Cuando aquella mañana Soledad entró al despacho de su padre éste le dijo a su secretaria que no estaba para nadie. Se olvidó del fax, del móvil, del ordenador, de todo. Su hija era todo su universo.
Antes de
sentarse frente a él la contempló una vez más, recreándose como hacía siempre,
maravillado por el cambio tan profundo que se había operado en ella. Ya no era
la muchacha alta y desgarbada, como un ave caída del nido, presa del desamparo
y el abandono.
Ahora
contemplaba a una mujer vestida de Dior y perfumada de Chanel, con un pañuelo de seda japonesa y un largo collar de
esmeraldas y topacio azul. Pese a esta
imagen que pudiera parecer sofisticada ella conservaba su primitiva sencillez,
la ropa que vestía la llevaba con el mismo aire despreocupado que su antiguo y
vulgar atuendo, cuando la encontró en la
discoteca aquel lejano día.
Siempre se
sentía cautivado por aquella abundante melena rizada de pelo rubio como el oro.
Eran unos bucles en forma de graciosas espirales, guardaba para sí el deseo
incumplido de haberla tenido de pequeña y deshacerlos uno a uno mientras
dormía.
Era el vivo
retrato de su madre, aquella mujer guapa y elegante que le conquistó nada más
verla, quedando enredado en su prodigiosa cabellera rizada para siempre, como le decía cariñosamente.
- A ver,
hija, cuéntame eso tan importante que quieres que sepa.
Soledad se
posó en la mirada afectuosa de su padre. Pensó en los años que había estado
sola, sin una brújula que seguir, sin su madre y sin aquel padre maravilloso que se le apareció un
día de repente, cambiando su vida por
completo.
Su pasado era
un recuerdo perdido que no quería evocar. Su hoy era un presente lleno de ilusiones y proyectos por cumplir.
Cuando llegó
a la inmensa y señorial mansión familiar creyó entrar en un palacio. La
intimidaron los sirvientes, las grandes escalinatas, las arañas rutilantes en
los techos de los salones, iba de asombro en asombro. Parecía Cenicienta en
el palacio del Príncipe. Cuando entró en
la que sería su alcoba no podía creérselo, era pura fantasía y una luz
increíble se desparramaba a través de
dos diáfanos ventanales que daban a un espléndido jardín.
Aunque le
costó un poco al principio acostumbrarse a su nueva vida, la naturalidad de que todos hacían gala y las
atenciones de su padre acabaron por ubicarla en el nuevo papel que iba a
desempeñar en lo sucesivo.
Era la hija
de uno de los empresarios más importantes del país y debía de representar y
ocupar el puesto que le estaba destinado. Primeramente fue presentada en
sociedad. Todo el círculo de amistades de Andrés se llevaron una gran sorpresa
inicialmente, nadie podía haber supuesto que aparecería aquella hija, alta e
imponente como su padre; hubo
comentarios de todo tipo, pero la actitud tranquila y serena de aquella
muchacha atractiva y gentil fue acallando y convenciendo a los más reticentes
en admitirla.
Después
trabajó intensamente antes de ocupar el cargo que su padre le destinaría.
Comenzó desde abajo, con el mono azul de una operaria más, sin distinción alguna.
Sus buenas maneras y simpatía le granjearon el compañerismo de todos y se hizo
hasta popular. Luego tuvo que asumir retos más importantes para adquirir
conocimientos más específicos; aprendió inglés, economía, informática, y todas aquellas disciplinas que necesitaría en
su nuevo trabajo.
Y lo
consiguió. Porque una de las cualidades heredadas de su padre, entre otras, era
la tenacidad, el no darse nunca por vencida.
Cuando se
miraba en el espejo a veces le costaba reconocerse. Al conocer a su padre le pareció un galán de
cine de lo apuesto que lo encontró. Ahora ella misma podría pasar perfectamente
por una modelo sofisticada y glamurosa
como las que salían en las revistas de moda.
- Soledad,
hija, ¿en qué piensas? ¿No Ibas a
decirme algo? –le convino su padre sonriéndole.
- Ah, si,
papá, tengo algo que decirte. Quiero que conozcas a una persona muy importante
para mí. Sí, a Mario… se llama
Mario. Pero antes debo hablarte de él.
- ¿Mario?
-esbozó una cómplice sonrisa- ¿No será otra de tus muchas conquistas?
- No, papá. Mario es………
- A ver, a
ver, cuéntamelo todo, desde la a hasta
la zeta, sin dejarte nada.
- Cuando
estaba sola llevé una vida desordenada, ya lo sabes. No me identificaba con nadie, ningún
chico llegaba a emocionarme lo suficiente
como para unir mi vida a la de él. Una larga noche de copas me topé con un
indeseable lascivo. Parecía no tener escapatoria. Y apareció aquel hombre, como
de la nada. Llevaba una guitarra y la estrelló contra la cabeza del energúmeno.
