, todos quieren uno de tus ángeles rubios.
Mi memoria empezaba lentamente a funcionar. Desde luego que la recordaba, vaya que sí. Un sudor frío recorría mi  frente.
-  Me has pintado subida a una nube, en forma de ola, rodeada de palomas, en lo alto de una pirámide, de tantas maneras como te inspiré  cada vez que pensaste en mí. ¿No es así, Alberto?
- Sí, es verdad -respondí  sin entender todavía lo que estaba pasando.
- Primero,  tranquilízate; sé que todavía no te has repuesto de nuestro primer encuentro y que  no te explicas   lo que sucedió aquel día.
Aunque lo cierto es que no olvidaste el más mínimo detalle de mi figura  al pintarme  tan magistralmente en tus cuadros.
Traté  de poner en orden mis  ideas poco a poco. Mil interrogantes recorrían mi  mente.
- Antes eras rubia como el oro y ahora eres morena, ¿cómo iba a saber que eres tú? Y, además... -titubeé- ¿Qué quieres ahora de mí?  Ya te pinté como querías, ¿no es así?
La mañana era soleada y la terraza estaba repleta de gente que disfrutaba de aquella temperatura primaveral tan agradable.
- Un refresco de limón -pidió la mujer al camarero que se acerco solícito a la mesa.
- A mí otro café, por favor -demandé pensando que debía estar bien despierto.
Sentí que la mirada de aquella inquietante mujer invadía hasta el más profundo rincón de mis pensamientos.
- Llevas una temporada pensando en la muerte, temiendo llegue  ese momento e imaginando qué sentirás en ese preciso instante, si es que alcanzas  a percibirlo, ¿no es así?
- Es verdad -asentí con la cabeza sorprendido por aquella revelación-Pero...¿cómo lo sabes?
- Lo sé todo sobre tí, nunca me separo de tu lado;  ni de noche ni de día. Yo te desperté aquella vez  que dabas cabezadas conduciendo y te hice dar un volantazo para no darte de frente con el camión; y te subí a la acera de  un empujón para que no te arrollase el bus que iba justito al bordillo, recuerda.
Hasta...- y una pícara expresión asomó en su cara- te quité de la cabeza aquella treintañera que se cruzó en tu camino y de la que te encaprichaste.
Tras una risita cómplice que acentuó todavía más su encanto, su voz adquirió un tono grave y solemne.
- No quiero asustarte, Alberto, pero he venido a hablarte de la vida y...de la muerte.
Tragué saliva y desde luego me sobresalté.
- La...¿muerte?
- Claro, Alberto, la muerte va con la la vida, y al contario. -se quedó tan tranquila después de decirlo-.
Dio un pequeño sorbo al refresco y prosiguió.
- En términos coloquiales, y para que lo entiendas, te diré que la vida es como una chispa que surgió hace miles de años. Una llama que se enciende en cada uno de nosotros al ser engendrados y transmitida por nuestros padres, que a su vez la recibieron de los suyos. De igual modo que junto con tu esposa la  transferisteis a vuestros  hijos.
No sabía qué pensar.
- Suena muy bonito, como un cuento, ¿no?
- Está fuera de tu alcance comprenderlo por más que sea sencilla mi manera de hacerla asequible para tí.
- Vale, la llama se prende, de acuerdo; y cuando uno muere, ¿qué? -dije excéptico.
- La llama sigue existiendo en el otro ser que es portador de la vida que tú le diste.
- ¡Ajá! -exclamé triunfante- mi acertada teoría de que después de muertos es como antes de nacer;  la Nada, el vacío más absoluto.
- ¿Esa  es tu  acertada teoría? -me miró inquisitiva.
Me sentí pillado en falta.
- Alberto, como humano no puedes comprender cuanto hay fuera de la Vida. Lo conocerás todo cuando dejes tu cuerpo mortal.
