lunes, 12 de junio de 2023

Boly, Nita y el Lobo Feroz

 

B  O  L  Y,    NITA   Y   EL   LOBO   FEROZ

 

Nita era una niña que se salía de lo normal. Aparentemente su aspecto era corriente. Tenía una cara redonda, de mofletes sonrosados y esa expresión bondadosa e ingenua que tienen las niñas a su edad. Era más  alta de lo que correspondía a sus años y por ello su figura era algo desgarbada, sus extremidades eran demasiado largas en proporción al resto del cuerpo.

Se podía decir que era agraciada, aunque como todo en ella estaba en transformación no podría decirse si iba a ser guapa o no. El pelo era capítulo aparte, lo tenía verdaderamente bonito, una larga melena de color negro azabache que enmarcaba unos ojos verdes diluidos en un poquito de gris oscuro.  Como contrapunto una graciosa naricilla respingona.

En su casa era la desesperación de sus padres, especialmente de su madre.

No la ayudaba para nada en las tareas del hogar, ni tan siquiera tenía ordenada su habitación. Era una leonera total, casi no  se podía entrar del caos que existía.

Vivian en las afueras del pueblo, en el campo. No ordeñaba las vacas, ni las cabras. Tampoco les ponía heno ni las sacaba a dar una vuelta. Cuando no la veía su padre hasta cogía una piedrecilla y se la tiraba al gato para que saliera corriendo del susto. O entraba chillando en el gallinero para espantar a los gallos y las gallinas.

Solamente comía torta de tomate y bebía leche. Nunca  fruta, era incapaz de probar una manzana, una pera, ni tan siquiera un dulce plátano. Ni comerse un cocido ni un estofado de ternera.

Se vestía con cualquier trapo gastado de sus hermanas mayores y llevaba unas simples zapatillas.

Se llevaba fatal con sus hermanos,  se volvía como un puerco espín, no podían acercarse a ella.

En el colegio era también un caso muy singular. No obedecía a los maestros; desobediente,  iba a su bola sin prestar atención en las clases. Según un test que le hicieron era  inteligente y lista pero  no le daba la gana de saber más que lo justo para que no la echaran del colegio.

Sus padres habían ido muchas veces a hablar con los profesores, hasta incluso con el director del colegio, que les puso al corriente de la actitud pasota e indiferente de su hija Nita. No se identificaba con ninguna compañera de clase, no tenía amigas ni participaba en los juegos comunes en el patio. Poco a poco la fueron dejando de lado. O quizá fue ella la que se fue a un rincón sin querer saber nada de nadie.

Después de las entrevistas con el director los padres le armaban la marimorena, qué iba a ser de ella el día de mañana, ningún chico se le acercaría y cosas por el estilo.

Nita asentía a todo prestando mucha atención pero como si nada. Luego todo seguía igual.

………………………….

Como todas las noches después de comerse su pedazo de torta y beber su leche, se fue a la orilla del río que pasaba por allí. Sus padres no querían que fuera a ese sitio. A veces rondaba algún extraño y podía darle un buen susto. Como a Nita el extraño le traía sin cuidado la asustaban diciéndole que merodeaba un lobo hambriento que se había comido un gallinero entero. Y era cierto  Pero también el feroz cánido le preocupaba un comino.

Así que se sentó en la orilla y se puso a mirar el discurrir del agua. De vez en cuando saltaba alguna rana y chapoteaba en el agua salpicándola.

Pero lo que más le gustaba era ver las estrellas. Cuantas veces quiso contarlas no pudo. Eran bonitas. Y brillaban en la negrura del cielo. Parecían iguales pero Nita descubría una intensidad diferente en cada una de ellas. Se embobaba  y terminaba con dolor de cuello al mirarlas tanto tiempo con la cabeza levantada.

La luna se reflejaba en el río. Y hasta las estrellas, de tan tranquila que era la corriente. Por eso vio tan claramente la cara del lobo que estaba a su lado. Tenía una cabeza grande y los dientes le sobresalían de la boca.

Nita no se asustó.

- Hola, lobo. – le dijo tranquilamente.

El animal abrió su boca para dar un gran bostezo y no se supo si fue por aburrimiento o por hambre.

