Todo llegaba
en esta vida, pensó Luis. Cuando iba a los convites de jubilación de los demás
imaginaba que tarde o temprano le sucedería a él. Pero lo veía muy lejano, no
merecía la pena calentarse la cabeza en ello.
Y en este
momento era él, Luis López Tejada,
empleado de Banca, de 65 años, quien
recibía el agasajo de sus compañeros del Banco.
Era un buen
restaurante, la ocasión lo requería. No sentía apenas apetito, estaba
expectante, pendiente del menor detalle, de las expresiones de sus camaradas; charlaba de vez en cuando con alguno de ellos.
Cuando se
fueron presentando en el local comprobó que otros muchos se habían sumado a la
ocasión. Más de cuantos pudo imaginar, nunca pensó lo apreciaran tanto y
quisieran acompañarlo en aquel acto de compañerismo.
Primero
fueron unos calamares a la romana tiernos y jugosos. Después clóchina
valenciana, pequeñas y sabrosas, de sabor inigualable y en su punto de
pimienta, todos sorbían el caldo con la cáscara a modo de cuchara. Esgarraet,
croquetas de bacalao, mojama en aceite, ensaladilla rusa, pescaíto frito, platos de ibéricos y queso manchego curado.
Vino blanco
del terreno, bien frío, y tinto acompañaron
el aperitivo, todos bebían despreocupados, disfrutando alegremente el
momento.
Hubo un
desfile de camareros portando humeantes e increíbles calderetas de marisco que
desataron el delirio gastronómico de todos.
Después, fruta de temporada y helados, pasteles
variados, no faltó de nada en el postre.
Con el café y
las infusiones hubo como un paréntesis y Asunción, una compañera, aprovechó
para sacar una gran bolsa. Luís intuyó
lo que iba a suceder y se le notó nervioso e intrigado.
Manolo
tintineó un vaso con una cuchara para pedir silencio. Todos callaron y miraron
hacia donde estaba Luis. Era el momento cumbre, el desenlace de la comida.
Asunción
abrió la bolsa y le dio un estuche de piel a Luis.
- Luis, en mi
nombre y en el de todos recibe éste
pequeño detalle, por haber sido una magnífica persona y un excelente
compañero, gracias por haber estado
entre nosotros. Nunca te olvidaremos.
Se adelantó y
le dio un beso. Él abrió el estuche y sacó un elegante reloj y una pluma
Montblanc. Llevaban grabada la fecha de la comida y su nombre.
No supo qué
decir. La vista se le nublaba y trató de contener unas inesperadas lágrimas.
- Yo…-
balbució- os quiero dar las gracias, habéis sido más que compañeros, como unos
amigos, yo…….
Viendo su
azoramiento irrumpieron en entusiastas aplausos y pensó que sus lágrimas habían
pasado desapercibidas.
Todos se
fueron despidiendo de Luis. Se había hecho tarde, cada uno tenía sus
quehaceres.
Quedaban Ana
e Isabel. Eran las compañeras con quien tenía mas trato a diario. Se llevaba
bien con todos, siempre había reinado un ambiente de cordialidad y sano compañerismo.
Y aunque algunas veces las premuras del trabajo creaban momentos de agobio,
siempre prevalecía el buen entendimiento y el trabajo en equipo, pero con ellas
era diferente, existía una sincera y
bonita complicidad en todo momento.
Se le
acercaron con una sonrisa y le alargaron un pequeño envoltorio.
- Luis, esto
es particular de nosotras dos, no es nada, pero queremos que siempre te
acuerdes de este día y de los años que compartimos juntos en la Urbana.
Había un
quiebro de emoción en la voz de Ana y una amigable y cómplice sonrisa en la
mirada de Isabel.
¿Qué podría
ser aquello? Con manos trémulas dejó al descubierto….! un paquete de rosquilletas
¡
Ahora sí que
le superó la emoción, unas gruesas lágrimas resbalaron por su mejilla. Nunca
hubiera imaginado aquel detalle, tan simple pero tan significativo para él.
- Sabemos lo
que te gustan, para que nos recuerdes siempre que te comas una – dijo Isabel
impresionada por la emoción que sentía Luis.
- Nunca
olvidaré este momento, es un detalle que recordaré siempre, gracias a las dos.
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Esperando el
autobús pensó que al día siguiente ya no iría a trabajar.
Otro
compañero ocuparía su lugar, alguien más joven que él, lleno de nuevos
proyectos, ilusiones, con una vida laboral por delante, más y mejor preparado
para las nuevas tecnologías. Imprimiría
nuevos aires al Banco, sería la nueva savia, la que demandaban los tiempos
actuales.
Pero se
sentía completamente satisfecho. Había sido feliz y se sintió realizado en su
trabajo, ocupado su puesto en la trinchera como el primero, -así decía
él- y conseguido el objetivo. ¿Qué más podía
pedir?
Un capítulo
de su vida se cerraba. Y comenzaba otro, no menos ilusionado y deseado.
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