martes, 28 de julio de 2015

Soledad 1




El hombre avanzó a través de la oscuridad de la discoteca. La música o lo que fuera aquel ruido era estridente y le molestaba, los oídos le retumbaban,  no era ése el tipo de música que él prefería. Pero la juventud se movía dando saltos a su alrededor, poseídos por el influjo de los acordes que salían de los grandes altavoces. La iluminación también acompañaba, imperaba una luz tenue y neblinosa, sorprendida de vez en cuando por  rayos  multicolores que parecían ir al compás del estruendo musical.
Buscaba a alguien, no cabía duda. Fue a la barra del bar y echó un vistazo, esperó en los lavabos largo rato hasta asegurarse que todos cuantos entraron habían salido. Después se dispuso a mirar por todos los rincones de las pistas de la discoteca, el  aforo era muy grande.
La verdad es que desentonaba en aquel ambiente. Era alto y se le adivinaba en excelente forma física; aunque pasaba con creces los cincuenta, se movía con agilidad a cada paso que daba.  Vestía traje chaqueta y corbata, zapatos ingleses, de la mejor  factura todo, y un halo de sutil colonia varonil le envolvía.
Su búsqueda tuvo éxito finalmente. Allí estaba. Soledad. Ese era su nombre. Y viéndola sentada, sola y dejada caer como una muñeca abandonada el hombre pensó que su nombre  hacía justicia a la imagen que ofrecía. Sostenía una bebida y la mirada perdida en un punto desconocido.
Llevaba minifalda y una blusa estampada. Estuvo pensando cómo presentarse a ella, qué le diría y cómo reaccionaría. Estaba confuso.
- Hola –dijo el hombre cortésmente.
La chica seguía  indiferente, ni pestañeó siquiera.  
- Hola – volvió a saludar.
Ella pareció despertar de repente y le miró sin verle.
- ¿Puedo hablar contigo?  Será sólo un momento, por favor.
Al levantar el vaso para un nuevo trago descubrió  al hombre a través del   cristal. Lo miró sin comprender.
- ¿Qué quieres? –su voz era ronca.
- Hablar contigo, Soledad. Pero en otro sitio más tranquilo.
- No quiero hablar con nadie, no te conozco, ¿de qué podemos hablar? Todos queréis lo mismo.
- Soledad, no quiero nada, sólo darte una noticia, pero aquí es imposible. Vengo de muy lejos, por favor, te lo ruego, déjame decirte por lo que he venido. Será un momento.
La chica lo miró largamente. Su voz era decidida, bien modulada, era educado y tenía una planta impecable. No se parecía en nada a los demás que se le acercaban. Y sabía su nombre. ¿Qué podía perder por hablar?
Al levantarse el hombre comprobó que era casi tan alta como el. La tomó levemente del brazo y la condujo a una cafetería de lujo.
Allí pudo observarla con más detenimiento. Era bonita, con  rasgos muy bien dibujados, suaves, unos ojos verdes muy expresivos y una melena rubia recogida en una simple goma. No estaba pintada, el ligero rubor de las mejillas era natural. Sus manos eran blancas y tenía las uñas rotas.
Toda ella daba sensación de abandono, de belleza en  horas bajas. 
También la chica observó al hombre que la había llevado hasta allí. Aunque mayor, conservaba un atractivo masculino que, años atrás, debió de causar estragos entre las mujeres. Era más alto que ella y vestía ropa cara. Sus manos grandes denotaban el pulcro cuidado de una manicura. La corbata debía ser de seda italiana y el reloj era un Omega de precio escandaloso.
Su colonia era penetrante, embriagaba. Pese a su imponente aspecto no mostraba prepotencia alguna, su tono de voz era acogedor y suave, invitaba a la confidencia. Y había algo en él que le causaba una especie de desasosiego, no sabría definir qué era pero  una extraña premonición empezó a apoderarse de su ánimo.
- Me llamo Andrés; cómo sé tu nombre y por qué he venido hasta aquí es una larga historia que debes conocer. En realidad hace muchísimo tiempo  que debí venir. Pero la vida a veces no deja que cojamos el tren cuando queremos, por decirlo así.
Se detuvo un momento y Soledad advirtió en el fondo de sus ojos una inquietud que inundó su franca mirada.
- Soledad, debes saber que tu madre, Esperanza, ha fallecido.
La muchacha acusó el golpe poco a poco. Sus ojos se nublaron por un instante, conteniendo unas lágrimas que se diluyeron finalmente sin prisas, como un fino rocío.
Andrés se sintió incómodo de repente. Aquella situación le sobrepasaba.
 - Estuve en su lecho de muerte y me dijo que te buscara por encima de todo y te avisara cuando llegase el día. Por eso estoy aquí, Soledad.
La chica miró en derredor. Se estaba bien allí. La temperatura era agradable, todo bien iluminado, las gentes se veían acomodadas y felices, charlaban despreocupadas. Se sintió fuera de lugar, con aquellas ropas tan manidas, el pelo desaliñado, sin una ducha reciente. Ni un toque de colonia encima. Pero por primera vez en mucho tiempo se sentía a gusto, cómoda y relajada en aquella butaca tan confortable y charlando con aquel hombre que parecía un artista de cine.  
- Tu madre me habló mucho de ti, la estuve visitando en el hospital.   
Te quería más que a nadie, jamás dejó pasar  un día sin que estuvieras en su pensamiento. Sé que nunca tuvisteis una relación de cariño mutuo, de madre e hija que se quieren, como habría sido de desear. Pero te llevó en su corazón toda la vida, sufrió lo indecible por no tenerte a su lado.
 - No diga eso, Andrés, no quiso saber de mí. –su voz adquirió viveza de repente-. ¿Quiere que le cuente mi vida a grandes rasgos, que le diga quién era  mi madre y qué hizo por mí, de verdad quiere saberlo?