Fue como de película, tenías que haberlo visto, papá. En un bar pidió una tila
para mi y otra para él. ¿Sabes? Temblaba más que yo. -Soledad soltó una
carcajada- En la vida se había visto en una como esa, me confesó. El caso es
que le di las gracias y nos despedimos como si tal cosa. A los pocos meses
coincidimos en unos grandes almacenes. Se llevó una gran alegría al verme. Y yo
también, no olvidaba el favor que me hizo esa noche.
- Vaya, vaya,
esto promete –dijo su padre arrellanándose todavía más en el amplio sillón de
cuero de su despacho.
- Desde ese
día nos vemos de vez en cuando, nos llamamos y todo eso. Sin darnos cuenta nos hemos hecho grandes
amigos. Aunque a veces creo que podríamos ser otra cosa, ya sabes, ser algo más que amigos solamente. Estoy un
poco confundida en muchas cosas, por eso quería que las supieras. No sé lo que
es estar enamorada, desconozco qué hay
que sentir en tales casos, si notas algo diferente, como una voz que te dice en
tu interior: “Soledad, ya estás enamorada, hala.”
Andrés soltó
una media carcajada y miró a su hija con afecto.
- Perdona,
hija, pero me sorprende que un primor de mujer hecha y derecha como tú no haya
estado nunca enamorada de ninguno, perdida la cabeza por un hombre. Me cuesta
creerlo.
- No es eso
que piensas, papá. No tiene nada que ver con la atracción física, el tener una
aventura de sábanas más o menos tiempo con un tipo. Creo que será algo más,
debe serlo, de lo contrario no me pasaría lo que me esta pasando.
Andrés se
levantó y se sentó en una punta de la mesa de caoba, muy cerca de su hija. Su
voz adquirió un tono de cariñosa dulzura.
- Anda, dime
qué tienes en esa cabecita tan bonita.
- Bueno, como
eres mi único confidente y deseo que sigas siéndolo siempre, te revelaré que,
aunque te sorprenda, no hemos hecho el amor todavía.
Con otros
hombres llegar a hacerlo, era la
consecuencia lógica después de convivir con ellos. Como un hecho mecánico e
inevitable que luego conducía a la ruptura de esa relación. Ya ves. Pero con
Mario es todo muy diferente. Estamos juntos y me llena tanto su presencia que
no pienso en que luego vendrá otro acto que conducirá a otro, y luego otro, y
así sucesivamente hasta que finalmente tengamos que hacer el amor
necesariamente y terminar para siempre. Te diré una cosa –y sonrió pícaramente-
es en lo que menos pienso, de veras. Ni me preocupa el hacerlo o no.
- Hija, creo
que si no lo estás, te falta muy poco para estar enamorada de ese tal Mario, te
lo aseguro. Tienes los primeros y clarísimos síntomas. Te haré unas preguntas
como si fuera un médico y tú mi paciente. A ver….¿qué sientes cuando estás a su
lado? ¿Qué notas cuando no estáis
juntos? ¿Estás impaciente esperando que llegue el día siguiente para verlo? ¿Corres
ansiosa cuando suena el teléfono por la noche y esa llamada te ayuda a resistir
hasta verlo de nuevo?
- Pero, papá,
¿cómo sabes tanto? Serías un buen
médico, te lo aseguro. Pues….cuando estoy con Mario se me pasa el tiempo
volando. No me iría.
¿Sabes? Ni te
imaginas cómo es. No es el arquetipo del hombre que le va a una chica como yo.
Ni siquiera sabe que soy la hija de un gran y riquísimo industrial.
- ¿No? ¿No
sabe quién es tu padre? –Andrés mostró una sincera extrañeza.
- No lo sabe,
él imagina que soy la chica de la discoteca, la eterna universitaria que nunca
termina la carrera. Cuando nos vimos después de tanto tiempo me había puesto
ropa cómoda y sencilla, nada de cómo me visto ahora que tengo mi propio
despacho. Si me viera en este momento no me reconocería. Casi imagino la escena
y me parto de risa.
- Soledad, cada
vez me está gustando más esta historia. Sigue, sigue, por favor.
- No es lo
que se dice un hombre guapo; es
normalito. Y le paso unos centímetros de estatura sin tacón, pero eso no
importa. También te digo que es un poco mayor que yo, no mucho, pero si. Aunque eso lo hace más interesante
para mí. Mario es…., no sabría definírtelo exactamente. Es divertido,
desconcertante, inesperado, tierno,
atento, a veces atrevido y otras tímido. Te mira siempre a los ojos y…no me
importa decírtelo, cuando te besa no besa para su placer, sus besos son para
ti, para inundarte de su esencia, para tu goce.
