Aquella mujer no cesaba de mirarme. Estaba
nervioso ante la insistencia conque me observaba. Y más me puse cuando se
levantó y fue en dirección a donde yo estaba sentado. Era impresionante, mediría más un metro
ochenta por lo menos y lucía una larga melena de pelo negro. De tez
morena, su rostro era bellísimo. Como si
tal cosa tomó asiento a mi lado.
- Hola, Alberto, ¿cómo estás? –me
soltó de sopetón.
- ¿Me conoce? –silabeé débilmente.
- Claro que te conozco. Y tutéame,
por favor, soy Elvinatel, tu ángel de la guarda.
Sentí un repentino vahído.
- Hace algún tiempo te pedí que me
pintaras en aquella casa, ¿recuerdas?. Y desde entonces te has hecho todavía
más famoso; los coleccionistas, las Galerías de Arte, la gente rica, todos quieren
uno de tus ángeles rubios.
Mi memoria empezaba lentamente a
funcionar. Desde luego que la recordaba, vaya que sí. Un sudor frío recorría mi
frente.
-
Me has pintado subida a una nube, en forma de ola, rodeada de palomas,
en lo alto de una pirámide, de tantas maneras como te inspiré cada vez que pensaste en mí. ¿No es así,
Alberto?
- Sí, es verdad -respondí sin entender todavía lo que estaba pasando.
- Primero, tranquilízate; sé que todavía no te has
repuesto de nuestro primer encuentro y que no te explicas lo que
sucedió aquel día.
Aunque lo cierto es que no olvidaste
el más mínimo detalle de mi figura al
pintarme tan magistralmente en tus
cuadros.
Traté de poner en orden mis ideas poco a poco. Mil interrogantes recorrían
mi mente.
- Antes eras rubia como el oro y
ahora eres morena, ¿cómo iba a saber que eres tú? Y, además... -titubeé- ¿Qué
quieres ahora de mí? Ya te pinté como
querías, ¿no es así?
La mañana era soleada y la terraza
estaba repleta de gente que disfrutaba de aquella temperatura primaveral tan
agradable.
- Un refresco de limón -pidió la
mujer al camarero que se acerco solícito a la mesa.
- A mí otro café, por favor -demandé
pensando que debía estar bien despierto.
Sentí que la mirada de aquella
inquietante mujer invadía hasta el más profundo rincón de mis pensamientos.
- Llevas una temporada pensando en la
muerte, temiendo llegue ese momento e
imaginando qué sentirás en ese preciso instante, si es que alcanzas a percibirlo, ¿no es así?
- Es verdad -asentí con la cabeza
sorprendido por aquella revelación-Pero...¿cómo lo sabes?
- Lo sé todo sobre tí, nunca me
separo de tu lado; ni de noche ni de
día. Yo te desperté aquella vez que
dabas cabezadas conduciendo y te hice dar un volantazo para no darte de frente
con el camión; y te subí a la acera de un empujón para que no te arrollase el bus que
iba justito al bordillo, recuerda.
Hasta...- y una pícara expresión
asomó en su cara- te quité de la cabeza aquella treintañera que se cruzó en tu
camino y de la que te encaprichaste.
Tras una risita cómplice que acentuó
todavía más su encanto, su voz adquirió un tono grave y solemne.
- No quiero asustarte, Alberto, pero
he venido a hablarte de la vida y...de la muerte.
Tragué saliva y desde luego me
sobresalté.
- La...¿muerte?
- Claro, Alberto, la muerte va con la
la vida, y al contario. -se quedó tan tranquila después de decirlo-.
Dio un pequeño sorbo al refresco y
prosiguió.
- En términos coloquiales, y para que
lo entiendas, te diré que la vida es como una chispa que surgió hace miles de años.
Una llama que se enciende en cada uno de nosotros al ser engendrados y transmitida
por nuestros padres, que a su vez la recibieron de los suyos. De igual modo que
junto con tu esposa la transferisteis a
vuestros hijos.
No sabía qué pensar.
- Suena muy bonito, como un cuento,
¿no?
- Está fuera de tu alcance
comprenderlo por más que sea sencilla mi manera de hacerla asequible para tí.
- Vale, la llama se prende, de
acuerdo; y cuando uno muere, ¿qué? -dije excéptico.