La gente se nos quedaba mirando; bueno, en realidad era a ella a quien miraban. Una despampanante mujer con la falda a media pierna y deslumbrante  como una diosa bajada del cielo. Al lado de un señor mayor que para nada llamaba la atención. Y, esto me hacía sonreír por lo chocante, hablando de la muerte, como si fuera un tema de conversación de lo más usual.
- ¿Y que hay de tu cuerpo? Dices ser mi ángel de la guarda, ¿no es así? -le solté de corrido.
- Lo soy, Alberto, no lo dudes.
- ¿Y qué es un ángel, si se puede saber? -dije en tono burlón.
Frunció el entrecejo en un gesto reprobatorio  y pensé iba a ser objeto de una regañina.
- Es normal que tengas tus dudas sobre mí, incluso después de lo que tus ojos vieron aquel día cuando me mostré en forma humana, concretamente en cuerpo de mujer.
Debió ver el brillo repentino de mis pupilas cuando recordé una vez más su cuerpo delirante y deseable y aunque hizo como que no se percató de ello, creí vislumbrar una leve sonrisa aquiescente.
- Cuando un ser nace, dos fuerzas acuden de inmediato. La Luz y la Sombra, por decirlo así. Cada una quiere prevalecer sobre la otra para marcar el Destino de esa nueva vida. Aunque una de ellas estará más presente, durante toda su existencia se librará  una lucha constante entre las dos Entidades por regir los actos, los pensamientos y el azar  de ese ser humano.
- El Bien y el Mal, el Cielo y el Infierno, Dios y el demonio, como me enseñaron en el colegio religioso, ¿no es así? -afirmé categórico y triunfal-.
- Quiero pedirte que vivas el dia a día, Alberto, para eso he venido de nuevo. El mañana nadie lo conoce y el pasado ya no existe más que en los recuerdos de una memoria que se desvanece con el tiempo.
¿Qué ganas angustiándote en pensamientos que te hacen sufrir? Eres un buen hombre; recto, sencillo, entregado a tu hogar y tu trabajo. Tu religión y primer mandamiento es tratar a los demás como deseas te traten a ti, por eso haces felices a cuantos te rodean y pones un poco de paz y concordia allá por donde pasas. ¿Te parecen pocos atributos para no sentirte realizado y estar satisfecho  en este mundo?
Su mirada me embelesaba transmitiéndome una extraña paz, algo en mi interior se esponjaba bajo el influjo de sus palabras.
- Nada de cuanto existe tiene la facultad de crearse  a sí mismo. Hay una fuerza primigenia e invisible que es el orígen de todo.  Ese y no otro es el único misterio que conoceremos  cuando nuestra existencia llegue a su fin. Unos le llaman dios, pero es  uno de los muchos nombres que variados seres y culturas a lo largo de la Historia le atribuyeron. Otros no creen en nada.
Estaba hecho un lío, ciertamente; no había dicho nada que someramente yo no intuyera desde que me hice muy crítico con la educación religiosa a la que me vi sometido en el Colegio de curas donde estudié el Bachillerato.
- Sé lo que piensas y me doy cuenta de tu turbación;  es razonable que  te sientas así. Soy y seré el suceso más extraordinario que nunca te ha sucedido. Inexplicable para tí, por eso nunca comprenderías qué es un ángel.
Sin esperarlo puso  mis manos entre  las suyas y sentí una confortable sensación. Los transeúntes debieron notar que me puse colorado como un tomate.
- Soy de carne y hueso, real como tú mismo en este instante. ¿Notas el calor de mi piel?
- Sí -respondí embobado al notarla tan cerca.
No pude evitar perderme  en aquellos ojos negros y profundos, en el aroma sutil e indescriptible que emanaba de ella  y que iba endulzando mis sentidos, transportándome a sensaciones y fantasías antes nunca experimentadas.
