jueves, 30 de julio de 2015

Soledad 2






Cuando aquella mañana Soledad entró al despacho de su padre éste le dijo a su secretaria que no estaba para nadie. Se olvidó del fax, del móvil, del ordenador, de todo. Su hija era todo su universo.
Antes de sentarse frente a él la contempló una vez más, recreándose como hacía siempre, maravillado por el cambio tan profundo que se había operado en ella. Ya no era la muchacha alta y desgarbada, como un ave caída del nido, presa del desamparo y el abandono.
Ahora contemplaba a una mujer vestida de Dior y perfumada de Chanel, con un pañuelo  de seda japonesa y un largo collar de esmeraldas y topacio azul.  Pese a esta imagen que pudiera parecer sofisticada ella conservaba su primitiva sencillez, la ropa que vestía la llevaba con el mismo aire despreocupado que su antiguo y vulgar atuendo,  cuando la encontró en la discoteca aquel lejano día.
Siempre se sentía cautivado por aquella abundante melena rizada de pelo rubio como el oro. Eran unos bucles en forma de graciosas espirales, guardaba para sí el deseo incumplido de haberla tenido de pequeña y deshacerlos uno a uno mientras dormía.
Era el vivo retrato de su madre, aquella mujer guapa y elegante que le conquistó nada más verla, quedando enredado en su prodigiosa cabellera rizada  para siempre, como le decía cariñosamente.  
- A ver, hija, cuéntame eso tan importante que quieres que sepa.
Soledad se posó en la mirada afectuosa de su padre. Pensó en los años que había estado sola, sin una brújula que seguir, sin su madre y sin  aquel padre maravilloso que se le apareció un día  de repente, cambiando su vida por completo.

