sábado, 13 de febrero de 2016

Las cinco y el dios del mar




Era un luminoso día de mediados de Mayo. La radiante primavera llevaba en el aire los mejores aromas de los huertos y de los campos floridos  colmados de azahar, jazmines  y mil  esencias silvestres. La vida bullía por todas partes, radiante y lujuriosa, invitando a gozarla generosamente.
La bahía estaba llena de lanchas y barcos, pequeños y grandes, surcando las aguas tranquilas y azules. Las olas llegaban suavemente a la orilla de la playa que empezaba a llenarse de bañistas y sombrillas multicolores, como hongos tempranos que poco a poco lo invadirían todo.
Marina y sus amigas, Natalia, María, Pili y Eva estaban en el pantalán del Club Náutico “Elcano”, poniéndose los trajes de neopreno y los escarpines, a punto de subir al pequeño catamarán cuando el abuelo de Marina apareció en el muelle con una gran bolsa.
- Eh, muchachitas, olvidabais las hamburguesas y las coca colas.
El abuelo siempre tan atento, pensó la nieta, no se le escapaba un detalle. Les dio un beso a todas y les soltó las últimas recomendaciones; que no se fiaran del mar aunque estuviera tranquilo y que no se alejaran demasiado.
Todas le prometieron que se portarían bien y una vez se alejaron  de la costa una sensación de gozosa libertad las inundó con aquella brisa marina fresca y vivificante.
Marinita gobernaba con presteza el catamarán, su madre y su abuelo eran patrones de barco, y la habían instruido sabiamente. Por eso llevaba el timón, la pequeña nave estaba en buenas manos. En todas las salidas que hacían se lo pasaban muy bien. En medio del mar nadaban y buceaban incansables,  el mar era su pasión, especialmente de Marinita, por estar su familia tan ligada al mar.
Después subían al barco y tras dar  buena cuenta de la apetitosa merienda, terminaban tumbadas en la red para  la siesta.
Así estaban ahora, dormitando haciendo la digestión cuando  Natalia fue la primera en darse cuenta de que el barco se movía solo. No soplaba ya el viento de poniente que las había llevado hasta esa latitud. El balanceo de las olas se había convertido en una navegación suave al principio, pero que luego fue incrementándose hasta tomar la velocidad de un fueraborda de potente motor. Las cinco se incorporaron sobresaltadas. Y muy asustadas.
Se quedaron mirando a Marinita para que, como experta navegante, encontrase una explicación a lo que estaba pasando. Pero ésta, aunque era la más pequeña, pues tenia 13 años y sus amigas 14 y no se arredraba fácilmente, estaba tan desconcertada como las demás.
La situación pintaba cada vez peor, el catamarán volaba sobre las olas como un veloz proyectil. Las chicas se sujetaron como pudieron al pequeño mástil, a la red, a lo que tenían más a mano. Lo más curioso era que la superficie del mar estaba increíblemente tranquila, como un espejo en el que se reflejaba pacíficamente el sol de aquel esplendoroso día de Mayo.
Gritaron aterrorizadas cuando vislumbraron un remolino que giraba sobre sí mismo a una velocidad aterradora. Iban derechas hacia él, irremediablemente. No tenían escapatoria. Era una situación absurda, pensaron. Iban a morir. ¿Por qué les tenían que pasar estas cosas? Solo era un simple paseo en el barco de Marinita, como tantas veces. Aquello no podía estar pasando.
El catamarán de Marinita con sus amigas cayó en picado sobre el centro del gigantesco remolino. Sólo alcanzaron a ver el resplandor del cielo azul antes de que se las tragase aquella furiosa trituradora marina.
Se agruparon dificultosamente bajo el agua y cuando trataban de subir a la superficie vieron con estupor cómo una gigantesca almeja, o una ostra, -no lo supieron-, se les acercaba a ellas a la velocidad del rayo.
