El hombre se
entretenía viendo a los niños dar de comer a las palomas. La incipiente
primavera llenaba el parque de flores tras unas lluvias benefactoras después de
un tiempo de sequía.
Olía a césped
recién cortado y la temperatura era muy agradable, la gente empezaba a lucir atuendos veraniegos y se respiraba un ambiente
festivo.
Ensimismado
en sus pensamientos no vio a la mujer que se le acercaba.
- Hola,
Alberto.
Dio un
respingo al oír su nombre y se incorporó de inmediato.
- ¡Elvira! ¡Por
dios!, ¿Eres tú? –exclamó sorprendido al verla.
- Sí, soy yo,
la última persona que esperabas encontrar, ¿verdad?
Y rió despreocupada,
desconcertándolo.
- ¿Qué…? ¿Qué
haces aquí…? - balbució.
- No me mires
así, por favor, no soy un fantasma; soy Elvira, tu Elvira. Y he venido a verte,
sabía que estarías aquí.
La
incredulidad pintaba el rostro del hombre conforme la contemplaba. Tenía los
ojos abiertos como platos.
- He
regresado, Alberto, he vuelto por fin.
- Me has dado
la mayor sorpresa de mi vida, Elvira, de verdad. Pensé que ya no te vería nunca
más. Te miro y no me lo creo.
- ¿Cómo me
ves? , Anda, dímelo. -giró sobre sí misma.
- Estás increíblemente guapa, como siempre, el tiempo no ha pasado
para ti.
- Adulador,
sigues tan zalamero como siempre –una mirada coqueta se hizo patente.- Tú tampoco
has cambiado apenas; bueno, sí, alguna
cana bien puesta –y pasó la mano por su
cabello con familiaridad.
- ¿A qué has
venido, Elvira? –hubo un quiebro en su voz.
- He venido a
quedarme para siempre, mi viaje ha
terminado.
- Después de
tanto tiempo sin saber nada de ti… ¿Regresas, como si tal cosa? ¿Así de
sencillo?
- Así de
sencillo, Alberto –la voz de Elvira era firme- . Mi viaje ha terminado, ya te
lo he dicho.
Estaban
sentados en un banco frente al estanque y la bruma acuosa del surtidor les
llegaba sutilmente.
- Te fuiste
un día, de repente, dejándome solo, sin saber por qué; ni tú misma me lo
supiste decir. Ahora apareces, como por arte de magia, cuando creía que nunca
te vería más. ¿Por qué te marchaste, Elvira, lo sabes ya?
- ¿Sabes qué
día es hoy, Alberto? –dijo soslayando la pregunta-,
Uno de Abril;
hace años tal día como hoy nos conocimos, sentados en este mismo banco. Eres tan romántico y das tanta
importancia a estas cosas que sabía te encontraría aquí.
- Vaya, un
detalle que recuerdes esta fecha, después de tanto tiempo, Elvira. Aunque sigues sin responder a mi pregunta,
- Nunca
olvidé los días uno de Abril, créeme. Ni el diluvio que cayó después,
¿recuerdas? Llegamos como sopas a casa.
Tomó aire
después de proseguir.
- Desperté un
día y me sentí vacía, en mi pequeño
mundo de cada día, siempre inmutable.
Quise ver otros paisajes, vivir nuevas experiencias, emociones
diferentes. Fui como una hoja que arrastra el viento sin saber a dónde me
llevaría.
Llegué a ser
un barco que surcaba mares, descubría continentes, paisajes, gentes de todo
tipo y condición. En mi navegar incansable una mañana me vi sola, perdido el
rumbo. No te ocultaré que algún Capitán Garfio me tentó y estuvo a punto de
vencerme, pero en mi mente siempre
estaba mi Peter Pan, mi héroe de siempre, el que me convirtió en su Campanilla.
- Todo eso
suena muy bien, Elvira, muy bonito. –dijo el hombre mirándola fijamente-. La
dama se va acudiendo a una misteriosa llamada interior, una hoja otoñal sin
rumbo por un viento repentino, como has dicho. Y yo, el Peter Pan de su historia
se queda sin su Campanilla, dando gracias encima a Garfio de que no abordara tu
nave y te raptase, ¿no es así? Esto suena a una patética película de aventuras de bajo presupuesto, Elvira, la
verdad, eso es lo que es.
El hombre dejó
que transcurrieran unos instantes antes de seguir.
-¿Tal vez
esperas que todo siga igual, que mi vida y mis sentimientos se hayan guardado en una urna, esperando tu vuelta?
Su voz
adquirió un tono grave y profundo.
