Me llamo
Bobo, abreviatura de Bionic Organic Bios Organisme. Si consideráramos al ser
humano una especie de dios, yo sería su obra más perfecta, como hecho a su
imagen y semejanza. Aunque ciertamente soy el proyecto de un equipo de científicos, mi existencia y creación no fue un éxito más de la ciencia, si no lo más primordial
para el hombre, pues su misma existencia
estaba en juego. Y no solamente eso, de mí iba a depender la propia vida y
memoria del planeta Tierra, que perdurase para siempre.
Pero es una
larga historia. Tan larga que se pierde en la noche de los tiempos. Cuando el
ser humano ni siquiera podía llamarse así.
El hombre es
el ser más fascinante que existirá jamás. Capaz de la mayor excelsitud y del
acto más abyecto y ruin.
No seré yo
quien lo juzgue, al fin y al cabo soy su obra, fruto de su sabiduría y
conocimientos. Pero me han dotado de unos poderes tan increíbles, soy tan
imprescindible, que ni ellos mismos son
conscientes de lo que represento.
El planeta Tierra se formó hace millones de años, no importa
cuántos.
Pasó por
muchas etapas; fue hielo, fuego, agua, y tuvo infinidad de seres, de todos tamaños y
formas; unos reptaban, otros volaban, los había de dos patas, con alas, con
cuernos, era una diversidad y cantidad
tan increíble que sería imposible de saber. También hubo vegetales,
árboles, selvas, desiertos, mares casi infinitos que rodeaban los continentes,
llenos de peces inmensos y también diminutos.
Era un
planeta privilegiado, rezumaba vida por cada poro de su azul superficie. Un día todo desapareció de repente. La vida
en la Tierra se extinguió casi por completo. El aire se enrareció y apenas quedó un animal, planta o pez.
Había que empezar de nuevo.
Y éste
genuino planeta llamado Tierra renació de nuevo. Esta vez fue gracias a un
nuevo inquilino, el ser humano, que
surgió de donde nadie ha podido todavía descubrir.
Era pequeño y
débil, debía de sobrevivir en un entorno
poblado de animales con dientes y garras terribles, padecer fríos intensos y calores
extremos. Pero poseía el arma más poderosa que jamás tuvo ser vivo alguno: su
privilegiada inteligencia. Y sus manos, la más prodigiosa herramienta, que
hicieron posible el milagro de su propagación a lo largo y ancho del planeta.
El ser humano
pobló hasta el más recóndito rincón del planeta. Dominó a los animales, dirigió
el curso de ríos y cambió montañas y paisajes, taló bosques y sembró para
alimentarse. Se adueñó de la madre Naturaleza sometiéndola a sus necesidades
pero también a sus caprichos. Y fue el
lobo más feroz contra sí mismo, toda su historia ha estado cuajada de terribles
guerras, pueblos y razas fueron borrados del mapa sin piedad alguna. El hombre
siempre ha sido capaz de matar por matar, la paz nunca reinó absolutamente en
ninguna época, las armas y la destrucción nunca se dieron un respiro.
Pero sucedió
lo inevitable, el hombre tuvo que pagar factura de sus desmanes. La madre
Naturaleza, el mismo planeta Tierra estaba exhausto, dando sus últimos
suspiros. Casi todo estaba cubierto de
cemento, el aire se había vuelto irrespirable, el cielo era una nube negra que
lo cubría todo.
La población
se había reducido drásticamente. Los pocos que quedaban vivían la mayoría en
refugios subterráneos, sobreviviendo penosamente con los pocos alimentos y agua
potable que quedaba.
Un grupo de
científicos avanzados adivinó el fin del planeta y tomó una drástica decisión:
había que evacuar la Tierra. De un modo u otro, como fuera. Y debía de hacerse
rápidamente, la cuenta atrás era muy corta.