Se abrió del todo y se las fue engullendo una a una, en un abrir y cerrar de ojos. Su interior era un espacio estanco según comprobaron las cinco. 
- Esta oscuro, Marinita,
- Sí, Pili, sí. Y calentito, se me ha secado el pelo de repente.
- Es increíble –dijo Natalia-, Y viajamos rápido dentro de esta almeja o lo que sea.
- Chicas, esto no me gusta nada. –dijo Eva asustada.
Aquel improvisado submarino en el que viajaban se detuvo finalmente. Y al abrirse  por completo  quedaron boquiabiertas. Estaban dentro de una especie de palacio bajo el mar. Millones y millones de increíbles peces luminosos relucían para mostrar un salón de extraordinarias dimensiones, más bien era una pradera marina a cuyos lados se alineaban cuidadosamente dispuestos incontables pecios de barcos de  todas las épocas, estilos y tamaños.
A modo de techo flotaba sobre sus cabezas un mosaico de fantásticas medusas de mil formas y colores  que poseían luz propia, como lámparas que se mecían suavemente las unas  a las otras.
Una raya descomunal se posó delante de ellas para que subieran. Como nadaba a gran velocidad en un santiamén las llevó al otro extremo del lugar. Entonces repararon en que todos los orificios de su cuerpo estaban  herméticamente cerrados. No podían  abrir la boca, ni tampoco les entraba agua por la nariz. Y respiraban.  No tenía explicación pero así era.
Se vieron delante de un ser tan majestuoso como increíble, mitad pez y mitad hombre. Era muy alto y dos sirenas también muy altas le acompañaban en un trono  de conchas marinas.
Las cinco se miraron abrumadas por la escena de la que formaban parte.
Pasó algo que no se  esperaban. Aquel personaje insólito habló. Aunque lo de hablar fue un decir. Vieron que movía la boca y unas burbujitas salieron de ella. Estas burbujitas se metieron en los oídos de  Eva, Natalia, Marinita, Pili y María y se convirtieron en palabras. Les hacían cosquillas pero las entendieron.
- Soy  Poseidón, dios del Mar,  hijo de Cronos y hermano de Zeus.   Me habéis puesto tantos nombres  como culturas y pueblos poblaron la Tierra. Llamadme Neptuno si queréis, os resultará más familiar. Os he traído hasta mis dominios para que seáis testigos de lo que esta pasando. Sois muy jóvenes, alevines de mujer, y os gusta mucho el Mar,  navegáis en el pequeño catamarán de Marinita muy a menudo. Ahora mirad en derredor, os presento a mis súbditos, los habitantes del Mar.
Neptuno hizo un gesto con el brazo que sujetaba el tridente de oro.
Las cinco descubrieron entonces la infinita variedad de peces y seres marinos que nadie pudo antes contemplar. Desde el diminuto plancton hasta la majestuosa e impresionante ballena azul. Apenas sí unos pocos peces les resultaban familiares, de tantos que había. Era increíble.
- Son una representación de cada especie de peces; ellos y mis dos hijas aquí presentes, Nori y Chuli –las sirenas hicieron un movimiento de cabeza- formamos el Consejo del Mar y tomamos las decisiones pertinentes. Estamos muy preocupados, nuestra propia existencia y también la vuestra están  en peligro. Es tan grave el asunto que no le vemos la solución. Mayormente porque no depende de nosotros específicamente, los habitantes marinos.
Neptuno hizo un gesto de cansancio y dejó el tridente en manos de su hija Nori. Estuvo pensativo por unos momentos antes de que unas burbujas con más palabras salieran de su boca.