- Soy quien te hace llorar y reír, sentir y amar, crear, soñar, suspirar, ese impulso de vida que guía cada uno de tus pasos y pensamientos, tus deseos y anhelos. El que  te hace ser como eres, con tus virtudes y defectos, quien te guía hacia el Bien dentro de lo posible y procura que no te pase nada antes del momento inevitable que a todo ser humno le llega.
Me sentí unido a ella por lazos que escapaban a mi conocimiento. Como un poderoso faro, deslumbrante e irresistible, su mirada me revelaba todo aquello que atenazaba mi pobre espíritu, abría mi pequeña mente a misterios insospechados, a espacios y universos en los que apenas era un insignificante puntito de luz en medio de miríadas infinitas de luminiscencias en movimiento.
- ¿Estás bien, Alberto? - su voz me devolvió a la normalidad tras un  inusitado  trance.
Había estado en una especie de Limbo, como flotando en el aire  y poco a poco fui distinguiendo los contornos y detalles de cuanto me rodeaba.
Ahora comprendía muchas cosas y me sentia feliz y contento por cuanto me había sido dado a conocer.  También, no podía evitarlo, atenazado al pensar en  ese final que a todos nos esperaba.
- ¿Sabes? Te confesaré un secreto.
Tras aquellas enigmáticas palabras quedé en suspenso, sin poder imaginar qué nuevo y desconocido manifiesto estaria a mi alcance.
- No andas descaminado cuando piensas que el sueño no solo es el acto de reponer nuestro organismo del desgaste diario. Estás convencido de que el sueño es un ensayo de la muerte, un estado inerte en el cual no tenemos conciencia de que existimos, que sería muy fácil e indoloro pasar al descanso eterno sin apercibirnos de ello. La mejor muerte posible, desde luego, eso piensas tú.
Era cierto que creía en ello y lo manifestaba y trataba de convencer a quienes quisieran escucharme, así se lo hice saber.
- ¿Ése es el secreto? -le dije excéptico.
Permaneció unos instantes con la mirada ausente, como pensando en la respuesta.
- El secreto te dejará más confuso de lo que estás, Alberto. -afirmó categórica.
Ahora la pelota estaba en mi tejado. No sabia qué decirle.
- Por motivos que escapan a tu entendimiento, tu conciencia, tu esencia más vital ha tomado el cuerpo de una mujer;  la que tienes frente a tí.  Soy ese sentido invisible y desconocido que todo ser humano posee y le guía en su hacer diario. Sólo los espíritus puros, sensibles y nobles, auténticos, saben escuchar ese hilo sutil, esa vocecilla amiga que nos ilumina con su Luz en todo momento.
Aquello me desbordaba. ¿Tenia salida en el laberinto de sus palabras?
- ¿Sabes...? -y cambiando de postura levantó un nuevo revuelo entre los mirones que estaban pendientes de sus bonitas piernas-. Podía haber hecho esta nueva aparición con aspecto de una mujer normal que pasara desapercibida del todo. Una ama de casa corriente, por ejemplo.
Se me quedó  mirándo entonces entre divertida y pícara poniéndome sobre  ascuas.
- Sé algo que todo el mundo desconoce de tí; que te gustan las mujeres mucho más altas que tú. Te pones a mil sólo de imaginarte al lado de una hembra de casi dos metros, ¿a que sí?
Como un campanazo resonó aquello en mi cabeza.
- Vaya, conoces hasta el último rincón de mis secretos pensamientos.
- Claro, ya te lo he dicho. Soy la personificación de tu tu conciencia,  así que nada escapa a mi conocimiento.
Debió de notar mi tremendo desconcierto mental.
- Poco a poco la impresión y el desasosiego que te estoy causando en estos momentos irá decantándose y tranquilizando tu ánimo. Meditarás asimilando lo sucedido y terminarás por comprenderlo todo.
-Me cuesta creer que existes de verdad, que eres el prototipo hecho carne de la mujer conque sueño enocontrarme cada noche. -me estremecí al pensarlo.
Apuré el café que me sirvieron comprobando que estaba frío.
