LIENZO DE AMOR
La exposición
de cuadros de María era un éxito. Prácticamente estaban todos vendidos; ella
menos que nadie pudo imaginar tan gran acogida en su debut en Valencia.
Había periodistas para cubrir el evento, estudiantes de Bellas Artes, algunos
pintores locales reconocidos, marchantes y un público mucho más numeroso de cuanto
cabía esperar.
Algunos
asistentes mostraron curiosidad por conocerla y con más de un pintor compartió los aspectos técnicos de su pintura, llegaron
incluso a elogiar sus cuadros.
- María, ¿me
permite un momento?
Quien se lo
decía era un hombre bien trajeado de unos cuarenta y tantos años según pudo
calibrar al primer golpe de vista. Era alto y vestía chaqueta azul
y pantalones de color gris.
Era bien
parecido y su colonia olía muy bien. Su curiosa e intensa mirada se apoderó de
ella.
- Si, claro
–dijo tratando de reponerse de la impresión-¿Puedo ayudarle en algo señor...?
- Luis, Luis
Gisbert, María. Quizá le sorprenda saber que tenía muchos deseos de conocerla
en persona aunque lo cierto es que sé de usted desde hace mucho tiempo.
- ¿Sí? –María
lo miró sorprendida.
- Soy hijo de
Armando Gisbert López. ¿Lo recuerda?
Le bastó apenas
un momento para responderle.
- Por
supuesto que me acuerdo. ¿Cómo iba a
olvidarlo?
A su mente
acudió el recuerdo de su aprendizaje en la academia de pintura. Iba dos días a
la semana terminada su jornada laboral
para aprender a pintar, su ilusión de siempre.
Se dedicó con
tanto ahínco que pronto destacó sobre
los demás mostrando un talento natural
por el óleo.
Un día se
celebró una muestra de los trabajos de los alumnos en una sala de arte
concertada al efecto.
Allí se le
acercó un caballero de aspecto distinguido.
- Hola,
señorita, permítame que me tome la libertad de dirigirme a usted. Me llamo
Armando Gisbert y su pintura me ha llamado la atención. ¿Podemos hablar un
momento?
- Por
supuesto, no faltaría más, me llamo María. –respondió gratamente sorprendida.
Se sentaron
en una cafetería próxima delante de unos cafés.
- Me gusta la
pintura y tengo una pequeña colección de cuadros de variados estilos. Creo tener el don de descubrir un pintor fuera de
lo común cuando lo veo. No me equivoco
con usted si le digo que le auguro un grandioso porvenir si continúa pintando
así, se lo aseguro, mi instinto no me ha
fallado nunca.
María no supo
qué decir, estaba arrobada por la presencia de aquel hombre que la miraba con sumo interés.
- Le voy a
proponer que pinte para mí. El precio no será ningún problema, desde luego.
¿Qué me dice?
- No sé que
decirle –dijo titubeante-. Soy una principiante, no sería capaz de hacer un
encargo y menos a un entendido como
usted.
-
Paparruchas, créame. Podría habérselo pedido a un pintor de éxito y me haría un
trabajo excelente pagándole lo que
me pidiera. Pero no quiero eso. La escogí a usted, María, porque seria una
creación que no seguiría ninguna pauta comercial, dejaría que el pincel
interpretase su inspiración libre, sin ataduras académicas, tal cual lo ha hecho en esos cuadros
suyos que he admirado y me hace decantarme
y apostar por usted.
Estaba
confundida y sonrojada. Era un hombre subyugante, sin duda, y su proposición tentadora, le parecía imposible.
- ¿Qué tipo
de cuadro sería?
Todo el poder
de la mirada de aquel hombre se volcó sobre ella.
- Quiero que me
pinte a mí- reveló con su bien timbrada voz.
Así fue como
cumplió su primer encargo recibiendo una interesante suma. A partir de entonces, sin dar crédito a
lo que vino después, no dejó de pintar. Aquel cuadro de Armando se comportó como un amuleto de la buena suerte,
le llovieron tal multitud de clientes que
llegó a pedir una excedencia en su bien remunerado trabajo para poder
dedicarse de lleno a la labor.
- Celebro que
le recuerde, María. Mi padre tampoco la
olvida, me dio recuerdos para usted.
Las palabras
de Luis la sacaron de su evocación.
- Por favor,
no me hables de usted, ¿quieres?
- De acuerdo,
María.
- Conocer a
tu padre y tener cierto éxito fue todo una. No sé cómo me atreví a pintarlo,
era un reto muy grande y temí
decepcionarle.