- Sería muy larga la explicación, muchachitas. Y os aburriría. Los viejos como yo tendemos a hablar más de la cuenta. Os voy a proponer un pequeño viaje por el Mar. No por la superficie si no por dentro, más allá de  donde ningún ser humano haya podido llegar. Os daréis cuenta de que nos extinguimos lenta,  pero inexorablemente. Y también vosotros como no rectifiquéis. Mis súbditos mueren poco a poco, es una carrera que no puedo detener aunque sea un dios. La superficie terrestre, la Tierra,  mi hermana, también agoniza como yo. No contentos con destruir selvas y bosques tiráis al Mar toda vuestra basura, los ríos desembocan llenos de veneno y ahora llenáis el fondo marino de bidones radiactivos para perderlos de vista cuanto antes con la vana esperanza  de que mis aguas puedan disolverlos y  desaparezcan para siempre. 
Cada día mueren más y más peces, especies enteras dejan de existir.  Una cosa es que os alimente con ellos, hasta permito que saquéis petróleo de las plataformas horadando mi lecho marino.
Pero otra es que ni les deis tiempo a que se reproduzcan por no respetar sus ciclos vitales. A este ritmo de capturas no quiero deciros cuánto tiempo os queda de pesca para no asustaros. Lo descubriréis muy pronto  vosotros mismos.
Neptuno tenía cara de enfadado, las cinco se dieron cuenta. Las burbujas llenas de palabras y sonidos eran cada vez más gordas y chirriaban en los tiernos oídos de las niñas que no sabían cómo terminaría aquello.
- Nuestro padre –dijo Chuli, la hija de Neptuno- de vez en cuando monta en cólera y pierde los estribos y  os manda tempestades, maremotos y galernas, hunde barcos  y quiere ahogaros a todos. Casi lo consigue en el terrible tsunami que os envió no hace mucho. Nunca le vimos tan furioso, no sabemos  todavía qué le hizo  detener su tridente destructor.
- Sea, cúmplanse mis órdenes – exclamó Neptuno imperiosamente.
Sucedió una cosa inexplicable. Marinita, Noelia, Pili, Eva y María se convirtieron en merluzas. Así, de repente. Nori y Chuli, las hijas  del dios del Mar les acompañarían.
Las cinco amigas se miraron las unas a las otras completamente desconcertadas. Y asustadas. Habían perdido su esbelta figura de adolescentes para ser unas lindas y brillantes merlucitas.
Fue un viaje tan sorprendente como maravilloso. Primeramente descendieron a los más profundos espacios abisales, donde ni siquiera el batiscafo más potente podría  llegar al primer nivel. Las escamas de las Princesas se iluminaron y así podían ver por dónde iban. Descendían y descendían sin detenerse y sin  notar el menor frío en esas profundidades porque las sirenas también les proporcionaban calor.
Al llegar al fondo del todo el espectáculo les conmovió. Como un pueblo inmenso se abrió ante sus ojos. Millones de lucecitas brillaban como si fueran casitas en medio de un paisaje de montaña. Vistos más de cerca eran peces de extrañas y aterradoras formas, como de otro mundo. Marinita y sus amigas estaban boquiabiertas. Nadie podría sospechar el infinito número de peces que vivían en tan inhóspitas regiones.
Después ascendieron lentamente, siempre detrás de las Princesas. Condujeron a las merlucitas por inabarcables bosques marinos; como era primavera la posidonia estaba cuajada de frutos, pequeños, parecidos a una aceituna. El pasto marino se extendía fértil, generoso en su alimento para los peces y habitantes del mar, cobijo y reposo para muchas especies.
La gigantesca alga kelp se enseñoreaba también  de un amplio paisaje, al igual que otras muchas variedades de ellas; constituían un alimento muy apreciado y abundante para muchos pueblos que las recolectaban.  
Siguiendo la estela de Nori y Chuli recorrían largas distancias, de un  Océano a otro, de un Mar al siguiente. Conocieron el Mar de los Sargazos  y en el Estrecho de Mesina la Princesa  Chuli les explicó que en la antigüedad decían las leyendas que habitaban  monstruos que devoraban a los marineros y se tragaban barcos enteros.
