Ésta no es una historia corriente. La protagonista de todo
cuanto sucedió es una muchacha muy singular. Tan especial como para que sus
andanzas sean increíbles, fuera de toda lógica y comprensión.
Su nombre es Mar. Nombre ciertamente acorde con el lugar
donde nació.
En un barco, en alta mar; una noche de tormenta espantosa.
Poseidón mostraba una de sus peores
caras, estaba furioso y fuera de sí y no cesaba de poner a prueba a aquel
insignificante cascarón que flotaba obstinado en no ir al fondo del océano. Por
lo menos hasta que aquella frágil criatura pudiera ver cuanto apenas su primera
luz.
Y la vio. Pero eso no fue todo, y aquí comenzó el
sorprendente principio de su no menos sorprendente existencia.
De súbito la ira de Poseidón cesó; el señor de las aguas se
retiró a lo más profundo al oír el primer llanto de aquella niña. Quizá alguien
pudiera pensar que fue por no oírla, tal
era la potencia de sus lloros.
Dada la precariedad de la travesía se apresuraron a
bautizarla. Mar seria su nombre, y
marina fue el agua que un improvisado capellán dejó caer sobre su cabecita
mientras hacía el signo de la cruz.
Creció hasta llegar a
ser una muchacha de increíble belleza. Tuvo a sus pies a reyes y
príncipes, los más apuestos galanes le rindieron pleitesía.
Gozó de los dones que
tan generosamente le ofrecía la vida.
Pero Mar no era feliz. Todo le aburría, no encontraba placer
ni sosiego en nada.
Sintió en sí misma todas las sensaciones que un ser humano
pudiera sentir.
Desde la satisfacción más plena al desencanto más
desalentador.
Todo lo experimentó. Menos una cosa. Jamás sintió miedo por
nada ni por nadie, nunca se le puso la piel de gallina.
Se sentía incompleta, necesitaba que su piel se erizara por
algún acontecimiento o causa, temblar de miedo, asustarse, acurrucarse en un
rincón buscando refugio.
Había dormido en cementerios, jugado con fieras salvajes, se
entregó a los desafíos físicos más
temerarios.
Incluso vivió una temporada en un castillo escocés. Y ni
siquiera los fantasmas que se le aparecieron consiguieron asustarla lo más
mínimo.
Hasta tuvo la descortés ocurrencia de echar aceite lubricante
a las cadenas de aquellos lúgubres seres para que sus chirridos espeluznantes
la dejasen dormir en paz. Los cuales, desalentados, indignados e impotentes pese a sus esfuerzos
por aterrorizarla volvieron a sus tumbas para no salir jamás.
Un día sus pasos la llevaron a Egipto. Y estaba en un oasis
buscando dónde echar su saco de dormir cuando la tierra se la tragó.
Fue deslizándose como por un largo tobogán hasta aterrizar
como un fardo en el suelo.
Cayó en medio de un lujoso salón, rodeada de gente
elegantemente vestida.
Apenas tuvo tiempo de recobrarse cuando se vio apresada por
dos robustos guardias. La llevaron ante un majestuoso trono y se dio cuenta que
eran egipcios y que aquel imponente personaje
que la miraba con arrogancia debía ser un faraón o algo por el estilo.
- ¿Quién eres tú, que osas irrumpir en la pirámide sagrada?
- Soy Mar –fue lo único que se atrevió a decir.
- Muerte, muerte –gritó
a una el coro de sumos sacerdotes- Arrojémosla a Gusanofis, muerte,
muerte a la intrusa.
Fue dicho y hecho. Se encontró en una estrecha cueva oscura y
silenciosa. Aunque pronto oyó como un siseo que iba aumentando progresivamente.
Aquel extraño ser era como un gusano de grandes proporciones,
tan grande que ocuparía pronto el espacio donde estaba la muchacha. Pasaría por encima de ella y la
disolvería con sus jugos gástricos sin remisión.
Mar no perdió la serenidad. Sacó de su mochila la lamparilla
de luz del camping-gas, la encendió y
arrojándola sobre la enorme oruga contempló cómo ardía con la misma
tranquilidad con que uno ve arder una falla valenciana.
Los perversos sumos sacerdotes no daban crédito a lo que
habían visto. Rojos de ira gritaron de nuevo enardecidos:
- Gallinofis, la soltaremos a Gallinofis, ése será su fin.
