El Mercedes
descapotable aparcó frente a la cafetería “Blanco Pirineo”. Era un coche
espectacular, el último modelo de la prestigiosa marca de coches alemana.
Aunque nunca llegaría a ser tan sensacional ni despampanante como la chica que
descendió de él. Seguiría siendo muy alta aunque hubiera pisado la acera sin la
ayuda de unos finos zapatos de diseño italiano con tacones de vértigo. Llevaba un elegante traje chaqueta color
pastel de un famoso modisto parisino con la falda por encima de sus bonitas
rodillas.
Sobre sus
hombros una cascada de rizos que con el sol a contraluz convertía en oro
precioso cada uno de sus cabellos.
Caminó como
si desfilara por una pasarela hasta la mesa de la esquina poniendo de
manifiesto su grácil figura y dejando una estela de sutil perfume.
A su
cimbreante paso el paisaje hasta entonces tranquilo del establecimiento sufrió una repentina conmoción. A un vejete se
le cayó la dentadura sobre el café con leche al verla y una mujer le dio
un pescozón al marido por mojar la
magdalena en el cubata del vecino de mesa al quedar hipnotizado en su contemplación.
Hasta Mario
quedó absorto con aquella chica tan deslumbrante. Y se dio cuenta de que iba hacia su mesa. ¿Era cierto lo que veían sus ojos? No podía
ser…Era una increíble alucinación.
- Hola,
Mario, buenos días –dijo Soledad tomando asiento a su lado.
No supo qué
pensar. Aquella beldad de mujer era Soledad, su querida Soledad. Y por más que
la miraba tardó un tiempo en hacerse a la idea.
- Jajajajaj,
No me mires como si fuera un fantasma, por favor. -reía ella mostrando sus
perfectos y bien alineados dientes de perla.
- Pues me has
dejado con la boca abierta, la verdad. Creí que eras una artista de cine de las
que pisan la alfombra roja en el
festival de Cannes o en el de Berlín. Me cuesta creer que seas tú, Soledad. Salvo en el pelo no te pareces en nada a la
chica que ayer tarde tomó conmigo un
chocolate con churros en el bar de Paco.
- Pues soy
yo, la misma que te quitó la mancha de la camisa y te llamó patoso. –y de nuevo
aquella risa luminosa que deslumbraba a Mario.
Como por
ensalmo cuanto les rodeaba fue
desapareciendo poco a poco. Sólo estaban ellos dos; el resto de los presentes
en la cafetería, el tráfico, los edificios de la calle, todo se fue diluyendo
hasta hacerse invisible.
- Mario,
quiero que sepas quién soy realmente. Presentarte a Soledad Carvajal Gómez,
hija de Andrés Carvajal y de Correa y Esperanza Gómez López. Mi padre es el gran
industrial y financiero que sale en los medios de comunicación, conocido nacional e internacionalmente, lo habrás visto
en la televisión.
- Mmmm, no
caigo ahora mismo.
- No importa,
Mario. Es una historia larga y un poco gris. Era una chica que vivía a
trompicones, hoy aquí, mañana allá, alguna vez con una persona y otro día
tropezaba con otra. Malvivía del sueldo
de una editorial, y de vender productos de belleza. Cuando llegaba a la
habitación alquilada miraba mis manos y las tenía vacías, como vacío de
sentimientos tenía el corazón.
Una noche
conocí a un chico que me salvó de un buen atolladero. Día a día me hizo sentir una ilusión desconocida hasta
entonces. Me hizo creer que también tenía derecho a mirar al futuro, que podía
ser feliz.
Soledad tomó
la mano de Mario y la acarició con ternura.
- Al poco conocí
a Andrés. Dijo que era mi padre y que hasta hacía poco no sabía de mi
existencia. Ese día gané un padre y perdí a mi madre, pues me notificó su muerte. No sabes el dolor que sentí, la
abandoné cuando era una adolescente.