Nadar sobre los bancos de coral fue un regalo para los ojos y los sentidos. Cuando  el sol se filtraba a través de las aguas era una sinfonía de color inigualable.
Nadaron incansables por aquel espacio infinito que era el Mar, el reino de Neptuno, el padre de las Princesas. Vieron de todo; la belleza deslumbrante que esconde el Mar pero también su agonía,  la feroz degradación a que el hombre la somete día a día. Escombros y restos que lo cubrían todo tornando las aguas putrefactas y destruyendo cualquier asomo de vida a su alrededor. Y con el miedo pintado en su rostro vieron los bidones radiactivos alineados hasta perderse de vista, como un inocente elemento más en aquel precioso paisaje submarino aunque llevando en su interior la simiente más mortífera y letal, una auténtica bomba de relojería sin marcha atrás.
- Mi hermana Chuli y yo nos retiramos ahora –dijo de repente Nori-. Nadaréis solas por donde os plazca. Dependeréis de vosotras mismas. Sed inteligentes y prudentes, no os fiéis de nada ni de nadie. Podréis convertiros en el pez u organismo marino que más os guste siempre teniendo en cuenta que si una cambia de forma las demás también lo harán. Y siempre y en todo lugar y momento los ojos de mi padre y los nuestros os vigilarán y seguirán vuestros pasos. Hasta luego, merlucitas…… - y sonrió graciosamente con la elegancia de una Princesa que era.
Las cinco no sabían qué hacer aunque la libertad recién obtenida les hizo ilusión.
- Siempre quise ser una tortuga gigante –dijo Marinita.
Y al instante todas fueron tortugas. Nadaban una detrás de la otra, pausadamente, gozando de su nueva situación y sintiéndose protegidas con su poderoso caparazón, eran como blindados marinos, ningún pez las mordería. Los demás habitantes del Mar las contemplaban sorprendidos, nunca vieron una formación de tortugas tan bien alineada.
Así disfrutaron un buen trecho hasta  que de repente Natalia quedó inmovilizada, como  también les sucedió a las demás.  No se dieron cuenta de ello hasta que no había remedio para ninguna.
- Es una red a la deriva –advirtió Marinita.- Mirad a nuestro alrededor.
La sangre se les petrificó en las venas. Había multitud de peces de todos los tamaños enredados, las bocas abiertas en un  grotesco gesto de dolor antes de morir de agotamiento y desesperación. Fue espeluznante verlos, ninguno pudo escapar y ese era el triste final que les aguardaba. ¿Qué otra cosa podían esperar si no debatirse inútilmente hasta desfallecer?
- Miradme, chicas –dijo Eva- Convertíos como yo, rápido.
Al momento se transformaron en poderosos peces-sierra, especie de escualos de gran tamaño. Y con gran presteza cortaron la red para quedar libres. Pero no contentas con ello la serraron  por completo para que dejara de ser un peligro en lo sucesivo.
- Ufff, de buena nos hemos librado, ¿eh? –exclamó María al verse libre.
- Unámonos a esa inmensa formación de peces, allí dentro pasaremos desapercibidas y haremos amistades. –propuso Pili.
El cardumen, también llamado banco de peces, contaba con innumerables sardinas, caballas y arenques. Tuvieron que tener cuidado para no despistarse entre tantos, era como estar en un concierto atestado de gente. Pero se sentían seguras y saludaban a las otras  sardinas.
Una vez más sucedió algo extraño. Se vinieron unas contra las otras, apretujándose y comenzaron a ser  izadas a la superficie.  Marinita lo comprendió en seguida. Habían caído en la red de un barco de pesca. Pronto saldrían del agua y ya en la cubierta no tendrían la menor oportunidad.
De nuevo fueron peces-sierra y abrieron de par en par la red liberando a todos sus compañeros. En su fuero interno  imaginaron la cara de sorpresa que pondrían los pescadores al ver la red con semejante  agujero y ni un solo pez dentro.
