lunes, 24 de enero de 2022

Dos tazas de café y un reloj

 

Ya tengo el café preparado. Y tu taza. Espero que vengas. Siempre tengo la esperanza de que vendrás. Al marcharte,  en la puerta me dijiste…

- En un rato vuelvo, cariño.

Estábamos a punto de tomarnos el café de media tarde e incomprensiblemente te levantaste como si una prisa repentina tuviera manos y te hubiera empujado hasta la puerta.

Esperé. Seguí esperándote al día siguiente. Y al otro, Así un día después de otro. Semanas, meses…Ya perdí la cuenta de cuánto llevo esperando.

Sigo preparando el café de cada tarde. Para cuando vuelvas y lo tengas a punto, bien caliente, como a ti te gusta. Ni muy cargado ni flojo  de sabor.

No sé adónde te fuiste tan corriendo,  como si se acabara el mundo. Podías haberme dicho que te ibas, tomarte el café antes  de marchar. Se enfrió y lo tuve que tirar.

¿Saliste por algún motivo en concreto? A veces pienso que sí. Que es porque discutimos a veces. Hasta que te cansaste de mi. Pero abandono esa ida rápidamente, ¿Por qué ibas a dejarme? Siempre nos hemos  llevado  bien, ¿no?

Todas las parejas tienen sus discrepancias, no todo en  una relación es color de rosa. Quien diga eso, miente.  Hay altibajos, días que el hastío se apodera de ti y otros que llegas  al cielo cada vez que nos perdemos el uno en el otro. ¿O no ha sido así? ¿Es por eso por lo que has ido? Estoy segura de que ése no es el motivo. Siempre que nos buscamos nos hemos encontrado, por decirlo así. Y si fuera por eso, las cosas se hablan. Todo menos irte sin decirme el motivo.

Algunos me dicen que soy una tonta por esperarte pero les digo que volverás, estoy  segura.

Sigo yendo al trabajo, imaginando que vienes a recogerme a la salida, como siempre, que me monto en la moto agarrada a tu cintura. El viento en el rostro, presurosa  de llegar a casa y tomarnos el café.

Muchas veces me lo sirvo en tu taza, mis labios húmedos posados donde pones los tuyos. Como si llegara a sentir el tacto de tu boca, tu aliento haciendo eco en la taza y acariciando mis mejillas.

A veces llego a sentirte, veo tu rostro sonriente cuando me miras entre sorbo y sorbo, presintiendo lo que me vendrá después….

No te oculto que tuve, tendría ocasión de tomar café con otra compañía. Pero no podría. Quedé atrapada para siempre en tu forma de mirarme, en el acento de tu voz, en tus manos suaves y cálidas. Me encerraste en tu castillo de ilusión, de sueños que soñé e hiciste realidad. Y yo tiré la llave de mi dorada prisión  al pozo negro  de mis desengaños, de ese tiempo oscuro que viví hasta que llegaste y me rescataste del yermo olvido.

Hasta el reloj que te regalé se ha detenido misteriosamente. Las saetas perdieron su caminar;  los segundos, los minutos y las horas dejaron de existir, presas en las fauces de telarañas inmisericordes. Por extraños designios se detuvieron para siempre en el momento que te fuiste.

Le di cuerda repetidas veces, para que tus pasos al cruzar el umbral de la puerta volvieran en sentido contrario y te trajeran de nuevo a mi. Pero fue en vano, su núcleo  de engranajes no volvió en sí.

El  mudo tic-tac me trae el recuerdo de cuando nuestros corazones iban al mismo compás, tras el  mismo afán de un horizonte en común.

Ahora está detenido, quizá añorando seguir acompasando nuestro vivir juntos, marcar nuestras idas y venidas, los días y sus noches.

Está esperando, como yo, volver a la vida. Porque es un sinvivir estar sin ti.

¿Qué me queda por hacer? Nada que no sea más que seguir con la ilusión de que volverás, que el tiempo retroceda hasta el justo momento en el que te anuncié que el café estaba  a punto y me sonreíste como siempre antes de desaparecer.