- Siéntate conmigo, lobo. Siempre estoy sola y me vendrá bien tu compañía. Mira hacia arriba. Te presento a Orión, a Pegaso, a la Osa Mayor, a la Menor,  a todos los habitantes del Cielo. Mira  qué bonitas son las estrellas, no hay nada igual.

El lobo apoyó sus patas traseras en la hierba y miró hacia el infinito. Sus ojos se le agrandaban por momentos.

Ciertamente formaban una estampa de lo más insólita. Una inocente niña y un enorme y pavoroso lobo, extasiándose en la contemplación de los astros. Nita acariciaba la cabeza del lobo y éste gruñía complacido.

Y si aquello era sorprendente todavía lo fue más aquel resplandor  que surgió ante sus ojos y les vino a su encuentro.

Era una bola gigantesca de color anaranjado y cayó justo al lado de donde estaban. Todo fue tan repentino que no tuvieron tiempo de sobresaltarse.

Descubrieron un hoyo muy hondo del que salía humo y olía a chamuscado.

Nita  y el lobo se asomaron y oyeron unos gemidos.

- Ayudadme a salir de aquí – sonó una voz allá abajo.

Nita alargó la mano a tientas, tenía medio cuerpo dentro del hoyo mientras el lobo la sujetaba del vestido con los dientes.

Al dar con algo que parecía una mano tiró con todas sus fuerzas hacia arriba. El lobo también hizo un gran esfuerzo, y al fin consiguieron sacar aquello a la superficie.

Lo que vieron les dejó boquiabiertos. Era una mezcla de gallina Caponata y Espinete, aunque  no tenía una forma bien definida, era algo raro y soltaba chispas de colores. Tenía un tamaño parecido al de la niña.

- Hola – dijo aquella cosa- me llamo Boly y vengo de un sitio muy lejos.

Quiénes sois vosotros?  No os parecéis en nada.

- Me llamo Nita y él es un lobo. Cómo has venido hasta aquí? Eres un marciano?  Menudo susto nos has dado.

- No sé qué es un marciano. Vengo de Perolandia, y  me he ido de casa, ya no quiero vivir más allí. 

- Qué tontería, irte de casa, con lo bien que se está, tus padres siempre pendientes de ti.

- Me he ido porque soy pequeño y nadie me hace caso, por más que hablo no me escuchan. Y porque soy muy feo, soy horrible.

Nita y el lobo lo miraron detenidamente. No se parecía en nada a ellos, desde luego. Tenía dos ojos que según movía la cabeza en qué dirección se tornaban en cuatro, o en seis, era curioso. Cada uno de un color distinto. Vistos uno a uno eran bonitos, brillaban. Las manos eran como manoplas y tenía dos orejas, eso sí.

- Decidme dónde estoy –preguntó Boly- me subí al cohete y salió disparado sin saber adónde iba.

- Estás en la Tierra, donde vivimos el lobo y yo; bueno, mi familia y todo el mundo –explicó Nita

- Pues está todo muy oscuro, no sé si os habéis dado cuenta.

- Eres bobo, no ves que es de noche?

- No sé qué es la noche, y qué es un bobo. No entiendo nada de la Tierra

Nita se armó de paciencia y le puso  al corriente poco a poco de cómo era todo;  que cuando estaba oscuro se llamaba noche y cuando había luz era el día. Y que un bobo era alguien que no se enteraba de las cosas.

- Pues en Perolandia siempre hay luz, nunca es de noche. Y no soy un bobo, estudio el quintenio y pronto el sentenio.  Conozco los espacios siderales, las cuadraturas de los círculos y los alipios de Marte. Y llevo analizado el quasar de Andrómeda. Y las matemáticas de triple factor no tienen secretos para mí.

- Vaya palabras que te gastas –se decidió a hablar el lobo- nos has dejado a cuadros.

Y soltó una risita entre sus fauces. Pero se había hecho muy tarde y Nita y el lobo escondieron a Boly en el mismo agujero cubriéndolo con ramas prometiéndole volver a la noche siguiente.

