La
escritora firmaba los ejemplares de su reciente novela desde primeras horas de
la mañana. " El amanecer que nunca existió" figuraba como la novela
más leída en las listas de superventas del año
Razón
por la cual multitud de lectores aguardaban pacientemente a que su autora
favorita les dedicara el libro.
Conforme
se acercaba la hora de cierre de la prestigiosa librería donde se
presentaban sus obras, el público fue escaseando.
La
autora se sentía feliz. Alcanzar tan altas cotas de ventas y el fervor del
público, no era fácil. Había que ganarse al lector párrafo a párrafo, frase a
frase. Y a ello se dedicaba con todo el fervor que su trabajo exigía.
Vagos
y lejanos recuerdos cobraron vida de repente cuando aquel hombre se presentó
ante ella con un libro en la mano.
Retazos
de sombras y luces confusas, de angustia y miedo que la sacudieron intensamente
hasta que la mirada del hombre fue remanso de paz en su ánimo desbocado como su
voz lo fue también aquella noche.
Firmaba
ejemplares en aquellos grandes almacenes de la novela que la catapultó a la
fama y fue el inicio de su meteórica carrera como escritora traducida a más de
diez idiomas. "Los árboles siempre mueren de pie", era un hito
literario sin precedentes. El triunfo de una autora, hasta entonces desconocida
que, con su primera obra, se había ganado el favor incondicional de Crítica y
público.
Terminada
su labor de las dedicatorias y cuando fue a subir al coche, se encontró con
tres desconocidos que la zarandearon y le exigieron que subiera al vehículo con
ellos.
Un
pánico cerval y angustioso se apoderó de ella y, paralizada por la situación,
ni siquiera tuvo fuerzas para gritar.
Tomaron
su bolso y cuando obtuvieron la llave del coche, una sombra surgió de un
callejón oscuro.
Brillaron
navajas con la tenue luz de una farola y unos brazos poderosos la apartaron de
la escena. Temblando de miedo pudo percibir aullidos, golpes y crujido de huesos.
Luego el silencio.
Aquella
sombra surgida como un vendaval de la oscuridad se plantó ante ella y le
entregó sus efectos personales.
-
Tome, señora, creo que no falta nada. Tranquilícese, se lo ruego, ya pasó todo.
Aléjese del lugar, yo me encargo de todo.
Ahora,
mirándolo de nuevo, supo reconocer aquellos rasgos de su rostro que grabó para
siempre en su aturdida mente.
Su
aspecto era el de un hombre corriente que le dedicó una bonita sonrisa cuando
puso en sus manos el libro. "Los árboles siempre mueren de pie".
Con
su foto de cuando era joven en la contraportada y ganó el prestigioso premio
literario internacional.
Cuidadosamente
conservado y con abundantes notas a lápiz en ambos lados de muchas páginas.
Empuñó
su valiosa Montblanc edición 1906 y no supo qué escribir en la dedicatoria.
Posiblemente le debiera la vida a aquel hombre que surgió aquella noche de un
callejón oscuro. Ni siquiera tuvo fuerzas en aquellos momentos de agradecerle
su valeroso gesto. Cualquier frase no significaría nada por muy hermosas que
fueran las palabras.
"Para
mi particular Príncipe Valiente que me salvó de las garras de un feroz
dragón"; plasmó por fin.
Firmó,
rubricó e introdujo su pluma dentro del libro.
El hombre
se negó a aceptarlo. Pero unas lágrimas de agradecimiento que brillaron como
perlas en la mirada de la autora, le hicieron desistir.
El
hombre pasaba sus dedos por la dedicatoria estremecido por la emoción.
Luego
tomó la pluma estilográfica y con suavidad la acarició cual si fuera la mano de
la escritora percibiendo su delicado perfume sin dejar de mirar la foto de la
contraportada.
Aquella
mujer de éxito, la escritora del libro que cambió su vida. Volvió a recordar
cuando su futuro era un árbol arrancado de la tierra tirado en una cuneta,
olvidado del mundo, para siempre.
Las
palabras que, frase a frase, página tras página, le hablaban de un personaje
que no tenía porvenir, ningún horizonte ni meta en su vida.
Y
que tomó una inquebrantable decisión y no se resignó a pasar por la vida siendo
una sombra, un fantasma, un cadáver viviente de sí mismo.
Emuló
y siguió los pasos del protagonista de la novela para llegar a ser un árbol
que, en su momento, moriría de pie, como mueren los árboles de verdad, las
raíces en lo más hondo de la tierra.
Y
dejó su vida de callejones oscuros, de noches inconfesables, de salvajes
locuras para llegar a ser el hombre recto, justo y benévolo tal cual era el
personaje que su admirada escritora había creado en su novela.