 

Enfrascada en mis falsas esperanzas de siempre un escondido sentido que desconocía me ha hecho percibir un inaudible chasquido. Como por ensalmo, la pátina que lo cubre de suciedad y polvo se desprende del reloj. Un siseo anuncia la puesta en marcha de las saetas. Su amigable tic-tac resuena esperanzador llenando jubiloso la estancia.

Como por arte de magia sale vapor de la cafetera y reluce su porcelana.

Mi corazón se acelera, desbocado, una inquietud se apodera de mí. Mis labios, trémulos, pronuncian silenciosos tu nombre.

El llavín de la puerta gira. Y quedas frente a mi, con tu inefable sonrisa, como si nunca te hubieras ido…

 

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domingo, 23 de enero de 2022

DO -RE-MI

 

 

Un estridente cornetín dio el toque de llamada a todos sus compañeros.

- ¡Eh, amigos, despertad! ¡Vamos, arriba!, ¡Tenemos visita!

Un instante después los instrumentos de aquella tienda de música escrutaban al recién llegado.

- Es un cliente – informó una marimba.

- Y viene a comprar a alguno de nosotros –especificó el clarinete-.

El revuelo que se armó entonces fue infernal. Cada cual empezó a gritar con todas sus fuerzas y a discutir con sus vecinos quién de todos los presentes sería el elegido por aquel aficionado a la música. Unos ensalzaron sus propias virtudes sobre las de los demás y defendieron sus derechos a ser elegidos. Otros, atropellaron violentamente a sus oponentes imponiendo su primacía a la fuerza. Y algunos, los más humildes, contemplaron la acalorada discusión sin mezclarse en ella, confiando en que se destrozasen mutuamente y callaran de una vez.

Pero el barullo no tenía aspecto de acabar nunca. La revolución musical se incrementaba por momentos, desaforada y estruendosamente.

En medio de la algarabía sonó de pronto la paralizante voz del gong.

- ¡Quietos todos!

        Como por ensalmo, la lucha instrumental cesó. Los nervios fueron aplacándose poco a poco.

- ¿Es que nos hemos vuelto locos? –siguió el gong- ¿Por qué discutimos? El Simple hecho de pelearnos no va a predisponernos a una elección más favorable por parte del comprador.

- Tienes razón –otorgó un oboe- pero una cosa es rivalizar cordialmente y otra es avasallar como hacen algunos.

- ¿Quién empezó todo esto? –quiso indagar  el fagot.-

- Ha sido esa cursi y creída mandolina la que me ha insultado primera.

- ¡Cállate, gordo y tripudo trombón!

Para suerte de la mandolina, el furibundo trombón fue sujetado por dos robustos timbales.

- Está visto que no podemos entendernos en paz.

- Desde luego, amigo saxofón, desde luego. No reinará la concordia entre nosotros a menos que los grandes dejen de hostigar a los menores.

- ¿Qué insinúas, mequetrefe de  caramillo? –amenazó un bombo gigantesco-.

- ¡No te metas con el pequeño y atrévete conmigo! –salió en su defensa un macizo contrabajo-

        Un violoncello puso orden entre ambos.

- Estimados amigos, bien está el que no peleemos y dejemos de maldecir y difamar los unos a los otros. Pero no obstante, quiero que quede bien claro y reconozcáis que yo, el piano, soy el rey de todos los instrumentos. Y que la música, la más inmaterial de las artes, tiene en mí al ejecutante más solícito y perfecto, sin que haya nadie capaz de hacerme sombra.

- Vanidad no te falta – apuntó la tuba.-

- Si fuera vanidad el decir la verdad, los hombres sinceros serían presuntuosos y vacíos como pavos reales. En este caso, mi superioridad es manifiesta en todos los sentidos. Mi escala musical es la más extensa. Las partituras más difíciles parecen hechas a mi medida, no hay ninguna que se me resista. Los más celebrados músicos de todos los tiempos han movido mis teclas para escribir las más inspiradas piezas. Si yo no existiese –recalcó el piano- la música no sería un arte tan excelso.