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La noche después encontraron a Boly fuera del agujero y apenas los vio les dijo que tenia mucha hambre, que le trajeran algo. Así que Nita consiguió de la nevera  lo que pudo; una manzana, dos peras. un plátano y restos de alubias con chorizo y medio plato de macarrones que habían sobrado.

Al pequeño Boly le salio de la cabeza una especie de bandejita y depositó allí  los alimentos; primero las alubias, luego el plátano y después lo otro.

Y conforme le entraban los alimentos se oía como una especie de musiquita, era de lo más curioso.

- Mmmm, nunca he comido nada tan delicioso, en Perolandia no tenemos esta comida tan sabrosa. Quiero más, traedme toda cuanto podáis.

- Ahora es muy tarde, Boly, mañana volveré a  traerte más, vale?

- Y vosotros, qué estudiáis? Ya sabéis matemáticas y aritmética, historia, habláis en varias lenguas como yo? 

La niña y el lobo se miraron sin saber qué contestar, pero el lobo dijo:

- Yo soy un lobo y los lobos nunca fueron a la escuela, de pequeños nos enseña nuestra madre a obedecer al jefe de la manada y a cazar conejos y liebres, perdices, y todos aquellos animalillos que pueden servirnos de sustento. A buscar agua y sobre todo a resguardarnos del hombre que nos considera su enemigo y al que solamente nos acercamos para visitar sus gallineros y rebaños cuando nos aprieta el hambre y no podemos más.

Boly esperó la respuesta de Nita. Ésta pensaba la contestación. 

- Voy a la escuela y aprendo cosas.

- Qué son cosas?

Nita bajó la cabeza. No supo decirle las cosas que sabía. Y Boly entendió.

- No tienes estudios, Nita, no sabes lo que hay que saber. Las demás niñas estarán más adelantadas que tú, verdad?  No conoces las  Matemáticas, la Gramática, y  no hablas idiomas, a que no?

Nita estaba avergonzada. En pocas palabras le había dicho que era una ignorante. Y eso le dolía.

- Nita, no quise ofenderte, nadie nace enseñado. Pero hemos de aprender muchas cosas para valernos por nosotros mismos y movernos por este mundo tan complicado y ser útiles a los demás. Pero podríamos hacer una cosa, Nita: te enseñaré las cosas que no sabes y yo aprenderé a cocinar las comidas tan sabrosas que me traes, vale?

A Nita le gustó la idea y al día siguiente la pusieron en práctica. Boly demostró ser un maestro tan bueno y paciente que la niña sin darse cuenta fue adquiriendo los conocimientos que no había asimilado en la escuela.

En el colegio armó la revolución, fue el asombro de los profesores. De repente Nita sacaba muy  buenas notas y nadie encontraba explicación a este hecho tan singular. Cuando salía a la pizarra dejaba a sus compañeros con la boca abierta. Y estaba siempre tan contenta que formaba parte de los corros de los demás niños, era la primera en apuntarse a los juegos.

En casa su madre no podía dar crédito a aquel cambio. Se ocupaba de los animales del establo, ordeñaba las vacas y cabras y las sacaba al prado. Y, lo más sorprendente,  le entraron de repente ganas de aprender a cocinar y apuntaba todas aquellas recetas que su madre guisaba para ponerlas en práctica; hacía  tortilla de patatas, freía calamares, pollo al chilindrón, poco a poco adquirió práctica.

Pero ocurrió un hecho sorprendente: por primera vez en su vida Nita probó y degustó todas aquellas comidas que hacía su madre. El causante fue Boly;  le gustaban tanto las comidas que la niña le llevaba y se relamía tan a gusto, que Nita sintió curiosidad y luego envidia viéndole comer. Comprendió cuántos sabores y cosas buenas había pasado por alto.

Pero también el lobo se benefició de las enseñanzas de ambos. Aprendió Álgebra, Sintaxis,  inglés, y nociones de francés,  hasta cómo hacer un rico ajoaceite y un bizcocho.

Formaban un equipo muy compenetrado y las horas que estaban juntos pasaban volando. Pero a Nita algo le daba vueltas y se lo dijo a Boly.

- Y tú, Boly, por qué te fuiste de tu planeta abandonando tu casa? 

