jueves, 30 de julio de 2015

Soledad 2






Cuando aquella mañana Soledad entró al despacho de su padre éste le dijo a su secretaria que no estaba para nadie. Se olvidó del fax, del móvil, del ordenador, de todo. Su hija era todo su universo.
Antes de sentarse frente a él la contempló una vez más, recreándose como hacía siempre, maravillado por el cambio tan profundo que se había operado en ella. Ya no era la muchacha alta y desgarbada, como un ave caída del nido, presa del desamparo y el abandono.
Ahora contemplaba a una mujer vestida de Dior y perfumada de Chanel, con un pañuelo  de seda japonesa y un largo collar de esmeraldas y topacio azul.  Pese a esta imagen que pudiera parecer sofisticada ella conservaba su primitiva sencillez, la ropa que vestía la llevaba con el mismo aire despreocupado que su antiguo y vulgar atuendo,  cuando la encontró en la discoteca aquel lejano día.
Siempre se sentía cautivado por aquella abundante melena rizada de pelo rubio como el oro. Eran unos bucles en forma de graciosas espirales, guardaba para sí el deseo incumplido de haberla tenido de pequeña y deshacerlos uno a uno mientras dormía.
Era el vivo retrato de su madre, aquella mujer guapa y elegante que le conquistó nada más verla, quedando enredado en su prodigiosa cabellera rizada  para siempre, como le decía cariñosamente.  
- A ver, hija, cuéntame eso tan importante que quieres que sepa.
Soledad se posó en la mirada afectuosa de su padre. Pensó en los años que había estado sola, sin una brújula que seguir, sin su madre y sin  aquel padre maravilloso que se le apareció un día  de repente, cambiando su vida por completo.

