domingo, 23 de enero de 2022

La mujer de éxito y el hombre del callejón oscuro

 


 

La escritora firmaba los ejemplares de su reciente novela desde primeras horas de la mañana. " El amanecer que nunca existió" figuraba como la novela más leída en las listas de superventas del año

Razón por la cual multitud de lectores aguardaban pacientemente a que su autora favorita les dedicara el libro.

Conforme se acercaba la hora de cierre de la prestigiosa librería donde se presentaban  sus obras, el público fue escaseando.

La autora se sentía feliz. Alcanzar tan altas cotas de ventas y el fervor del público, no era fácil. Había que ganarse al lector párrafo a párrafo, frase a frase.  Y a ello se dedicaba con todo el fervor que su trabajo exigía.

 

Vagos y lejanos recuerdos cobraron vida de repente cuando aquel hombre se presentó ante ella con un libro en la mano.

Retazos de sombras y luces confusas, de angustia y miedo que la sacudieron intensamente hasta que la mirada del hombre fue remanso de paz en su ánimo desbocado como su voz lo fue también aquella noche.

 

Firmaba ejemplares en aquellos grandes almacenes de la novela que la catapultó a la fama y fue el inicio de su meteórica carrera como escritora traducida a más de diez idiomas.  "Los árboles siempre mueren de pie", era un hito literario sin precedentes. El triunfo de una autora, hasta entonces desconocida que, con su primera obra, se había ganado el favor incondicional de Crítica y público.

Terminada su labor de las dedicatorias y cuando fue a subir al coche, se encontró con tres desconocidos que la zarandearon y le exigieron que subiera al vehículo con ellos.

Un pánico cerval y angustioso se apoderó de ella y, paralizada por la situación, ni siquiera tuvo fuerzas para gritar.

Tomaron su bolso y cuando obtuvieron la llave del coche, una sombra surgió de un callejón oscuro.

Brillaron navajas con la tenue luz de una farola y unos brazos poderosos la apartaron de la escena. Temblando de miedo pudo percibir aullidos, golpes y crujido de huesos. Luego el silencio.

Aquella sombra surgida como un vendaval de la oscuridad se plantó ante ella y le entregó sus efectos personales.

- Tome, señora, creo que no falta nada. Tranquilícese, se lo ruego, ya pasó todo. Aléjese del lugar, yo me encargo de todo.

Ahora, mirándolo de nuevo, supo reconocer aquellos rasgos de su rostro que grabó para siempre en su aturdida mente.

 

Su aspecto era el de un hombre corriente que le dedicó una bonita sonrisa cuando puso en sus manos el libro. "Los árboles siempre mueren de pie".

Con su foto de cuando era joven en la contraportada y ganó el prestigioso premio literario internacional.

Cuidadosamente conservado y con abundantes notas a lápiz en ambos lados de muchas páginas.

Empuñó su valiosa Montblanc edición 1906 y no supo qué escribir en la dedicatoria. Posiblemente le debiera la vida a aquel hombre que surgió aquella noche de un callejón oscuro. Ni siquiera tuvo fuerzas en aquellos momentos de agradecerle su valeroso gesto. Cualquier frase no significaría nada por muy hermosas que fueran las palabras.

"Para mi particular Príncipe Valiente que me salvó de las garras de un feroz dragón"; plasmó por fin.

Firmó, rubricó e introdujo su pluma dentro del libro.

El hombre se negó a aceptarlo. Pero unas lágrimas de agradecimiento que brillaron como perlas en la mirada de la autora, le hicieron desistir.

 

El hombre pasaba sus dedos por la dedicatoria estremecido por la emoción.

Luego tomó la pluma estilográfica y con suavidad la acarició cual si fuera la mano de la escritora percibiendo su delicado perfume sin dejar de mirar la foto de la contraportada.

Aquella mujer de éxito, la escritora del libro que cambió su vida. Volvió a recordar cuando su futuro era un árbol arrancado de la tierra tirado en una cuneta, olvidado del mundo, para siempre.

Las palabras que, frase a frase, página tras página, le hablaban de un personaje que no tenía porvenir, ningún horizonte ni meta en su vida.

Y que tomó una inquebrantable decisión y no se resignó a pasar por la vida siendo una sombra, un fantasma, un cadáver viviente de sí mismo.

Emuló y siguió los pasos del protagonista de la novela para llegar a ser un árbol que, en su momento, moriría de pie, como mueren los árboles de verdad, las raíces en lo más hondo de la tierra.