-¿Y qué pasará, qué debo de hacer a partir de ahora? -quería saber a lo que atenerme.
Me miró cándida y amigablemente.
- No has de hacer nada especial, Alberto. Seguir viviendo como hasta ahora pero sin preocuparte del mañana. Si te angustias con  el final de tu vida no disfrutarás el presente y tus temores y miedos harán que no seas feliz ni tampoco quienes te quieren y te rodean. Así de fácil aunque no lo parezca.
Te acompañaré siempre porque formo parte de lo que eres.
Traté de poner en orden mis ideas, darle un sentido a todo aquello que me estaba sucediendo pero era imposible. Me parecía una situación irreal.
Una corriente de tranquilidad invadió mi espíritu y traté de descubrir más cosas en aquellos insondables ojos negros que me miraban con una desconocida intensidad.
- Quiero que pongas mucha atención a las dos alternativas que voy a proponerte. Escúchame bien, Alberto.
Estaba  intrigado del todo, ¿qué me diría?
- Si te reúnes conmigo en  donde te diga, vivirás una experiencia mística que nunca olvidarás.
Estaba más desorientado todavia.
- Experimentarás algo tan trascendental y único como del todo insospechable. Te llevaré de mi mano al Paraíso, Alberto.
¡El paraíso, me ofrrecía el paraíso! -¿había entedido bien?
- ¿Eres capaz de llevarme al Cielo?
Me envolvió con una enigmática sonrisa que no supe descifrar.
- Soy capaz de eso y de mucho más:  no tienes ni idea  de lo que puedo hacer contigo...
Sus labios rojos brillaron de un modo especial y un excitante espasmo sacudió cada rincón de mi cuerpo.
- La otra posibilidad  que te queda es no acudir a la cita, en cuyo caso no  me verías nunca más;  aunque estaría siempre a tu lado en estado invisible.
Tragué saliva, era un  dilema difícil de asimilar.
- Y si me hago el ánimo y voy...
Sonrió ampliamente luciendo sus dientes de perla confundiéndome más de lo que ya estaba.
-  En el  supuesto de aceptar el encuentro, estoy segura de que  querrías repetir más veces esos momentos celestiales como pocos humanos han tenido el privilegio de probar.
Era imposible no sustraerse a su magnética presencia. Toavía creía estar en medio de una ensoñación que se desvanecería, estaba seguro, tan pronto me levantara de la silla.
Eso hice y también ella se incorporó. Apenas le llegaba a los hombros y sus esplendorosos pechos transparentándose a través de su  blusa quedaron a la altura  de mis ojos sintiéndome empequeñecido de repente, cohibido,  indefenso como un niño, sin voluntad.  Me hubiera pedido la cosa más inverosímil y arriesgada que se le antojase y  lo habría hecho como un autómata en el acto, sin pensar en las posibles consecuencias.
Lo que hizo fue inclinarse y acercar su rostro al mío. A continuación me besó tan apasionadamente que sentí que  una corriente de calor me  devoraba por dentro.
Fue lo último que recordé al abrir los ojos y verme en el suelo rodeado  de gente que me miraba como quien contempla un ejemplar de una especie rara.
- ¡Ya despierta! -gritó un vejete con la chaqueta de pana llena de lamparones.
- ¡Eh, señor, arriba! -me tomó del brazo una señora gruesa que olía a ajo.
Me incorporé medio aturdido comrprobando que la espectacular mujer que me había besado ya no estaba.
Poco a poco se fueron dispersando todos y quedé allí en medio,  confuso y sin saber qué hacer ni a dónde ir. Me temblaban las piernas y mis labios guardaban el  sabor de aquella boca tan indescriptible y sensual que me besó.
Tenía una tarjeta con una dirección en mi bolsillo. Unas alas briilantes estaban impresas en una esquina y con letras de filigrana su nombre: Elvinatel.