Su pasado era un recuerdo perdido que no quería evocar. Su hoy era un presente  lleno de ilusiones y proyectos por cumplir.
Cuando llegó a la inmensa y señorial mansión familiar creyó entrar en un palacio. La intimidaron los sirvientes, las grandes escalinatas, las arañas rutilantes en los techos de los salones, iba de asombro en asombro. Parecía Cenicienta en el  palacio del Príncipe. Cuando entró en la que sería su alcoba no podía creérselo, era pura fantasía y una luz increíble  se desparramaba a través de dos diáfanos ventanales que daban a un espléndido jardín.
Aunque le costó un poco al principio acostumbrarse a su nueva vida,  la naturalidad de que todos hacían gala y las atenciones de su padre acabaron por ubicarla en el nuevo papel que iba a desempeñar en lo sucesivo.
Era la hija de uno de los empresarios más importantes del país y debía de representar y ocupar el puesto que le estaba destinado. Primeramente fue presentada en sociedad. Todo el círculo de amistades de Andrés se llevaron una gran sorpresa inicialmente, nadie podía haber supuesto que aparecería aquella hija, alta e imponente como su padre;  hubo comentarios de todo tipo, pero la actitud tranquila y serena de aquella muchacha atractiva y gentil fue acallando y convenciendo a los más reticentes en admitirla.
Después trabajó intensamente antes de ocupar el cargo que su padre le destinaría. Comenzó desde abajo, con el mono azul de una operaria más, sin distinción alguna. Sus buenas maneras y simpatía le granjearon el compañerismo de todos y se hizo hasta popular. Luego tuvo que asumir retos más importantes para adquirir conocimientos más específicos; aprendió inglés, economía, informática, y  todas aquellas disciplinas que necesitaría en su nuevo trabajo.
Y lo consiguió. Porque una de las cualidades heredadas de su padre, entre otras, era la tenacidad, el no darse nunca por vencida.
Cuando se miraba en el espejo a veces le costaba reconocerse.   Al conocer a su padre le pareció un galán de cine de lo apuesto que lo encontró. Ahora ella misma podría pasar perfectamente por una modelo sofisticada y  glamurosa como las que salían en las revistas de moda.
- Soledad, hija,  ¿en qué piensas? ¿No Ibas a decirme algo? –le convino su padre sonriéndole.
- Ah, si, papá, tengo algo que decirte. Quiero que conozcas a una persona muy importante para mí. Sí,  a Mario… se llama Mario.   Pero antes debo hablarte de él.
- ¿Mario? -esbozó una cómplice sonrisa- ¿No será otra de tus muchas conquistas?
- No,  papá. Mario es………
- A ver, a ver, cuéntamelo todo, desde la a hasta  la zeta, sin dejarte nada.
- Cuando estaba sola llevé una vida desordenada, ya lo sabes.  No me identificaba con nadie, ningún chico  llegaba a emocionarme lo suficiente como para unir mi vida a la de él. Una larga noche de copas me topé con un indeseable lascivo. Parecía no tener escapatoria. Y apareció aquel hombre, como de la nada. Llevaba una guitarra y la estrelló contra la cabeza del energúmeno. Fue como de película, tenías que haberlo visto, papá. En un bar pidió una tila para mi y otra para él. ¿Sabes? Temblaba más que yo. -Soledad soltó una carcajada- En la vida se había visto en una como esa, me confesó. El caso es que le di las gracias y nos despedimos como si tal cosa. A los pocos meses coincidimos en unos grandes almacenes. Se llevó una gran alegría al verme. Y yo también, no olvidaba el favor que me hizo esa noche.
- Vaya, vaya, esto promete –dijo su padre arrellanándose todavía más en el amplio sillón de cuero de su despacho.
- Desde ese día nos vemos de vez en cuando, nos llamamos y todo eso.  Sin darnos cuenta nos hemos hecho grandes amigos. Aunque a veces creo que podríamos ser otra cosa, ya sabes,  ser algo más que amigos solamente. Estoy un poco confundida en muchas cosas, por eso quería que las supieras. No sé lo que es estar enamorada, desconozco  qué hay que sentir en tales casos, si notas algo diferente, como una voz que te dice en tu interior: “Soledad, ya estás enamorada, hala.”
Andrés soltó una media carcajada y miró a su hija con afecto.
- Perdona, hija, pero me sorprende que un primor de mujer hecha y derecha como tú no haya estado nunca enamorada de ninguno, perdida la cabeza por un hombre. Me cuesta creerlo.
- No es eso que piensas, papá. No tiene nada que ver con la atracción física, el tener una aventura de sábanas más o menos tiempo con un tipo. Creo que será algo más, debe serlo, de lo contrario no me pasaría lo que me esta pasando.
Andrés se levantó y se sentó en una punta de la mesa de caoba, muy cerca de su hija. Su voz adquirió un tono de cariñosa dulzura.
- Anda, dime qué tienes en esa cabecita tan bonita.
- Bueno, como eres mi único confidente y deseo que sigas siéndolo siempre, te revelaré que, aunque te sorprenda, no hemos hecho el amor todavía.
Con otros hombres llegar a hacerlo,  era la consecuencia lógica después de convivir con ellos. Como un hecho mecánico e inevitable que luego conducía a la ruptura de esa relación. Ya ves. Pero con Mario es todo muy diferente. Estamos juntos y me llena tanto su presencia que no pienso en que luego vendrá otro acto que conducirá a otro, y luego otro, y así sucesivamente hasta que finalmente tengamos que hacer el amor necesariamente y terminar para siempre. Te diré una cosa –y sonrió pícaramente- es en lo que menos pienso, de veras. Ni me preocupa el hacerlo o no.
- Hija, creo que si no lo estás, te falta muy poco para estar enamorada de ese tal Mario, te lo aseguro. Tienes los primeros y clarísimos síntomas. Te haré unas preguntas como si fuera un médico y tú mi paciente. A ver….¿qué sientes cuando estás a su lado?  ¿Qué notas cuando no estáis juntos? ¿Estás impaciente esperando que llegue el día siguiente para verlo? ¿Corres ansiosa cuando suena el teléfono por la noche y esa llamada te ayuda a resistir hasta verlo de nuevo?