- Ya os lo dije; soy muy pequeño, todos me avasallan y nadie me hace caso. Además, miradme, no veis lo feo que soy ?  Horripilante.

- Boly, tienes alguna foto de tu familia? Me gustaría conocerlos.

- Haré algo mejor que enseñaros una foto. Mirad……

De uno de sus ojos salió  un rayo de luz y apareció como una pantalla de televisión gigante en 3D, daba la sensación de que formaban parte de la escena. Nita y el lobo vieron imágenes de Boly con su familia. Eran unos seres muy altos, de colores fosforescentes y extremadamente hermosos y fantásticos. Desde luego Boly tenía razón, era muy pequeño a su lado y nada agraciado en comparación con sus progenitores y hermanos.

Nita se dio cuenta enseguida por la situación que pasaba Boly.

- Boly, creo que ya sé por qué eres tan pequeño y te ves tan desagradable.

- Sí? No me digas……

- Es muy fácil saber por lo que estás pasando. Sólo contéstame a una pregunta, Boly: cuando naciste tus hermanos eran tan grandes como ahora?

- Sí, claro, eran así de altos y bien formados, y yo era una birria a su lado, aunque ahora no soy tan pequeño como entonces.

- Pues ahí está la clave de todo, no te das cuenta? Tú eres como el protagonista de un cuento que me leían de pequeña y se llamaba “El patito feo”. Era muy pequeño y negro, no llamaba la atención para nada. Y cuando creció se convirtió en lo que era, un bellísimo cisne que causaba la admiración. Así, Boly, conforme pase el tiempo, te harás alto y atractivo como tus padres y hermanos, lucirás esos colores tan brillantes y sorprendentes, y tendrás sólo tres ojos y no cinco o seis como ahora. Y tus piernas serán más largas y tus manos más grandes y tu voz más bonita.

No eres feo, Boly, serás guapo y causarás admiración. Ahora estás creciendo, tienes que pasar por esta etapa.

- Quieres decir que dejare de ser pequeño y con seis ojos? Que tendré los colores de mis hermanos?

- Claro, Boly, ya lo verás.

El rostro se le iluminó de repente al pequeño perolandio y  algo que parecían lágrimas asomó por sus múltiples ojos.

El lobo, que había permanecido callado todo el rato, apoyó una de sus patas en Boly y con afecto le dijo:

- Quiero que sepas, Boly, que eres lo más de lo más, nunca conocí a nadie tan increíble como tú. Eres gracioso, leal, ocurrente, divertido, y aun siendo pequeño y con seis ojos resultas bonito y atractivo, de verdad.

- Gracias, lobo, tu sinceridad me conmueve. Me gustaría que conocieras mi mundo, allí no tendrías que  perseguir conejos ni gallinas.

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Después de pasado un tiempo, llegó la hora de separarse. Había sido un tiempo  de diversión, de sorpresas, pero también de aprendizaje y sobre todo de feliz y afectuosa amistad.

Nita aprendió a través de Boly y el lobo a relacionarse con los demás abandonando su individualidad y participar de lleno en su vida familiar.

Boly recuperó la confianza en sí mismo y se dio cuenta que no importa el tamaño ni el físico de cada uno, que lo primordial es lo que llevamos dentro y compartimos con los demás.

El lobo descubrió que estaba a gusto con los humanos y tenían buenos sentimientos y que existían seres y  mundos  tan extraordinarios como Boly

 

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Todavía Nita sigue mirando las estrellas cada noche. Queda extasiada por tanta inmensidad y belleza. Y ella, y nadie más que ella, es capaz de oír el aullido de su inolvidable y querido  lobo que le llega desde el otro rincón del universo.

Y una lágrima más  dulce que la miel resbala por su mejilla sonrosada….

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 24 de febrero de 2022

El botón

 

EL BOTÓN



El Presidente miraba el botón sin verlo, tan intensas eran las cábalas sobre sus intenciones. Sólo él conocía su existencia y no eran necesarios protocolos de claves enigmáticas ni secuencias de números sellados compartidos con su hombre de confianza. Su antecesor en la Presidencia del país le confesó dónde estaba el mecanismo secreto para, en caso de extrema gravedad, anticiparse al atacante.