Y dejó su vida de callejones oscuros, de noches inconfesables, de salvajes locuras para llegar a ser el hombre recto, justo y benévolo tal cual era el personaje que su admirada escritora había creado en su novela.

 

La mujer de éxito dejó su bolso sobre la cómoda al llegar a su casa. Y advirtió que no estaba cerrado del todo. Era extraño, pensó, preocupada, temiendo haber extraviado algo del interior. Todo estaba en su sitio, concluyó. Aunque un pequeño sobre sobresalía de entre su móvil y un pañuelo. Intrigada, lo abrió. La letra era de primorosa elegancia.

"Gracias, mujer de éxito, por estar aquella noche en ese lóbrego lugar y que el Destino determinara   que nos conociéramos de tan intempestiva manera.

Y gracias por haber escrito el libro que ha sido mi breviario y mi Biblia, para renacer en una nueva vida.

Gracias por tantas sensaciones que me hace sentir y no puedo expresar por no ser escritor como Usted. Gracias por existir. Dios la bendiga siempre.

 

La autora de éxito no supo qué pensar y la emoción afloró en una lluvia de lágrimas.

 

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Han pasado deprisa los años, demasiados tal vez, y ya no es la misma.    Por eso escritora tomó una decisión inquebrantable. Para llevarla a cabo necesitaría un breviario y una Biblia como el personaje de su primera novela. Y allá que se lanzó en su busca.

Necesitaba abandonar el claustro de éxito donde había permanecido siempre y cambiar a una nueva vida llamada Realidad.

 

Con zapatos de tacón alto la escritora caminaba con dificultad por la calle empedrada de aquel pueblo perdido entre montañas. El mejor detective del momento localizó al hombre del callejón oscuro en este remoto y olvidado lugar. La fama de sus figuras, de madera policromada habían llegado, no obstante, al último rincón del mundo y eran objeto de culto entre los personajes más adinerados.

Pensaba cómo describiría aquel momento, pero desechó la idea de inmediato; se trataba de vivir esos instantes en la realidad de sí misma y no en la página en blanco de su Pc.

En una planta baja que pasaba desapercibida estaba el taller de trabajo del hombre que iba a ser su Biblia si aceptaba su propuesta. Rodeado de maderas y herramientas por todas partes.

La miró sorprendido, como quien ve una aparición. Cojeando, los zapatos en la mano, gafas de sol y el amplio sombrero de la paja tan llamativa. Le faltaba poco para que soltara una carcajada, adivinó por su expresión.

Que no la reconociera era su objetivo.

Venía recomendada por uno de sus ricos clientes para que le enseñara a tallar la madera, mintió. Se decía el pecado y no el pecador, aclaró cuando quiso saber su identidad.

La aceptó a regañadientes y le hizo cambiar su pintoresco aspecto.  

Calzado normal, ropa holgada y sencilla. Nada de signos sofisticados. Obediencia absoluta a su maestro y nunca desfallecer ante los errores, le advirtió. La escritora asintió feliz. El primer paso estaba dado,

Viendo sus manos quiso saber qué oficio tuvo antes de llegar allí, cuáles eran sus habilidades.  Ningún oficio ni destreza manual, fue su respuesta.

Desalentado, su maestro suspiró.

La alumna poco a poco hizo algunos progresos y sus manos se hicieron fuertes y precisas en el manejo de las cuchillas.

Era un mundo nuevo para la escritora que en toda su vida sólo supo narrar vidas ajenas en un ordenador. Allí podía rectificar, aquí un error echaría a perder el trabajo de semanas y una valiosa madera.

Era un reto que, sin darse cuenta, la hacía sentirse más segura y valorar otro tipo de conocimientos en la vida. Como ordeñar vacas para elaborar quesos y labores de campo, para la subsistencia diaria y sobre todo por solidarizarse con el esfuerzo de los habitantes del lugar y así mantener el pueblo,

Casi nada estaba hecho de antemano, debía procurárselo uno mismo con su esfuerzo personal.

Las primeras figuras de madera obtenidas de sus manos la emocionaron, Su maestro parecía satisfecho y ella todavía más; no era algo que estaba en la nube de Internet, si no algo tangible que se podía ver y tocar.

Lo más primordial era que no la reconociera y a ello ayudaban los años   transcurridos y los cambios físicos obrados en ella.

Aunque cada uno tenía su vivienda en distinto lugar del pueblo, casi toda la jornada la pasaban juntos en el taller o en el campo a veces.