La echaron a un corral de granja gigante. Era increíble. Todo
era descomunal a su lado. Gallinofis era, ni más ni menos una gallina gigante. Y bien
sabido es que las gallinas picotean el suelo buscando alimento. Y Mar era una
cosa blandita a los ojos de aquella ave que se aproximaba hambrienta hacia
ella. En una demostración de astucia que hubiera asombrado al mismo Ulises de
Ítaca, se cubrió con el chubasquero amarillo y simuló dos ojitos como pudo y
empezó a dar saltitos emitiendo sin
cesar unos “pío, pio” de lo más convincentes.
La gallina quedó sorprendida por aquel improvisado pollito y,
en un acto maternal, ahuecó sus plumas y la cubrió cobijándola.
Así estuvo la muchacha un buen rato sintiendo el calor tan reconfortante de aquella improvisada
madre adoptiva.
El caso es que salió corriendo tan pronto tuvo ocasión para
refugiarse en el granero.
Pero aquello fue como saltar de la sartén al fuego. Una nueva
y pavorosa criatura la amenazaba de nuevo.
Primero descubrió el par de ojos negros y asesinos que la
miraban. A continuación el cuerpo de la impresionante araña quedó al
descubierto.
Sus proporciones eran increíbles, nunca imaginó un monstruo
así.
El animal no tenía prisa. Aquella presa no podría escapar
corriendo y zafarse tranquilamente. La alcanzaría sin dificultad.
El terrible arácnido se puso encima de ella rodeándola con
sus peludas patas. De nuevo Mar permaneció tranquila. Su lógica natural, tan valiosa siempre para salir airosa de cualquier
situación, se puso en funcionamiento.
Y tuvo que hacerlo rápidamente pues el largo y puntiagudo
aguijón de la araña iba directo hacia ella.
Sacó el spray contra insectos y mosquitos y le cubrió
generosamente los ojos hasta cegarla por completo. La enorme araña se revolvió
dolorida, dando tumbos torpemente, sin
rumbo; se frotaba los ojos con las patas
en un vano intento por recobrar la visión.
- - - - -
- - - -
De nuevo el faraón y su cuerpo de consejeros y los
despiadados sacerdotes no sabían a qué nuevo y terrible tormento someter a aquella desdichada que los ponía a prueba
sin cesar. Pero lo que de verdad les desconcertaba no era el ingenio y el éxito
de los ardides empleados en su salvación. Lo realmente sorprendente en ella es
que en ningún momento sintió miedo ni perdió la compostura, ni suplicó la
gracia de que le perdonaran la vida.
No podían creérselo, era imposible doblegarla.
Entonces, Kaka -Fis, la esposa del faraón, que había
permanecido observando la escena sin pronunciarse, bajo de su sitial de oro y
se puso delante de Mar, mirándola desafiante a los ojos.
De aquella mirada saltaron chispas, rayos y centellas, pero
ninguna bajó la vista. Hasta que, por fin, Kaka-Fis, en una amplia sonrisa
triunfal, dijo:
- Polifemosis, la arrojaremos a Polifemosis y la historia de
esta estúpida muchacha terminará para siempre.
Un ¡ohhhhhh¡ generalizado llenó la sala. Sin duda –pensó Mar-
aquel Polifemosis sería su definitivo fin. O eso pretendían aquellos egipcios
salidos de no se sabe dónde. Pero no entraba en sus planes morir todavía.
La abandonaron en un desierto y los soldados que la llevaron
allí salieron corriendo como alma que lleva el diablo espoleando los caballos
salvajemente. Pronto supo por qué.
Polifemosis era un gigante en
toda la extensión de la palabra. Tan alto como un edificio. Iba desnudo
y era tan infinitamente feo como nadie podría imaginar. Peludo casi como un oso aunque su rasgo más
inquietante y aterrador era su único ojo en medio de la frente. Un ojo grande
como el ojo de buey del mayor transatlántico. Aunque, eso sí, era bonito; los
dioses que crearon a aquel ser tan abominable y descomunal lo dotaron de un iris
de insólito azul marino de sorprendentes reflejos.
Sea como fuere Mar comprendió que no escaparía de
Polifemosis. Éste la contempló curioso, sin comprender qué era aquello que
tenía a sus pies.
La tomó con la mano fácilmente, como si fuera una muñequita.
Eso era en su enorme mano, igual que una Barriguita con las
que jugaba de niña.