Su pasado era un recuerdo perdido que no quería evocar. Su hoy era un presente  lleno de ilusiones y proyectos por cumplir.
Cuando llegó a la inmensa y señorial mansión familiar creyó entrar en un palacio. La intimidaron los sirvientes, las grandes escalinatas, las arañas rutilantes en los techos de los salones, iba de asombro en asombro. Parecía Cenicienta en el  palacio del Príncipe. Cuando entró en la que sería su alcoba no podía creérselo, era pura fantasía y una luz increíble  se desparramaba a través de dos diáfanos ventanales que daban a un espléndido jardín.
Aunque le costó un poco al principio acostumbrarse a su nueva vida,  la naturalidad de que todos hacían gala y las atenciones de su padre acabaron por ubicarla en el nuevo papel que iba a desempeñar en lo sucesivo.
Era la hija de uno de los empresarios más importantes del país y debía de representar y ocupar el puesto que le estaba destinado. Primeramente fue presentada en sociedad. Todo el círculo de amistades de Andrés se llevaron una gran sorpresa inicialmente, nadie podía haber supuesto que aparecería aquella hija, alta e imponente como su padre;  hubo comentarios de todo tipo, pero la actitud tranquila y serena de aquella muchacha atractiva y gentil fue acallando y convenciendo a los más reticentes en admitirla.
Después trabajó intensamente antes de ocupar el cargo que su padre le destinaría. Comenzó desde abajo, con el mono azul de una operaria más, sin distinción alguna. Sus buenas maneras y simpatía le granjearon el compañerismo de todos y se hizo hasta popular. Luego tuvo que asumir retos más importantes para adquirir conocimientos más específicos; aprendió inglés, economía, informática, y  todas aquellas disciplinas que necesitaría en su nuevo trabajo.
Y lo consiguió. Porque una de las cualidades heredadas de su padre, entre otras, era la tenacidad, el no darse nunca por vencida.
Cuando se miraba en el espejo a veces le costaba reconocerse.   Al conocer a su padre le pareció un galán de cine de lo apuesto que lo encontró. Ahora ella misma podría pasar perfectamente por una modelo sofisticada y  glamurosa como las que salían en las revistas de moda.
- Soledad, hija,  ¿en qué piensas? ¿No Ibas a decirme algo? –le convino su padre sonriéndole.
- Ah, si, papá, tengo algo que decirte. Quiero que conozcas a una persona muy importante para mí. Sí,  a Mario… se llama Mario.   Pero antes debo hablarte de él.
- ¿Mario? -esbozó una cómplice sonrisa- ¿No será otra de tus muchas conquistas?
- No,  papá. Mario es………
- A ver, a ver, cuéntamelo todo, desde la a hasta  la zeta, sin dejarte nada.
- Cuando estaba sola llevé una vida desordenada, ya lo sabes.  No me identificaba con nadie, ningún chico  llegaba a emocionarme lo suficiente como para unir mi vida a la de él. Una larga noche de copas me topé con un indeseable lascivo. Parecía no tener escapatoria. Y apareció aquel hombre, como de la nada. Llevaba una guitarra y la estrelló contra la cabeza del energúmeno. Fue como de película, tenías que haberlo visto, papá. En un bar pidió una tila para mi y otra para él. ¿Sabes? Temblaba más que yo. -Soledad soltó una carcajada- En la vida se había visto en una como esa, me confesó. El caso es que le di las gracias y nos despedimos como si tal cosa. A los pocos meses coincidimos en unos grandes almacenes. Se llevó una gran alegría al verme. Y yo también, no olvidaba el favor que me hizo esa noche.
- Vaya, vaya, esto promete –dijo su padre arrellanándose todavía más en el amplio sillón de cuero de su despacho.
- Desde ese día nos vemos de vez en cuando, nos llamamos y todo eso.  Sin darnos cuenta nos hemos hecho grandes amigos. Aunque a veces creo que podríamos ser otra cosa, ya sabes,  ser algo más que amigos solamente. Estoy un poco confundida en muchas cosas, por eso quería que las supieras. No sé lo que es estar enamorada, desconozco  qué hay que sentir en tales casos, si notas algo diferente, como una voz que te dice en tu interior: “Soledad, ya estás enamorada, hala.”
Andrés soltó una media carcajada y miró a su hija con afecto.
- Perdona, hija, pero me sorprende que un primor de mujer hecha y derecha como tú no haya estado nunca enamorada de ninguno, perdida la cabeza por un hombre. Me cuesta creerlo.
- No es eso que piensas, papá. No tiene nada que ver con la atracción física, el tener una aventura de sábanas más o menos tiempo con un tipo. Creo que será algo más, debe serlo, de lo contrario no me pasaría lo que me esta pasando.
Andrés se levantó y se sentó en una punta de la mesa de caoba, muy cerca de su hija. Su voz adquirió un tono de cariñosa dulzura.
- Anda, dime qué tienes en esa cabecita tan bonita.
- Bueno, como eres mi único confidente y deseo que sigas siéndolo siempre, te revelaré que, aunque te sorprenda, no hemos hecho el amor todavía.
Con otros hombres llegar a hacerlo,  era la consecuencia lógica después de convivir con ellos. Como un hecho mecánico e inevitable que luego conducía a la ruptura de esa relación. Ya ves. Pero con Mario es todo muy diferente. Estamos juntos y me llena tanto su presencia que no pienso en que luego vendrá otro acto que conducirá a otro, y luego otro, y así sucesivamente hasta que finalmente tengamos que hacer el amor necesariamente y terminar para siempre. Te diré una cosa –y sonrió pícaramente- es en lo que menos pienso, de veras. Ni me preocupa el hacerlo o no.
- Hija, creo que si no lo estás, te falta muy poco para estar enamorada de ese tal Mario, te lo aseguro. Tienes los primeros y clarísimos síntomas. Te haré unas preguntas como si fuera un médico y tú mi paciente. A ver….¿qué sientes cuando estás a su lado?  ¿Qué notas cuando no estáis juntos? ¿Estás impaciente esperando que llegue el día siguiente para verlo? ¿Corres ansiosa cuando suena el teléfono por la noche y esa llamada te ayuda a resistir hasta verlo de nuevo?