- Nuestro primo tiene razón –corroboraron unas pianolas y unos armonios- De él hemos heredado valiosas virtudes que son nuestra prez y nuestra honra.

- ¡Pero no olvidaros de mí! –bramó majestuoso el órgano- Soy el de mayor tamaño, y la calidad y riqueza de mis variados timbres no tienen parangón. Además, he dedicado toda mi vida a la música religiosa y sacra en Catedrales e Iglesias.

- Sí, aunque últimamente te has vuelto muy ye-yé tocando en los conjuntos musicales –ironizó una ocarina-

- Mujer, los tiempos cambian, hay que modernizarse –justificó-

- Amigos piano y órgano –se oyó una suave y tierna vocecilla- Os quedaríais solos enumerando vuestras ventajas sobre los demás compañeros de estantería sin tenerme en cuenta. Mucho órgano, mucho piano, organillo por aquí, pianola por allá… Pero decidme, ¿quién de todos hace la música más dulce y apasionada, la que más arrebatadoramente entra en el corazón? ¡Yo! –clamó victorioso un elegante Stradivarius- Pero no alardeo tanto como vosotros. Soy noble de nacimiento y mis cualidades artísticas tienen aval inagotable. Puedo hacer que las gentes lloren con una melodía quejumbrosa de mis cuerdas o que bailen alegres al son de tonadillas desenfadadas. Mi presencia es insustituible en conciertos, audiciones, sinfonías… Soy, sin duda, el instrumento del corazón, el que hace brotar la música del alma, el que consigue la entonación más sentimental y enternecedora. Si no me hubieran inventado, la música carecería de espíritu, de romanticismo, no tendría sentimiento.

- ¡Muy bien dicho!, ¡Así se habla! –palmoteó una viola-

        Dos flamantes y relucientes trompetas soltaron sonoras carcajadas.

- Eres realmente gracioso, violín –dijo una de ellas convulsionada por la risa- ¿Realmente crees que serás tú el preferido? ¿Sí?  ¡No me hagas reír! Hoy día no se estila lo romántico, ya pasó a la historia. Eres el exponente de una música decadente, para viejos. ¿No te das cuenta que estás desfasado, completamente fuera de lugar?

- Fíjate en nosotras. Somos jóvenes, alegres, cantarinas, vivaces… Nuestro ritmo mueve al auditorio más indiferente y es puro caramelo para el oído –concluyó la otra-

Por unos momentos se miraron todos, expectantes, sin saber qué decirse. En eso, una figura salió de entre unos carillones y xilófonos. Una coqueta y perfumada guitarra, de adorable estampa luciendo descaradamente una cejilla, se encaró a la multitud.

- Con que no os ponéis de acuerdo, ¿eh? Ya podéis ir desechando absurdas pretensiones porque ese hombre va a escogerme a mí. Aunque tal vez no me toque él, quién sabe si no seré un regalo para alguno de sus hijos. Lo cierto es que no podéis competir conmigo. No soy pesada como el piano, ni estruendosa como el trombón. Ni tampoco difícil como el violín. Soy de transporte ligero y de armoniosas y vibrantes notas. Poseo una gran ductilidad para la enseñanza; todo el mundo aprende pronto a tocarme. Y tengo a ese caudal inmenso que es la juventud a mi favor, cada día son más mis adeptos. Soy el instrumento del presente y del futuro, el que siempre perdurará. La popularidad es mi mayor ventaja sobre todos vosotros.

        Y la mayoría miraba a la hermosa y pizpireta guitarra con cierta escondida envidia.

- ¡Eso, eso! –brincó alborozado un laúd que suspiraba en vano por su amor.

Un arpa, acompañada de una menuda lira, contemplaba todas estas escenas con aire de triste preocupación.