Suspiraron de alivio al verse fuera de peligro y Natalia dijo:
- Siempre quise tener tantas manos como un pulpo para hacer todos los deberes  de una.  Os propongo que seamos pulpo, será divertido.
Y así fue. Cinco pulpos juntos era un espectáculo digno de ver.  Se abrazaron las unas a las otras, se retorcieron, se persiguieron y jugaron como nunca lo habían hecho. Hasta que apareció, súbitamente,  un trío de morenas, contemplada también la escena por congrios, ambas especies enemigos naturales de los pulpos.  
Las cinco se asustaron mucho al ver aquellos dientes tan afilados que poseían las morenas y esa cara de expresión torcida como la de una hiena que tenían. Por puro instinto juntaron sus cabezas globosas formando una poderosa barrera con los cuarenta tentáculos armados de ventosas que sumaban entre las cinco.
Las morenas se detuvieron en seco al ver semejante y desconocido monstruo que movía un sin fin de  brazos al mismo tiempo.  Era terrible y amenazaba con atraparlas  a las tres si  se acercaban a él.
Así que a toda la velocidad de la que fueron capaces se camuflaron en  una oscura oquedad. Los congrios viendo lo que sucedía se esfumaron discretamente.
- No ganamos para sustos.
- Desde luego, Marinita, desde luego –aseguró también Eva.
- Por si vienen de nuevo escondámonos dentro de aquellas vasijas.
Así lo hicieron. Y como estaban agotadas  después de tantas aventuras y sobresaltos, se durmieron plácidamente  en el interior de aquel improvisado y  acogedor refugio.
Menos mal que Marinita tenía el sueño ligero y eso fue lo que las salvó otra vez. Así que asumió la situación cuando la vasija empezó a emerger, gritó lo más fuerte que pudo:
- ¡¡¡ Natalia, Eva, Pili, María, deprisa, deprisa, salid de aquí lo mas pronto que podáis, no perdáis ni un segundo!!!
A su orden salieron apresuradamente y vieron cómo las vasijas, atadas unas a la otras junto con otro buen número de ellas,  eran izadas a la superficie.
- Son una trampa mortal para los pulpos; tienen querencia por esconderse en espacios que creen seguros y eso les pierde; es un arte de pesca que utilizan los pescadores que lo saben.
De nuevo el corazón les iba acelerado después de este último percance.
- Pues seremos atunes, son unos peces impresionantes de más de doscientos kilos de peso – dijo Marinita.
Convertidas en atunes adultos se sintieron fuertes y seguras como cuando fueron tortugas. Descubrieron a lo lejos una gran formación de individuos  y allá que fueron a unirse con los demás de su especie.
El atún era un pez hermoso, fuerte, de cuerpo esbelto y nadaba muy rápido.
Estaban orgullosas y contentas de ser atunes, se miraban y se daban cuenta de  lo bien que les sentaba su nuevo aspecto.
Y de nuevo pasó algo parecido a lo que sucedió cuando eran sardinas. Otra red, invisible hasta ese justo momento, las izaba rápidamente. Cundió el pánico sin que nadie pudiera evitarlo. Chocaban los unos contra los otros, desesperados en su inútil huida.  Dentro del agua la red formaba como un coso acuático, una piscina dentro del mar. Los ojos ansiosos y prestos de los marineros las devolvieron a la dura y cruel realidad. Aquello era la famosa “levantá”, el momento crucial en que los atunes son izados a la superficie para ser pescados con el arpón. Marinita y sus amigas no sabían cómo zafarse y huir de allí. Todos corrían enloquecidos para no ser blanco de los marineros. Pero eran muy diestros y manejaban el arpón con maestría; no en vano era una costumbre que ya se utilizaba desde los fenicios y demás pueblos que poblaron el Mediterráneo.