¿Qué significaba todo aquello, era real cuanto había sucedido? ¿Estaba en mi sano juicio o  era un desvarío mental?
El aire estaba impregnado de un perfume embriagador que se apoderó de mis sentidos. Y al mirar hacia arriba, creí vislumbrar una nube blanca en forma de ángel que flotaba balanceándose graciosamente en el azul del cielo.

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domingo, 8 de marzo de 2015

Ángel azul (continúa en !Ángel de la guarda)




En aquel momento recordó la manera en que sucedió todo. La mujer entró en la galería de arte y se dirigió directamente a él, como atraída  por un imán infalible. Con la misma imperiosa autoridad con que Jesús dijo a Lázaro “Levántate y anda” ella le soltó: “Quiero que me pinte usted.”
Se sintió confundido y más todavía cuando fue detrás de ella como si la conociera de toda la vida, impulsado por un resorte que no supo explicar.
- Todo le parecerá muy extraño pero tiene su razón de ser, Alberto.
- Señora… –empezó a decir.
- Mi nombre poco importa –le atajó ella-, Lo esencial es lo que voy a pedirle, el motivo de mi presencia.
- Comprenda mi confusión –se atrevió al fin-. Una dama me saca de mi exposición de cuadros  y me pide que la pinte, sin conocerla de nada, hasta sabe mi nombre. ¿Le parece todo muy normal?
- ¿Cree usted en los ángeles, Alberto?
La pregunta lo sumió en el mayor de los desconciertos.
- ¿Qué tienen que ver los ángeles conmigo, con mis cuadros, con usted?
- Quiero que pinte a un ángel, Alberto.
Era una voz serena y bien modulada quien lo decía, sin atisbo de incoherencia ni delirio. Llegó  a formular otra pregunta pero sus palabras se diluyeron en su inescrutable mirada.
Desapareció de su vista y desde ese mismo momento ya no fue el mismo.
Pasaron los días y su extrañeza fue en aumento al no volver  a saber más de ella. ¿La vio realmente en la galería de arte, sucedió como lo recordaba? Aunque a decir verdad, no sabría decir cuál era su aspecto; cómo iba vestida ni el color de su pelo.
Cuando aquel incidente parecía olvidado y Alberto disfrutaba una noche viendo la televisión en familia, sonó el teléfono.
- Alberto, le avisaré dentro de poco para que pinte a un ángel;  esté preparado –dijo  la voz colgando a continuación.
Un estremecimiento lo sacudió.
- Cariño, ¿quién era? ¿Estás bien, qué te pasa? Te has quedado como si hubieras visto un fantasma.- se interesó su esposa viendo la expresión de su rostro.
- Nadie,  no era nadie -pudo articular cuanto apenas.
Se levantó para prepararse una infusión y se metió en la cama después de dar las buenas noches con un gesto desmañado.
Matilde se asomó a la puerta de la habitación preocupada por la súbita reacción de su marido y al verlo  con la cabeza tapada bajo las sábanas  no se atrevió a decirle nada.
No pudo pegar ojo en toda la noche. ¿Cómo se  había atrevido a telefonearle a casa? ¿Y  si su mujer hubiera cogido el teléfono?
¿Qué pretendía esa desconocida? Cuanto más lo pensaba más absurdo encontraba todo aquello. ¿Qué era lo de pintar un ángel? ¿Acaso existían?
¿Por qué tenían que pasarle a él estas cosas?  Sin duda esto tenía que terminar, la próxima vez le diría que dejase de molestarle.
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Un día, ante un  semáforo en rojo,  aquella mujer de la exposición de cuadros  surgió  de repente sentada a su lado.
- Conduzca hasta donde yo le diga, Alberto. –le ordenó sin mirarle y  llenándole de zozobra por tan inexplicable aparición.
El habitáculo del vehículo se llenó al instante  de un fragante e intenso aroma de azucenas.