- ¿Y si te dijese que tu héroe tiene otro duende,
otra Campanilla, alguien que llenó tu ausencia y borró tus recuerdos? ¿Qué
pensarías si te digo que no deseaba que volvieras después de escapar de mí?
¿Creíste que sería tan tonto de recordarte a pesar de todo? ¿Crees que te quiero, que podría quererte
todavía después de esto?
Una súbita
tristeza asomó en el rostro de la mujer. Sus facciones se habían ido contrayendo
conforme el hombre pronunciaba sus
últimas palabras. Sus mejillas
palidecieron cuando sus ojos se
llenaron de lágrimas. Aunque permanecía impasible contemplando su llanto, la
mujer creyó ver que una débil inquietud estremecía los labios del hombre.
- ¿Qué
esperabas, Elvira, que te recibiese a bombo y platillo?
Las lágrimas
fueron cesando y dieron paso a una serena calma que iluminó su mirada con un brillo desconocido.
- Esperaba
tus palabras, Alberto; la verdad es que las merezco.
Te dejé en la
estacada, estás en tu derecho de decirme cuanto quieras.
- Menos mal
que lo reconoces, Elvira, es lo menos que esperaba oírte decir. No sabes el
daño que me ha causado tu ausencia.
Hacia rato
que se habían levantado del banco y estaban el uno frente al otro, muy cerca.
Cruzaban sus
miradas con intensidad y, en su interior, un desasosiego extraño los atenazaba.
- También he sufrido lo mío al darme cuenta de mi error,
Alberto, no sabes cuánto lo lamenté. Perdida por ahí, arrepentida, en una zozobra en la que no hallaba
respuestas a mi conducta, a la deserción que supuso dejarte solo.
- Muchas cosas
han cambiado en este tiempo, Elvira.
Momentos, días, sensaciones que no hemos vivido y que ya no volverían por mucho
que quisiéramos. Tu recuerdo se ha ido borrando poco a poco, como las huellas en la playa al venir una ola.
¿Qué me queda
de ti, cómo podría volver a quererte?
La pregunta
aleteó por un momento en la intensa
mirada de ambos. Finalmente un suspiro
de la mujer fue dibujando en su rostro una dulce sonrisa.
- Alberto, eres el mentiroso más delicioso que
existe.
El hombre iba
a replicar pero ella le cerró los labios con la mano.
- No me has
olvidado en absoluto y lo sabes. Allá donde estuve nuestra hija Elvira me hizo llegar tus novelas conforme ibas publicando. Y mira
qué casualidad que la protagonista de cada una de ellas es mi arquetipo:
melenita rubia, mi silueta, piensa, actúa,
se mueve como yo…
El hombre
seguía sus palabras con la sorpresa pintada en su rostro.
- No hay
ninguna otra Campanilla, Alberto, -continuó sin dejar que replicase-. En tu última novela,
“Dama errante”, no cesas de pedirme que
vuelva a tu lado, que no me has olvidado un solo instante, cada página es una
declaración de amor a la protagonista de la historia que, en suma, vengo a ser yo. Lanzas tu lamento al amor perdido en cada
obra tuya en un intento desesperado de
que tu mensaje me llegue, no sabes cómo, pero esperas que suceda ese milagro.
- Nuestra
hija estaba enterada…-susurró el hombre
entre dientes-.
- Ella no
quiso intervenir en todo esto, éramos nosotros quienes debíamos solucionarlo. Elvira estaba tranquila
porque sabía que las bodegas de mi nave
estaban llenas de ti, que volvería a tu lado, mi puerto seguro, el único y
verdadero amor de mi vida.
Un fulgor
indefinible brillaba en los ojos del
hombre.
- La verdad
es que cada uno de Abril no dejé de venir a este banco, imaginarte a mi lado, estremeciéndome cada
vez al recordar nuestro primer beso. Y que en cada novela me resultó imposible
evocar a otra mujer que no fueras tú. Yo…
Ella le rodeó
por la cintura atrayéndole hacia sí
y rozó los labios del hombre con los suyos.
- ¿Podrás
perdonar a esta tonta Campanilla que ha estado a punto de perderte para
siempre, mi querido Peter Pan? – dijo mimosa.
- Me lo
pensaré…-le respondió antes de besarla apasionadamente-.
Hubo un
revuelo de palomas. Y el vendedor de
globos, viéndolos, pensó que la primavera
era la estación más bonita del año, que
el amor era maravilloso y que le hubiera gustado estar en lugar de aquel
hombre, en brazos de la hermosa mujer.
- - - - - -
- - - - -