Habían estado
acumulando todo el saber de la
humanidad, recogido todo tipo de simientes, el ADN de todos los animales y de todas las razas de seres
humanos que existían. Guardaron este ingente material genético y científico en
una especie de Arca de Noé. Me crearon a mí, a BOBO, el compendio de toda la
vida del ser humano. Lo que había sido, lo que era y lo que no quería dejar de
ser.
El equipo que
me creó estaba formado por los más eminentes científicos e investigadores dirigidos
por la doctora Marina. Prácticamente soy indestructible, sólo preciso unos
cuidados mínimos que yo mismo me aplico. He sido construido a conciencia para
guardar el tesoro incalculable que llevo dentro. A simple vista soy parecido a
un hombre. Mido dos metros y peso 120
kilos. Poseo brazos y extremidades. Hablo y escribo cualquier idioma que
cualquier pueblo o raza pueda hablar o
haber hablado. Tengo pelo y una especie de líquido a modo de sangre alimenta
mis circuitos. Mi fuerza es extraordinaria y el ordenador más increíble forma mi
cerebro. Aunque pudiera ser una presunción por mi parte, soy la copia exacta de
un hombre joven y atractivo.
También
fue primordial encontrar un planeta adecuado para albergar a los hombres y mujeres
escogidos para escapar del desastre y poder formar un nuevo mundo. A tal efecto
se construyó una nave que hiciera posible el fantástico viaje.
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No fue nada fácil descubrir ese planeta. Se exploró hasta el
último rincón del Universo hasta descubrirlo. Almidón; ése fue el planeta
escogido.
Es un mundo
mucho más grande que la Tierra. Posee dos soles y tres lunas.
Tiene
particularidades extraordinarias. Entre ellas que su atmósfera es respirable y
nadie envejece ni desarrolla enfermedad alguna. Posee bellos y sorprendentes paisajes. Montañas
fantásticas, ríos de ensueño y una naturaleza que ni la mente más audaz hubiera sido capaz de soñar.
Los árboles
están cubiertos de una especie de musgo comestible.
Y hay tal
variedad de ellos que los sabores varían de uno a otro.
Esta capa
alimenticia se regenera día a día, la comida esta garantizada y nadie tiene que
trabajar para su manutención.
La temperatura siempre es benigna, diseñé casas y edificios y les organicé en
todo aquello que pudiera facilitarles la vida.
Almidón es un
paraíso en todo el sentido de la palabra.
La idea es
volver a la Tierra cuando el veneno que la cubre desaparezca.
Y ahí es donde
intervendría yo, Bobo. Poseo las simientes que cubrirán de nuevo la tierra de cultivos y frutos. El código
genético del que nacerán hombres y mujeres de todas las razas que existían
antes, animales, peces y aves.
Enseñaré a
las nuevas generaciones todo el saber de la Humanidad y poco a poco la Tierra
volverá a poblarse pero esta vez con la lección bien aprendida.
Pero se produjo
el hecho sorprendente de que no todos querían volver a la Tierra. Para qué ir
de nuevo a un planeta herido de muerte y
del que no se sabía a ciencia cierta que pudiera volver a la vida? Almidón es como el Paraíso Terrenal que fue
hecho para Adán y Eva.
Y la
controversia cobra tintes insólitos con otro hecho no menos importante y sobre
todo dramático: en Almidón nadie puede procrear, ni crece, ni envejece, cada cual se queda en el estado en que llegó.
La especie
humana no progresaría jamás en Almidón.
Aunque no
paso desapercibido por mi altura y por ser quien soy, la gente no me presta
demasiada atención. Tienen asumido mi papel. Así, sin que nadie se de cuenta,
me dedico a estudiar a la especie humana.
Aunque se
todo cuanto hay que saber de ellos, lo que más me fascina es lo diferentes que
son individualmente. No hay dos iguales.
Con quien más
me relaciono es con la Dra. Marina y su equipo. Gracias a ellos la Humanidad
está a salvo en Almidón. Mi opinión es que la raza humana debe volver a la Tierra.
