viernes, 11 de julio de 2014

El tren



Faltaba poco para las campanadas de fin de año. Otro más que iría al limbo de los calendarios.
El  tren avanzaba rápido en medio de la noche. Apenas unas lucecitas salpicaban la negrura, obligando a imaginar formas y volúmenes, texturas de casas y campos.
El hombre miró una vez más a la mujer. Iban desde hacia muchas horas los dos solos en el vagón. La vio entrar cargada con una pequeña maleta con ruedas y un bolso de piel. Era alta y vestía un traje chaqueta de modisto de moda. Saludó con un suave acento sureño y cuando se sentó frente a él le invadió un sutil  perfume que le recodaba bayas y frutas silvestres.
Él respondió con una inclinación de cabeza y farfulló medio dormido un “buenas noches” que se le antojó ininteligible.
La mujer también miraba de soslayo al hombre, con una curiosidad creciente que sabía disimular muy bien. De vez en cuando se echaba hacia atrás un mechón de pelo rubio y se ajustaba el puente de las gafas de aleación que llevaba. Detrás de las lentes emergían unos expresivos ojos azules  que el hombre descubrió al hacer un análisis mas completo de su compañera de viaje,
Su rostro enmarcaba unos pómulos sonrosados, una frente despejada y una naricilla graciosa con unos labios perfectamente dibujados que apenas mostraban un toque de carmín..
Ella comprobó que el hombre todavía conservaba gran parte de su cabello negro aunque algunas briznas blancas indicaban unas canas estratégicamente situadas. Sus dientes blancos resaltaban en el cuidado bigote, y  la barba necesitaba una atención urgente. Tenía un aire indefinido de intelectual, sus ojos  grises parecían  perdidos en una ensoñación que no lograba definir.
Él consultó el reloj, la hora del cambio de año se acercaba. Entonces hizo algo sorprendente. De una cartera de piel negra sacó un estuche isotérmico con una botella de cava pequeña y dos copas y una bolsita que contenía uva.
- Perdone mi atrevimiento señora……me llamo Lorenzo y me gustaría que brindáramos juntos por el nuevo año. Es una costumbre que nunca quisiera perder y es muy triste no tener a nadie con quien hacerlo.
Ella se movió como sacudida por un resorte y alargó la mano para tomar la copa y las uvas.
- Me llamo Amelia,  Lorenzo,  tanto gusto de conocerle. Lo último que esperaba encontrar a estas horas es un ofrecimiento como el suyo. Es lo más insólito que nunca me ha pasado.
-  Sí? –rió Lorenzo- lo insólito es estar en un tren a estas horas y más en un día como éste. Bueno, para ser sinceros, Amelia, no es la primera Nochevieja que me coge  en un tren ni será la última. Pero, venga,  preparémonos, pronto darán las campanadas. Hay que pensar en los deseos para el nuevo año, es fundamental cumplir los requisitos de una noche tan especial como ésta.
De una radio que llevaba comenzaron a sonar las campanadas. Ding, dong, ding, dong,….
Fueron tomando las uvas, entre risas entrecortadas y una vez sonó la última chocaron las copas y bebieron el cava todavía sonriendo divertidos.
- Sabe, Amelia? No creí que esta noche tan especial pudiese brindar con nadie. Llevo años levantando la copa yo sólo, mirando el asiento de enfrente vacío.
Pero hoy me siento contento, por fin puedo compartir este instante único con alguien.
- Pues sepa, Lorenzo, que es la primera vez en mi vida que recibo el año sin mi familia, sola. Y jamás hubiera pensado que lo haría de éste modo, en un tren, y brindando con un desconocido. No sé si creérmelo o no, me parece tan irreal....
- La vida a veces nos parece extraña, nos sorprende hasta a nosotros  mismos.
Qué hacen dos seres humanos en este vagón, en un día que todo el mundo busca un rostro amigo, una emoción que compartir, quizá un amor que vivir?
Y aquí estamos, Amelia  y  Lorenzo, como dos guijarros sueltos de una roca, perdidos en el camino.
- Lorenzo, eso le parece que somos?  Desde luego estamos solos cuando en realidad no deberíamos estarlo. Tengo una familia y seguro que usted también la tendrá.
- Sí, la familia, tiene usted razón, con  ella debimos brindar y tomar las uvas. Pero siempre hay una historia detrás de cada uno, quizá muchas historias dentro de una misma historia. Quizá le sorprenderían muchas cosas que podría contarle.
-  Yo también tengo mi historia, cada uno la lleva allá donde va. Y nunca podremos desprendernos de ella. Quizá vivir una nueva después  de la que ya tenemos, pero la anterior  nunca nos abandonará.
- Ésta es una noche mágica, que sólo se repite una sola vez, como un puente entre lo pasado y lo que está por venir. De repente me encuentro con Amelia, y sin conocernos vivimos esta magia los dos, brindamos lanzando nuestros deseos  al mismo tiempo.