Entonces me di cuenta de cuán equivocada estuve alejándome de ella, privándola
de mi cariño de hija, dejada a su suerte.
Mario la
miraba comprensivo y con afecto.
- Mi padre se
hizo cargo de mí y me preparó para sustituirle un día al frente de sus negocios. Durante ese tiempo mi ánimo
estaba dividido, Mario. Por un lado la felicidad del hogar que nunca tuve y el
cariño de un padre siempre añorado y el temor a perderte en una ausencia más prolongada de lo que supuse.
- Llegué a
pensar que no querías veme más. Por eso se me abrió el cielo cuando coincidimos
aquella tarde. Como sabes, era una especie de ave sin nido, sin musa para mi
guitarra. Conocerte fue el mayor acontecimiento de mi vida. Llegué a pensar que
eras un sueño, una nube fantástica que se deshilacharía sin llegar a gozar de su belleza.
- Lo sé,
siempre temías que me fuera, que no apareciera al día siguiente. Y yo no cesaba
de decirte que estaba a tu lado, que ahí me tendrías.
- Es que
eres….
- ¿Qué soy? Anda,
dímelo –aproximó su bello rostro al de Mario.- Sé muy bien lo que soy para ti,
me lo has dicho en mil canciones, en tus poesías, en la voz de tu guitarra cada
vez que la acariciabas deseando oír tu música en mi piel blanca. Los hombres ignoráis que
intuimos lo que no os atrevéis a confesar y guardamos golosas ese secreto hasta
que lo soltáis cuando no podéis resistir más. Sois como niños muchas veces.
Y le envolvió
de nuevo en su nívea sonrisa. La emoción embargaba a Mario. Había estado
meditando toda la noche. Largamente.
-
Soledad…yo….
Ella advertía
el nudo que atenazaba a Mario, casi adivinaba las palabras que se atropellaban
en su mente para salir como pajarillos en busca de libertad.
- Venía
dispuesto a pedirle a la chica de ayer, la del chocolate con churros y el
gorrito en la cabeza, algo que sólo ella puede concederme. Aunque ahora…. – un velo desconocido asomó en
su expresión.
- ¿Qué pasa
ahora, Mario? Dímelo, ¿quieres?
- De repente
eres una mujer totalmente opuesta a la que conozco. Llevas una ropa increíble y
yo, mírame bien, una cazadora y vaqueros, con mis chirucas de siempre. Hueles a todo el perfume de París
junto, y hasta tu voz suena de otro modo. Y no te digo nada del Mercedes que te
gastas, parece hecho a medida para ti. Creo que todo ha cambiado, que estoy
fuera de lugar.
- Mario, suéltalo
de una vez… ¿quieres? Siempre has sido sincero conmigo. ¿Deseas que me quite
toda esta ropa, que vuelva vestida como
ayer, con mis pantalones azules y mi blusa blanca? Si quieres vengo en el
autobús numero veinte y rebobinamos la escena. No me importaría hacerlo si con
ello te quedas más tranquilo, te lo aseguro. –casi suplicó.
- No digas
eso, por favor –la voz de Mario quería ser tranquilizadora-. Pero reconoce que es para
estar confundido. La Soledad que conozco no es la hija de un magnate ni parece
una modelo de Vogue. Es una chica normal; alegre, divertida, nada
estereotipada. La que veo ahora no me sorprendería que tuviera una legión de pretendientes
deseando cortejar a una rica heredera.
- Qué
imaginación tienes, desde luego, nada menos que una legión –y empezó a reír
divertida-. Pues… ¿sabes lo que le diría a esa legión de pretendientes? ¿Quieres
saberlo?
- Qué les
dirías, a ver… –se interesó Mario.
- Te has
puesto celoso, se te nota, jajajajaj. Qué bobo eres, de verdad.
Les diría,
para que te enteres, que han llegado tarde,
que ya tengo un pretendiente
contra el que nadie tiene nada que
hacer.