- La llama sigue existiendo en el
otro ser que es portador de la vida que tú le diste.
- ¡Ajá! -exclamé triunfante- mi
acertada teoría de que después de muertos es como antes de nacer; la Nada, el vacío más absoluto.
- ¿Esa es tu
acertada teoría? -me miró inquisitiva.
Me sentí pillado en falta.
- Alberto, como humano no puedes
comprender cuanto hay fuera de la Vida. Lo conocerás todo cuando dejes tu
cuerpo mortal.
La gente se nos quedaba mirando;
bueno, en realidad era a ella a quien miraban. Una despampanante mujer con la
falda a media pierna y deslumbrante como
una diosa bajada del cielo. Al lado de un señor mayor que para nada llamaba la
atención. Y, esto me hacía sonreír por lo chocante, hablando de la muerte, como
si fuera un tema de conversación de lo más usual.
- ¿Y que hay de tu cuerpo? Dices ser
mi ángel de la guarda, ¿no es así? -le solté de corrido.
- Lo soy, Alberto, no lo dudes.
- ¿Y qué es un ángel, si se puede
saber? -dije en tono burlón.
Frunció el entrecejo en un gesto
reprobatorio y pensé iba a ser objeto de
una regañina.
- Es normal que tengas tus dudas
sobre mí, incluso después de lo que tus ojos vieron aquel día cuando me mostré
en forma humana, concretamente en cuerpo de mujer.
Debió ver el brillo repentino de mis
pupilas cuando recordé una vez más su cuerpo delirante y deseable y aunque hizo
como que no se percató de ello, creí vislumbrar una leve sonrisa aquiescente.
- Cuando un ser nace, dos fuerzas
acuden de inmediato. La Luz y la Sombra, por decirlo así. Cada una quiere
prevalecer sobre la otra para marcar el Destino de esa nueva vida. Aunque una
de ellas estará más presente, durante toda su existencia se librará una lucha constante entre las dos Entidades
por regir los actos, los pensamientos y el azar de ese ser humano.
- El Bien y el Mal, el Cielo y el
Infierno, Dios y el demonio, como me enseñaron en el colegio religioso, ¿no es
así? -afirmé categórico y triunfal-.
- Quiero pedirte que vivas el dia a
día, Alberto, para eso he venido de nuevo. El mañana nadie lo conoce y el
pasado ya no existe más que en los recuerdos de una memoria que se desvanece
con el tiempo.
¿Qué ganas angustiándote en
pensamientos que te hacen sufrir? Eres un buen hombre; recto, sencillo,
entregado a tu hogar y tu trabajo. Tu religión y primer mandamiento es tratar a
los demás como deseas te traten a ti, por eso haces felices a cuantos te rodean
y pones un poco de paz y concordia allá por donde pasas. ¿Te parecen pocos
atributos para no sentirte realizado y estar satisfecho en este mundo?
Su mirada me embelesaba transmitiéndome
una extraña paz, algo en mi interior se esponjaba bajo el influjo de sus
palabras.
- Nada de cuanto existe tiene la
facultad de crearse a sí mismo. Hay una
fuerza primigenia e invisible que es el orígen de todo. Ese y no otro es el único misterio que conoceremos
cuando nuestra existencia llegue a su
fin. Unos le llaman dios, pero es uno de
los muchos nombres que variados seres y culturas a lo largo de la Historia le
atribuyeron. Otros no creen en nada.
Estaba hecho un lío, ciertamente; no
había dicho nada que someramente yo no intuyera desde que me hice muy crítico
con la educación religiosa a la que me vi sometido en el Colegio de curas donde
estudié el Bachillerato.
- Sé lo que piensas y me doy cuenta
de tu turbación; es razonable que te sientas así. Soy y seré el suceso más
extraordinario que nunca te ha sucedido. Inexplicable para tí, por eso nunca
comprenderías qué es un ángel.
Sin esperarlo puso mis manos entre las suyas y sentí una confortable sensación.
Los transeúntes debieron notar que me puse colorado como un tomate.
- Soy de carne y hueso, real como tú
mismo en este instante. ¿Notas el calor de mi piel?
- Sí -respondí embobado al notarla
tan cerca.