A hurtadillas miraba el  perfil de su rostro durante aquel trayecto que acabó frente al mar, en la playa desierta a esas horas de la tarde.  El sol iba desgranando sus tonos más cálidos y en el horizonte  se divisaba la silueta de un  barco.
La mujer lo miró fijamente sin decir nada.
- ¿Puedo saber quién es usted y qué quiere de mí?  -se atropelló al decirlo.
Ella se limitó a estudiar cada uno de los rasgos del hombre pausadamente;  diríase que deleitándose en su escrutinio y sumiendo al hombre en un gran desasosiego.
- Ha sido elegido para pintar a un ángel; eso es por el momento cuanto debe saber. –reveló al fin.
Un rubor acudió a las mejillas del hombre. ¿Qué dirían si le vieran con una mujer en el coche, a esas horas, a orillas de la playa? –se preguntó a sí mismo.
- Nadie le verá conmigo, Alberto, no tema. –le tranquilizó   adivinando sus pensamientos.- Quiero que contemple el mar y el cielo,  que se extasíe en cada una de sus tonalidades, que todo lo vea de ese color y viva pensando en azul. En breve le diré cuándo y dónde nos veremos, Alberto.
Antes de que pudiera responderle ella había desaparecido  misteriosamente.
Permaneció en la playa hasta que el sol se rendía definitivamente a la luna y el pulso de su corazón  recobraba poco a poco su curso normal.
¿Cómo había entrado y salido del  coche sin abrir la puerta?
Su cabeza era un torbellino  de  disparatados pensamientos. No encontraba la menor explicación a cuanto sucedía, aunque alcanzaba a comprender que algo extraño e inexplicable gravitaba sobre él quizá de imprevisibles  consecuencias.
A retazos, más tranquilo,  fueron formándose detalles de los rasgos de tan inquietante mujer.  Media melena rubia enmarcaba un rostro de tez blanca en el que destacaban unos ojos serenos y límpidos como la superficie de un lago tranquilo.
La voz tenía un timbre tan peculiar como imposible de describir. Había que oír cada una de sus palabras para quedar en suspenso, atrapado en la melodía de su voz.
Llegó a su casa bajo el influjo de su intensa y penetrante mirada.  En este estado estuvo días, semanas;  allá donde se encontrase no podía olvidarla.
En ocasiones  parecía un sonámbulo que vagaba  sin rumbo ante  el lienzo  sin decidirse a plasmar un solo trazo;  otras,   permanecía ausente en su día a día con la familia, perdido en el recuerdo de la desconocida dama.
Atendiendo al ruego de la mujer, cada tarde  se quedaba absorto  a orillas de la playa  contemplando el ir y venir de las olas. Desgranando cada partícula de cada nube, de cada porción de cielo, absorbiendo la esencia del color. Recordaba la forma en que le dijo que mirase el mar y el firmamento, que contemplara el mundo a través de  ese prisma azulado. Percibía  ese perfume de azucena que flotaba en el aire en su presencia.  Se estremecía evocando su rostro atractivo y notaba que algo desconocido e inexplicable había surgido dentro de él.

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- Alberto, el momento ha llegado. –aquella frase, en su  móvil, le sobresaltó.
Llamó a la puerta de aquella casa preso de un pánico incontrolable. ¿Qué pasaría si le descubrieran  allí,  acudiendo a la llamada de una mujer, de una completa desconocida? ¿Qué diría su esposa de él, un hombre de conducta intachable y  fidelísimo esposo? Apartó de inmediato estos pensamientos, impaciente porque le franquearan la entrada y supiera a qué atenerse.
La puerta se abrió silenciosamente y se cerró del mismo modo una vez entró en el recibidor. Ante él se abría un largo pasillo al extremo del cual se adivinaba una estancia iluminada. El perfume de azucena, sutil y acogedor, lo invadía todo a modo de bienvenida.
Notó ante su sorpresa que una voz interior le indicaba que siguiera adelante. 