- Pues fue
todo un acierto, tu cuadro cuelga en su despacho de fundador y presidente de la empresa y quién lo
contempla pregunta invariablemente por la autora, es de un realismo asombroso,
captaste su esencia, se muestra tal cual
es.
María estudió
con detenimiento el rostro de Luis. Era el vivo retrato de su padre aunque en
este caso la firmeza de los rasgos de su progenitor se había atenuado; destacaba
su mirada juvenil y mostraba una bondad limpia y auténtica. Sus pómulos eran
menos pronunciados y su mentón no tan avanzado,
tenía las mejillas sonrosadas y un díscolo mechón de pelo rubio bailaba en su frente.
Luis convino
en que María tenía un encanto natural. Lucía una feminidad serena y atrayente;
de medidas armoniosas, sus comedidos
gestos eran elegantes y delataban junto
con su límpida voz un dulce encanto que
invitaba a descubrir.
- María,
pronto expondrás en Madrid y creo que en
un futuro próximo Roma y París, ¿no?
- No me lo
recuerdes –lució de nuevo su tímida sonrisa.- No sé de dónde sacaré tiempo para
prepararlo todo, la verdad; esto me desborda, no pensé que gustase tanto mi
pintura, te lo digo sinceramente.
- Te creo,
María, mi padre ya me advirtió sobre tu honesta humildad como artista y sobre todo como persona.
A María le
gustaba aquel modo de mirarla. Había algo en él que le daba confianza, una
seguridad que le recordaba lo que sintió
con su padre cuando lo pintó en aquel entonces.
- En realidad
he venido para llenar todavía más tu apretada
agenda, ponerte en un compromiso.
Aquella frase le trajo a la memoria el momento en que su progenitor
le pidió que lo pintara.
- Quiero
encargarte una serie de cuadros, dependería de ti el número de ellos. Ni qué
decir tiene que no voy a discutir tu tarifa, eso carecería de importancia.
- Lo mismo me
dijo tu padre cuando lo conocí, la historia se repite. ¿De qué se trataría?
–quiso saber intrigada.
- Nací en un
pequeño pueblo de la Sierra de Mariola.
Mi trabajo me impide visitarlo las veces que yo quiera, volver a las calles
donde corrí de pequeño, a mis raíces. Hace mucho tiempo que no voy. ¿Comprendes, María?
El rostro de
María había quedado en suspenso, pendiente de sus próximas palabras.
- Quiero que
pintes mi pueblo, las montañas, sus fuentes, árboles y flores, plantas sin igual de aquel paisaje tan recordado y querido por mí.
Lo rememoró
con tal vehemencia que María creyó atisbar la armonía de aquel lugar que tanta
añoranza causaba en Luis.
- Los pondré
en el despacho y en mi casa para hacerme
la ilusión de que estoy allí, subiendo
por sus callejuelas y recorriendo los senderos de las montañas. Tu pintura es
tan real que lo conseguirá.
Luis se dio
cuenta de la expectación que había despertado en ella.
- En breve
podríamos acomodarnos en la casa donde nací y cada día tomaríamos una ruta para
que pintaras. ¿Qué me dices?
Era una
oferta muy interesante. Por otro lado una estancia en un ambiente rural
respirando aire puro y oyendo los pájaros le servirían para reponer sus gastadas energías y huir del estrés de la ciudad.
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Agres resultó
ser un idílico lugar. Enclavado en la Sierra de Mariola, era un pueblecito como
salido de un cuento. Rodeado de olivos, almendros y árboles frutales, el aire
estaba aromatizado por mil esencias de plantas medicinales y era una delicia
oír el rumor de sus numerosas fuentes.
La casa era
antigua, tenía dos plantas y corral. Las cuadras de antaño eran ahora una
confortable estancia de sólidos muebles de madera hechos a medida siguiendo el
estilo de la época, con el escudo y apellido de la familia esculpido en cada
ángulo del respaldo de sillas y muebles. Una gran banca con coloridos cojines
de ganchillo invitaba a gozar de su confort.
Las
habitaciones estaban en el piso superior y eran de la misma madera conservando idéntico diseño.
Era una casa
silenciosa y confortable en la que María se sintió a gusto desde el primer
momento. Pronto se adaptó a las costumbres y a las gentes del pueblo, a ese
tiempo sin reloj.
Luis resultó
ser un solícito y encantador anfitrión. Poco antes de salir el sol cargaban el
caballete, la caja de pinturas y una
cesta con el almuerzo. Subían a la montaña buscando perspectivas, los ángulos y
la luz que a María le parecían más apropiados.