- ¡Qué espectáculo más denigrante!, ¡Qué bochorno! –dijo encarándose a los poderosos- Sois unos egoístas que ni tenéis caridad ni ningún sentimiento bueno por el prójimo. Sólo pensáis en vosotros mismos, buscáis la manera de prevalecer como sea sin importaros la suerte de los demás. Os creéis que sólo existís vosotros, que la madre música nació ex profeso pensando en los grandes instrumentos. ¡Cuánto erráis! ¡Cuán ciegos permanecéis ante la verdad de la vida! ¿Acaso el hombre antes de crearos no cantaba ni producía música? ¡Claro que sí! Y lo hacía de la manera más sencilla, utilizando el pandero, la flauta, el tamboril, la dulzaina… Era una música sencilla, con todo un añejo sabor primitivo libre de complicaciones y costumbres malsanas. Ellos fueron los orígenes de todos vosotros, y les debéis respeto y obediencia. Porque en los humildes está la verdadera fuerza, el ejemplo de una vida recta que pasa muchas veces desapercibida. Ahí están las castañuelas, las bandurrias, los platillos, el bongo, la armónica y otros muchos.

- Eso es hablar con sabiduría –rezongó el acordeón con rápido movimiento de fuelles.

- ¡Viva la paz! –coreó una gaita.

- ¡Atención! ¡Atención todos! –redobló con fuerza la batería- ¡Viene el dependiente!

        Había llegado el momento crucial. Todas las dudas iban a disiparse. El empleado se acercó buscando con la mirada. Nadie respiraba. Las cuerdas estaban tensas y los tubos de metal sudaban copiosamente. Las teclas yacían como muertas. ¿A quién compraría? ¿Al grandilocuente piano? ¿Al místico órgano? ¿Tal vez al refinado y culto violín? ¿Acaso a la guapa guitarra? ¿A cuál de ellos?

        Por fin la mano se adelantó. Y cuando todos vieron a quién cogía, más de uno se llevó la mayor sorpresa de su vida. El elegido era.. ¡Un pito!

 

 

 

 

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La mujer de éxito y el hombre del callejón oscuro

 


 

La escritora firmaba los ejemplares de su reciente novela desde primeras horas de la mañana. " El amanecer que nunca existió" figuraba como la novela más leída en las listas de superventas del año

Razón por la cual multitud de lectores aguardaban pacientemente a que su autora favorita les dedicara el libro.

Conforme se acercaba la hora de cierre de la prestigiosa librería donde se presentaban  sus obras, el público fue escaseando.

La autora se sentía feliz. Alcanzar tan altas cotas de ventas y el fervor del público, no era fácil. Había que ganarse al lector párrafo a párrafo, frase a frase.  Y a ello se dedicaba con todo el fervor que su trabajo exigía.

 

Vagos y lejanos recuerdos cobraron vida de repente cuando aquel hombre se presentó ante ella con un libro en la mano.

Retazos de sombras y luces confusas, de angustia y miedo que la sacudieron intensamente hasta que la mirada del hombre fue remanso de paz en su ánimo desbocado como su voz lo fue también aquella noche.

 

Firmaba ejemplares en aquellos grandes almacenes de la novela que la catapultó a la fama y fue el inicio de su meteórica carrera como escritora traducida a más de diez idiomas.  "Los árboles siempre mueren de pie", era un hito literario sin precedentes. El triunfo de una autora, hasta entonces desconocida que, con su primera obra, se había ganado el favor incondicional de Crítica y público.

Terminada su labor de las dedicatorias y cuando fue a subir al coche, se encontró con tres desconocidos que la zarandearon y le exigieron que subiera al vehículo con ellos.

Un pánico cerval y angustioso se apoderó de ella y, paralizada por la situación, ni siquiera tuvo fuerzas para gritar.

Tomaron su bolso y cuando obtuvieron la llave del coche, una sombra surgió de un callejón oscuro.

Brillaron navajas con la tenue luz de una farola y unos brazos poderosos la apartaron de la escena. Temblando de miedo pudo percibir aullidos, golpes y crujido de huesos. Luego el silencio.

Aquella sombra surgida como un vendaval de la oscuridad se plantó ante ella y le entregó sus efectos personales.