Así, tras reconocer  que era la voz de ella, llegó a aquella habitación. Desprovista de cualquier mueble u ornamento,  sobresalía un gran ventanal abierto de par en par a un luminoso cielo azul poblado de nítidas nubes blancas.
Montó el caballete y fue extendiendo una porción de cada color en la paleta. Por orden expresa de ella el lienzo era de 120 cm  por 85 cm.
Cuando lo tuvo todo dispuesto le dio por pensar en lo absurdo de todo lo  que estaba  haciendo. Se había dejado engatusar como un adolescente por aquella atractiva mujer poniendo en peligro toda una vida de feliz convivencia matrimonial;  ésa era la verdad.
¿Realmente era el Alberto ecuánime y recto de siempre, el que sabía lo que debía hacerse en todo momento y situación? ¿Seguía siendo el pintor brillante y de éxito, resolutivo y cabal? Las dudas le asaltaron. ¿Y si todo era una jugarreta de su mente, una alucinación, una especie de locura repentina?
Tal vez su falta de cordura le hubiera llevado a una trampa, a aquella casa deshabitada en pos de una extraña quimera, siguiendo el eco de una voz que sólo él había escuchado, fruto de su imaginación desbocada. Quizá la torpe presunción de que una joven y hermosa dama podía haberse fijado en él, a sus casi sesenta años, como si ello fuera posible.
Se sintió frágil e indefenso, a merced de una voluntad y una  presencia invisibles que pudieran  materializarse en cualquier momento.
En respuesta a los temores que le atenazaban, sucedió aquel hecho insólito. Una nube blanca, brillante y cegadora, empezó a colarse literalmente por la ventana.  Era una forma vaporosa que comenzó a llenar por completo hasta el último rincón de la estancia, lenta y sigilosamente, como una bruma matutina.  De aquella niebla desconocida y  resplandeciente sobresalía un núcleo todavía más intenso  que deslumbró  momentáneamente al hombre.
Aquel fuerte contraluz   se tornó repentinamente de  un azul luminoso y radiante ante el estupor del hombre. Y más todavía fue mayor su asombro cuando vio la imagen de la mujer brillando  con luz propia, como fruto de una aparición mística.
Flotaba en esa nebulosa, ingrávida,  y una especie de gasa azul cubría su cuerpo dejando al descubierto hombros y rostro.
Sus facciones destacaban nítidas, jamás el pintor había contemplado a una mujer de tan majestuosa belleza.
- Alberto, no intentes comprender lo que está sucediendo porque es imposible. Soy Elvinatel,  un  ángel celestial y por tu buen corazón has sido escogido para plasmar  mi imagen tal cual la contemplas. Sólo tú serás capaz de captar mi presencia terrenal  para la posteridad. –manifestó aquel ser sobrenatural
El hombre  descubrió que la mujer de aquel día  en la Galería de Arte  apenas era una sombra de aquella figura  femenina que se mostraba ante él.
Sería imposible  que alguien fuera capaz de  alcanzar la magnitud de sus rasgos, la conjunción de cada uno de los detalles que la convertían en el ser más insólito y  hermoso que pudiera existir.
El fulgor azul  de sus ojos iba sumiéndole en un letárgico trance del que era imposible sustraerse. Conforme iba deslizando el pincel sobre la tela se abandonaba a  la mirada de ella dejando que   guiara  su mano,   dictase cada tono, cada línea, el más leve matiz.
El pincel recorrió sereno  sus dorados hombros, ascendió con cautela  por su garganta  al suave mentón, y se bifurcó formando sus mejillas sonrosadas de inocente querubín.
Ensimismado,  fraguó su pelo de oro y  fue hilando cada hebra dorada, enmarcando aquella mirada que lo atrapaba sin remedio, embrujándole poderosamente, en simbiosis perfecta pincel y  arrobamiento.
Luego sobrevino  aquel  súbito desvarío de su mano, que cobraba vida propia pintando el estallido rojo de  sus labios entreabiertos, jugosos y tentadores, como la manzana del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.