- Pero, papá, ¿cómo sabes tanto? Serías un  buen médico, te lo aseguro. Pues….cuando estoy con Mario se me pasa el tiempo volando. No me iría.
¿Sabes? Ni te imaginas cómo es. No es el arquetipo del hombre que le va a una chica como yo. Ni siquiera sabe que soy la hija de un gran y riquísimo industrial.
- ¿No? ¿No sabe quién es tu padre? –Andrés mostró una sincera extrañeza.
- No lo sabe, él imagina que soy la chica de la discoteca, la eterna universitaria que nunca termina la carrera. Cuando nos vimos después de tanto tiempo me había puesto ropa cómoda y sencilla, nada de cómo me visto ahora que tengo mi propio despacho. Si me viera en este momento no me reconocería. Casi imagino la escena y me parto de risa.
- Soledad, cada vez me está gustando más esta historia. Sigue, sigue, por favor.
- No es lo que se dice un hombre guapo;  es normalito. Y le paso unos centímetros de estatura sin tacón, pero eso no importa. También te digo que es un poco mayor que yo, no mucho,  pero si. Aunque eso lo hace más interesante para mí. Mario es…., no sabría definírtelo exactamente. Es divertido, desconcertante, inesperado,  tierno, atento, a veces atrevido y otras tímido. Te mira siempre a los ojos y…no me importa decírtelo, cuando te besa no besa para su placer, sus besos son para ti, para inundarte de su esencia, para tu goce.
¿Sabes? Siempre va con la guitarra. Me canta canciones que compone sólo para mí, pone música a las poesías  que me escribe. Cuando tiene la guitarra entre las manos se queda atontado del todo, se le cae la baba mirándome. El no se da cuenta que le intuyo, que adivino sus pensamientos, que cuando sujeta la guitarra tan delicadamente, está pensando en mí, en que me abraza y me acaricia de ese modo tan especial que sabe.  Le llamo bobo y él se ríe como un niño inocente. Tiene la sonrisa más bonita del mundo. Mario es…….
- Susana, hija, si esto no es amor, que baje un santo y que lo diga. Veo el brillo que se te ha puesto en los ojos, a un padre estas cosas no se le pasan por alto. Recapitulando, que  voy a entregar a mi alta y  guapísima hija  a un yerno enano y feo, más viejo que Matusalén y encima toca la guitarra como un trovador.
Soledad comenzó a reír y su padre se contagió de su espontáneo júbilo.
Rieron durante un buen rato, era una estampa entrañable y divertida.
- ¿Y en qué se gana la vida el muchacho, si puede saberse? No sólo vivirá de tocar la guitarra, ¿eh?
- Sus padres tienen un secadero de jamones y Mario los vende y los reparte.
No les va mal el negocio, hice un estudio económico al respecto.
- Ajá, ésta es mi hija, la heredera de mi imperio – y Andrés rió de nuevo.
Soledad estaba muy a gusto con su padre. Les unía una complicidad muy especial, no tenía ningún secreto para él; era el cofre de sus confidencias, todo lo compartían. También su padre la hacía participe de su rutina diaria, de la tristeza que sentía su corazón al haber perdido al amor de su vida,  su madre. Sólo la  compañía de Soledad mitigaba esa tristeza y ese pesar y le daba la  fuerza necesaria para seguir en su estresante  trabajo. Le quedaba otra cuestión, la que más le inquietaba, y tenia la esperanza de que su padre disipara todos sus resquemores.
- Papá, me preocupan algunos aspectos que pudieran ensombrecer mi relación futura con Mario. No sé, igual le doy más importancia de la que en realidad tiene.
- A ver, a ver qué te preocupa, espero ayudarte en lo posible.
- No sé cómo encajara Mario el que sea hija de un magnate como tú. Es un espíritu sencillo, se conforma con nada; teniéndome delante con la guitarra en la mano es el hombre mas feliz de mundo, créeme. Además……no sabe que he tenido relaciones con otros hombres, la vida tan acelerada que llevé durante un tiempo, por decirlo así. ¿Comprendes lo que quiero decir, papá? Creo que Mario es el hombre de mi vida, el que siempre desee, pero tengo miedo que un día descubra que antes de su llegada era una chica totalmente opuesta a la que él conoce, abocada a un abismo imprevisible si no me hubieras rescatado a tiempo.
El rostro de Andrés se dulcificó. Sus palabras se vieron envueltas en una mirada comprensiva y tranquilizadora.
- Claro que te comprendo, hija mía. Y ardua tarea aconsejarte en este caso.
Verás...si él te quiere realmente seguirá queriendo a la chica de sus canciones, a la musa de sus poesías e inspiraciones. Siendo un espíritu puro como dices, el dinero le traerá sin cuidado, no le prestará atención. Además, te conoció pobre, no medió interés en su galanteo.
La otra cuestión es cosa de mirarle a los ojos y sincerarte abriendo tu alma.
Cuéntale tu historia, la de tu madre, la del padre que no sabías que tenías y apareció cuando menos lo esperabas. Dile que estabas perdida, que nada  te satisfacía  en la vida, que buscabas afanosamente un corazón en quien depositar el tuyo. Que en ese vagar incesante todo fueron desengaños y fracasos. Y que cuando el fondo del pozo tenías tan cerca, cuando pensaste que todo iba a ser negrura y silencio, apareció él, Mario, el corazón que soñaste e ibas buscando para unir tu alma a la suya……….
Soledad descubrió unas lágrimas de emoción en los ojos de su padre. También ella estaba emocionada. Se levantó y besó a su padre dulcemente.
- ¿Sabes, papá? Este año creo que ya sabemos qué regalaremos a nuestro personal por Navidad.
- Ya lo creo, hija mía, ya lo creo. Los mejores jamones del mundo….
Y  se abrazaron riendo como dos niños, rebosantes de alegría y felicidad.