Volvían
cuando el sol incendiaba los contornos del paisaje con su luz rojiza.
Mientras
María pintaba sin descanso Luis leía un libro. En realidad pronto se dio cuenta de que no dejaba de observarla
un solo instante, sostenía el libro para
disimular.
El almuerzo
era muy esperado y gratificante para María; degustar chorizos y morcillas de pueblo, en especial el
lomo de orza, sabores inigualables que ya no existían en la gran ciudad.
Luis le
indicaba los lugares y detalles que guardaban un especial significado para él;
los cerezos en flor y los olivos,
la fuente oculta entre matorrales derramando su frescor. La
cueva donde oyó decir de pequeño que se
escondía una gran serpiente, las laderas cubiertas de espliego, tomillo,
mejorana, salvia, romero, setas y espárragos en su época.
Un sano color
rubí pintó el rostro de María. Se sentía
feliz en aquel ambiente, rodeada de una paz y equilibrio como nunca había
vivido.
Contrastaba
con Luis los aspectos de su obra,
conversaban hasta que el sueño los vencía en el portal de la casa, como
antaño, viendo lagartijas y dragones
perseguir a los insectos por las paredes
encaladas a la luz de las farolas.
El cura del pueblo los descubrió un día bajar cogidos de la mano del Santuario
de la Virgen con el rostro iluminado de un modo especial.
Recordó cuando lo bautizó y le dio la
comunión, el día de su matrimonio con Beatriz y el posterior entierro de la
misma.
Aquel dolor y
tristeza infinita que lo acompañarían siempre desde entonces, inconsolable por
tan irreparable pérdida.
La esperanza
de que aquella muchacha le devolviera tal vez la alegría perdida a Luis empezó
a crecer en el ánimo del sacerdote.
Una noche, al
calor de la lumbre, descubrieron lo
rápidas que habían pasado las hojas del calendario. Las llamas arrancaban destellos
oscuros en la copa de coñac que sostenía Luis y en sus ojos María adivinó una
emoción contenida.
- Como sabes
hace mucho tuve la fatalidad de perder a mi esposa -comenzó a decir con
suavidad dejando la copa y tomando las manos de ella-. Todo mi mundo se
derrumbó, pensé que ya nunca volvería sonreír y ser feliz. Solo he vivido para
trabajar sin descanso, sin otra meta que lograr más y más beneficios, como si
con ello pudiese olvidar mi triste pasado. Ahora, al conocerte, un presente nuevo
y prometedor se ha ido abriendo ante mí, una ilusión que pensé nunca volvería a vivir.
Se quedó
mirándola expectante antes de proseguir.
- María, se
me ha ocurrido una locura.
Ella sonrió levemente y contempló cómo el mechón rubio
de su frente destacaba todavía más por resplandor del fuego.
- Ahora
quiero pintarte yo a ti –afirmó de golpe.
- ¿A mí?-
respondió ella sonriendo desconcertada.
- Quiero
pintar en tu corazón el mío, plasmar madrugadas, atardeceres, los colores más
intensos y vibrantes que un hombre sea capaz de pintar con el pincel de su amor,
María. Te quiero.
Un cálido
y creciente calor comenzó a embargar a Maria. Un
brillo intenso asomó en su mirada.
- ¿Sabes…? He vivido siempre sola y entregada a mi arte
sin que nadie fuera capaz de pintar en el lienzo de mi corazón más allá de unos
simples trazos. Preguntándome siempre si llegaría a conocer algún día a ese
artista que me sorprendería llenándome de luz y color.
Luis pudo
advertir el temblor de las manos de María, esa mirada dulce que lo envolvía y
revelaba cuanto agitaba su interior.
- Llegaste tú
y pincelada tras pincelada, has ido pintando
mi tela blanca con tu afecto, tu cariño, con lo mejor de ti mismo,
creando el más grato y auténtico retrato
de hombre que pueda existir.
Un anhelo
titilaba en los labios de él.
- Por si no
lo sabes te diré que hace tiempo está impreso tu corazón en el mío, Luis,
eres el artista que esperaba y siempre
soñé. Yo también te quiero.
Se besaron
sutilmente, apenas una leve pincelada en sus labios.
- Ahora sólo
falta firmar mi obra, cariño –le susurró al oído.
- Sí…- dijo embelesada.
Amanecía
cuando todavía la paleta de colores
pintaba su lienzo de amor.
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