Marinita estaba angustiada, no veía a sus amigas;  Pili y Eva,  que hacía unos segundos permanecían con ella; ya no estaban. Fue en ese momento cuando sintió la punzada del arpón y vislumbró la cara del marinero que se lo clavaba. Fue el dolor más terrible que había sentido jamás. Comenzó a salir sangre a borbotones, como un grifo que se deja abierto.  El  agua a su alrededor era roja, todos los demás atunes se convulsionaban heridos de muerte con los arpones clavados en sus bellos cuerpos. Aquello iba a ser el fin, pensó; en su tragedia inminente creyó vislumbrar a sus amigas, también debatiéndose sin remedio, desangrándose en aquella carnicería.
Una pequeña luz la alumbró por un instante, el suficiente para gritar sin oírse a sí misma siquiera….
- Amigas, oídme, por Dios, que seamos plancton, por favor, Dios mío....
Y el ensalmo funcionó de nuevo. Sin poder  explicárselo estaba  fuera de la red, convertida en un insignificante corpúsculo,  un diminuto organismo, el más simple, que  flotaba y era arrastrado por la corriente para ser alimento de los peces más grandes.
Un gigantesco cuerpo de escamas se interpuso en su camino. ¿A qué nuevo peligro iba a enfrentarse esta vez? Ya no tenía fuerzas para luchar más. Que fuese lo que Dios quisiera.
Pero su corazón se llenó de júbilo al ver a sus amigas pegaditas en una escama de aquella sirena que no era otra  si no la Princesa Nori.
Las cinco se abrazaron contentas por haberse salvado y la Princesa las devolvió de nuevo a su estado de merlucitas.
- Ahora nos reuniremos de nuevo con nuestro padre el dios Neptuno para dar cuenta de vuestras correrías. Ya no debéis temer nada a nuestro lado.
Marinita estaba fascinada viendo a las sirenas-Princesas. Eran guapísimas, lucían una larga melena; Nori era de pelo negro azabache y Chuli rubia como una lluvia de oro. Su medio cuerpo humano era la perfección femenina absoluta. Ni el gran Miguel Ángel soñaría esculpir unas formas como aquellas. La cola era poderosa y  grácil al mismo tiempo;  iba en consonancia con la bella suavidad  de su talle femenino, toda ella era un conjunto armonioso y seductor para quien las contemplase.
Marinita no pudo resistir la tentación. Sus amigas leyeron su pensamiento y asintieron.
- ¿Podemos pediros un favor antes de llegar a palacio?
- Pídelo y si es razonable y está en nuestras manos quizá os lo concedamos.
- Queremos ser sirenas como vosotras, aunque sea por unos instantes, nos hace mucha ilusión.
- Vale, pero no se os ocurra decírselo a nuestro padre, ¿eh?
No tenía explicación pero quedaron convertidas en sirenas. Eso sí, un poco de menor tamaño que las Princesas.
Fue fantástico. Y era facilísimo nadar siendo sirena. Las cinco se miraron extasiadas, nunca se sintieron tan a gusto como en esos momentos. Hicieron cabriolas, jugaron al   corro de la patata, compitieron en carreras, se divirtieron  al escondite;  hasta bailaron al son de unos peces flautas que se congregaron sorprendidos de ver a siete sirenas juntas. Cuando dejaron de bailar una multitud de peces aplaudió con sus aletas y sus colas admirados por tan sublime espectáculo.
Se hizo de noche y llegaron a unos acantilados. Era un lugar inhóspito, azotado por mil vientos y  donde se levantaban unas olas gigantescas que barrían el lugar ferozmente. En lo alto brillaba una luna llena que sacó destellos de plata en las escamas de las sirenas cuando se apostaron en un saliente. No supieron cómo pero una melodía dulce y sensual empezó a salir de sus gargantas. Como un profundo susurro, largo, intenso. Las cinco miraban absortas el astro lunar, diríase que les inspiraba aquel canto tan misterioso y sutil.