El gigante puso a Mar a la altura de su ojo y el apestoso
aliento de Polifemosis casi la tumba de espaldas. Su boca parecía el hueco de
una gruta, de grande; sus dientes como palas de hornero, sucios y desiguales.
La verdad es que –pensó Mar- si quisiera se la tragaría como
si fuera un perrito caliente. Y sin ketchup, eso sí.
La muchacha puso los brazos en jarras y se quedó mirando fijamente
aquel ojo de Polifemosis. Si aquel único ojo era increíblemente azul,
los de Mar eran de un negro azabache profundo y amenazador; brillaban como puñales en una noche sin luna.
- Bájame al suelo ahora mismo, venga.
Polifemosis no podía dar crédito a lo que oía.
- Te digo que me bajes ahora mismo, tontorrón, no me hagas perder
la paciencia.
Y como el deforme gigantón no le hacía caso, sacó su navaja
de Albacete de la faltriquera y se la clavó en el enorme labio inferior que le
colgaba fláccido y sin gracia.
Así que se vio la sangre,
Polifemosis lanzó un alarido de dolor y Mar casi estuvo a punto de caer
al suelo. En su vida de gigante nunca le había pasado nada igual.
Mar sintió su rabia hacia ella y aprovechó el momento para
decirle:
- Dame las gracias, Polifemosis, que no te la clavé en el
único ojo que tienes.
El hombretón no salía de su asombro, una muñequita
insignificante diciéndole esas cosas.
- ¿Sabes por qué no lo hice? Porque nunca vi ojo tan hermoso
como el tuyo. Es como el mar a media tarde, cuando lo contemplo desde mi duna.
Eres el hombre más grande y más fuerte que existe y yo la
chica más pequeña que nunca has visto. Deja que me vaya y diré por todas partes
que he visto al hijo de un dios, que era más alto que una montaña y con un corazón tan generoso
e inmenso como el mismo sol.
Éstas y otras palabras de Mar abrieron poco a poco ventanas
de luz en el laberinto de la inteligencia de Polifemosis, de tal modo que se
quedo mirándola arrobado escuchando la dulce vocecita de aquella muñequita.
Cuando habló el hombretón Mar descubrió una voz varonil
deliciosa que no casaba para nada en aquel rostro brutal.
- Nunca he visto nada como tú; no echaste a correr cuando fui
a cogerte. Y me provocaste sin pensar en las consecuencias. Eres muy valiente,
nadie lo es como tú. Soy Polifemosis, también conocido como el Guardián. Debo
impedir que nadie llegue al valle que hay poco más abajo. Pero después de ver
cómo has vencido a los monstruos del faraón y la determinación de tu mirada, no
seré yo quien te impida seguir tu camino. Sí te advertiré que tu destino final
quizá no dependa tanto de ti como del curso de los acontecimientos. Ve en paz.
Entonces Mar, conmovida por aquellas palabras, besó el labio
lastimado de Polifemosis arrancándole una calida sonrisa de agradecimiento.
Un camino bordeado de flores conducía a lo alto del montículo
desde donde divisó un pequeño valle. Conforme bajaba por la pendiente, el canto
de los pájaros dejaba de escucharse y cualquier signo de vegetación desaparecía;
de tal modo que pisó tierra del desierto sin saber dónde estaba realmente. Unas hienas surgieron de improviso y Mar echó a
correr para librarse de su ferocidad. Tropezó en una piedra y cuando ya los
colmillos de las hienas buscaban su blanca piel, el suelo se abrió
inesperadamente tragándola sin remisión.
Unos hachones iluminaban lúgubremente la pequeña estancia.
Mar se quitó el polvo de los ojos y recompuso su vestimenta. Aquello parecía
una tumba. Lo era, pues un sarcófago presidía el lugar. No había dibujos en las
paredes como era habitual en las tumbas faraónicas. Ninguna alusión a los
sirvientes, tesoros, comidas, detalles que representaran todo cuanto
acompañaría al difunto al Más Allá.
Mar sintió inquietud por primera vez. No sabría definirla,
pero notó que un nudo iba formándose en la boca del estómago. ¿Acaso era miedo
lo que sentía? ¿Pero de qué? ¿De quién?