- Tome, señora, creo que no falta nada. Tranquilícese, se lo ruego, ya pasó todo. Aléjese del lugar, yo me encargo de todo.

Ahora, mirándolo de nuevo, supo reconocer aquellos rasgos de su rostro que grabó para siempre en su aturdida mente.

 

Su aspecto era el de un hombre corriente que le dedicó una bonita sonrisa cuando puso en sus manos el libro. "Los árboles siempre mueren de pie".

Con su foto de cuando era joven en la contraportada y ganó el prestigioso premio literario internacional.

Cuidadosamente conservado y con abundantes notas a lápiz en ambos lados de muchas páginas.

Empuñó su valiosa Montblanc edición 1906 y no supo qué escribir en la dedicatoria. Posiblemente le debiera la vida a aquel hombre que surgió aquella noche de un callejón oscuro. Ni siquiera tuvo fuerzas en aquellos momentos de agradecerle su valeroso gesto. Cualquier frase no significaría nada por muy hermosas que fueran las palabras.

"Para mi particular Príncipe Valiente que me salvó de las garras de un feroz dragón"; plasmó por fin.

Firmó, rubricó e introdujo su pluma dentro del libro.

El hombre se negó a aceptarlo. Pero unas lágrimas de agradecimiento que brillaron como perlas en la mirada de la autora, le hicieron desistir.

 

El hombre pasaba sus dedos por la dedicatoria estremecido por la emoción.

Luego tomó la pluma estilográfica y con suavidad la acarició cual si fuera la mano de la escritora percibiendo su delicado perfume sin dejar de mirar la foto de la contraportada.

Aquella mujer de éxito, la escritora del libro que cambió su vida. Volvió a recordar cuando su futuro era un árbol arrancado de la tierra tirado en una cuneta, olvidado del mundo, para siempre.

Las palabras que, frase a frase, página tras página, le hablaban de un personaje que no tenía porvenir, ningún horizonte ni meta en su vida.

Y que tomó una inquebrantable decisión y no se resignó a pasar por la vida siendo una sombra, un fantasma, un cadáver viviente de sí mismo.

Emuló y siguió los pasos del protagonista de la novela para llegar a ser un árbol que, en su momento, moriría de pie, como mueren los árboles de verdad, las raíces en lo más hondo de la tierra.

Y dejó su vida de callejones oscuros, de noches inconfesables, de salvajes locuras para llegar a ser el hombre recto, justo y benévolo tal cual era el personaje que su admirada escritora había creado en su novela.

 

La mujer de éxito dejó su bolso sobre la cómoda al llegar a su casa. Y advirtió que no estaba cerrado del todo. Era extraño, pensó, preocupada, temiendo haber extraviado algo del interior. Todo estaba en su sitio, concluyó. Aunque un pequeño sobre sobresalía de entre su móvil y un pañuelo. Intrigada, lo abrió. La letra era de primorosa elegancia.

"Gracias, mujer de éxito, por estar aquella noche en ese lóbrego lugar y que el Destino determinara   que nos conociéramos de tan intempestiva manera.

Y gracias por haber escrito el libro que ha sido mi breviario y mi Biblia, para renacer en una nueva vida.

Gracias por tantas sensaciones que me hace sentir y no puedo expresar por no ser escritor como Usted. Gracias por existir. Dios la bendiga siempre.

 

La autora de éxito no supo qué pensar y la emoción afloró en una lluvia de lágrimas.

 

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Han pasado deprisa los años, demasiados tal vez, y ya no es la misma.    Por eso escritora tomó una decisión inquebrantable. Para llevarla a cabo necesitaría un breviario y una Biblia como el personaje de su primera novela. Y allá que se lanzó en su busca.

Necesitaba abandonar el claustro de éxito donde había permanecido siempre y cambiar a una nueva vida llamada Realidad.