Unas formas que se movían aparecieron en el horizonte. Eran apenas tenues trazos que, poco a poco,  se fueron agrandando conforme se acercaban a la costa. Y el melodioso canto de las sirenitas se hizo más fuerte y vibrante conforme los barcos estaban más próximos.
Las naves iban directas a los peligrosos salientes rocosos. Marinita y sus amigas cantaban y cantaban, cada vez más imperiosamente. Llamaban a los marineros, pronunciaban sus nombres, los invitaban a reunirse con ellas.
Marinita estaba desconcertada. Por un lado no podían dejar de cantar y por otro aquellas naves se estrellarían sin remisión contra las rocas.
- ¿Os dais cuenta de la situación, lo que está pasando, sirenitas? –dijo Chuli.
- Pues sucede  -siguió ahora la Princesa Nori-  que las sirenas atraemos a los marineros, los tentamos con nuestra melodiosa voz para que se unan a nosotras y nos liberen de nuestra soledad y nos conviertan en  mujeres de verdad.
Asomaron unas lágrimas en sus ojos, fruto de una nostalgia desconocida.
- Aunque….-la Princesa se sobrepuso- debemos irnos de inmediato antes de causar un accidente. Esto que os he contado era una costumbre antigua. Ahora solamente quedamos dos sirenas, mi hermana Chuli y yo. Y os confesaré un secreto. De la unión de una sirena con un hombre únicamente nacían hembras, Y todas, sin excepción, eran pelirrojas. Cuando veáis una chica con el pelo de ese color pensad que es descendiente de una sirena. Por eso abunda tan poco el pelo rojizo.
Marinita y sus amigas estaban sorprendidas por aquella revelación. Era una historia increíble pero indudablemente  cierta. Nada menos que una sirena de verdad, hija del Neptuno, dios del Mar, se lo había contado.
Neptuno las recibió afablemente. Se le veía contento. Lo primero que hizo fue devolverles su estado humano.
- Todo se ha desarrollado según  lo previsto y habéis actuado con sentido común y de buena fe gracias a vuestro gran corazón. Habéis visto las maravillas del Mar y los peligros que amenazan al Mar. y siendo peces comprendisteis que gozan y sufren como seres vivientes que son.
Volved  a la superficie y cuidad de  nosotros, decidle a todo el mundo que si el Mar  muere la Vida se extinguirá del planeta para siempre. Marchad  en paz.
Se despidieron de Neptuno, de las Princesas Nori y Chuli, de todos los presentes. Lloraron como nunca habían llorado y sus lágrimas, convertidas en burbujas de color rosa,  fueron recogidas por una ostra gigante que las transformó  al instante en una perla de gran tamaño.

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El sol de la tarde dibujaba la sombra alargada del catamarán de Marinita en la tranquila superficie del mar mientras corría un vientecillo muy agradable. Poco a poco fueron despertando; la primera fue Marinita que, como siempre, tenía el sueño más ligero.
- Chicas, he tenido un sueño tan fantástico e increíble que si os lo cuento me diríais que estoy loca.
- Pues el mío flipa de verdad –aseguró Natalia-.
- He soñado que era una sirena –terció Eva.
- Pues yo conocí a Neptuno – sentenció María.
- También yo fui una sirena, y hasta una tortuga gigante en mi sueño –concluyó Pili.
Una corriente mágica y extraña se apoderó de las cinco amiguitas. Se miraban las unas a las otras trasmitiéndose el sueño a través de un hilo invisible que era tan real como ellas mismas.
- ¡¡¡Mirad esto!!! – gritó sobresaltada Marinita.

Y todas clavaron la mirada sobre el extremo de popa de la red.

Una perla de gran tamaño, rosada como delicado pétalo de flor, brillaba reflejando los últimos rayos de sol de aquella maravillosa tarde de mediados de Mayo.

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