La Humanidad se desangraba en continuas guerras por muchos motivos. El ser humano nunca escarmentaba ni aprendía de sus errores; seguía obstinado en luchar contra su prójimo, fuera el que fuera y allá donde se hallase. Esto tenía que acabar, pensó el Presidente. La solución era apretar el botón. Había que empezar de cero.

Nuevos seres poblarían de nuevo el planeta Tierra. Tras la extinción de los dinosaurios sobrevino el caos pero luego nuevas especies de animales y plantas aparecieron. La Vida, de un modo u otro, no se extinguió totalmente, perduró aunque con formas distintas. Ahora sucedería algo semejante.

Las guerras conllevan crueldad y el fin del enemigo en forma de muerte a cual más desgarradora. Para los supervivientes, hambrunas y penurias, miserias insufribles.

No era lícito bajo ningún concepto, que un presidente decidiese sobre el porvenir de sus semejantes. Desde hace un tiempo este pensamiento lo llevaba siempre en su conciencia, día y noche, no le dejaba en paz.

En realidad no pretendía ni deseaba el fin de la humanidad, de la vida misma en el planeta. Él no temía a la muerte, más bien la deseaba; ésa era la finalidad de liberar la bomba K. Morir del modo más rápido e indoloro. Pero era inhumano y no era justo acabar con la vida de los demás. Aunque era bien cierto que las guerras , lenta pero inexorablemente, aniquilarían a todos los habitantes del planeta en poco espacio de tiempo. Él haría que ese final fuera más rápido e incruento.

Era el hombre más poderoso del mundo, podía decidir sobre naciones y pueblos enteros, quebrantar voluntades, todos le temían. La causante de estos pensamientos y deseos fratricidas era la infelicidad que le embargaba, el motivo de que tuviera a mano aquel botón. ¿De qué le servía decidir y dominarlo todo si últimamente el amor de su esposa le había abandonado? Se sentía el más desgraciado del universo y nada le importaba ya que todo desapareciera para siempre por esa ausencia.

En ese estado, nadie hubiera sospechado la verdadera naturaleza del corazón del Presidente, En tal situación no era su corazón de oro, como siempre se atribuyó a sí mismo y quería mostrar a todos. Era el del hombre más ruin y despreciable que pudiera existir. Se asqueaba de sí mismo y pensar que era al fin y al cabo un hombre como cualquier otro, no apaciguaba su ánimo de quitarse la vida,



Su matrimonio era un ejemplo de amor y convivencia para el país, la imagen de una pareja adorable. Nadie imaginaba que en la intimidad imperaba el vacío, el desamor más insondable. Por eso no deseaba vivir en este estado, con esa carencia que se prolongaba demasiado tiempo, sin motivo aparente.

Levemente puso el dedo índice de su mano derecha sobre el botón. Si lo pulsara, el cohete con la carga letal surcaría los cielos más veloz que cualquier otro artefacto conocido para arrasarlo todo. En ese momento sonó su teléfono privado.

Era su esposa y le recordaba que era su aniversario de boda. Se sentía más feliz que nunca por compartir la vida con él y ser madre de sus hijos. Estaba deseando que volviera a su lado cuanto antes para celebrar tan importante efeméride brindando con champagne francés.

Aquellas dulces y tiernas palabras rebosantes de amor fueron un repentino y poderoso bálsamo para su atribulada desesperanza. El solitario y frío despacho presidencial se llenó como por arte de magia de la presencia y la voz de su añorada y deseada esposa que durante un tiempo creyó no lo amaba. Una inesperada felicidad embargó su antes triste corazón para que refulgiera y le hiciera sentirse diferente.

Un resorte desconocido e involuntario hizo que apartase la mano del botón. Su mente bullía en mil pensamientos contradictorios al pensar en la atrocidad que iba a cometer. Se horrorizó de sí mismo por querer ser el causante de la muerte de millones de seres humanos. Que también sufrían de amor y por otros motivos mucho más acuciantes que los suyos propios y deseaban morir voluntariamente.

Decididamente no pulsaría el botón. Él menos que nadie podía decidir sobre la vida y la muerte de ningún ser humano.