Solo estaba ella aunque iba haciéndose patente una presencia invisible. Mar
miró ansiosa por los cuatro costados, la luz permitía ver hasta el último
rincón. Nada. Se sintió observada. Una creciente angustia fue germinando en su
ánimo siempre intrépido y valiente. ¿Realmente aquello era miedo, la opresión
que atenazaba su corazón? Notó los latidos que se desbocaban por momentos. No
podía ni moverse.
En ese momento la vio.
Salida de la nada. Una momia. Una andrajosa y polvorienta momia que parecía
haberse despegado de una de aquellas paredes sin darse ella cuenta. La miraba a
través de aquellos negros y profundos huecos que semejaban ojos. Y su boca era
un girón estrafalario y deforme. Empezaba a temblar cuando una voz sin timbre
ni sonido se abrió paso en su mente.
Tenía ecos de cueva oscura, de murciélagos volando, de rasgar
de telarañas. Primero una palabra. Luego otra. Desesperadamente lentas. Dejadas
caer una a una, como gotas taladrando la piedra.
“Sabía que vendrías” “Te
esperaba”, dijo “¿Quién eres?” –repuso Mar.
“No importa quién soy. Importa a qué has venido.”
Aquella extraña conversación no hizo más que aumentar la
zozobra de Mar. Eran palabras oscuras, de ecos surgidos de un lugar impensable
para la mente humana. Ella nunca hubiera deseado estar allí sintiendo el absurdo e incontrolable pavor que sentía.
Aquello no podía ser cierto.
La momia se fue acercando. Y cuando la tuvo delante mismo de
ella se le erizaron todos los pelos de su cuerpo. Por primera vez en su vida
sintió terror, le castañetearon los dientes y no pudo controlar las
convulsiones de su cuerpo, presa del pánico como estaba.
Pero eso no fue todo. La momia pegó su nariz inexistente a la
suya y la besó. Mar sintió que un universo infinito penetraba dentro de ella.
Todo Egipto llenó hasta el último rincón de su cuerpo. De norte a sur
desfilaron los fértiles valles alimentados por el limo del Nilo; sus gentes,
sus campos, sus casas. Palacios, templos, divinidades todas que se asomaron a
la mente de Mar en una catarsis imparable. Y sobresaliendo de todo aquel
maremágnum insólito el soberbio guerrero. Montado en su carro de guerra.
Insolente y retador, desafiante.
Su lanza y su arco de marfil con el carcaj de plata y las
flechas adornadas con plumas de faisán. Pa-Ska-Ratis, apodado el “Sin Piedad”,
el faraón más guerrero y más temido por amigos y enemigos. Tan odiado y
repulsivo por su crueldad que ni siquiera hubo amor de mujer que pudiera calmar
el río de lava que corría por sus venas y desembocaba en el volcán siempre
activo que era su corazón.
Una a una Mar revivió sus batallas, cómo desgajaba con su
espada el cuerpo de sus enemigos, abría las cabezas con su maza. Cómo emprendía una campaña tras
otra, en una vorágine que no tenía fin de muerte y destrucción. Pa-Ska-Ratis,
el “Sin Piedad”, la viva encarnación del diablo en la tierra.
Asistió a su vida desde su nacimiento hasta convertirse en
una momia.
Quiso escapar de aquel horror, salirse de aquella vida que no
era la suya pero no pudo. El beso la ataba y le robaba la libertad de escapar
de Pa-Ska-Ratis. Lloró, imploró, suplicó por primera vez en su existencia, pero
sus gritos se perdían en la nada, no había lugar donde esconderse de aquella
pesadilla.
Alcanzó entonces al lugar más secreto del alma del guerrero.
Donde la soledad invadía al ser despiadado y cruel. Donde unas insólitas
lágrimas anegaban sus ojos suplicando la paz y el descanso que nunca encontraba
y tanto ansiaba. Donde pedía con todas las fuerzas de que era capaz un alma que
atravesara la coraza de su insensible corazón y endulzara su azarosa y dura
vida de luchas sin fin; el amor
verdadero en el rostro de una mujer que parecía no existir para él y cuya
ausencia le causaba la infelicidad más
absoluta.
Sólo en esa soledad del faraón comprendió el drama que
asolaba su espíritu, y una compasión repentina afloró en ella.
Sin embargo ese refugio era efímero, duraba lo que una
muralla en ser derribada, una ciudad incendiada.
Por eso no existía ninguna alegoría que acompañase al faraón
a la otra vida.