- Pero, papá, ¿cómo sabes tanto? Serías un  buen médico, te lo aseguro. Pues….cuando estoy con Mario se me pasa el tiempo volando. No me iría.
¿Sabes? Ni te imaginas cómo es. No es el arquetipo del hombre que le va a una chica como yo. Ni siquiera sabe que soy la hija de un gran y riquísimo industrial.
- ¿No? ¿No sabe quién es tu padre? –Andrés mostró una sincera extrañeza.
- No lo sabe, él imagina que soy la chica de la discoteca, la eterna universitaria que nunca termina la carrera. Cuando nos vimos después de tanto tiempo me había puesto ropa cómoda y sencilla, nada de cómo me visto ahora que tengo mi propio despacho. Si me viera en este momento no me reconocería. Casi imagino la escena y me parto de risa.
- Soledad, cada vez me está gustando más esta historia. Sigue, sigue, por favor.
- No es lo que se dice un hombre guapo;  es normalito. Y le paso unos centímetros de estatura sin tacón, pero eso no importa. También te digo que es un poco mayor que yo, no mucho,  pero si. Aunque eso lo hace más interesante para mí. Mario es…., no sabría definírtelo exactamente. Es divertido, desconcertante, inesperado,  tierno, atento, a veces atrevido y otras tímido. Te mira siempre a los ojos y…no me importa decírtelo, cuando te besa no besa para su placer, sus besos son para ti, para inundarte de su esencia, para tu goce.
¿Sabes? Siempre va con la guitarra. Me canta canciones que compone sólo para mí, pone música a las poesías  que me escribe. Cuando tiene la guitarra entre las manos se queda atontado del todo, se le cae la baba mirándome. El no se da cuenta que le intuyo, que adivino sus pensamientos, que cuando sujeta la guitarra tan delicadamente, está pensando en mí, en que me abraza y me acaricia de ese modo tan especial que sabe.  Le llamo bobo y él se ríe como un niño inocente. Tiene la sonrisa más bonita del mundo. Mario es…….
- Susana, hija, si esto no es amor, que baje un santo y que lo diga. Veo el brillo que se te ha puesto en los ojos, a un padre estas cosas no se le pasan por alto. Recapitulando, que  voy a entregar a mi alta y  guapísima hija  a un yerno enano y feo, más viejo que Matusalén y encima toca la guitarra como un trovador.
Soledad comenzó a reír y su padre se contagió de su espontáneo júbilo.
Rieron durante un buen rato, era una estampa entrañable y divertida.
- ¿Y en qué se gana la vida el muchacho, si puede saberse? No sólo vivirá de tocar la guitarra, ¿eh?
- Sus padres tienen un secadero de jamones y Mario los vende y los reparte.
No les va mal el negocio, hice un estudio económico al respecto.
- Ajá, ésta es mi hija, la heredera de mi imperio – y Andrés rió de nuevo.
Soledad estaba muy a gusto con su padre. Les unía una complicidad muy especial, no tenía ningún secreto para él; era el cofre de sus confidencias, todo lo compartían. También su padre la hacía participe de su rutina diaria, de la tristeza que sentía su corazón al haber perdido al amor de su vida,  su madre. Sólo la  compañía de Soledad mitigaba esa tristeza y ese pesar y le daba la  fuerza necesaria para seguir en su estresante  trabajo. Le quedaba otra cuestión, la que más le inquietaba, y tenia la esperanza de que su padre disipara todos sus resquemores.
- Papá, me preocupan algunos aspectos que pudieran ensombrecer mi relación futura con Mario. No sé, igual le doy más importancia de la que en realidad tiene.
- A ver, a ver qué te preocupa, espero ayudarte en lo posible.
- No sé cómo encajara Mario el que sea hija de un magnate como tú. Es un espíritu sencillo, se conforma con nada; teniéndome delante con la guitarra en la mano es el hombre mas feliz de mundo, créeme. Además……no sabe que he tenido relaciones con otros hombres, la vida tan acelerada que llevé durante un tiempo, por decirlo así. ¿Comprendes lo que quiero decir, papá? Creo que Mario es el hombre de mi vida, el que siempre desee, pero tengo miedo que un día descubra que antes de su llegada era una chica totalmente opuesta a la que él conoce, abocada a un abismo imprevisible si no me hubieras rescatado a tiempo.
El rostro de Andrés se dulcificó. Sus palabras se vieron envueltas en una mirada comprensiva y tranquilizadora.
- Claro que te comprendo, hija mía. Y ardua tarea aconsejarte en este caso.
Verás...si él te quiere realmente seguirá queriendo a la chica de sus canciones, a la musa de sus poesías e inspiraciones. Siendo un espíritu puro como dices, el dinero le traerá sin cuidado, no le prestará atención. Además, te conoció pobre, no medió interés en su galanteo.
La otra cuestión es cosa de mirarle a los ojos y sincerarte abriendo tu alma.
Cuéntale tu historia, la de tu madre, la del padre que no sabías que tenías y apareció cuando menos lo esperabas. Dile que estabas perdida, que nada  te satisfacía  en la vida, que buscabas afanosamente un corazón en quien depositar el tuyo. Que en ese vagar incesante todo fueron desengaños y fracasos. Y que cuando el fondo del pozo tenías tan cerca, cuando pensaste que todo iba a ser negrura y silencio, apareció él, Mario, el corazón que soñaste e ibas buscando para unir tu alma a la suya……….
Soledad descubrió unas lágrimas de emoción en los ojos de su padre. También ella estaba emocionada. Se levantó y besó a su padre dulcemente.
- ¿Sabes, papá? Este año creo que ya sabemos qué regalaremos a nuestro personal por Navidad.
- Ya lo creo, hija mía, ya lo creo. Los mejores jamones del mundo….
Y  se abrazaron riendo como dos niños, rebosantes de alegría y felicidad.

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1 comentario:

  1. Es un relato muy bonito,dulce como el amor que siente Soledad por Mario y es que cuando aparece en tu vida ese ser soñado , el que siempre has esperado,no hay que tener dudas.
    Veo que crees en el amor y nunca mejor contado que en tu relato.

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