jueves, 24 de febrero de 2022

El botón

 

EL BOTÓN



El Presidente miraba el botón sin verlo, tan intensas eran las cábalas sobre sus intenciones. Sólo él conocía su existencia y no eran necesarios protocolos de claves enigmáticas ni secuencias de números sellados compartidos con su hombre de confianza. Su antecesor en la Presidencia del país le confesó dónde estaba el mecanismo secreto para, en caso de extrema gravedad, anticiparse al atacante.

La Humanidad se desangraba en continuas guerras por muchos motivos. El ser humano nunca escarmentaba ni aprendía de sus errores; seguía obstinado en luchar contra su prójimo, fuera el que fuera y allá donde se hallase. Esto tenía que acabar, pensó el Presidente. La solución era apretar el botón. Había que empezar de cero.

Nuevos seres poblarían de nuevo el planeta Tierra. Tras la extinción de los dinosaurios sobrevino el caos pero luego nuevas especies de animales y plantas aparecieron. La Vida, de un modo u otro, no se extinguió totalmente, perduró aunque con formas distintas. Ahora sucedería algo semejante.

Las guerras conllevan crueldad y el fin del enemigo en forma de muerte a cual más desgarradora. Para los supervivientes, hambrunas y penurias, miserias insufribles.

No era lícito bajo ningún concepto, que un presidente decidiese sobre el porvenir de sus semejantes. Desde hace un tiempo este pensamiento lo llevaba siempre en su conciencia, día y noche, no le dejaba en paz.

En realidad no pretendía ni deseaba el fin de la humanidad, de la vida misma en el planeta. Él no temía a la muerte, más bien la deseaba; ésa era la finalidad de liberar la bomba K. Morir del modo más rápido e indoloro. Pero era inhumano y no era justo acabar con la vida de los demás. Aunque era bien cierto que las guerras , lenta pero inexorablemente, aniquilarían a todos los habitantes del planeta en poco espacio de tiempo. Él haría que ese final fuera más rápido e incruento.

Era el hombre más poderoso del mundo, podía decidir sobre naciones y pueblos enteros, quebrantar voluntades, todos le temían. La causante de estos pensamientos y deseos fratricidas era la infelicidad que le embargaba, el motivo de que tuviera a mano aquel botón. ¿De qué le servía decidir y dominarlo todo si últimamente el amor de su esposa le había abandonado? Se sentía el más desgraciado del universo y nada le importaba ya que todo desapareciera para siempre por esa ausencia.

En ese estado, nadie hubiera sospechado la verdadera naturaleza del corazón del Presidente, En tal situación no era su corazón de oro, como siempre se atribuyó a sí mismo y quería mostrar a todos. Era el del hombre más ruin y despreciable que pudiera existir. Se asqueaba de sí mismo y pensar que era al fin y al cabo un hombre como cualquier otro, no apaciguaba su ánimo de quitarse la vida,



Su matrimonio era un ejemplo de amor y convivencia para el país, la imagen de una pareja adorable. Nadie imaginaba que en la intimidad imperaba el vacío, el desamor más insondable. Por eso no deseaba vivir en este estado, con esa carencia que se prolongaba demasiado tiempo, sin motivo aparente.

Levemente puso el dedo índice de su mano derecha sobre el botón. Si lo pulsara, el cohete con la carga letal surcaría los cielos más veloz que cualquier otro artefacto conocido para arrasarlo todo. En ese momento sonó su teléfono privado.

Era su esposa y le recordaba que era su aniversario de boda. Se sentía más feliz que nunca por compartir la vida con él y ser madre de sus hijos. Estaba deseando que volviera a su lado cuanto antes para celebrar tan importante efeméride brindando con champagne francés.

Aquellas dulces y tiernas palabras rebosantes de amor fueron un repentino y poderoso bálsamo para su atribulada desesperanza. El solitario y frío despacho presidencial se llenó como por arte de magia de la presencia y la voz de su añorada y deseada esposa que durante un tiempo creyó no lo amaba. Una inesperada felicidad embargó su antes triste corazón para que refulgiera y le hiciera sentirse diferente.

Un resorte desconocido e involuntario hizo que apartase la mano del botón. Su mente bullía en mil pensamientos contradictorios al pensar en la atrocidad que iba a cometer. Se horrorizó de sí mismo por querer ser el causante de la muerte de millones de seres humanos. Que también sufrían de amor y por otros motivos mucho más acuciantes que los suyos propios y deseaban morir voluntariamente.

Decididamente no pulsaría el botón. Él menos que nadie podía decidir sobre la vida y la muerte de ningún ser humano.

El botón seguiría en el lugar secreto de siempre.



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2 comentarios:

  1. es muy real con lo que esta pasando en el mundo, gracias por compartirla !! Lara

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  2. Es triste que el destino del mundo podría depender de la tristeza, alegría o desesperacion de una sola persona.

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