De hecho los estudios que se realizan son para comprobar la evolución de la
toxicidad terráquea y cuándo sería posible volver.
Quienes se
quedaran para siempre en Almidón se enfrentarían a una eternidad para la cual
no están preparados. Sin dolencias y sin
envejecer, sin duda desarrollarían una especie de locura peligrosa que les
llevaría a su fin.
Pero esa
cuestiones les pertenecen a ellos. Bobo está a su servicio.
Para el
equipo científico no soy más que un
robot, y a aún siendo la obra cumbre de toda la ciencia humana, estoy
desprovisto de cualquier valor sentimental para ellos. Puro material de
Glicenio, fibra de Pasilinasis y demás
elementos Marsilicios.
Para la Dra.
Marina no soy sólo la máquina más perfecta. Soy
su secreta e íntima creación
personal. Bobo podía haber sido un carro
con ruedas, una caja metálica llena de simientes y espermas humanos congelados.
Pero me creó
alto, atractivo, como ella siempre deseó fuera el hombre de su vida. Ése hombre
que nunca llegó y siempre estuvo esperando.
Siempre
recordaré cuando insertó mis ojos. Al abrirlos la vi por primera vez. Colocó mi
nariz, mis pestañas, los labios, las orejas. Cuando me hubo formado sopló sobre mi cara y me puse en movimiento.
Desde ese día
no me separo de ella. La encuentro diferente de los demás.
Aunque es la
directora y responsable de la misión de volver a la Tierra, no es altiva ni
marca diferencias en su trato personal con nadie. Todos son igual de
importantes para ella, desde el que recoge las muestras del laboratorio hasta
el ingeniero de la planta espacial.
Son curiosos
los humanos. Con mis sensores puedo analizar los cambios que se operan en
ellos, tanto físicos como emocionales. Es increíble lo que llegan a sentir.
Envidia, odio, comprensión, generosidad, todas las virtudes y ninguna. Pero
sobre todo son pasionales, se entregan con todo ahínco a sus ideales, a sus
deseos más soñados y queridos.
Lo que
observo con más curiosidad son sus relaciones en lo que ellos llaman amor, cómo reaccionan en según qué situación y con
quién en particular. En realidad no es más que un roce de epitelios, un
intercambio de fluidos. Su corazón palpita de un modo muy peculiar, se
les forma un cosquilleo en el estómago cuando están en presencia del ser amado.
Y se dicen
frases rituales, casi siempre las mismas. Y actúan luego de la misma manera en
la intimidad.
Y debo de
admitir que en presencia de la Dra. Marina prácticamente todos los varones
sienten mariposas bailando en sus estómagos.
Si fuera de
carne y hueso como ellos podría comprenderlo mejor. Su pelo rizado es una
sinfonía de ensueño. Esta armoniosamente constituida. Es inteligente, tierna,
atenta y simpática. Y hasta a mí, a Bobo, se le estremecen los chips ginésicos
cuando su cara se ilumina con la sonrisa más bonita del mundo.
Pero soy Bobo. La tecnología más fantástica que se creó
jamás.
Y mirando
cuanto me rodea, a hombres y mujeres, a niños, compartiendo con ellos sus
vidas, sus miserias y también sus grandezas, siento en el fondo de mi espiral
atómica un chispazo terrible por no ser como ellos.
Por no tener
un corazón blando que latiera a mil por
hora y no poder sentir mariposas en mi estómago de verdad. Por no poder
siquiera amar como aman los hombres y las mujeres.
Sólo puedo
admirar con mis ojos litiónicos a la
Dra. Marina. Y configurar en mi placa base miles de situaciones que podría
vivir con ella si fuese humano.