No pude evitar perderme en aquellos ojos negros y profundos, en el
aroma sutil e indescriptible que emanaba de ella y que iba endulzando mis sentidos,
transportándome a sensaciones y fantasías antes nunca experimentadas.
- Soy quien te hace llorar y reír,
sentir y amar, crear, soñar, suspirar, ese impulso de vida que guía cada uno de
tus pasos y pensamientos, tus deseos y anhelos. El que te hace ser como eres, con tus virtudes y
defectos, quien te guía hacia el Bien dentro de lo posible y procura que no te
pase nada antes del momento inevitable que a todo ser humno le llega.
Me sentí unido a ella por lazos que
escapaban a mi conocimiento. Como un poderoso faro, deslumbrante e
irresistible, su mirada me revelaba todo aquello que atenazaba mi pobre
espíritu, abría mi pequeña mente a misterios insospechados, a espacios y
universos en los que apenas era un insignificante puntito de luz en medio de
miríadas infinitas de luminiscencias en movimiento.
- ¿Estás bien, Alberto? - su voz me
devolvió a la normalidad tras un inusitado
trance.
Había estado en una especie de Limbo,
como flotando en el aire y poco a poco
fui distinguiendo los contornos y detalles de cuanto me rodeaba.
Ahora comprendía muchas cosas y me
sentia feliz y contento por cuanto me había sido dado a conocer. También, no podía evitarlo, atenazado al
pensar en ese final que a todos nos
esperaba.
- ¿Sabes? Te confesaré un secreto.
Tras aquellas enigmáticas palabras
quedé en suspenso, sin poder imaginar qué nuevo y desconocido manifiesto
estaria a mi alcance.
- No andas descaminado cuando piensas
que el sueño no solo es el acto de reponer nuestro organismo del desgaste
diario. Estás convencido de que el sueño es un ensayo de la muerte, un estado
inerte en el cual no tenemos conciencia de que existimos, que sería muy fácil e
indoloro pasar al descanso eterno sin apercibirnos de ello. La mejor muerte
posible, desde luego, eso piensas tú.
Era cierto que creía en ello y lo
manifestaba y trataba de convencer a quienes quisieran escucharme, así se lo
hice saber.
- ¿Ése es el secreto? -le dije
excéptico.
Permaneció unos instantes con la mirada
ausente, como pensando en la respuesta.
- El secreto te dejará más confuso de
lo que estás, Alberto. -afirmó categórica.
Ahora la pelota estaba en mi tejado.
No sabia qué decirle.
- Por motivos que escapan a tu
entendimiento, tu conciencia, tu esencia más vital ha tomado el cuerpo de una
mujer; la que tienes frente a tí. Soy ese sentido invisible y desconocido que
todo ser humano posee y le guía en su hacer diario. Sólo los espíritus puros,
sensibles y nobles, auténticos, saben escuchar ese hilo sutil, esa vocecilla
amiga que nos ilumina con su Luz en todo momento.
Aquello me desbordaba. ¿Tenia salida en
el laberinto de sus palabras?
- ¿Sabes...? -y cambiando de postura
levantó un nuevo revuelo entre los mirones que estaban pendientes de sus
bonitas piernas-. Podía haber hecho esta nueva aparición con aspecto de una
mujer normal que pasara desapercibida del todo. Una ama de casa corriente, por
ejemplo.
Se me quedó mirándo entonces entre divertida y pícara poniéndome
sobre ascuas.
- Sé algo que todo el mundo desconoce
de tí; que te gustan las mujeres mucho más altas que tú. Te pones a mil sólo de
imaginarte al lado de una hembra de casi dos metros, ¿a que sí?
Como un campanazo resonó aquello en
mi cabeza.
- Vaya, conoces hasta el último
rincón de mis secretos pensamientos.
- Claro, ya te lo he dicho. Soy la
personificación de tu tu conciencia, así
que nada escapa a mi conocimiento.
Debió de notar mi tremendo
desconcierto mental.
- Poco a poco la impresión y el
desasosiego que te estoy causando en estos momentos irá decantándose y
tranquilizando tu ánimo. Meditarás asimilando lo sucedido y terminarás por
comprenderlo todo.
-Me cuesta creer que existes de
verdad, que eres el prototipo hecho carne de la mujer conque sueño enocontrarme
cada noche. -me estremecí al pensarlo.
Apuré el café que me sirvieron
comprobando que estaba frío.