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martes, 28 de julio de 2015

Soledad 1




El hombre avanzó a través de la oscuridad de la discoteca. La música o lo que fuera aquel ruido era estridente y le molestaba, los oídos le retumbaban,  no era ése el tipo de música que él prefería. Pero la juventud se movía dando saltos a su alrededor, poseídos por el influjo de los acordes que salían de los grandes altavoces. La iluminación también acompañaba, imperaba una luz tenue y neblinosa, sorprendida de vez en cuando por  rayos  multicolores que parecían ir al compás del estruendo musical.
Buscaba a alguien, no cabía duda. Fue a la barra del bar y echó un vistazo, esperó en los lavabos largo rato hasta asegurarse que todos cuantos entraron habían salido. Después se dispuso a mirar por todos los rincones de las pistas de la discoteca, el  aforo era muy grande.
La verdad es que desentonaba en aquel ambiente. Era alto y se le adivinaba en excelente forma física; aunque pasaba con creces los cincuenta, se movía con agilidad a cada paso que daba.  Vestía traje chaqueta y corbata, zapatos ingleses, de la mejor  factura todo, y un halo de sutil colonia varonil le envolvía.
Su búsqueda tuvo éxito finalmente. Allí estaba. Soledad. Ese era su nombre. Y viéndola sentada, sola y dejada caer como una muñeca abandonada el hombre pensó que su nombre  hacía justicia a la imagen que ofrecía. Sostenía una bebida y la mirada perdida en un punto desconocido.
Llevaba minifalda y una blusa estampada. Estuvo pensando cómo presentarse a ella, qué le diría y cómo reaccionaría. Estaba confuso.
- Hola –dijo el hombre cortésmente.
La chica seguía  indiferente, ni pestañeó siquiera.  
- Hola – volvió a saludar.
Ella pareció despertar de repente y le miró sin verle.
- ¿Puedo hablar contigo?  Será sólo un momento, por favor.
Al levantar el vaso para un nuevo trago descubrió  al hombre a través del   cristal. Lo miró sin comprender.
- ¿Qué quieres? –su voz era ronca.
- Hablar contigo, Soledad. Pero en otro sitio más tranquilo.
- No quiero hablar con nadie, no te conozco, ¿de qué podemos hablar? Todos queréis lo mismo.
- Soledad, no quiero nada, sólo darte una noticia, pero aquí es imposible. Vengo de muy lejos, por favor, te lo ruego, déjame decirte por lo que he venido. Será un momento.
La chica lo miró largamente. Su voz era decidida, bien modulada, era educado y tenía una planta impecable. No se parecía en nada a los demás que se le acercaban. Y sabía su nombre. ¿Qué podía perder por hablar?
Al levantarse el hombre comprobó que era casi tan alta como el. La tomó levemente del brazo y la condujo a una cafetería de lujo.
Allí pudo observarla con más detenimiento. Era bonita, con  rasgos muy bien dibujados, suaves, unos ojos verdes muy expresivos y una melena rubia recogida en una simple goma. No estaba pintada, el ligero rubor de las mejillas era natural. Sus manos eran blancas y tenía las uñas rotas.
Toda ella daba sensación de abandono, de belleza en  horas bajas. 
También la chica observó al hombre que la había llevado hasta allí. Aunque mayor, conservaba un atractivo masculino que, años atrás, debió de causar estragos entre las mujeres. Era más alto que ella y vestía ropa cara. Sus manos grandes denotaban el pulcro cuidado de una manicura. La corbata debía ser de seda italiana y el reloj era un Omega de precio escandaloso.
Su colonia era penetrante, embriagaba. Pese a su imponente aspecto no mostraba prepotencia alguna, su tono de voz era acogedor y suave, invitaba a la confidencia. Y había algo en él que le causaba una especie de desasosiego, no sabría definir qué era pero  una extraña premonición empezó a apoderarse de su ánimo.
- Me llamo Andrés; cómo sé tu nombre y por qué he venido hasta aquí es una larga historia que debes conocer. En realidad hace muchísimo tiempo  que debí venir. Pero la vida a veces no deja que cojamos el tren cuando queremos, por decirlo así.
Se detuvo un momento y Soledad advirtió en el fondo de sus ojos una inquietud que inundó su franca mirada.
- Soledad, debes saber que tu madre, Esperanza, ha fallecido.
La muchacha acusó el golpe poco a poco. Sus ojos se nublaron por un instante, conteniendo unas lágrimas que se diluyeron finalmente sin prisas, como un fino rocío.
Andrés se sintió incómodo de repente. Aquella situación le sobrepasaba.
 - Estuve en su lecho de muerte y me dijo que te buscara por encima de todo y te avisara cuando llegase el día. Por eso estoy aquí, Soledad.
La chica miró en derredor. Se estaba bien allí. La temperatura era agradable, todo bien iluminado, las gentes se veían acomodadas y felices, charlaban despreocupadas. Se sintió fuera de lugar, con aquellas ropas tan manidas, el pelo desaliñado, sin una ducha reciente. Ni un toque de colonia encima. Pero por primera vez en mucho tiempo se sentía a gusto, cómoda y relajada en aquella butaca tan confortable y charlando con aquel hombre que parecía un artista de cine.  
- Tu madre me habló mucho de ti, la estuve visitando en el hospital.   
Te quería más que a nadie, jamás dejó pasar  un día sin que estuvieras en su pensamiento. Sé que nunca tuvisteis una relación de cariño mutuo, de madre e hija que se quieren, como habría sido de desear. Pero te llevó en su corazón toda la vida, sufrió lo indecible por no tenerte a su lado.
 - No diga eso, Andrés, no quiso saber de mí. –su voz adquirió viveza de repente-. ¿Quiere que le cuente mi vida a grandes rasgos, que le diga quién era  mi madre y qué hizo por mí, de verdad quiere saberlo?