La escritora nunca había estado tan cerca ni tan a menudo en compañía de un hombre. El hombre oscuro era correcto y amable; nunca un roce,  una cercanía o insinuación que pudiera hacer pensar otra cosa. Aunque ella  intuyó desde el principio que  existía  una barrera invisible que el hombre no quería franquear. Este detalle lo agradecía pues su trato con el sexo opuesto  era inexistente y no hubiera sabido cómo actuar en la realidad que estaba viviendo. Otra cosa hubiera sido lo que la laureada escritora habría sabido narrar entre un hombre y una mujer como en multitud de novelas. Pero no estaba frente a un Pc, inventando vidas y seres que ella creaba en su mente.

 

El aspecto de la escritora había sufrido cambios notables. Sin bollería, caprichos culinarios, peluquerías, infusiones quema grasas ni otras fruslerías reñidas con la báscula, su silueta mostraba bonitas redondeces  que la favorecían mucho.

Lo más llamativo era su larga melena rizada de pelo negro que le llegaba hasta la cintura que atraía la admiración de las gentes del pueblo.  También la atención del hombre oscuro, cuya disimulada mirada embelesada no perdía de vista sus preciosos rizos.

 

Había un asunto que tenía siempre en mente y le preocupaba sobremanera últimamente, En breve iría con su maestro a proveerse de la materia prima para realizar las figuras. Era una madera muy especial que el hombre oscuro conocía y quería poner en conocimiento de su aventajada aprendiza. Por un lado se sintió distinguida por este hecho.

Pero saber que pasaría un tiempo a solas en una cabaña con un hombre la sumía en un estado de ansiedad difícil de controlar.

Su bagaje sentimental, por decirlo así, era nulo por completo. Nunca tuvo contacto con nadie del sexo opuesto, ni tan siquiera ir de la mano de un muchacho  en las tardes festivas a orillas del río y mucho menos jugar  a perderse  entre los matorrales como hacían los demás. Siempre fue reticente a fiestas y jolgorios que implicaran conocer chicos y esta conducta  perduró siempre en su modo de ser hasta la fecha.

Su vida transcurrió entre bibliotecas, aulas  y escribiendo sin cesar, Viviendo artificialmente una vida paralela a la suya a través de los personajes y situaciones que una prodigiosa imaginación fuera de lo común sabía crear.

Ganando concursos literarios, figurando como la escritora revelación, la  más leída y premiada, firmando dedicatorias sin cesar a sus miles de lectores.

Hasta el momento en que ese mundo de papel se derrumbó ante ella mostrándole el insondable vacío de sentimientos y experiencias reales que nunca existieron. Nunca supo lo que era amar y ser amada, vibrar en los brazos de un hombre y sentirse mujer como eran las afortunadas mujeres de ficción que ella imaginaba en su irrealidad.

 

Era puro invierno cuando tomaron el camino de la cabaña que el hombre oscuro tenía en la montaña.  La calefacción de la furgoneta apenas mitigaba el frío del exterior, Quizá por eso permanecían en silencio cada uno con sus pensamientos.

Temía la mujer no saber actuar en semejante ocasión, pues todo era inédito para ella, no así sería para una de las protagonistas de sus novelas; pero esto no era ficticio y la protagonista era ella.

¿Cómo se comportaría su maestro artesano estando solos y cuál sería su reacción?

La empinada carretera era estrecha y tortuosa y había que ir con mucho cuidado. Cuando ya se divisó la silueta de la cabaña a lo lejos el hombre habló:

- Desde un principio sé quién es usted y por qué vino a verme.

La escritora no supo qué decir,

- En su novela "La soledad de la inventora de vidas ajenas", pude encontrar algunas claves. Algo parecido a lo que me sucedió a mi al leer la novela que me dedicó.

- Ha pasado demasiado tiempo desde que me rescató aquella noche y pensé que no me reconocería.

- No tanto, la verdad. Todos cambiamos con el tiempo. Pero sus ojos claros no han perdido la luz que me iluminó en aquellos momentos.

La escritora se sintió halagada. Era la primera vez que un hombre le decía semejantes palabras. Y una cálida sensación la embargó.

- Es una situación curiosa la nuestra; nos comportamos como desconocidos a sabiendas de quiénes somos. Tal vez le haya divertido la situación, ¿no?

- No he tenido tiempo. Cada día es una nueva situación para mi. De estar encerrada entre cuatro paredes a cultivar el campo, ordeñar vacas, cocinar y ser aprendiza de un artista famoso entre otras actividades.

 

El hombre la felicitó mostrándose muy satisfecho de sus progresos artísticos y de cómo afrontaba con éxito el reto de llevar a cabo una nueva existencia.

