martes, 27 de enero de 2015

EL banquete




Todo llegaba en esta vida, pensó Luis. Cuando iba a los convites de jubilación de los demás imaginaba que tarde o temprano le sucedería a él. Pero lo veía muy lejano, no merecía la pena calentarse la cabeza en ello.  
Y en este momento era él,  Luis López Tejada, empleado de Banca, de 65 años,  quien recibía el agasajo de sus compañeros del Banco.
Era un buen restaurante, la ocasión lo requería. No sentía apenas apetito, estaba expectante, pendiente del menor detalle, de las expresiones de sus camaradas;   charlaba de vez en cuando con  alguno de ellos.
Cuando se fueron presentando en el local comprobó que otros muchos se habían sumado a la ocasión. Más de cuantos pudo imaginar, nunca pensó lo apreciaran tanto y quisieran acompañarlo en aquel acto de compañerismo.
Primero fueron unos calamares a la romana tiernos y jugosos. Después clóchina valenciana, pequeñas y sabrosas, de sabor inigualable y en su punto de pimienta, todos sorbían el caldo con la cáscara a modo de cuchara. Esgarraet, croquetas de bacalao, mojama en aceite, ensaladilla rusa, pescaíto frito,  platos de ibéricos y queso manchego curado.
Vino blanco del terreno, bien frío, y tinto acompañaron  el aperitivo, todos bebían despreocupados, disfrutando alegremente el momento.
Hubo un desfile de camareros portando humeantes e increíbles calderetas de marisco que desataron el delirio gastronómico de todos.
Después,  fruta de temporada y helados, pasteles variados, no faltó de nada en el postre.
Con el café y las infusiones hubo como un paréntesis y Asunción, una compañera, aprovechó para sacar una gran bolsa. Luís intuyó  lo que iba a suceder y se le notó nervioso e intrigado.
Manolo tintineó un vaso con una cuchara para pedir silencio. Todos callaron y miraron hacia donde estaba Luis. Era el momento cumbre, el desenlace de la comida.
Asunción abrió la bolsa y le dio un estuche de piel a Luis.
- Luis, en mi nombre y en el de todos  recibe éste pequeño detalle, por haber sido una magnífica persona y un excelente compañero,  gracias por haber estado entre nosotros. Nunca te olvidaremos.
Se adelantó y le dio un beso. Él abrió el estuche y sacó un elegante reloj y una pluma Montblanc. Llevaban grabada la fecha de la comida y su nombre.
No supo qué decir. La vista se le nublaba y trató de  contener unas inesperadas lágrimas.
- Yo…- balbució- os quiero dar las gracias, habéis sido más que compañeros, como unos amigos, yo…….
Viendo su azoramiento irrumpieron en entusiastas aplausos y pensó que sus lágrimas habían pasado desapercibidas.
Todos se fueron despidiendo de Luis. Se había hecho tarde, cada uno tenía sus quehaceres.
Quedaban Ana e Isabel. Eran las compañeras con quien tenía mas trato a diario. Se llevaba bien con todos, siempre había reinado un ambiente de cordialidad y sano compañerismo. Y aunque algunas veces las premuras del trabajo creaban momentos de agobio, siempre prevalecía el buen entendimiento y el trabajo en equipo, pero con ellas era diferente, existía una sincera  y bonita complicidad en todo momento.
Se le acercaron con una sonrisa y le alargaron un pequeño envoltorio.
- Luis, esto es particular de nosotras dos, no es nada, pero queremos que siempre te acuerdes de este día y de los años que compartimos juntos en la Urbana.
Había un quiebro de emoción en la voz de Ana y una amigable y cómplice sonrisa en la mirada de Isabel.
¿Qué podría ser aquello? Con manos trémulas dejó al descubierto….! un paquete de rosquilletas ¡
Ahora sí que le superó la emoción, unas gruesas lágrimas resbalaron por su mejilla. Nunca hubiera imaginado aquel detalle, tan simple pero tan significativo para él.
- Sabemos lo que te gustan, para que nos recuerdes siempre que te comas una – dijo Isabel impresionada por la emoción que sentía Luis.
- Nunca olvidaré este momento, es un detalle que recordaré siempre, gracias a las dos.

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Esperando el autobús pensó que al día siguiente ya no iría a trabajar.
Otro compañero ocuparía su lugar, alguien más joven que él, lleno de nuevos proyectos, ilusiones, con una vida laboral por delante, más y mejor preparado para las nuevas tecnologías.  Imprimiría nuevos aires al Banco, sería la nueva savia, la que demandaban los tiempos actuales.
Pero se sentía completamente satisfecho. Había sido feliz y se sintió realizado en su trabajo,  ocupado su puesto en  la trinchera como el primero, -así decía él-   y conseguido el objetivo. ¿Qué más podía pedir?
Un capítulo de su vida se cerraba. Y comenzaba otro, no menos ilusionado y deseado.

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