La razón era que su ba, su alma, el ka de Pa-Ska-Ratis, permanecía intacto y se mantendría vivo mientras su propio espíritu no
encontrara el oasis reconfortante de otra alma que lo amase y se apiadara de la
suya.
Éstas y otras muchas vivencias sintió Mar mientras duró aquel
increíble beso de la momia.
Notó que no era la misma. Se sintió poseída por algo que
escapaba de su conocimiento. La Mar que escuchó de nuevo sus palabras, “Éste soy yo”,
no era la muchacha que había bajado a la tumba momentos antes.
Y de repente un impulso poderoso y desconocido la empujó a
los brazos de la momia y le besó con
toda la fuerza y pasión de que fue capaz.
Aquel ser milenario y rudo, impío, inmoral, despiadado y sin
sentimientos llegó a la orilla hermosa de un mar de azul infinito,
donde las gaviotas saludan a tu paso y el rumor de las olas y las caracolas
componen para quien la escucha la más increíble de las sinfonías.
De la mano de Mar descubrió un mundo de armoniosa concordia,
de tranquila convivencia; poco a poco
las palabras de aquella muchacha pintaron en su incandescente corazón la
dulzura que nunca antes conociera.
Ella, al igual que él, buscaba algo que su azarosa vida no le
había reportado pese a que lo intentó
por todo el ancho mundo afanosamente, pero fue inútil.
Y ella, a través sus labios, le transmitía la buena nueva de
que por fin su largo y azaroso viaje en busca de realizarse a sí misma, había
llegado a su término.
Se sentía realizada, completa, era una mujer nacida de sí misma
pero totalmente diferente. Y el artífice de todo ello había sido él,
Pa-Ska-Ratis, el fiero e inhumano guerrero. Y así le habló: “Voy a quererte,
momia infame, corazón cruel, manos manchadas de sangre. Porque has poseído mi
alma con el calor de tu alma atribulada
y he visto tanto arrepentimiento, bondad
y dulzura como muerte sembraste. Yo
redimiré para siempre tus pecados y los convertiré en buenas obras.
Escribiremos juntos una nueva historia para ti y para mí. Tu espera no ha sido
en vano, amor, tu ba y mi ba serán el mismo. Deja que descubra bajo ese feo
sudario tu rostro hermoso y libere el esplendor de tu alma. Déjame vivir a tu
lado, amor, que el mundo entero sepa que
fuiste el más grande faraón de la historia. Y saldremos a la luz de la vida, lejos
de esta cárcel de muerte y lo proclamaremos a los cuatro vientos”
“Me conmueves, ablandas mi corazón de piedra con tus
palabras. Eres el sueño que nunca me atreví a soñar ni yo mismo. Pero no puede
ser, muchacha, soy una momia, un ser milenario, de otro tiempo que no es
el tuyo, somos estrellas inalcanzables
en firmamentos diferentes. Una burla de
Cronos, que juega poniendo las fichas en tableros diferentes.
Eres la criatura más hermosa que nunca he visto. Y yo el ser
más horrendo y feo que pudieras imaginar. Eres joven, en plenitud de tu vida,
nunca te faltarán pretendientes con los que serás feliz.”
“Ya tuve amores y ninguno llenó mi corazón. Algo me decía que
lo encontraría donde menos imaginaba.
Eres insoportablemente único, momia, mi momia querida. Contigo seré la mujer
más feliz del mundo. “
Parecía imposible que pudiera suceder pero de las cuencas
vacías de la momia brotaron unas lágrimas negras que semejaban perlas.
“Muchacha, no seas insensata. Regresa a tu mundo y déjame
purgar mi desdichado destino. Una momia es muy poderosa pero ante el amor se
convierte en un cervatillo. Vete, te lo ruego, porque si nos besamos de nuevo y
pedimos el mismo deseo al mismo tiempo se cumplirá. Si no es así el dios
Tebi-Tofis podría destruirnos. Aléjate, te lo ruego, no quiero que sufras el
menor daño por una horrible momia.”
En el mismo momento que unieron sus labios en
aquel mágico beso, dos infinitos chocaron el uno contra el otro y dos seres se fundieron para siempre. Dos
almas formaron una sola y el dios sonrió complacido.
Y si creéis en los milagros,
un día de abril que ya os diré, mirad al cielo en la quietud de la
noche. Veréis un valiente guerrero y la muchacha más hermosa subidos a un carro
formado de estrellas….
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