-¿Y qué pasará, qué debo de hacer a
partir de ahora? -quería saber a lo que atenerme.
Me miró cándida y amigablemente.
- No has de hacer nada especial,
Alberto. Seguir viviendo como hasta ahora pero sin preocuparte del mañana. Si
te angustias con el final de tu vida no
disfrutarás el presente y tus temores y miedos harán que no seas feliz ni tampoco
quienes te quieren y te rodean. Así de fácil aunque no lo parezca.
Te acompañaré siempre porque formo
parte de lo que eres.
Traté de poner en orden mis ideas,
darle un sentido a todo aquello que me estaba sucediendo pero era imposible. Me
parecía una situación irreal.
Una corriente de tranquilidad invadió
mi espíritu y traté de descubrir más cosas en aquellos insondables ojos negros
que me miraban con una desconocida intensidad.
- Quiero que pongas mucha atención a
las dos alternativas que voy a proponerte. Escúchame bien, Alberto.
Estaba intrigado del todo, ¿qué me diría?
- Si te reúnes conmigo en donde te diga, vivirás una experiencia mística
que nunca olvidarás.
Estaba más desorientado todavia.
- Experimentarás algo tan trascendental
y único como del todo insospechable. Te llevaré de mi mano al Paraíso, Alberto.
¡El paraíso, me ofrrecía el paraíso!
-¿había entedido bien?
- ¿Eres capaz de llevarme al Cielo?
Me envolvió con una enigmática
sonrisa que no supe descifrar.
- Soy capaz de eso y de mucho más: no tienes ni idea de lo que puedo hacer contigo...
Sus labios rojos brillaron de un modo
especial y un excitante espasmo sacudió cada rincón de mi cuerpo.
- La otra posibilidad que te queda es no acudir a la cita, en cuyo
caso no me verías nunca más; aunque estaría siempre a tu lado en estado
invisible.
Tragué saliva, era un dilema difícil de asimilar.
- Y si me hago el ánimo y voy...
Sonrió ampliamente luciendo sus
dientes de perla confundiéndome más de lo que ya estaba.
- En el
supuesto de aceptar el encuentro, estoy segura de que querrías repetir más veces esos momentos celestiales
como pocos humanos han tenido el privilegio de probar.
Era imposible no sustraerse a su
magnética presencia. Toavía creía estar en medio de una ensoñación que se
desvanecería, estaba seguro, tan pronto me levantara de la silla.
Eso hice y también ella se incorporó.
Apenas le llegaba a los hombros y sus esplendorosos pechos transparentándose a
través de su blusa quedaron a la altura de mis ojos sintiéndome empequeñecido de
repente, cohibido, indefenso como un
niño, sin voluntad. Me hubiera pedido la
cosa más inverosímil y arriesgada que se le antojase y lo habría hecho como un autómata en el acto,
sin pensar en las posibles consecuencias.
Lo que hizo fue inclinarse y acercar
su rostro al mío. A continuación me besó tan apasionadamente que sentí que una corriente de calor me devoraba por dentro.
Fue lo último que recordé al abrir
los ojos y verme en el suelo rodeado de
gente que me miraba como quien contempla un ejemplar de una especie rara.
- ¡Ya despierta! -gritó un vejete con
la chaqueta de pana llena de lamparones.
- ¡Eh, señor, arriba! -me tomó del
brazo una señora gruesa que olía a ajo.
Me incorporé medio aturdido
comrprobando que la espectacular mujer que me había besado ya no estaba.
Poco a poco se fueron dispersando
todos y quedé allí en medio, confuso y
sin saber qué hacer ni a dónde ir. Me temblaban las piernas y mis labios
guardaban el sabor de aquella boca tan
indescriptible y sensual que me besó.
Tenía una tarjeta con una dirección
en mi bolsillo. Unas alas briilantes estaban impresas en una esquina y con
letras de filigrana su nombre: Elvinatel.
¿Qué significaba todo aquello, era
real cuanto había sucedido? ¿Estaba en mi sano juicio o era un desvarío mental?
El aire estaba impregnado de un
perfume embriagador que se apoderó de mis sentidos. Y al mirar hacia arriba,
creí vislumbrar una nube blanca en forma de ángel que flotaba balanceándose
graciosamente en el azul del cielo.
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