- Me preguntaba qué hacía un hombre con aspecto de escritor, o poeta en un tren como éste y en un día como  éste.
El hombre hizo un gesto de sorpresa  y sonrió.
- Me han dicho muchas cosas, créame, pero nunca eso,  He sido un poco de todo, empresario, artesano, artista, oficinista, vendí seguros y libros, hasta aprendiz de mago,  en fin, cualquier actividad era válida para llevar dinero a casa. Finalmente una lotería  me apartó de todo. Y al mismo tiempo que la diosa fortuna me colmaba como nunca pude soñar, un virus asesino se llevaba a María, mi adorada esposa.
Una fina cortina de lágrimas asomó en el hombre y quedó como perdido en el recuerdo.
-Tuve tres hijos. Cada uno siguió un camino,  ahora andan desperdigados por el mapa, de vez en cuando hablo con ellos. Pero estoy solo, hice del tren mi casa, mi hogar, en sus vagones me siento seguro, ajeno al mundo exterior, aquí tengo cuanto necesito; paz, tranquilidad,  llevo años viviendo de estación en estación, viendo la vida pasar a través de mil ventanillas, conociendo gente de la más variada condición. Soy cincuentón, Amelia, no estoy ya para muchas emociones, sólo quiero no pensar, que pase el tiempo poco a poco.
La mujer se recompuso en el asiento y volvió a su sitio un mechón rebelde de su pelo. Le había escuchado sin interrumpirle, imaginando preguntas que intuía no tendrían respuesta-
-Sabe, Lorenzo? También tengo para contar, mi pequeña o gran historia, aquello que nos depara la vida. Me enamoré muy joven del que luego fue mi marido. A punto de licenciarme en la universidad encontré al chico alto y guapo con el que soñamos casi todas las mujeres. Me enamoré perdidamente de él, pese a contar con la total oposición de mi familia, siempre me dijeron que no era de nuestra clase social,  un chico sin estudios, que no pegaba conmigo. Pero el amor es así, o lo que creemos es el amor. Nos casamos un mes de mayo, en una florida primavera que hacia presagiar cómo iba  a ser de esplendoroso nuestro matrimonio. Los primeros años fueron maravillosos, tuvimos tres hijas. Un día, sin motivo alguno, se volvió celoso, comenzó a espiar todos mis movimientos, a recelar hasta de los vecinos. Me sometió a una estricta vigilancia, supervisaba todas mis salidas, tuve que dar miles de explicaciones, mi vida  poco a poco fue convirtiéndose en un infierno, las discusiones cada día se hacían más frecuentes. Mis hijas, ya adolescentes, acusaban los cambios de humor de su padre, fueron escenas terribles, no quiero ni recordarlas. Entonces tuve que tomar la decisión de separarme de mi marido, no podía soportarlo más.
Me acosó durante un tiempo, la policía tuvo que intervenir, pero el tiempo pasa rápido, mis hijas crecieron, se casaron y formaron su vida. Me enteré después que se juntó con otra mujer.
Ahora, Lorenzo, vivo pendiente de cada una de mis hijas. Un tiempo con una, otras semanas con la otra y después acudo con la siguiente. También  parte de mi vida va  en un tren, yendo de un sitio a otro. Pero llega un momento que te preguntas quién eres, dónde estás, si gobiernas tus actos realmente o son otros los que te guían en cada momento. Estoy cansada, Lorenzo, muy cansada, no pertenezco a mí misma, nunca en mi casa, siempre en la de los demás. Tengo una preciosa villa a orillas del mar, donde el mediterráneo huele a azahar, a jazmín, donde crecen los naranjos y limoneros, y los rayos del sol se reflejan en mil colores en los arrozales  y en playas de serena belleza.
Quedó en silencio mirando fijamente su copa, como pensando que su vida también estaba vacía. Una sombra de tristeza la embargó y el hombre, solícito, le pasó una mano por el hombro, con sutileza, afectuosamente.
- Venga, Amelia, ánimo, que hoy es Nochevieja y mañana se cumplirán todos sus deseos, ya verá, no llore por favor, no llore, me va a hacer llorar a mí también.
Pero la mujer rompió en un llanto durante mucho tiempo contenido, se estremecía, no podía contenerse,  arropada por el hombre, que no cesaba de consolarla.

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La luna patinaba en las aguas tranquilas de la playa, sus reflejos iban y venían en cada ola, en misteriosos susurros  de mil caracolas, de sirenas ocultas.
Lorenzo tomó la mano de Amelia e hizo brotar con su magia una rosa. Ella la llevo a sus labios y sonrió. Ambos se besaron dulcemente,
A lo lejos empezaron a sonar las campanadas de Nochevieja.
Levantaron las copas y brindaron. Y acudió a su memoria una mágica noche de tren.