Se lió con un hombre casado y me metió interna en un colegio de pago de  monjas. Así estaba más a disposición de ese hombre, sólo vivía para él, siempre pendiente de estar a punto apenas sonase el teléfono. Me escapé un día de las monjas y aprendí a vivir a mi modo, hoy aquí, mañana allá. Con éste ahora y después con el otro, nunca me faltaron acompañantes. Un día mi madre dio conmigo y me pidió que fuera a vivir con ella. Estaba sola, el hombre al que había estado atada durante tantos años la había abandonado. Ahora quería mi compañía, a la que renunció cuando me encerró en aquel horrible colegio de monjas.
Le dije que no, que de una forma u otra ya tenía mi vida hecha, que me las apañaba como podía, que no me iba mal del todo.  Me echó en cara que me entregara a los hombres con tanta facilidad y le contesté que era la persona menos indicada para darme ese tipo de consejos, que en eso de los hombres era una maestra.
Fueron unos momentos muy tensos y terribles, quizá luego me arrepintiera pero solté toda la rabia que llevaba dentro por tantos años de soledad sin ella. Nos separamos y no volví a verla. No recuerdo quién me dijo que se marchó a otra provincia.  
El hombre notó que el nudo que le atenazaba la garganta iba apretando con más fuerza. Era el momento oportuno.
- Soledad, creo que debes saber toda la verdad sobre tu madre. Y también saber quién es éste hombre que se ha presentado de repente, que sabe tu nombre y una parte de tu historia.
La miraba fijamente conectando a través de sus pupilas grises las palabras que iba a pronunciar seguidamente. Soledad le sostuvo la mirada, con creciente ansiedad, curiosa e impaciente.
- Soledad, soy tu padre, del que nunca has sabido  y quizá siempre has
querido conocer. Si te fijas un poco verás que tienes mis ojos, mi andar, la estatura, ese gesto tan peculiar que haces con las manos cuando las apoyas sobre la mesa.
Soledad quedó perpleja, la noticia la dejó sin habla. Recordó la sensación que tuvo al principio de conocerle. Así que era él, por fin había aparecido, pensó.
- Todos los días  me preguntaba quién sería, cómo era mi padre, si le conocería alguna vez. Y ahora……
La voz le salía quebrada a la muchacha y los ojos se le pusieron vidriosos de la emoción. Andrés le alargó un pañuelo de seda.
-Yo también quería conocerte, Soledad,  siempre lo desee y parecía
que nunca iba a conseguirlo. Siento mucho que la muerte de tu madre haya propiciado el encuentro, hubiera querido que fuera en otras circunstancias. Te contaré la parte de historia que no conoces, la mía.
La muchacha no creía lo que le estaba pasando. Toda la vida preguntándose quién era su padre, deseando encontrarle para echarle en cara tantas y tantas cosas por haberle robado el cariño de su madre y se encontraba inerme, incapaz de descargar toda la rabia contenida durante todo ese tiempo.
Andrés se percató de la lucha interior que sostenía Soledad y tomó una mano de la muchacha con suavidad.
- Soledad, quise a tu madre más que a nadie en este mundo. Nos conocimos por azar, ella trabajaba en la relojería de unos grandes almacenes. Me impactó tanto que la esperé a la salida. Después nos vimos otras veces, poco a poco fue naciendo un cariño mutuo. Hasta que nos dimos cuenta de que nos habíamos enamorado. Entonces, Soledad, le confesé que estaba casado, no quise ocultárselo.
- Imagino cómo debió sentirse, engañada hasta el último momento. Nunca debiste ocultárselo, ni siquiera dar lugar a que se enamorase de ti. Además…..no querías a tu mujer, ¿pensaste en el daño que le hacías a otra persona?
- Ninguno imaginamos que esto podría suceder. Para mí fue muy doloroso, pensé que podía perderla si lo sabía; pero no quise que nuestro amor se basara en una mentira, ella nunca se lo hubiera merecido. Y….. -su voz adquirió un tinte de pesadumbre-. Lo que me unía a la otra persona era diferente, tu madre me hizo sentir lo que nunca hasta entonces había sentido. Fue un amor arrollador, llenó mi vida por completo.
- Vaya, toda una historia romántica por lo que veo, como las novelas rosa. ¿Y qué pasó a estos dos personajes del cuento? Quisiera saberlo.
- No fue un cuento, era una realidad. Un día…..sin saber por qué desapareció sin dejar rastro. No encontraba explicación al hecho de su huida, por más que lo pensé. Nunca tuvimos un mal entendimiento, ni una sola palabra más alta que otra, nos queríamos de verdad.
Removí cielos y tierra sin el menor éxito, parecía que se la había tragado la tierra. Hasta que un día recibí una llamada inesperada del hospital. Era ella. Quería verme cuanto antes.
Soledad notó que la emoción quebraba la voz de Andrés. No supo qué pensar. En un momento se habían acumulado en su vida demasiados acontecimientos; el fallecimiento de su madre y, lo que nunca pensó iba a suceder, acababa de conocer a su padre. Y algo colgado en el aire le indicaba que su existencia iba a tomar tal vez un rumbo diferente.
- Le quedaba poco tiempo de vida, Soledad. ¿Sabes.? Estaba igual de guapa que cuando se marchó de mi lado. Su melena de pelo negro, su tez clara y sobre todo sus ojos, brillando de emoción al verme. Me sentí preso de dos emociones contrapuestas. Por un lado verla de nuevo, después de tanto tiempo…. y el dolor de que estuviera  en ese estado…. Se me partió el alma, apenas pude contener las lágrimas….
Entonces me confesó la razón por la que se apartó de mi vida. Me ocultó que estaba embarazada. Sabía que mi mujer no podía darme hijos y cuánto ansiaba ser padre, tener descendencia, era mi mayor deseo. Tu madre pensó que si me confesaba su estado de buena esperanza abandonaría a mi esposa por ella porque  iba a darme el goce que más ansiaba, una hija, mi sueño más esperado. No quiso ser la responsable de la desdicha de  otra mujer y desapareció de mi vida.
Fue un paso muy duro para ella, le causó un dolor indecible.
   