 

Con zapatos de tacón alto la escritora caminaba con dificultad por la calle empedrada de aquel pueblo perdido entre montañas. El mejor detective del momento localizó al hombre del callejón oscuro en este remoto y olvidado lugar. La fama de sus figuras, de madera policromada habían llegado, no obstante, al último rincón del mundo y eran objeto de culto entre los personajes más adinerados.

Pensaba cómo describiría aquel momento, pero desechó la idea de inmediato; se trataba de vivir esos instantes en la realidad de sí misma y no en la página en blanco de su Pc.

En una planta baja que pasaba desapercibida estaba el taller de trabajo del hombre que iba a ser su Biblia si aceptaba su propuesta. Rodeado de maderas y herramientas por todas partes.

La miró sorprendido, como quien ve una aparición. Cojeando, los zapatos en la mano, gafas de sol y el amplio sombrero de la paja tan llamativa. Le faltaba poco para que soltara una carcajada, adivinó por su expresión.

Que no la reconociera era su objetivo.

Venía recomendada por uno de sus ricos clientes para que le enseñara a tallar la madera, mintió. Se decía el pecado y no el pecador, aclaró cuando quiso saber su identidad.

La aceptó a regañadientes y le hizo cambiar su pintoresco aspecto.  

Calzado normal, ropa holgada y sencilla. Nada de signos sofisticados. Obediencia absoluta a su maestro y nunca desfallecer ante los errores, le advirtió. La escritora asintió feliz. El primer paso estaba dado,

Viendo sus manos quiso saber qué oficio tuvo antes de llegar allí, cuáles eran sus habilidades.  Ningún oficio ni destreza manual, fue su respuesta.

Desalentado, su maestro suspiró.

La alumna poco a poco hizo algunos progresos y sus manos se hicieron fuertes y precisas en el manejo de las cuchillas.

Era un mundo nuevo para la escritora que en toda su vida sólo supo narrar vidas ajenas en un ordenador. Allí podía rectificar, aquí un error echaría a perder el trabajo de semanas y una valiosa madera.

Era un reto que, sin darse cuenta, la hacía sentirse más segura y valorar otro tipo de conocimientos en la vida. Como ordeñar vacas para elaborar quesos y labores de campo, para la subsistencia diaria y sobre todo por solidarizarse con el esfuerzo de los habitantes del lugar y así mantener el pueblo,

Casi nada estaba hecho de antemano, debía procurárselo uno mismo con su esfuerzo personal.

Las primeras figuras de madera obtenidas de sus manos la emocionaron, Su maestro parecía satisfecho y ella todavía más; no era algo que estaba en la nube de Internet, si no algo tangible que se podía ver y tocar.

Lo más primordial era que no la reconociera y a ello ayudaban los años   transcurridos y los cambios físicos obrados en ella.

Aunque cada uno tenía su vivienda en distinto lugar del pueblo, casi toda la jornada la pasaban juntos en el taller o en el campo a veces.

La escritora nunca había estado tan cerca ni tan a menudo en compañía de un hombre. El hombre oscuro era correcto y amable; nunca un roce,  una cercanía o insinuación que pudiera hacer pensar otra cosa. Aunque ella  intuyó desde el principio que  existía  una barrera invisible que el hombre no quería franquear. Este detalle lo agradecía pues su trato con el sexo opuesto  era inexistente y no hubiera sabido cómo actuar en la realidad que estaba viviendo. Otra cosa hubiera sido lo que la laureada escritora habría sabido narrar entre un hombre y una mujer como en multitud de novelas. Pero no estaba frente a un Pc, inventando vidas y seres que ella creaba en su mente.

 

El aspecto de la escritora había sufrido cambios notables. Sin bollería, caprichos culinarios, peluquerías, infusiones quema grasas ni otras fruslerías reñidas con la báscula, su silueta mostraba bonitas redondeces  que la favorecían mucho.

Lo más llamativo era su larga melena rizada de pelo negro que le llegaba hasta la cintura que atraía la admiración de las gentes del pueblo.  También la atención del hombre oscuro, cuya disimulada mirada embelesada no perdía de vista sus preciosos rizos.