Se lió con un hombre casado y me metió interna en un colegio de pago de  monjas. Así estaba más a disposición de ese hombre, sólo vivía para él, siempre pendiente de estar a punto apenas sonase el teléfono. Me escapé un día de las monjas y aprendí a vivir a mi modo, hoy aquí, mañana allá. Con éste ahora y después con el otro, nunca me faltaron acompañantes. Un día mi madre dio conmigo y me pidió que fuera a vivir con ella. Estaba sola, el hombre al que había estado atada durante tantos años la había abandonado. Ahora quería mi compañía, a la que renunció cuando me encerró en aquel horrible colegio de monjas.
Le dije que no, que de una forma u otra ya tenía mi vida hecha, que me las apañaba como podía, que no me iba mal del todo.  Me echó en cara que me entregara a los hombres con tanta facilidad y le contesté que era la persona menos indicada para darme ese tipo de consejos, que en eso de los hombres era una maestra.
Fueron unos momentos muy tensos y terribles, quizá luego me arrepintiera pero solté toda la rabia que llevaba dentro por tantos años de soledad sin ella. Nos separamos y no volví a verla. No recuerdo quién me dijo que se marchó a otra provincia.  
El hombre notó que el nudo que le atenazaba la garganta iba apretando con más fuerza. Era el momento oportuno.
- Soledad, creo que debes saber toda la verdad sobre tu madre. Y también saber quién es éste hombre que se ha presentado de repente, que sabe tu nombre y una parte de tu historia.
La miraba fijamente conectando a través de sus pupilas grises las palabras que iba a pronunciar seguidamente. Soledad le sostuvo la mirada, con creciente ansiedad, curiosa e impaciente.
- Soledad, soy tu padre, del que nunca has sabido  y quizá siempre has
querido conocer. Si te fijas un poco verás que tienes mis ojos, mi andar, la estatura, ese gesto tan peculiar que haces con las manos cuando las apoyas sobre la mesa.
Soledad quedó perpleja, la noticia la dejó sin habla. Recordó la sensación que tuvo al principio de conocerle. Así que era él, por fin había aparecido, pensó.
- Todos los días  me preguntaba quién sería, cómo era mi padre, si le conocería alguna vez. Y ahora……
La voz le salía quebrada a la muchacha y los ojos se le pusieron vidriosos de la emoción. Andrés le alargó un pañuelo de seda.
-Yo también quería conocerte, Soledad,  siempre lo desee y parecía
que nunca iba a conseguirlo. Siento mucho que la muerte de tu madre haya propiciado el encuentro, hubiera querido que fuera en otras circunstancias. Te contaré la parte de historia que no conoces, la mía.
La muchacha no creía lo que le estaba pasando. Toda la vida preguntándose quién era su padre, deseando encontrarle para echarle en cara tantas y tantas cosas por haberle robado el cariño de su madre y se encontraba inerme, incapaz de descargar toda la rabia contenida durante todo ese tiempo.
Andrés se percató de la lucha interior que sostenía Soledad y tomó una mano de la muchacha con suavidad.
- Soledad, quise a tu madre más que a nadie en este mundo. Nos conocimos por azar, ella trabajaba en la relojería de unos grandes almacenes. Me impactó tanto que la esperé a la salida. Después nos vimos otras veces, poco a poco fue naciendo un cariño mutuo. Hasta que nos dimos cuenta de que nos habíamos enamorado. Entonces, Soledad, le confesé que estaba casado, no quise ocultárselo.
- Imagino cómo debió sentirse, engañada hasta el último momento. Nunca debiste ocultárselo, ni siquiera dar lugar a que se enamorase de ti. Además…..no querías a tu mujer, ¿pensaste en el daño que le hacías a otra persona?
- Ninguno imaginamos que esto podría suceder. Para mí fue muy doloroso, pensé que podía perderla si lo sabía; pero no quise que nuestro amor se basara en una mentira, ella nunca se lo hubiera merecido. Y….. -su voz adquirió un tinte de pesadumbre-. Lo que me unía a la otra persona era diferente, tu madre me hizo sentir lo que nunca hasta entonces había sentido. Fue un amor arrollador, llenó mi vida por completo.
- Vaya, toda una historia romántica por lo que veo, como las novelas rosa. ¿Y qué pasó a estos dos personajes del cuento? Quisiera saberlo.
- No fue un cuento, era una realidad. Un día…..sin saber por qué desapareció sin dejar rastro. No encontraba explicación al hecho de su huida, por más que lo pensé. Nunca tuvimos un mal entendimiento, ni una sola palabra más alta que otra, nos queríamos de verdad.
Removí cielos y tierra sin el menor éxito, parecía que se la había tragado la tierra. Hasta que un día recibí una llamada inesperada del hospital. Era ella. Quería verme cuanto antes.
Soledad notó que la emoción quebraba la voz de Andrés. No supo qué pensar. En un momento se habían acumulado en su vida demasiados acontecimientos; el fallecimiento de su madre y, lo que nunca pensó iba a suceder, acababa de conocer a su padre. Y algo colgado en el aire le indicaba que su existencia iba a tomar tal vez un rumbo diferente.
- Le quedaba poco tiempo de vida, Soledad. ¿Sabes.? Estaba igual de guapa que cuando se marchó de mi lado. Su melena de pelo negro, su tez clara y sobre todo sus ojos, brillando de emoción al verme. Me sentí preso de dos emociones contrapuestas. Por un lado verla de nuevo, después de tanto tiempo…. y el dolor de que estuviera  en ese estado…. Se me partió el alma, apenas pude contener las lágrimas….
Entonces me confesó la razón por la que se apartó de mi vida. Me ocultó que estaba embarazada. Sabía que mi mujer no podía darme hijos y cuánto ansiaba ser padre, tener descendencia, era mi mayor deseo. Tu madre pensó que si me confesaba su estado de buena esperanza abandonaría a mi esposa por ella porque  iba a darme el goce que más ansiaba, una hija, mi sueño más esperado. No quiso ser la responsable de la desdicha de  otra mujer y desapareció de mi vida.
Fue un paso muy duro para ella, le causó un dolor indecible.
   