En la mente de Soledad iban procesándose todas y cada una de las palabras de aquel hombre que tan inesperadamente se había presentado en su vida. Que aseguraba  ser su padre. Era una historia conmovedora, una mujer que se sacrifica por otra  mujer, un hombre en medio, como una barca entre dos orillas, al vaivén de ambas; intentó comprender el quid del comportamiento de su  madre, le vino a la mente el día en que le dijo que no quería ir con ella. Una niebla acuosa nubló sus ojos por unos instantes.
- Soledad... -comenzó a decir el hombre- siempre estuviste en el corazón de tu madre; quiso que te buscase para verte por última vez. Quería contarte muchas cosas, que la perdonaras, que llegases a quererla como la madre tuya que era.
- Muchas veces pensé en ella, Andrés, me arrepentí de mí proceder. Ahora…. ya es tarde para tantas cosas….realmente hubiera sido feliz viéndome a su lado. Me siento mal, toda mi vida he estado dando tumbos, sin raíces, sin el calor de un hogar….
  - Ahora estoy aquí, Soledad, quiero decirte que no estás sola; enviudé hace tiempo y sin tu madre también mi vida ha sido un ir y venir a ninguna parte, siempre ocupado en hacer crecer mis negocios, privado del cariño de los seres que más quería.
 