 

Había un asunto que tenía siempre en mente y le preocupaba sobremanera últimamente, En breve iría con su maestro a proveerse de la materia prima para realizar las figuras. Era una madera muy especial que el hombre oscuro conocía y quería poner en conocimiento de su aventajada aprendiza. Por un lado se sintió distinguida por este hecho.

Pero saber que pasaría un tiempo a solas en una cabaña con un hombre la sumía en un estado de ansiedad difícil de controlar.

Su bagaje sentimental, por decirlo así, era nulo por completo. Nunca tuvo contacto con nadie del sexo opuesto, ni tan siquiera ir de la mano de un muchacho  en las tardes festivas a orillas del río y mucho menos jugar  a perderse  entre los matorrales como hacían los demás. Siempre fue reticente a fiestas y jolgorios que implicaran conocer chicos y esta conducta  perduró siempre en su modo de ser hasta la fecha.

Su vida transcurrió entre bibliotecas, aulas  y escribiendo sin cesar, Viviendo artificialmente una vida paralela a la suya a través de los personajes y situaciones que una prodigiosa imaginación fuera de lo común sabía crear.

Ganando concursos literarios, figurando como la escritora revelación, la  más leída y premiada, firmando dedicatorias sin cesar a sus miles de lectores.

Hasta el momento en que ese mundo de papel se derrumbó ante ella mostrándole el insondable vacío de sentimientos y experiencias reales que nunca existieron. Nunca supo lo que era amar y ser amada, vibrar en los brazos de un hombre y sentirse mujer como eran las afortunadas mujeres de ficción que ella imaginaba en su irrealidad.

 

Era puro invierno cuando tomaron el camino de la cabaña que el hombre oscuro tenía en la montaña.  La calefacción de la furgoneta apenas mitigaba el frío del exterior, Quizá por eso permanecían en silencio cada uno con sus pensamientos.

Temía la mujer no saber actuar en semejante ocasión, pues todo era inédito para ella, no así sería para una de las protagonistas de sus novelas; pero esto no era ficticio y la protagonista era ella.

¿Cómo se comportaría su maestro artesano estando solos y cuál sería su reacción?

La empinada carretera era estrecha y tortuosa y había que ir con mucho cuidado. Cuando ya se divisó la silueta de la cabaña a lo lejos el hombre habló:

- Desde un principio sé quién es usted y por qué vino a verme.

La escritora no supo qué decir,

- En su novela "La soledad de la inventora de vidas ajenas", pude encontrar algunas claves. Algo parecido a lo que me sucedió a mi al leer la novela que me dedicó.

- Ha pasado demasiado tiempo desde que me rescató aquella noche y pensé que no me reconocería.

- No tanto, la verdad. Todos cambiamos con el tiempo. Pero sus ojos claros no han perdido la luz que me iluminó en aquellos momentos.

La escritora se sintió halagada. Era la primera vez que un hombre le decía semejantes palabras. Y una cálida sensación la embargó.

- Es una situación curiosa la nuestra; nos comportamos como desconocidos a sabiendas de quiénes somos. Tal vez le haya divertido la situación, ¿no?

- No he tenido tiempo. Cada día es una nueva situación para mi. De estar encerrada entre cuatro paredes a cultivar el campo, ordeñar vacas, cocinar y ser aprendiza de un artista famoso entre otras actividades.

 

El hombre la felicitó mostrándose muy satisfecho de sus progresos artísticos y de cómo afrontaba con éxito el reto de llevar a cabo una nueva existencia.

La escritora se mostró complacida por la actitud del hombre y estuvieron conversando como dos amigos que vuelven a encontrarse   al cabo de mucho tiempo.

Una bonita casa de madera construida con las propias manos del hombre  sería su hogar durante un tiempo. Era espaciosa y con una sola habitación, aparte de cocina, chimenea, y una estancia para guardar la madera que obtuvieran.

¿Compartirían el mismo lecho el maestro y su aprendiza? Una pregunta que obsesionaba y martilleaba la mente de la escritora sin cesar.