Especialmente
los circuitos se alteran cuando contemplo las tres lunas y la tengo en mi
pensamiento. He tratado de resolver estos problemas biónicos pero no encuentro
avería alguna. Quizá deba de recurrir a la misma Dra. Marina, mi creadora y
decirle la situación tan caótica e incomprensible en la que me encuentro.
Pero tal vez
su lógica mente femenina no esté capacitada para llegar al fondo de la cuestión
que afecta a un robot, como me llaman ellos.
Quizá Bobo
sea ahora algo muy distinto a lo que ellos crearon. Tal vez ni yo mismo pueda
conocer y aceptar mi nueva situación.
Mientras
tanto seguiré disfrutando con la compañía de los humanos, al lado de la Dra.
Marina.
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Como todas
las mañanas la Dra. Marina entró en su despacho. Siempre lo tenía bajo llave. Debía
de analizar las nuevas muestras que la
sonda espacial había traído de la atmósfera terrestre.
Miró hacia la
pizarra y comprobó que estaba escrita en su totalidad. Le extrañó mucho, pues recordaba haberla borrado la noche
anterior.
Era una
larguísima y emocionada declaración de amor. Y lo verdaderamente increíble y sobrecogedor era quién la firmaba.
La letra era
primorosa. Terminaba así:
“Te quiero.” “Bobo”
Bobo acudió
como todos los días al despacho de la Dra. Marina. Sin mediar palabra la tomo
suavemente de los hombros y la beso en
los labios.
Fue un beso
dulce y apasionado, la Dra. Marina permaneció en suspenso durante largo tiempo.
Aunque sorprendida se dejó arrastrar por aquel momento súbito de emoción y se
entregó al deseo que despertó Bobo.
Luego, ante
los ojos de la Dra. Marina, se obró el milagro que ella siempre soñó.
Lentamente
Bobo fue mudando su estado biónico y sintético. Interiormente sus órganos
artificiales se encarnaban; iban formándose los intestinos, el estómago, los
cables metálicos se convertían en
potentes músculos, los huesos tomaban su lugar. Y un corazón de verdad empezaba
a latir llevando por las arterias una sangre nueva en un nuevo y alucinante ser
que nació como hombre ante los ojos de la Dra. Marina.
Ella no se
mostró sorprendida, acaricio suavemente el cabello de Bobo mirándole con
exquisita ternura.
¿Sabes? Sin
tu saberlo, guarde mi ADN en tu célula madre, y modifiqué tus incrustaciones
terciarias. Siempre tuve la esperanza de que se cumpliera el sueño imposible de
la Ciencia más alejada de la lógica, crear la vida humana a partir de un átomo
de ADN.
Siempre he
sabido que estabas a mi lado porque me querías, me adorabas en todo momento, me
escribiste esa carta de enamorado cuando el ciclo triónico se cumplió y debías
mostrar tus sentimientos. Y ahora debes
saber que también te quiero, que te has convertido en el ideal de hombre que
siempre quise para mí, que te deseo como
tu me deseas a mí.
Se aupó
cuanto pudo y esta vez fue ella quien besó intensamente a Bobo.
La Dra. acarició
la suave piel de Bobo, estaba admirada de su perfección, de su hermosura, ni
siquiera un dios griego podría asemejarle en apostura y presencia.
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Bobo y la
Dra. Marina contemplaban plácidamente los dos soles y las tres lunas de
Almidón. En sus ojos brillaba una emoción largamente contenida.
- ¿Sabes,
Bobo? Iremos de nuevo a la Tierra, la
sembrarás de plantas, correrán de nuevo los animales y surcarán los cielos las
aves y los peces chapotearán océanos y mares. Y volveremos tú yo de nuevo aquí, los dos solos, para vivir nuestro
amor, eternamente, con principio y sin final, en una eternidad que será sólo
nuestra, tuya y mía, Bobo y Marina.
Se fundieron
en un largo beso. Y los soles y las lunas fueron testigos de aquel encendido
amor. Y lo serían para siempre jamás…………
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