El botón seguiría en el lugar secreto de siempre.



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jueves, 10 de febrero de 2022

Dama blanca

 


Elisa no dejaba de mirar apesadumbrada a su marido. Aquellas lucecitas verdes y azules de los aparatos la ponían nerviosa, al igual que los goteros llenos de líquidos de varios  tamaños y colores. El hombre  dormía en ese inconsciente y agitado vacío  amortiguado por los fármacos,  esas horas de la noche en que el silencio de la planta del hospital se veía truncado tan solo por el deambular sigiloso de alguna enfermera.   

Había sido una operación a corazón abierto, a vida o muerte. Elisa no quiso ni pensar en lo que pasaría si  su Lorenzo muriera, lo desamparada y sola que se quedaría en el caserón del pueblo, con los chicos  cada uno por su lado. Si valdría la pena seguir viviendo o no.

Toda una vida juntos los dos, pasando  penurias y estrecheces para criar a cinco hijos; también alegrías, que las hubo. Su cavilar sombrío se vio interrumpido por María, la enfermera que les asistía. Comprobó la mascarilla, sondas y  catéteres, que los goteros fluían  a su ritmo adecuado y posó una mano sobre su hombro suavemente.

- ¿Has dormido, Elisa?  -su voz era un susurro apenas audible al ofrecerle un vaso de leche caliente.

- Sí, dormí –respondió vacilante la mujer.

- No has descansado, Elisa –advirtió  la cama supletoria sin extender – Te dije que durmieras, estás agotada. Quédate tranquila porque todo ha ido muy bien y  se recuperará, su corazón es fuerte. El doctor Ballesteros tiene mano de santo. Además, mira el panel: ninguna señal roja, todo es normal,  como debe ser

Elisa se tranquilizó  con las palabras de aquella enfermera tan solícita y pendiente de ellos. Seguidamente  María siguió su ronda por las plantas quinta y sexta. Se detuvo especialmente en el joven del accidente y su atribulada familia;  cambió sus vendas y les confortó el ánimo lo mejor que supo, siempre con su mejor sonrisa. El peor caso era Rosendo, trasplantado de médula. No pintaba bien, había recaído, aunque ésta vez su recuperación ofrecía un débil rayo de esperanza. Lo que más la descorazonaba eran los niños de la segunda planta; ver sus cabecitas rapadas y esa tristeza infinita esperando verla aparecer cada mediodía para alborotarlos  con sus juegos y ocurrencias, la nariz de payaso y las manoplas puestas,  su voz chillona,  bulliciosa y juguetona como si fuera una niña más. En realidad lo que más deseaban  era  que les  hicieran soñar. Se colocaban en derredor y ella hacía  que cerraran  los ojos y pensaran que eran  palomas que  salían por la ventana. Que volaran sin dejar  de aletear, cuanto más alto pudieran, sobrevolando ríos, mares,  montañas, pueblos  y ciudades,  jugando con  las nubes y  el arco iris como tobogán. Y al llegar  a la luna se tomaran  un descanso y vieran qué lejos se puede llegar si uno sueña lo que más desea y lucha por hacerlo realidad.   Terminaban emocionados  y cubriéndola  de besos.

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Estaba rendida cuando, por fin,  se sentaba en su mesa con el segundo  café de la noche en la  mano. Aunque  feliz y contenta porque  había sido capaz  de que los enfermos olvidaran un poco sus tribulaciones, que no era poco logro en muchos casos. 

En esos instantes siempre recordaba a su madre. Eran los más momentos más especiales del día. También los más dolorosos. La lucha entre la vida y la muerte, el combate cruel y engañoso. Las vanas esperanzas: cuando ya se creía ganada la batalla para vivir, la verdad inapelable y sin vuelta atrás. El dolor y la angustia ante esa pérdida irreparable. Su madre, el ser más adorado por ella, la que luchó lo indecible porque viniera al mundo y no se fuera prematuramente el mismo día que nació.  Aquellas lágrimas que le acudían resbalaban sobre la taza y eran siempre más amargas que el propio café. Después el timbre de una habitación sonaba y volvía a su realidad presente.