En la mente de Soledad iban procesándose todas y cada una de las palabras de aquel hombre que tan inesperadamente se había presentado en su vida. Que aseguraba  ser su padre. Era una historia conmovedora, una mujer que se sacrifica por otra  mujer, un hombre en medio, como una barca entre dos orillas, al vaivén de ambas; intentó comprender el quid del comportamiento de su  madre, le vino a la mente el día en que le dijo que no quería ir con ella. Una niebla acuosa nubló sus ojos por unos instantes.
- Soledad... -comenzó a decir el hombre- siempre estuviste en el corazón de tu madre; quiso que te buscase para verte por última vez. Quería contarte muchas cosas, que la perdonaras, que llegases a quererla como la madre tuya que era.
- Muchas veces pensé en ella, Andrés, me arrepentí de mí proceder. Ahora…. ya es tarde para tantas cosas….realmente hubiera sido feliz viéndome a su lado. Me siento mal, toda mi vida he estado dando tumbos, sin raíces, sin el calor de un hogar….
  - Ahora estoy aquí, Soledad, quiero decirte que no estás sola; enviudé hace tiempo y sin tu madre también mi vida ha sido un ir y venir a ninguna parte, siempre ocupado en hacer crecer mis negocios, privado del cariño de los seres que más quería.
 
   Andrés tomó las manos de su hija y la miró de un modo tan intenso que Soledad se estremeció. La voz del hombre sonó con un ruego prendido en cada palabra.
  - Soledad, me encuentro solo, muy solo;  no sé si tengo derecho a pedirte que vengas conmigo, que estemos juntos ahora que nuestros destinos se han cruzado. Quisiera darte todo el cariño de un padre que recibe el regalo de una hija de la que no sabía su existencia. Nunca podríamos recuperar el tiempo perdido aunque quisiéramos, pero sólo nos tenemos a nosotros mismos, Soledad, démonos la oportunidad de conocernos, de ser la familia que nunca fuimos. Ven a la casa donde vivo que será la tuya si tu quieres;  toma las riendas de los bienes que poseo y te pertenecen.

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Andrés miró el reloj. Pasaban quince minutos de las diez. Tenía el    corazón en un puño.  La elección era de Soledad. Si no acudía a la cita,  más tarde o más temprano lo comprendería;  no tenía ningún derecho a pedirle que  dejara su actual vida para irse con su padre, un padre salido repentinamente de la nada. Esa era la verdad. Ciertamente los acontecimientos se habían precipitado inesperadamente; el desenlace de los mismos no dependía de ellos.
Giró la llave y sonó poderoso el rugido del Masserati. Al doblar la esquina la vio. Corría apresurada con una maleta en la mano. Cuando Andrés le abrió la portezuela los ojos de Soledad lo decían todo.
Y cuando  besó su mejilla la muchacha gozó de un beso largamente esperado.    

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unnkelule@hotmail.com























1 comentario:

  1. Que bonita y buena narración, palabras hermosas para describir una situación difícil que algunas mujeres han sufrido y sufren,enamorarse y que ese amor en lugar
    de dar felicidad, pueda hacer sufrir a otras personas.
    Me gusta como lo cuentas,con sencillez y desde el corazón

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