Aquella boca que, descubrió sorprendido, era futo de ese  delirio que lo poseía  y  ese imperioso  deseo que sintió de cubrirla de sus besos de hombre, olvidando su naturaleza celestial.
Cuando acabó el cuadro lo contempló incrédulo, dudando de que hubiera sido el autor de tan impresionante pintura. El corazón le latía desbocado, emocionado, temblaba y casi lloraba.
- Alberto, ese cuadro es mi imagen y semejanza, sólo tú eras capaz de pintarme de forma tan prodigiosa. Me descubro ante tu innato talento, sabía que no me equivocaba contigo.-dijo aquel ser tan fuera de lo común.
No te sientas culpable –una leve sonrisa se dibujó en el ángel- por pintarme esos labios femeninos tan sugerentes. Al fin y al cabo, Alberto, me di a conocer bajo la apariencia de mujer cuando nos conocimos, recuérdalo.
El hombre estaba sumido en un mar de sensaciones imposibles de expresar.
- Debo mudar mi estado, Alberto –anunció tras una breve pausa-.Aunque de momento no entiendas muchas cosas, las irás descubriendo cada vez que contemples el cuadro, poco a poco; y sabrás quién  soy y a que he venido.

Sin previo aviso, cual si un potente aspirador estuviera  situado en la ventana,  la neblina mágica que llenaba la estancia fue absorbida de repente y desapareció.
Con el corazón sobrecogido de la impresión, tambaleándose, se asomó a la ventana y solo pudo ver el nítido azul del cielo.
Aquella insólita aparición se había esfumado tan misteriosamente como hizo acto de presencia.
Entonces se acercó al cuadro, temeroso de que también su imagen se hubiese volatilizado  del mismo modo.
Lanzando un suspiro de alivio descubrió que estaba allí, resplandeciente como el ángel que era, deslumbrante en su inaprensible belleza, fuera de toda comprensión humana.
Sólo un detalle perturbaba el ánimo del autor de tan impresionante obra.
Aquellos labios rojos, brillando tentadores. Como la manzana del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Y quiso ser el Adán de aquel Paraíso...

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martes, 3 de marzo de 2015

Maleta





Hoy a Lisboa, mañana Roma, pasado a...Toda mi  vida en una maleta, la llevo a cuestas desde pequeña. La fui llenando de edades, de experiencias, de personas, un poco de esto, otro de lo demás, de todo un poco.
Ahí  guardo el retrato de mi primer amor, sus primeros versos. El sabor del primer beso, del primer desengaño, también del último fracaso.
Mi cajita de aciertos y felicidades. Mi traje de primera comunión y el vestido  de novia que nuca me pondré.
Los tacones de vértigo de mis noches  de luna turbia y amaneceres perdidos.
Mis sueños nunca alcanzados y tristezas sin final.
Hoy a Lisboa, mañana a Roma,  con esa mi maleta que perdí una vez y estuve a la intemperie  ante el destino, zarandeada por vientos y voluntades malignas hasta que la encontré.
Miradla:  tiene abolladuras, señales de los arañazos que sufrió, perdió su prestancia y color. Pero...¿sabéis...? es sólida, sus cuadernas siguen aún en perfecto estado, su asa la puedo agarrar con toda seguridad todavía, no resbalará ya nunca más de mis manos. No tiene ruedas ni las necesito.
Cargaré con su contenido vaya donde vaya. Despacio, mirando cada detalle del camino.
Mañana a Lisboa, mañana a Roma...¿qué importará? Quizá todavía quede espacio en su interior para  llenarla de una vida nueva, de otros versos, de otro amor, almacenar  algunos  besos, sentir abrazos que encontraré...
Mañana a Lisboa, mañana a Roma, la maleta vendrá conmigo, ¿qué importará donde vaya si todo cuanto poseo, mi vida entera,  va con ella....?