 

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María acababa de ponerse la bata blanca cuando Esperanza, la matrona, la avisó de que se presentase en el despacho del Director.

El despacho del Doctor Anselmo López, Doctor en Medicina Interna, Hematólogo  y  Director del Hospital era tan austero y parco en detalles como la misma expresión de su rostro. Un par de estanterías repletas de libros en riguroso orden, un diván de piel y dos sillas frente a su mesa eran el único mobiliario. La réplica de un cráneo de Cro-Magnon y un ordenador de última generación completaban sus pertenencias visibles.

La mirada aparentemente vacua del director contempló su melena de pelo negro, las firmes caderas que destacaban nítidas pese al uniforme y la porción de sus bien modeladas piernas que quedaban al descubierto. Pese a que no quedara patente el menor gesto que declarase  aquel escrutinio al que fue sometida,  María reconoció aquella mirada,  idéntica  a la  que descubrió las dos veces que estuvo en su presencia anteriormente. Le hizo un gesto con la mano para que tomara asiento.  

- En los tres últimos años, María,  he seguido muy estrechamente el funcionamiento de las plantas segunda, tercera, y quinta. –comenzó a decir con  su característico tono didáctico- .Ayudado por otros doctores del Hospital hemos llegado a una evidente y contrastada conclusión que, como sospechaba,  refuerza la tesis que defendí en mi doctorado.

Una especie de alarma se encendió en la mente de María. Ella era la responsable de esas plantas y que supiera no tenía conocimiento de deficiencia alguna. El rostro de la Esfinge, ese era el mote que le dedicaban muchos médicos y casi todo el cuerpo de Enfermería, permanecía inescrutable, semejando al terrible ser mitológico. Nadie deseaba estar en aquel despacho por si ello traía consecuencias.

- Fíjese, María, prácticamente todos  los enfermos de estas habitaciones han  experimentado mejorías sorprendentes y por tanto se ha reducido el tiempo de hospitalización –los ojillos del Director cobraron vida brevemente-. Hemos descubierto que hay un elemento catalizador que ha hecho posible toda esta…-dudó un instante- esta especie de milagro, por decirlo así.

El Director del Hospital, el Doctor Anselmo López, se le quedó mirando fijamente sin que María pudiera calibrar el alcance de sus pensamientos.

- Usted es el milagro, María.

Aquella afirmación la dejó sin capacidad de respuesta.

- Doctor, me está diciendo que yo…dijo sorprendida.

- Si, yo, el Director de este Hospital,  afirmo que usted está detrás de todo esto.

Como viera la sorpresa pintada en su rostro, el doctor prosiguió antes de que respondiese.

- Nos movemos entre la vida y la muerte, María.  Vida que se agarra a detalles ínfimos para sobrevivir y lo hace sin que exista explicación. Muerte que nos roba al enfermo cuando ya respira de nuevo,

María estaba atenta a sus palabras, en vilo. El Director se arrellanó cómodamente en su  sillón en un gesto familiar, alejado  del ser temible que era la Esfinge.

- Su presencia, su actitud con los enfermos consigue que sanen más rápidamente. Sus palabras tan persuasivas, esa sonrisa suya  dulce y encantadora, -María creyó ver una emoción brotando en los ojos del Director- , sus gestos amables, de familiar afecto. Las jornadas inacabables fuera de turno, su abnegación por los demás, esa generosidad sin límites.

- No  hago más  que cumplir con mi deber –expresó.

- Hay fuerzas ocultas que escapan a nuestra condición humana, María. –dijo obviando su frase-. Que actúan sobre nosotros y los demás de manera inexplicable. Llámele dios o como prefiera. Usted, por un arcano poder que desconozco, sana a los enfermos, alivia sus males.

Conforme le hablaba mudaban sus gestos en un lenguaje corporal cercano, su rostro era otro, se había vuelto amable y acogedor.

- Doctor, por favor, no me diga eso, sin duda está bromeando, se burla de mí y yo…

- María, se lo digo yo, Anselmo López, director de este hospital, alias la Esfinge,  como me llaman la mayoría de ustedes.