   Andrés tomó las manos de su hija y la miró de un modo tan intenso que Soledad se estremeció. La voz del hombre sonó con un ruego prendido en cada palabra.
  - Soledad, me encuentro solo, muy solo;  no sé si tengo derecho a pedirte que vengas conmigo, que estemos juntos ahora que nuestros destinos se han cruzado. Quisiera darte todo el cariño de un padre que recibe el regalo de una hija de la que no sabía su existencia. Nunca podríamos recuperar el tiempo perdido aunque quisiéramos, pero sólo nos tenemos a nosotros mismos, Soledad, démonos la oportunidad de conocernos, de ser la familia que nunca fuimos. Ven a la casa donde vivo que será la tuya si tu quieres;  toma las riendas de los bienes que poseo y te pertenecen.

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Andrés miró el reloj. Pasaban quince minutos de las diez. Tenía el    corazón en un puño.  La elección era de Soledad. Si no acudía a la cita,  más tarde o más temprano lo comprendería;  no tenía ningún derecho a pedirle que  dejara su actual vida para irse con su padre, un padre salido repentinamente de la nada. Esa era la verdad. Ciertamente los acontecimientos se habían precipitado inesperadamente; el desenlace de los mismos no dependía de ellos.
Giró la llave y sonó poderoso el rugido del Masserati. Al doblar la esquina la vio. Corría apresurada con una maleta en la mano. Cuando Andrés le abrió la portezuela los ojos de Soledad lo decían todo.
Y cuando  besó su mejilla la muchacha gozó de un beso largamente esperado.    

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domingo, 5 de julio de 2015

El último lobo





El hombre sostiene la pluma con mano fría y trémula. Sus hinchados y enrojecidos ojos, antes de fijarse en el papel, vigilan una vez más el aire que le rodea. Aguza su oído, intentando percibir algún leve sonido en el aterrador silencio del que forma parte. La pluma araña por fin la cuartilla…

“No sé qué me impulsa a escribir. Tal vez lo haga por descargar mi conciencia. Anochece. ¿Cuántas veces lo ha hecho desde entonces? Los que quedamos perdimos la cuenta. Un día, el superviviente a todos también morirá. Yo he renunciado a ser el último lobo sobre la Tierra. El peso de su panza será demasiado grande. En ella estarán todos los hijos del Progreso y el postrer Adán dormirá el definitivo sueño del horror y la condenación de cada uno de ellos y suya. ¡Los hijos del Progreso! ¡Ciego empeño el de la ciencia en trazar infinitos caminos al bienestar! La técnica mataba al mundo mientras sus adoradores nos alborozábamos por una nueva estación espacial, mientras brindábamos por los altos índices de producción de las factorías, por las favorables y elocuentes estadísticas de bienes y conquistas sociales…

         Las lenguas de hormigón de las ciudades lamieron insaciables la tierra, el menor espacio abierto. ¡Cada día era necesario acorralar al campo un poco más! ¡Hacían falta industrias! ¡Miles de fábricas, de chimeneas que lanzaran al viento su poderoso rugido de producción! ¡Rascacielos! ¡Construcciones de todo tipo! ¡Más altos hornos! ¡Más polos de desarrollo! ¡Cuánto más humo mejor, hay que producir, como sea! ¡Consumir, consumir! ¡Dinero! ¡Felicidad!...