Y, acercando
su naricilla a la de Mario le susurró quedamente:
- Bueno, por
ahora sólo pretendiente, si es que se atreve a llegar al fondo de la cuestión,
jajajaja.
Una nube extraña
inundó la mirada de Mario. Soledad, por
más que quiso descifrarla no pudo hacerlo. Algo pugnaba por salir de la
garganta de él y ella parecía oír el esfuerzo que hacía para conseguirlo.
- Debes de
ser sincero, Mario, como siempre lo has sido. Dime lo que piensas y sientes, no
te dejes nada para ti. Nadie mejor que yo sabrá comprenderlo. Después…será lo
que tenga que ser.
El muchacho
tomó las manos de Soledad con suavidad y su voz empezó a temblar un tanto
nerviosa aunque decidida.
- Tenía
pensado declararme a la chica de mis sueños. Toda mi vida la estuve buscando
hasta encontrarla. Y ahora, a la vuelta de la esquina, aparece otra Soledad
distinta de la chica que inspira mis canciones. Sus mismos ojos pero sobre un pedestal
que se antoja inalcanzable para Mario, el chico de la guitarra, el de la
sonrisa más bonita del mundo, como ella
me dice. ¿Crees que tengo sitio en tu nueva vida, en medio de tanta gente
importante, de alta alcurnia, que seguiré siendo Mario, el poeta, tu admirador número uno? ¿Crees que
seré diferente a todos esos hombres que has conocido, que serás feliz conmigo?
Soledad le
dedicó una cálida mirada.
- ¿A eso
temes, que te considere uno más de cuantos conocí, que te arrincone en una
esquina de mi vida, como un adorno o un capricho cualquiera?
La muchacha
puso un dedo sobre los labios de Mario.
- ¿Sabes? La
belleza que quiero no está en la cara bonita de un galán de cine, ni en un cuerpo de atleta.
Sueño con un corazón único, un alma en la que descansar la mía y ser feliz como
nunca lo he sido. Que pueda dormir como una niña en su regazo y soñar que el
mundo nos pertenece, que ha sido hecho sólo para nosotros dos. Que al despertar
me bese y me haga sentir la reina y dueña de su universo. Que compartamos
defectos y virtudes y traigamos hijos al mundo para guardar la memoria de
nuestro amor sin fin y…
Mario la tomó
delicadamente por los hombros y la besó. Fue un beso dulce y suave como la
primavera que los envolvía. Un roce de almas, de promesas, de anhelos, de
amaneceres por vivir, de ocasos para soñar.
- Te amo,
Soledad, como jamás amé a nadie. Te ofrezco mi corazón, mi vida entera y…
Ahora fue Soledad
la que tomó sus labios entre los suyos. Fue una respuesta larga y sentida,
soñada y esperada desde siempre, impetuosa como el sentimiento que la
desbordaba.
De repente
despertaron de su ensoñación al oír los aplausos. Todos los de la cafetería
estaban de pie aplaudiéndoles visiblemente emocionados.
Había
lágrimas resbalando por las mejillas. Ancianos que de repente recordaron sus
años mozos. Novios que se besaron. Hasta
una música que todos oyeron en lo más
profundo de sí mismos y que algunos llaman amor.
- Mario, no
querré que dejes nunca los pantalones vaqueros; ni que dejes de mancharte de chocolate en el bar de Paco.
- Ni yo
quiero que dejes de subir al autobús número veinte. Ni que…
Surgió otro
beso, Y muchos más. Solo existían ellos dos. Y sus besos se unieron al arrullo
de las palomas y de los pájaros que cantaban alborozados en aquella desbordante
y encendida primavera…
- - - - - - - - - - - - - - -
- -
Si quieres dar tu opinión al Autor puedes dirigirte a su correo electrónico:
unnkelule@hotmail.com
Si quieres dar tu opinión al Autor puedes dirigirte a su correo electrónico:
unnkelule@hotmail.com