¿Sabes?
Siempre va con la guitarra. Me canta canciones que compone sólo para mí, pone
música a las poesías que me escribe.
Cuando tiene la guitarra entre las manos se queda atontado del todo, se le cae
la baba mirándome. El no se da cuenta que le intuyo, que adivino sus
pensamientos, que cuando sujeta la guitarra tan delicadamente, está pensando en
mí, en que me abraza y me acaricia de ese modo tan especial que sabe. Le llamo bobo y él se ríe como un niño
inocente. Tiene la sonrisa más bonita del mundo. Mario es…….
- Susana,
hija, si esto no es amor, que baje un santo y que lo diga. Veo el brillo que se
te ha puesto en los ojos, a un padre estas cosas no se le pasan por alto.
Recapitulando, que voy a entregar a mi
alta y guapísima hija a un yerno enano y feo, más viejo que
Matusalén y encima toca la guitarra como un trovador.
Soledad
comenzó a reír y su padre se contagió de su espontáneo júbilo.
Rieron
durante un buen rato, era una estampa entrañable y divertida.
- ¿Y en qué
se gana la vida el muchacho, si puede saberse? No sólo vivirá de tocar la
guitarra, ¿eh?
- Sus padres
tienen un secadero de jamones y Mario los vende y los reparte.
No les va mal
el negocio, hice un estudio económico al respecto.
- Ajá, ésta
es mi hija, la heredera de mi imperio – y Andrés rió de nuevo.
Soledad
estaba muy a gusto con su padre. Les unía una complicidad muy especial, no
tenía ningún secreto para él; era el cofre de sus confidencias, todo lo
compartían. También su padre la hacía participe de su rutina diaria, de la
tristeza que sentía su corazón al haber perdido al amor de su vida, su madre. Sólo la compañía de Soledad mitigaba esa tristeza y
ese pesar y le daba la fuerza necesaria
para seguir en su estresante trabajo. Le
quedaba otra cuestión, la que más le inquietaba, y tenia la esperanza de que su
padre disipara todos sus resquemores.
- Papá, me
preocupan algunos aspectos que pudieran ensombrecer mi relación futura con
Mario. No sé, igual le doy más importancia de la que en realidad tiene.
- A ver, a
ver qué te preocupa, espero ayudarte en lo posible.
- No sé cómo
encajara Mario el que sea hija de un magnate como tú. Es un espíritu sencillo,
se conforma con nada; teniéndome delante con la guitarra en la mano es el
hombre mas feliz de mundo, créeme. Además……no sabe que he tenido relaciones con
otros hombres, la vida tan acelerada que llevé durante un tiempo, por decirlo
así. ¿Comprendes lo que quiero decir, papá? Creo que Mario es el hombre de mi
vida, el que siempre desee, pero tengo miedo que un día descubra que antes de
su llegada era una chica totalmente opuesta a la que él conoce, abocada a un
abismo imprevisible si no me hubieras rescatado a tiempo.
El rostro de
Andrés se dulcificó. Sus palabras se vieron envueltas en una mirada comprensiva
y tranquilizadora.
- Claro que
te comprendo, hija mía. Y ardua tarea aconsejarte en este caso.
Verás...si él
te quiere realmente seguirá queriendo a la chica de sus canciones, a la musa de
sus poesías e inspiraciones. Siendo un espíritu puro como dices, el dinero le
traerá sin cuidado, no le prestará atención. Además, te conoció pobre, no medió
interés en su galanteo.
La otra
cuestión es cosa de mirarle a los ojos y sincerarte abriendo tu alma.
Cuéntale tu
historia, la de tu madre, la del padre que no sabías que tenías y apareció
cuando menos lo esperabas. Dile que estabas perdida, que nada te satisfacía
en la vida, que buscabas afanosamente un corazón en quien depositar el
tuyo. Que en ese vagar incesante todo fueron desengaños y fracasos. Y que
cuando el fondo del pozo tenías tan cerca, cuando pensaste que todo iba a ser
negrura y silencio, apareció él, Mario, el corazón que soñaste e ibas buscando
para unir tu alma a la suya……….
Soledad
descubrió unas lágrimas de emoción en los ojos de su padre. También ella estaba
emocionada. Se levantó y besó a su padre dulcemente.
- ¿Sabes,
papá? Este año creo que ya sabemos qué regalaremos a nuestro personal por
Navidad.
- Ya lo creo,
hija mía, ya lo creo. Los mejores jamones del mundo….
Y se abrazaron riendo como dos niños,
rebosantes de alegría y felicidad.
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Si quieres dar tu opinión al Autor puedes dirigirte a su correo electrónico:
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