La
mujer de éxito dejó su bolso sobre la cómoda al llegar a su casa. Y advirtió
que no estaba cerrado del todo. Era extraño, pensó, preocupada, temiendo haber
extraviado algo del interior. Todo estaba en su sitio, concluyó. Aunque un
pequeño sobre sobresalía de entre su móvil y un pañuelo. Intrigada, lo abrió.
La letra era de primorosa elegancia.
"Gracias,
mujer de éxito, por estar aquella noche en ese lóbrego lugar y que el Destino
determinara que nos conociéramos de tan intempestiva manera.
Y
gracias por haber escrito el libro que ha sido mi breviario y mi Biblia, para
renacer en una nueva vida.
Gracias
por tantas sensaciones que me hace sentir y no puedo expresar por no ser
escritor como Usted. Gracias por existir. Dios la bendiga siempre.
La
autora de éxito no supo qué pensar y la emoción afloró en una lluvia de
lágrimas.
- - - - -
Han
pasado deprisa los años, demasiados tal vez, y ya no es la misma.
Por eso escritora tomó una decisión inquebrantable. Para
llevarla a cabo necesitaría un breviario y una Biblia como el personaje de su
primera novela. Y allá que se lanzó en su busca.
Necesitaba
abandonar el claustro de éxito donde había permanecido siempre y cambiar a una
nueva vida llamada Realidad.
Con
zapatos de tacón alto la escritora caminaba con dificultad por la calle
empedrada de aquel pueblo perdido entre montañas. El mejor detective del
momento localizó al hombre del callejón oscuro en este remoto y olvidado lugar.
La fama de sus figuras, de madera policromada habían llegado, no obstante, al
último rincón del mundo y eran objeto de culto entre los personajes más
adinerados.
Pensaba
cómo describiría aquel momento, pero desechó la idea de inmediato; se trataba
de vivir esos instantes en la realidad de sí misma y no en la página en blanco
de su Pc.
En
una planta baja que pasaba desapercibida estaba el taller de trabajo del hombre
que iba a ser su Biblia si aceptaba su propuesta. Rodeado de maderas y
herramientas por todas partes.
La miró
sorprendido, como quien ve una aparición. Cojeando, los zapatos en la mano,
gafas de sol y el amplio sombrero de la paja tan llamativa. Le faltaba poco
para que soltara una carcajada, adivinó por su expresión.
Que
no la reconociera era su objetivo.
Venía
recomendada por uno de sus ricos clientes para que le enseñara a tallar la
madera, mintió. Se decía el pecado y no el pecador, aclaró cuando quiso saber
su identidad.
La
aceptó a regañadientes y le hizo cambiar su pintoresco aspecto.
Calzado
normal, ropa holgada y sencilla. Nada de signos sofisticados. Obediencia
absoluta a su maestro y nunca desfallecer ante los errores, le advirtió. La
escritora asintió feliz. El primer paso estaba dado,
Viendo
sus manos quiso saber qué oficio tuvo antes de llegar allí, cuáles eran sus
habilidades. Ningún oficio ni destreza manual, fue su respuesta.
Desalentado,
su maestro suspiró.
La
alumna poco a poco hizo algunos progresos y sus manos se hicieron fuertes y
precisas en el manejo de las cuchillas.
Era
un mundo nuevo para la escritora que en toda su vida sólo supo narrar vidas
ajenas en un ordenador. Allí podía rectificar, aquí un error echaría a perder
el trabajo de semanas y una valiosa madera.
Era
un reto que, sin darse cuenta, la hacía sentirse más segura y valorar otro tipo
de conocimientos en la vida. Como ordeñar vacas para elaborar quesos y labores
de campo, para la subsistencia diaria y sobre todo por solidarizarse con el
esfuerzo de los habitantes del lugar y así mantener el pueblo,
Casi
nada estaba hecho de antemano, debía procurárselo uno mismo con su esfuerzo
personal.
Las
primeras figuras de madera obtenidas de sus manos la emocionaron, Su maestro
parecía satisfecho y ella todavía más; no era algo que estaba en la nube de
Internet, si no algo tangible que se podía ver y tocar.
Lo
más primordial era que no la reconociera y a ello ayudaban los años
transcurridos y los cambios físicos obrados en ella.
Aunque
cada uno tenía su vivienda en distinto lugar del pueblo, casi toda la jornada
la pasaban juntos en el taller o en el campo a veces.