La escritora se mostró complacida por la actitud del hombre y estuvieron conversando como dos amigos que vuelven a encontrarse   al cabo de mucho tiempo.

Una bonita casa de madera construida con las propias manos del hombre  sería su hogar durante un tiempo. Era espaciosa y con una sola habitación, aparte de cocina, chimenea, y una estancia para guardar la madera que obtuvieran.

¿Compartirían el mismo lecho el maestro y su aprendiza? Una pregunta que obsesionaba y martilleaba la mente de la escritora sin cesar.

Para su tranquilidad, el hombre pasaría las noches en la leñera.

Fueron unos días en los que su maestro le enseñó a escoger los troncos más adecuados para lograr las figuras que se cotizaban a precios inverosímiles.

La ilustró en el nombre de árboles, plantas, hierbas medicinales y los seres vivos que poblaban las montañas.

Para su sorpresa, a veces su maestro aparecía con liebres y aves que cazaba en sus paseos por el monte y eran un exquisito manjar en la mesa.

En su fuero interno admiraba los conocimientos y determinación de aquel hombre que parecía saberlo todo y no se arredraba ante nada.

Un hombre cuya personalidad y presencia iba calando sin darse cuenta  en lo más dentro de ella.

Al despuntar el alba lo descubría a veces partiendo ramas con el canto de las manos y dando patadas a troncos de árboles. sin inmutarse siquiera. "Técnicas tibetanas", le dijo.

 

Le anunció una mañana que en breve volverían al pueblo, y que esa noche celebrarían un pequeño festín como despedida.

El hombre oscuro dispuso en la mesa un mantel nuevo de primorosos dibujos. Una copiosa fuente con asado de jabalí y setas a la brasa, perdiz en escabeche y frutos secos presidían la mesa. El testigo era un vino tinto de excelente añada.

La mujer de éxito no daba crédito al banquete que se ofrecía ante sus ojos.

Sin duda su maestro era de gustos contundentes y refinados pues la sorprendió de nuevo con cubiertos de plata y cristalería de Bohemia.

- La ocasión lo requería…- expresó el hombre

- Es usted un exquisito maitre - dijo ella.

Lo inédito fue lo que vino después. El hombre apareció con un reproductor de cassette y al sonar una melodía la invitó a bailar.

- Lo siento, nunca he bailado con un hombre -dijo ella bajando la vista.

- Nunca he bailado con una mujer, lo siento- se disculpó él.

 

La mujer de éxito no estaba acostumbrada a beber vino en las comidas Y mucho menos a brindar con champagne francés al terminar la cena.

Cierta euforia los embargaba así que rieron ambos y torpemente el caballero la tomó de la cintura y ella apoyó las manos en sus hombros como viera hacer en las películas.

Una sensación desconocida hasta entonces invadía a la escritora. Tan cerca la respiración y olor de un hombre, sintiendo la suave presión de su contacto, dejándose llevar según el compás de la música.

Una música que se hizo lenta hasta el punto de quedarse inmóviles durante largo tiempo sintiendo el súbito roce de un cuerpo sobre el otro y sin apercibirse del final de la cinta de cassette.

Hubo entonces una sobremesa muy larga frente a las brasas que crepitaban indolentes en la chimenea.

 

El dorado rayo de sol que entraba por la ventana le pareció a la escritora de  el más maravilloso del mundo. Era diferente a cuantos había visto.

También ella era diferente. Comenzaba su vida plenamente como mujer real, con toda su feminidad a flor de piel por primera vez en su vida.

Fue una noche mágica que ningún ser humano podría describir con palabras. Ni siguiera ella.

Dejaba atrás las vidas de tantos seres que se amaron en sus obras según la concepción del amor ideal que siempre imaginó. 

Aquel hombre que había dado la vuelta al mundo y vivido mil aventuras sin saber bailar, había grabado en su corazón con letras de oro las primeras páginas de amor en una mujer que renacía a una nueva vida.

Todo un futuro esplendoroso se abría ante ella. Su pasado oscuro de soledad y vacía de sentimientos quedaba borrado para siempre.

 

El hombre despertó deslumbrado por el intenso sol que se colaba por la ventana.

- ¿Qué hora es? - quiso saber

- No importa la hora, no importa nada ya - respondió ella acariciando sus cabellos-, Si a mi maestro le parece bien, había pensado en quedarnos un tiempo más en la cabaña…

- ¿Y quién podría negarse a los deseos de mi querida alumna?

Sonrieron los dos y un beso fue la respuesta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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