Para su tranquilidad, el hombre pasaría las noches en la leñera.

Fueron unos días en los que su maestro le enseñó a escoger los troncos más adecuados para lograr las figuras que se cotizaban a precios inverosímiles.

La ilustró en el nombre de árboles, plantas, hierbas medicinales y los seres vivos que poblaban las montañas.

Para su sorpresa, a veces su maestro aparecía con liebres y aves que cazaba en sus paseos por el monte y eran un exquisito manjar en la mesa.

En su fuero interno admiraba los conocimientos y determinación de aquel hombre que parecía saberlo todo y no se arredraba ante nada.

Un hombre cuya personalidad y presencia iba calando sin darse cuenta  en lo más dentro de ella.

Al despuntar el alba lo descubría a veces partiendo ramas con el canto de las manos y dando patadas a troncos de árboles. sin inmutarse siquiera. "Técnicas tibetanas", le dijo.

 

Le anunció una mañana que en breve volverían al pueblo, y que esa noche celebrarían un pequeño festín como despedida.

El hombre oscuro dispuso en la mesa un mantel nuevo de primorosos dibujos. Una copiosa fuente con asado de jabalí y setas a la brasa, perdiz en escabeche y frutos secos presidían la mesa. El testigo era un vino tinto de excelente añada.

La mujer de éxito no daba crédito al banquete que se ofrecía ante sus ojos.

Sin duda su maestro era de gustos contundentes y refinados pues la sorprendió de nuevo con cubiertos de plata y cristalería de Bohemia.

- La ocasión lo requería…- expresó el hombre

- Es usted un exquisito maitre - dijo ella.

Lo inédito fue lo que vino después. El hombre apareció con un reproductor de cassette y al sonar una melodía la invitó a bailar.

- Lo siento, nunca he bailado con un hombre -dijo ella bajando la vista.

- Nunca he bailado con una mujer, lo siento- se disculpó él.

 

La mujer de éxito no estaba acostumbrada a beber vino en las comidas Y mucho menos a brindar con champagne francés al terminar la cena.

Cierta euforia los embargaba así que rieron ambos y torpemente el caballero la tomó de la cintura y ella apoyó las manos en sus hombros como viera hacer en las películas.

Una sensación desconocida hasta entonces invadía a la escritora. Tan cerca la respiración y olor de un hombre, sintiendo la suave presión de su contacto, dejándose llevar según el compás de la música.

Una música que se hizo lenta hasta el punto de quedarse inmóviles durante largo tiempo sintiendo el súbito roce de un cuerpo sobre el otro y sin apercibirse del final de la cinta de cassette.

Hubo entonces una sobremesa muy larga frente a las brasas que crepitaban indolentes en la chimenea.

 

El dorado rayo de sol que entraba por la ventana le pareció a la escritora de  el más maravilloso del mundo. Era diferente a cuantos había visto.

También ella era diferente. Comenzaba su vida plenamente como mujer real, con toda su feminidad a flor de piel por primera vez en su vida.

Fue una noche mágica que ningún ser humano podría describir con palabras. Ni siguiera ella.

Dejaba atrás las vidas de tantos seres que se amaron en sus obras según la concepción del amor ideal que siempre imaginó. 

Aquel hombre que había dado la vuelta al mundo y vivido mil aventuras sin saber bailar, había grabado en su corazón con letras de oro las primeras páginas de amor en una mujer que renacía a una nueva vida.

Todo un futuro esplendoroso se abría ante ella. Su pasado oscuro de soledad y vacía de sentimientos quedaba borrado para siempre.

 

El hombre despertó deslumbrado por el intenso sol que se colaba por la ventana.

- ¿Qué hora es? - quiso saber

- No importa la hora, no importa nada ya - respondió ella acariciando sus cabellos-, Si a mi maestro le parece bien, había pensado en quedarnos un tiempo más en la cabaña…

- ¿Y quién podría negarse a los deseos de mi querida alumna?

Sonrieron los dos y un beso fue la respuesta.