La
escritora nunca había estado tan cerca ni tan a menudo en compañía de un
hombre. El hombre oscuro era correcto y amable; nunca un roce, una
cercanía o insinuación que pudiera hacer pensar otra cosa. Aunque ella
intuyó desde el principio que existía una barrera invisible que el
hombre no quería franquear. Este detalle lo agradecía pues su trato con el sexo
opuesto era inexistente y no hubiera sabido cómo actuar en la realidad
que estaba viviendo. Otra cosa hubiera sido lo que la laureada escritora habría
sabido narrar entre un hombre y una mujer como en multitud de novelas. Pero no
estaba frente a un Pc, inventando vidas y seres que ella creaba en su mente.
El
aspecto de la escritora había sufrido cambios notables. Sin bollería, caprichos
culinarios, peluquerías, infusiones quema grasas ni otras fruslerías reñidas
con la báscula, su silueta mostraba bonitas redondeces que la favorecían
mucho.
Lo
más llamativo era su larga melena rizada de pelo negro que le llegaba hasta la
cintura que atraía la admiración de las gentes del pueblo. También la
atención del hombre oscuro, cuya disimulada mirada embelesada no perdía de
vista sus preciosos rizos.
Había
un asunto que tenía siempre en mente y le preocupaba sobremanera últimamente,
En breve iría con su maestro a proveerse de la materia prima para realizar las
figuras. Era una madera muy especial que el hombre oscuro conocía y quería
poner en conocimiento de su aventajada aprendiza. Por un lado se sintió
distinguida por este hecho.
Pero
saber que pasaría un tiempo a solas en una cabaña con un hombre la sumía en un
estado de ansiedad difícil de controlar.
Su
bagaje sentimental, por decirlo así, era nulo por completo. Nunca tuvo contacto
con nadie del sexo opuesto, ni tan siquiera ir de la mano de un muchacho
en las tardes festivas a orillas del río y mucho menos jugar a perderse
entre los matorrales como hacían los demás. Siempre fue reticente a
fiestas y jolgorios que implicaran conocer chicos y esta conducta perduró
siempre en su modo de ser hasta la fecha.
Su
vida transcurrió entre bibliotecas, aulas y escribiendo sin cesar,
Viviendo artificialmente una vida paralela a la suya a través de los personajes
y situaciones que una prodigiosa imaginación fuera de lo común sabía crear.
Ganando
concursos literarios, figurando como la escritora revelación, la más
leída y premiada, firmando dedicatorias sin cesar a sus miles de lectores.
Hasta
el momento en que ese mundo de papel se derrumbó ante ella mostrándole el
insondable vacío de sentimientos y experiencias reales que nunca existieron.
Nunca supo lo que era amar y ser amada, vibrar en los brazos de un hombre y
sentirse mujer como eran las afortunadas mujeres de ficción que ella imaginaba
en su irrealidad.
Era
puro invierno cuando tomaron el camino de la cabaña que el hombre oscuro tenía
en la montaña. La calefacción de la furgoneta apenas mitigaba el frío del
exterior, Quizá por eso permanecían en silencio cada uno con sus pensamientos.
Temía
la mujer no saber actuar en semejante ocasión, pues todo era inédito para ella,
no así sería para una de las protagonistas de sus novelas; pero esto no era
ficticio y la protagonista era ella.
¿Cómo
se comportaría su maestro artesano estando solos y cuál sería su reacción?
La
empinada carretera era estrecha y tortuosa y había que ir con mucho cuidado.
Cuando ya se divisó la silueta de la cabaña a lo lejos el hombre habló:
-
Desde un principio sé quién es usted y por qué vino a verme.
La
escritora no supo qué decir,
-
En su novela "La soledad de la inventora de vidas ajenas", pude
encontrar algunas claves. Algo parecido a lo que me sucedió a mi al leer la
novela que me dedicó.
- Ha
pasado demasiado tiempo desde que me rescató aquella noche y pensé que no me
reconocería.
-
No tanto, la verdad. Todos cambiamos con el tiempo. Pero sus ojos claros no han
perdido la luz que me iluminó en aquellos momentos.
La
escritora se sintió halagada. Era la primera vez que un hombre le decía
semejantes palabras. Y una cálida sensación la embargó.
-
Es una situación curiosa la nuestra; nos comportamos como desconocidos a
sabiendas de quiénes somos. Tal vez le haya divertido la situación, ¿no?
-
No he tenido tiempo. Cada día es una nueva situación para mi. De estar
encerrada entre cuatro paredes a cultivar el campo, ordeñar vacas, cocinar y
ser aprendiza de un artista famoso entre otras actividades.
El
hombre la felicitó mostrándose muy satisfecho de sus progresos artísticos y de
cómo afrontaba con éxito el reto de llevar a cabo una nueva existencia.