El doctor descubrió el súbito  rubor que iba cubriendo  las facciones de la mujer y le dedicó una amplia y simpática  sonrisa.

- Tranquila. ¿Quién no puso un mote en su vida? En mi época de estudiante al rector le apodábamos Gordito Relleno porque era un poco obeso. –le hizo un guiño al recordarlo- Mire, sé todo cuanto pasa en este hospital;  desde el cuarto donde se guardan las escobas hasta la existencia de todos los elementos del arqueo de nuestra Farmacia. Y sé lo suficiente de medicina y de seres humanos como para saber que las palabras son muy poderosas, que sus efectos  en el enfermo  muchas veces son  la mejor medicina que existe.

María seguía confusa, sin entender nada. Decidió asentir en todo cuanto su superior le iba diciendo.

- Y…dígame Don Anselmo, ¿cuándo sané a alguien y fui capaz de hacer semejantes prodigios? –quiso saber María mirándole fijamente.

El Director la contempló complacido. Un gesto distendido y de complicidad le embargaba.

- Hay muchos, María. El caso del joven que se quiso suicidar porque la  novia  le abandonó, por ejemplo. Demostró ser la mejor psicóloga del mundo haciéndole ver lo hermosa que era la vida, que aquello no era una tragedia irremediable. Es más, se presentó al cabo  de un año con su futura mujer y le invitó a usted a la boda. ¿Es cierto o no?

María estaba confundida, no sabía qué decir.

- Luego tenemos a Julián, el fondista,  casi paralítico por un accidente y que se negaba a andar porque no se sentía capaz de conseguirlo. Hoy corre maratones como si tal cosa gracias a usted. Y no quiero recordarle tantos y tantos casos en que su actitud y presencia han logrado lo que parecía imposible. Ni tampoco le hablo del circo que tiene montado en la segunda planta con los niños; los payasos de la tele se quedan pequeños a su lado.

Sucedió entonces que el Director se levantó de su sillón para sentarse al lado de María. No era el mismo hombre que la recibiera momentos antes. Su actitud era amigable y cercana, para nada el envarado y escueto Director.

- María, no me pregunte cómo lo consigo –empezó a decir en tono confidencial y amistoso –pero pocos  saben lo que lucho para que  la plantilla de este Hospital siga intacta y nos llegue todo el material que precisamos. La de enfermos que hacen lo imposible porque les atendamos nosotros, ni se lo imagina. Y todo ello es realidad porque existen  personas como usted, mi Dama Blanca.

María balbució al oír  aquellas palabras. El Director mostró una atractiva y amplia sonrisa, reía cómplice  de la sorpresa en el rostro de María.

- Así la llamo yo, la Dama Blanca, le ruego no se incomode por ello. Y Nubes Blancas a sus colaboradoras más cercanas;  crea escuela, se lo aseguro. Por eso estoy en el deber de nombrarla jefa y supervisora de personal del Hospital. Le tengo preparado un despacho junto al mío y…

- ¡No, por favor, doctor! –le salió  un grito repentino- No me haga usted eso, no me aparte de los enfermos, se lo ruego, no.

Casi se carcajeó el Director por su exclamación.

-No, tranquila, María, esperaba esa respuesta. Sería una pena esconder en un triste despacho a la gran Dama Blanca, ¿no le parece? Seguirá usted en su puesto. Aún le diré más, María, y acepte en su justa medida lo que le voy a decir. Si pudiera, si fuera posible, la clonaba a usted infinitas veces.  Nos hacen falta muchas Damas Blancas,  se lo aseguro,  cada día más.

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Todavía siguieron conversando largo rato, como dos amigos que se descubren al cabo de mucho tiempo.

Cuando María salió del despacho estaba impregnada de la cálida y humilde  humanidad que aquel hombre, aquel temido e incomprendido Director, había sabido transmitirle.

Camino a su puesto se cruzó con la doctora Rosa, neumóloga y Luis, el fisioterapeuta.

. Qué, ¿cómo te ha ido con la Esfinge? – interrogaron-.

- ¿Quién dijo Esfinge? ¡Nadie diga eso nunca jamás!¡Es un santo!  ¡Nuestro santo patrón particular!

Y rieron su ocurrencia.