         Y, aguardando tras la fastuosa “renta per cápita”, la muerte…

         Un día se buscó las selvas, los prados, los montes, los surcos esperando la simiente fresca. Pero ¿dónde estaban? En el desierto de cemento que era el mundo, todavía quedaba -¡Oh, portento!-, algún que otro pedazo de tierra auténtica. La Humanidad se lanzó ávida sobre esos oasis que creyó milagrosos. Y eran tan pequeños…

         Entonces… ¡El mar! ¡Sus peces! ¡Sobrevivir! Nada pudo ofrecer un océano de manchas infinitas. Sus olas, en interminable rotación depositaban en las playas el vómito del progreso y de la ciencia, como una inútil e impotente acusación. ¡Sobrevivir! ¡Resucitar la tierra! Se levantó la piel del monstruo, afanosamente, el tiempo apremiaba…

         La madre Tierra había muerto, su carne era gris, dura… La gigantesca y triunfal risa del Hambre retembló en todo el orbe. No quedaban reservas. Los stocks de animales criados artificialmente fueron pronto consumidos. Las flores del jardín de acero y piedra elevaron al cielo sus inacabables y fláccidas bocas.

         Apareció el primer lobo. Y a éste siguió otro, y otro. La jauría humana se revolvió contra sí misma, dejó oír su grito de guerra por la supervivencia. Pero los ejemplares más fuertes triunfaban. No me siento con fuerzas para describir el caos que se desató. Sólo pido a Dios con todas mis fuerzas que se apiade de nosotros, que disculpe la locura de estos tiempos. Quisiera asomarme a la ventana y hablarle en voz alta, despojarme del pecado que llevo dentro, pero es muy tenue mi voz. Alguien  ha olido su presa. En otros tiempos me hubiera maravillado el límite de resistencia y de adaptación a todas las circunstancias que posee el hombre. Hoy me asquea y me humilla. Ahora suenan unos pasos ligeros, casi imperceptibles. Oigo también el batir de su respiración. La ciudad está a oscuras y los rascacielos suman miles, pero alguien ha dado conmigo. Yo también, en mis búsquedas hallé caza en los lugares más insospechados. Aprendí pronto las leyes de esta Sociedad  en la que el hombre es al mismo tiempo cazador y víctima. ¡Que Dios me perdone! ¡Debo preparar mi encuentro con Él!

         Las pisadas se han vuelto más consistentes. Una furia brutal se estrella sobre la puerta. Una vez. Y otra, y otra. La madera resiste. Dos puños la golpean al tiempo que salvajes alaridos producen un siniestro eco en la noche estremecida. Por un agujero astillado las miradas se calibran mutuamente en una fracción de segundo que es el preludio de la fatal lucha.

         Nada se interpone en el camino de los dos lobos. Se enzarzan en una vorágine sangrienta. ¿En cuántos lugares más de la Tierra, en ese mismo instante, un ser transfigurado acomete contra su semejante?

         La quietud, el apagón del vencido se funde para siempre con el silencio, con el reposo universal. El más fuerte, con un gesto de resignado cansancio, acerca sus anhelantes cuchillos faciales. Apenas presta atención a la cuartilla que una racha de viento sustrae por la ventana. Ésta, vuela sobre la ciudad, sobre otra,  siempre el mismo panorama bajo ella: asfalto, un caudaloso e insensible mar de asfalto, amorfo, tétrico y  opaco…

         Pero algo se cruza unos instantes con el papel. No la conduce el viento. No ha surgido de la hecatombe. Desciende de lo más alto y se sostiene por sí misma, con una bella y plástica gracilidad.

         La paloma, con suave aleteo, trae una simiente de esperanza.