La
escritora se mostró complacida por la actitud del hombre y estuvieron
conversando como dos amigos que vuelven a encontrarse al cabo de
mucho tiempo.
Una
bonita casa de madera construida con las propias manos del hombre sería
su hogar durante un tiempo. Era espaciosa y con una sola habitación, aparte de
cocina, chimenea, y una estancia para guardar la madera que obtuvieran.
¿Compartirían
el mismo lecho el maestro y su aprendiza? Una pregunta que obsesionaba y
martilleaba la mente de la escritora sin cesar.
Para
su tranquilidad, el hombre pasaría las noches en la leñera.
Fueron
unos días en los que su maestro le enseñó a escoger los troncos más adecuados
para lograr las figuras que se cotizaban a precios inverosímiles.
La
ilustró en el nombre de árboles, plantas, hierbas medicinales y los seres vivos
que poblaban las montañas.
Para
su sorpresa, a veces su maestro aparecía con liebres y aves que cazaba en sus
paseos por el monte y eran un exquisito manjar en la mesa.
En
su fuero interno admiraba los conocimientos y determinación de aquel hombre que
parecía saberlo todo y no se arredraba ante nada.
Un
hombre cuya personalidad y presencia iba calando sin darse cuenta en lo
más dentro de ella.
Al
despuntar el alba lo descubría a veces partiendo ramas con el canto de las
manos y dando patadas a troncos de árboles. sin inmutarse siquiera.
"Técnicas tibetanas", le dijo.
Le
anunció una mañana que en breve volverían al pueblo, y que esa noche
celebrarían un pequeño festín como despedida.
El
hombre oscuro dispuso en la mesa un mantel nuevo de primorosos dibujos. Una
copiosa fuente con asado de jabalí y setas a la brasa, perdiz en escabeche y
frutos secos presidían la mesa. El testigo era un vino tinto de excelente
añada.
La
mujer de éxito no daba crédito al banquete que se ofrecía ante sus ojos.
Sin
duda su maestro era de gustos contundentes y refinados pues la sorprendió de
nuevo con cubiertos de plata y cristalería de Bohemia.
-
La ocasión lo requería…- expresó el hombre
-
Es usted un exquisito maitre - dijo ella.
Lo
inédito fue lo que vino después. El hombre apareció con un reproductor de
cassette y al sonar una melodía la invitó a bailar.
-
Lo siento, nunca he bailado con un hombre -dijo ella bajando la vista.
-
Nunca he bailado con una mujer, lo siento- se disculpó él.
La
mujer de éxito no estaba acostumbrada a beber vino en las comidas Y mucho menos
a brindar con champagne francés al terminar la cena.
Cierta
euforia los embargaba así que rieron ambos y torpemente el caballero la tomó de
la cintura y ella apoyó las manos en sus hombros como viera hacer en las
películas.
Una
sensación desconocida hasta entonces invadía a la escritora. Tan cerca la
respiración y olor de un hombre, sintiendo la suave presión de su contacto,
dejándose llevar según el compás de la música.
Una
música que se hizo lenta hasta el punto de quedarse inmóviles durante largo
tiempo sintiendo el súbito roce de un cuerpo sobre el otro y sin apercibirse
del final de la cinta de cassette.
Hubo
entonces una sobremesa muy larga frente a las brasas que crepitaban indolentes
en la chimenea.
El
dorado rayo de sol que entraba por la ventana le pareció a la escritora de
el más maravilloso del mundo. Era diferente a cuantos había visto.
También
ella era diferente. Comenzaba su vida plenamente como mujer real, con toda su
feminidad a flor de piel por primera vez en su vida.
Fue
una noche mágica que ningún ser humano podría describir con palabras. Ni
siguiera ella.
Dejaba
atrás las vidas de tantos seres que se amaron en sus obras según la concepción
del amor ideal que siempre imaginó.
Aquel
hombre que había dado la vuelta al mundo y vivido mil aventuras sin saber
bailar, había grabado en su corazón con letras de oro las primeras páginas de
amor en una mujer que renacía a una nueva vida.
Todo
un futuro esplendoroso se abría ante ella. Su pasado oscuro de soledad y vacía
de sentimientos quedaba borrado para siempre.
El
hombre despertó deslumbrado por el intenso sol que se colaba por la ventana.
-
¿Qué hora es? - quiso saber
- No
importa la hora, no importa nada ya - respondió ella acariciando sus cabellos-,
Si a mi maestro le parece bien, había pensado en quedarnos un tiempo más en la
cabaña…
-
¿Y quién podría negarse a los deseos de mi querida alumna?
Sonrieron
los dos y un beso fue la respuesta.